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4 de julio del 2004 |
Felipe Romero
No ha generado un debate importante en España la publicación del larguísimo
libro (700 páginas de extensión) La tabla rasa, de Steven Pinker.
La tesis de Pinker, que se anticipa en el subtítulo del libro (la negación
moderna de la naturaleza humana), puede resumirse en: Con estas tesis de partida, documentadas con profusión, el libro dedica buena parte de sus páginas a considerar su aplicación a debates políticos de actualidad, optando habitualmente por opciones "liberal-conservadoras" Aunque Pinker tiene un lenguaje sugerente, utiliza abundante documentación y tiene una probada capacidad para generar polémica, como ya había demostrado en El instinto del lenguaje , la lectura del texto incorpora varias "trampas" que afectan a la totalidad de la argumentación. Algunas de esas trampas son apenas triquiñuelas. Por ejemplo, diferencia el darwinismo del nazismo, señalando todas las obvias diferencias entre ambos, de forma que argumenta que la concepción nazi de la raza aria como la más evolucionada no debe situarnos a priori en contra de las tesis evolucionistas. Esto resulta obvio, y poco discutible. La trampa intelectual llega cuando pocas páginas después mezcla citas de Marx, Gorki y los Jemeres Rojos para dar a entender una continuidad directa entre el pensamiento de Karl Marx y la actuación de los Jemeres. La distancia entre la aportación teórica de Marx y Darwin de la práctica Jemer y nazi resulta obvia: si Pinker quiere señalar que la distancia en el caso de Marx y los Jemeres es menor no bastaría con poner dos citas juntas en la misma página, debe ser capaz de justificarlo. De hecho, las citas que realizan de Marx muestran claramente ejemplos de la filosofía dialéctica, a la que subyace una concepción antropológica de la naturaleza humana, que no es la de la tabla rasa. Volveremos sobre esto más adelante. Otras dan risa: es así cuando, por ejemplo, ofrece un listado de facultades cognitivas comunes asociadas a intuiciones básicas sobre la realidad (página 324), justificando cada uno de los elementos de la lista con un estudio empírico, excepto el referido a la economía intuitiva basada en el intercambio y la obtención de beneficio, que se afirma sin ningún estudio que lo avale (no puede descartarse, en todo caso, que sea un error de edición, por lo "descarado" de la ausencia). Otras triquiñuelas tienen que ver con una selección orientada de las fuentes: por ejemplo, cuando utiliza datos inflados sobre la extensión de la psicopatía (lo que le permite poner en duda lo que llama la teoría del buen salvaje: la suposición de que el ser humano es bueno por naturaleza que, a su juicio defiende erróneamente por principio la izquierda, y que tendería a acompañar la concepción de la Tabla rasa) o cuando pone en duda de pasada la existencia del efecto Pygmalion (la expectativa tiende a cumplirse, de forma que a quienes pertenecen a un grupo sobre el que pesan prejuicios se les atribuirán esos mismos prejuicios inicialmente y quien realiza esa atribución se comportará de modo que termine por cumplirse). El efecto Pygmalion es una de las pocas "leyes" de la psicología social, observado en multitud de estudios. La implicación de desmentir el efecto Pygmalion para los supuestos mantenidos por Pinker (la tabla rasa y el buen salvaje son errores intelectuales) no es relevante. Si lo es para las conclusiones políticas que extrae: si se desmiente el Efecto Pygmalion se quita un argumento a quienes indican que el status obtenido en la sociedad no depende de la capacitación del individuo si no que se ve afectado por factores externos como el prejuicio. Pero la más importante "trampa" es escoger a los enemigos intelectuales inadecuados. Susana López Ornat, escribió un estupendo artículo llamado "La adquisición del lenguaje: talón de Aquiles y poción mágica de la teoría cognitiva", donde describía como la teoría de Chomsky derrotó al conductismo de Skinner y dio pie a la psicología cognitiva, gracias a que demostró la incapacidad de los conductistas para explicar la adquisición del lenguaje. Un sistema de tal complejidad no podía adquirirse con la visión asociacionista del lenguaje. La alternativa residía en explicar la capacidad de adquirir el lenguaje en términos innatos, considerando incluso la existencia de reglas gramaticales de las que todo ser humano dispone al nacer. Durante los 30 años siguientes se buscó el gen del lenguaje y los universales comunes a todas las lenguas. Pinker es heredero de Chomsky en esta perspectiva, y Pinker, como Chomsky, va perdiendo