Colabora | Portada | Directorio | Buscador | Redacción | Correo |
28 de julio del 2004 |
Ya no hay locos
La Insignia. Palestina, 28 de julio.
«Si no es ahora, ahora que la Justicia
tiene menos, infinitamente menos categoría que el estiércol; si no es ahora, ¿cuándo, cuándo se pierde el juicio? Respondedme, loqueros, relojeros (...) Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto, y ... ¡ni en España hay locos! Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstuosamente cuerdo. » -León Felipe- Pasar un mes en Palestina como integrante de una de una organización cuya misión es protestar pacíficamente contra una ocupación militar que dura ya más de 35 años suena a locura difícilmente justificable. Ya no hay locos, ni parias ni quijotes en este mundo de la injusticia globalizada. Comenzamos a descansar como individuos absurdamente racionales dispuestos a dejarnos arrastrar por la corriente de consumo que nos envuelve, maximizando nuestro beneficio particular en todo cuanto hacemos y expulsando cualquier posibilidad de compromiso de la supuesta independencia de criterios que soñamos haber conseguido a través de la educación. Pero aún es posible romper con lo que se espera de uno y en vez de disfrutar de las playas de la Costa Brava o sentarse en el tedio del verano gijonés, optar por seguir adelante con ciertas ideas. Son lo único que nos queda para no convertirnos en "uno de ellos". Nuestros abuelos soñaron durante una guerra con construir un mundo más justo y la perdieron, viéndose obligados, a partir de aquella triste retirada a pie a través de los Pirineos, a encerrarse en el exilio o volver a un país que fue durante cuarenta años un inmenso campo de concentración. Entendieron antes de tiempo que las batallas que se pierden viajan por el mundo contagiando el derrotismo del vencido a quienes querían implicarse pero pensaron que no era el momento adecuado para hacerlo. Nuestros padres militaron en el antifranquismo para darse cuenta posteriormente de que la democracia por la que habían luchado no serviría para que sus hijos reprodujesen su bienestar por sí mismos. Les instalaron en la precariedad. El franquismo murió en un hospital tras una larga convalecencia que permitió diseñar la democracia controlada en la que actualmente vivimos. Sus sindicatos nos traicionaron y sus partidos de izquierda nos han enseñado que la justicia y la igualdad de oportunidades no figuraban realmente entre sus prioridades, centradas en repartirse con la derecha las cuotas de poder a las que el sistema les permite acceder. Cualquier modo de respuesta a esta sociedad, cualquier manera de marcar el camino que recorren el silencio y la apatía de nuestros mayores (dirigentes, gobernantes, consejeros desde la madurez) es útil para expresar que el mundo camina al revés y no sabemos como enderezarlo, tenemos que optar, por tanto, por la vía de negar su pretendida racionalidad. Cuando uno se decide finalmente a emprender el viaje se encuentra con que debe explicar ante cada persona a la que se lo cuenta cuáles son los motivos que le mueven a comprometerse de este modo y no de otro con la lucha de los palestinos o las razones por las cuales lo hace con esta causa y no con otra. Es fácil reconocer que a la mayoría de las personas de nuestro entorno, la idea les suena a impulso desesperado en la búsqueda de motivos para llenar esos vacíos que tanto se nos notan. Quizá sea cierto. Pero en todo caso, pensamos que tiene la misma legitimidad comprometerse a asumir riesgos por una causa justa que no hacerlo para poder relajarnos en la comodidad de nuestra pretendida vida fácil en Barcelona, Madrid o San Sebastián. Es cuestión de prioridades. Y de insatisfacciones también, ¿por qué no? Estamos absolutamente insatisfechos con la realidad. Con la nuestra, que experimentamos a diario, y con las de muchos más, que vamos conociendo poco a poco. Es cierto que quizás nos esforzamos bastante más por conocer insatisfacciones que satisfacciones. Es cierto que nos centramos más en las injusticias que en las buenas noticias de la vida diaria, que por cierto, cada vez escasean más. Es cierto que nos resulta más fácil de comprender el pesimismo que el optimismo. Pero no pensamos sentirnos culpable por ello, no tenemos la más mínima intención de hacer caso a quienes pretenden hacernos ver que estamos equivocados. Es una opción vital. La de quedarnos siempre cerca, al menos como postura, de aquellos a quienes les ha tocado la carta doblada en la baraja de la existencia. Hace años podríamos habernos refugiado en la seguridad de las ideologías o en la de la militancia en los partidos de izquierda. Sin lugar a dudas, esconderse bajo el paraguas de una organización que nos dictase posturas comunes ante las disyuntivas que enfrentamos sustituiría el compromiso personal, tan difícil, por el del grupo, más fácilmente justificable. Ahorraríamos muchas explicaciones, sustituidas por la pertenencia a alguna etiqueta omniabarcante que sirviese de mediación entre el individuo y la sociedad. Pero el tiempo de aquellas organizaciones se terminó y las ideas están demasiado machacadas como para servir de firme coraza de nuestro comportamiento. Queda sólo la pulsión, el compromiso espontáneo y el ímpetu de una acción inmediata que no tiene demasiado miedo a equivocarse. "Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y... ni en España hay locos". Revivámoslo. |
|||