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La insignia
9 de junio del 2004


Acto II. Cuarta parte

La casa de Bernarda Alba


Federico García Lorca
España, primavera de 1936.


Angustias: (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran contraste con los silencios anteriores.) ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de vosotras lo tiene?

Martirio: Ninguna.

Amelia: Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de plata.

Angustias: ¿Dónde está el retrato?

(Entran La Poncia, Magdalena y Adela.)

Adela: ¿Qué retrato?

Angustias: Una de vosotras me lo ha escondido.

Magdalena: ¿Tienes la desvergüenza de decir esto?

Angustias: Estaba en mi cuarto y no está.

Martirio: ¿Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna.

Angustias: ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo contaré.

La Poncia: ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá! (Mira a Adela.)

Angustias: ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene!

Adela: (Mirando a Martirio.) ¡Alguna! ¡Todas, menos yo!

Martirio: (Con intención.) ¡Desde luego!

Bernarda: (Entrando con su bastón.) ¿Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques.

Angustias: Me han quitado el retrato de mi novio.

Bernarda: (Fiera.) ¿Quién? ¿Quién?

Angustias: ¡Éstas!

Bernarda: ¿Cuál de vosotras? (Silencio) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia) Registra los cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A Angustias) ¿Estás segura?

Angustias: Sí.

Bernarda: ¿Lo has buscado bien?

Angustias: Sí, madre.

(Todas están en medio de un embarazoso silencio.)

Bernarda: Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir. (A Poncia.) ¿No lo encuentras?

La Poncia: (Saliendo.) Aquí está.

Bernarda: ¿Dónde lo has encontrado?

La Poncia: Estaba...

Bernarda: Dilo sin temor.

La Poncia: (Extrañada.) Entre las sábanas de la cama de Martirio.

Bernarda: (A Martirio.) ¿Es verdad?

Martirio: ¡Es verdad!

Bernarda: (Avanzando y golpeándola con el bastón.) ¡Mala puñalada te den, mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!

Martirio: (Fiera.) ¡No me pegue usted, madre!

Bernarda: ¡Todo lo que quiera!

Martirio: ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!

La Poncia: No faltes a tu madre.

Angustias: (Cogiendo a Bernarda.) Déjela. ¡Por favor!

Bernarda: Ni lágrimas te quedan en esos ojos.

Martirio: No voy a llorar para darle gusto.

Bernarda: ¿Por qué has cogido el retrato?

Martirio: ¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana? ¿Para qué otra cosa lo iba a querer?

Adela: (Saltando llena de celos.) No ha sido broma, que tú no has gustado nunca de juegos. Ha sido otra cosa que te reventaba el pecho por querer salir. Dilo ya claramente.

Martirio: ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza!

Adela: ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!

Bernarda: ¡Adela!

Magdalena: Estáis locas.

Amelia: Y nos apedreáis con malos pensamientos.

Martirio: Otras hacen cosas más malas.

Adela: Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río.

Bernarda: ¡Perversa!

Angustias: Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí.

Adela: ¡Por tus dineros!

Angustias: ¡Madre!

Bernarda: ¡Silencio!

Martirio: Por tus marjales y tus arboledas.

Magdalena: ¡Eso es lo justo!

Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:)¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación!

La Poncia: ¿Puedo hablar?

Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia.

La Poncia: Lo visto, visto está.

Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida.

La Poncia: Hay que retirarla de aquí.

Bernarda: No a ella. ¡A él!

La Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien.

Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno.

La Poncia: ¿Y tú crees que él querrá marcharse?

Bernarda: (Levantándose.) ¿Qué imagina tu cabeza?

La Poncia: Él, claro, ¡se casará con Angustias!

Bernarda: Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla.

La Poncia: Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso.

Bernarda: ¿Me tienes que prevenir algo?

La Poncia: Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos y verás.

Bernarda: ¿Y verás qué?

La Poncia: Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.

Bernarda: ¿Te refieres a Martirio?

La Poncia: Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) ¿Por qué habrá escondido el retrato?