esa batalla. Recordemos a Chomsky, cuya teoría, en sus propias palabras: "atribuye al niño un conocimiento tácito de los universales lingüísticos. Propone que el niño se enfrenta a los datos con la presunción de que proceden de una lengua perteneciente a una clase de lenguas bien definida de antemano, siendo su problema el determinar cuál de las lenguas (humanamente) posibles es la que se habla en la comunidad en la que él vive" (citado en Jean Aitchison, El mamífero articulado). Después de décadas de predominio innatista en la explicación de la adquisición del lenguaje, desde mediados de los años 80 se ha desarrollado el conexionismo, que ha podido simular mediante redes neurales artificiales, la adquisición de determinadas reglas gramaticales sin necesidad de atribuir una codificación previa de conocimiento lingüístico de origen en el sistema que aprende. Dicho de otra forma, una red de neuronas plásticas, como las de nuestro cerebro, pueden adquirir capacidad de procesamiento lingüístico si son sometidas a inputs externos. Este ha sido el debate esencial en la ciencia cognitiva en los últimos 15 años, y Pinker lo despacha con suficiencia. Su principal argumento es que para describir la complejidad del comportamiento humano (por ejemplo, la totalidad del conocimiento lingüístico) las simulaciones con redes neurales se han mostrado insuficientes. Correcto, de momento solo han logrado simular reglas concretas (demostrando a la vez que el sistema cognitivo si buen puede describirse mediante reglas no necesariamente las tiene implementadas -perdón por el "palabro"-, como defendía la psicología cognitiva clásica, a la que pertenece Pinker). Solo que con ese mismo argumento deberíamos desechar las explicaciones genetistas, en la medida en que no hay descripción completa del proceso desde el ADN al habla. La repercusión de este debate es definitiva para el resto de la argumentación del texto. Varios de los principales autores conexionistas (Elman, Parisi, Plunkett y Karmiloff-Smith, entre otros), publicaron Rethinking Innateness: A connectionist perspective on development (no traducido al castellano), donde, replanteaban la concepción del innatismo y con él la repercusión del entorno. Describir el sistema cognitivo humano del niño como un sistema con capacidad para aprender supone una opción alternativa a la descripción clásica del innatismo y a la tabla rasa, ya que se señala la limitación biológica a la vez que la relevancia de la información que el entorno aporta al sistema: dependiendo de la "señal", el sistema aprende unas reglas u otras. Se trata de una alternativa teórica que mantiene la relevancia de los inputs externos y no es por ello extraño que Rethinking Innateness finalice con un reflexión de calado político situada claramente a la izquierda de la que realiza Pinker. El conexionismo y el replanteamiento del innatismo que lleva asociado es un contrario intelectual que Pinker ventila con poca elegancia y escasa atención. Al menos le dedica tres páginas y ofrece referencias de otros textos suyos centrados en el debate. Más llamativo es extraer apenas cuatro párrafos de Marx y no hacer ninguna mención a los psicólogos soviéticos, que trataron de trasladar a Marx a la psicología: Vigotsky y Luria no aparecen citados en todo el libro. Es llamativo atribuir a la izquierda el desdén por las limitaciones que plantea el equipamiento biológico y no citar a Alexander Luria, uno de los más importantes neuropsicólogos de la historia, autor del test de referencia para la evaluación del daño cerebral. Tampoco aparece Jerome Bruner, el más importante psicólogo evolutivo estadounidense de la segunda mitad del siglo veinte, autor que retoma la aportación de la escuela soviética. Esta lista de ausencias no pretende quedarse en señalar que Pinker ha hecho una selección interesada de nombres y referencias, ni tampoco en que en la izquierda ha habido quien ha considerado la relevancia de la biología: quiere señalar que Pinker ha hecho una selección interesada de planteamientos teóricos alternativos a su pretensión de comprender nada más y nada menos que "la naturaleza humana". Vigostky plantea la zona de desarrollo próximo, que Bruner concreta en la teoría del andamiaje desde la perspectiva de la enseñanza. Vigotsky señala que cuando se aborda una tarea, el individuo puede repetir la ejecución que conoce o avanzar en su resolución siempre que la tarea suponga solo un pequeño grado de dificultad superior, recurriendo a herramientas o medios de los que dispone: en los entornos de aprendizaje, un formador o un igual con un grado de conocimiento algo mayor. Es decir, se produce aprendizaje cuando se plantean tareas en la zona de desarrollo próximo: si la tarea ya es conocida no hay aprendizaje porque se pone en práctica lo que ya se conoce, si la tarea es inabordable pese a disponer de algún apoyo, se produce fracaso y desmotivación. Son los adultos y las herramientas que la sociedad pone a disposición del aprendiz (sin ir más lejos, los libros), los que permiten avanzar. La cultura es la capacitadora. Obsérvese que en esta teoría no se plantea en ningún caso que el aprendiz sea una tabula rasa, sino que parte de lo que el aprendiz puede realizar previamente. Bruner lo traslada a la enseñanza con la teoría del andamiaje: la enseñanza es dar soportes al alumno justo por delante de lo que es capaz de realizar para írselos retirándoselos posteriormente. También lo aplica al lenguaje (no solo Bruner, los conexionistas han retomado este análisis) con un estudio precioso frente a un problema epistemológico: ¿cómo aprende el niño el significado de las palabras? Los innatistas, en la estela de Chomsky, se han encontrado siempre más cómodos con la gramática que con la semántica: es normal que a Pinker le ocurra lo mismo, en la medida en que el significado de las palabras es necesariamente cultural. La teoría más desarrollada de la adquisición del significado de las palabras está asociada a Bruner, y resulta además compatible con la perspectiva conexionista. La explicación reside en el motheresse o lenguaje maternal, el lenguaje que dirigen los adultos a los bebés que van adquiriendo el lenguaje. El motheresse, frente a lo que puede pensarse en primera instancia, no es agramatical sino que respeta la estructura del lenguaje adulto, aunque simplificándola. Por otro lado, el 90% de los nombres que utiliza la madre para designar objetos hacen referencia al objeto completo (lo que facilita que el aprendiz no confunda la palabra "perro" con la "pata" cuando la madre designa al perro). A la vez, la entonación es más marcada al nombrar el objeto que se designa, lo que orienta la atención del aprendiz. Junto a una estructura gramatical simplificada pero correcta, y un uso de palabras "completas" existe un tercer elemento que favorece la adquisición del lenguaje: los formatos. El habla se produce en un entorno de intención comunicativa: una mente desea dirigirse a otra mente, intención que en el caso de la interacción madre-bebé tiende a darse en un formato de relación relativamente pautado en todas las ocasiones, lo que favorece al aprendiz pronosticar y anticipar. En resumen, el input que se ofrece al aprendiz no es la potente gramática generativa (como siempre, los gramáticos confundiendo el habla con sus gramáticas) sino un lenguaje simplificado en entornos pronosticables con una semántica asumible. Bruner fue desdeñado por los innatistas en el ámbito de la adquisición del lenguaje por "pragmático" (en el sentido de que se preocupaba por el uso del lenguaje). En última instancia, tenían acudían a una última argumentación: conforme, el input al aprendiz se simplifica, pero en algún momento se produce una regularización de la lengua (en el sentido de que se dispone de reglas gramaticales, lógicamente no conscientes) en la mente del aprendiz, que permite que el lenguaje del adulto tenga una potencia generadora de construcciones gramaticales infinita. Bruner, aún vivo pero ya mayor, no ha participado en la explosión conexionista, pero allí encuentra la respuesta: un sistema puede comportarse como si dispusiese de reglas sin tenerlas "implementadas" como tales. La capacidad de las redes neurales para reproducir el comportamiento "como si" tuviesen implementadas unas reglas (el gerundio se construye de tal modo, el infinitvo de tal otro) tan solo encontrando regularidades en el input lingüístico que se le ofrece (recordemos, además, simplificado por el lenguaje maternal) hacen innecesaria la hipótesis innatista, o al menos dan un nuevo significado al innatismo: es necesario conocer las limitaciones estructurales del sistema que aprende, pero no es necesario suponer que el conocimiento del lenguaje está en los genes. Y este rechazo del innatismo en los términos utilizados por Pinker es decisivo para todas las restantes argumentaciones y sus corolarios en los temas políticos. La izquierda debe saber, y desde luego la psicología dialéctica era consciente de ello, que no se pueden ignorar las limitaciones que impone el soporte biológico. Pero la derecha no puede invocar el innatismo o la genética como un guía determinista autónomo del entorno que le rodea. |
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