Bernarda: (Queriendo ocultar a su hija.) Después de todo ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede ser?

La Poncia: (Con sorna.) ¿Tú lo crees así?

Bernarda: (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así!

La Poncia: Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería?

Bernarda: Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo.

La Poncia: (Siempre con crueldad.) No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera?

Bernarda: (Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán.

La Poncia: ¡Y así te va a ti con esos humos!

Bernarda: Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.

La Poncia: (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu protección.

Bernarda: (Crecida.) ¡No lo parece!

La Poncia: (Con odio envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto.

Bernarda: Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la "cosa muy grande" que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no traspasaría las paredes.

La Poncia: ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos.

Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar!

La Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin!

Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta...

La Poncia: (Fiera.) ¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre!

Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!

(Pausa.)

La Poncia: Mejor será que no me meta en nada.

Bernarda: Eso es lo que debías hacer. Obrar y callar a todo. Es la obligación de los que viven a sueldo.

La Poncia: Pero no se puede. ¿A ti no te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, con Adela?

Bernarda: No me parece.

La Poncia: (Con intención.) Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del Romano!

Bernarda: Las cosas no son nunca a gusto nuestro.

La Poncia: Pero les cuesta mucho trabajo desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la suya!

Bernarda: ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si llegara al alcance de todo lo que dices te tendría que arañar.

La Poncia: ¡No llegará la sangre al río!

Bernarda: ¡Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad!

La Poncia: ¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado.

Bernarda: ¡Ya las bajaré tirándoles cantos!

La Poncia: ¡Desde luego eres la más valiente!

Bernarda: ¡Siempre gasté sabrosa pimienta!

La Poncia: ¡Pero lo que son las cosas! A su edad. ¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él también parece muy picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada, que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía.

Bernarda: ¡A las cuatro y media!

Angustias: (Saliendo.) ¡Mentira!

La Poncia: Eso me contaron.

Bernarda: (A Angustias.) ¡Habla!

Angustias: Pepe lleva más de una semana marchándose a la una. Que Dios me mate si miento.

Martirio: (Saliendo.) Yo también lo sentí marcharse a las cuatro.

Bernarda: Pero, ¿lo viste con tus ojos?

Martirio: No quise asomarme. ¿No habláis ahora por la ventana del callejón?

Angustias: Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.

(Aparece Adela en la puerta.)

Martirio: Entonces...

Bernarda: ¿Qué es lo que pasa aquí?

La Poncia: ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa.

Bernarda: ¿Lo sabes seguro?

La Poncia: Seguro no se sabe nada en esta vida.

Adela: Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas.

Bernarda: ¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios se encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los demás para perdernos.

Martirio: A mí no me gusta mentir.

La Poncia: Y algo habrá.

Bernarda: No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera.

Angustias: Yo tengo derecho de enterarme.

Bernarda: Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la Poncia.) Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta!

Criada: (Entrando.)¡En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas!

Bernarda: (A Poncia.) ¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las mujeres corren para salir.) ¿Dónde vais? Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio!

(Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.)

Martirio: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua.

Adela: También hubiera hablado yo.

Martirio: ¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!

Adela: Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido.

Martirio: No seguirás mucho tiempo.

Adela: ¡Lo tendré todo!

Martirio: Yo romperé tus abrazos.

Adela: (Suplicante.) ¡Martirio, déjame!

Martirio: ¡De ninguna!

Adela: ¡Él me quiere para su casa!

Martirio: ¡He visto cómo te abrazaba!

Adela: Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma.

Martirio: ¡Primero muerta!

(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.)

La Poncia: (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda!

Bernarda: ¿Qué ocurre?

La Poncia: La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.

Adela: ¿Un hijo?

La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos.

Bernarda: Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla.

Adela: ¡No, no, para matarla no!

Martirio: Sí, y vamos a salir también nosotras.

Bernarda: Y que pague la que pisotea su decencia.

(Fuera su oye un grito de mujer y un gran rumor.)

Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!

Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Que pague lo que debe!

Bernarda: (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!

Adela: (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No!

Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla!



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