Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
10 de julio del 2004 |
Good Bye, Lenin: Requiem por un sueño
Rosalba Oxandabarat
Para hacer una película así tuvieron que ser suavizadas tanto la euforia inicial como las rispideces sucesivas. Para que fuera algo donde no hubiera lugar para el ajuste de cuentas, el señalamiento de culpas, la caricatura o el "gran discurso". Una historia que abarca a un país y a un régimen -dos- mirada desde un ambiente mínimo y cotidiano: una casa, una familia, un barrio, en una anécdota que contiene a la vez la Historia (la de H grande) inevitable y la negativa, escenificada, a aceptarla, desde la historia con hache chica. Ésta, o las dos, empiezan en 1970, cuando el niño Alex Kerner mira en televisión al astronauta -el único de la RDA- Sigmund Jähn lanzado al espacio en la nave Soyuz 31, el mismo día en que su padre se va al oeste para no regresar. La madre, al principio traumatizada por el abandono, "regresa" de su dolor y dedica su vida al magisterio y a ensanchar el camino solidario inscrito en la teoría socialista. En 1989 sufre un infarto y cae en un largo coma del que despierta cuando ya el muro ha caído. Aquí empieza verdaderamente la trama que puede resumirse en: la mujer no debe ser alterada so pena de volver a caer, ahora mortalmente, y el hijo emprende una febril carrera cotidiana para recrear, en el dormitorio de la madre, el mundo socialista que ella ama y que ya no existe. Esa escenificación y sus ramificaciones -inevitablemente cómicas- contienen los ingredientes de la memoria, del choque creciente entre lo que ya fue y lo que es, de las historias personales entre quienes se adaptan a la nueva realidad y los que quedan al costado, todo movido por el nervio incansable de un amor profundo y total. El amor de Alex (Daniel Brühl), un muchachote robusto con algo de ingenuote, por su madre (Katrin Sass) puede mover montañas. Mueve, para empezar, tachos de basura para obtener los envases de los productos que se consumían en la RDA (pepinos en conserva, café, vino espumante), mueve a vecinos y conocidos y a una hermana menos dispuesta para que formen parte de la farsa, paga a niños para que le canten a su madre las viejas canciones de los pioneros, hace literatura e historia de ficción para entreverar a favor del socialismo los escasos datos de la realidad que la madre llega a percibir. Hasta televisión informativa de ficción puede hacer Alex, con el concurso del amigo con vocación de cineasta, trucando noticieros en los cuales el camarada Honecker aún conserva el poder o el astronauta Jähn -para entonces honesto taximetrista- explica sus experiencias ante un supuesto vasto público. La RDA sigue existiendo y hasta convoca a los alemanes del oeste -¡son ellos los que saltan el muro, hastiados del consumismo!- en la fábula pergeñada por el amor de Alex. Sus ajetreos y los resultados son a la vez pasos de comedia absurda y reflexiones -irónicas y de paso- sobre la posibilidad de la fabricación de noticias, de ilusiones, de mundos. Hay, sin duda, algunas apelaciones convencionales; la estatua de Lenin trasladada por un helicóptero -invocación a una de las imágenes más famosas de Fellini-, el epílogo en una granja familiar a fines del verano -como una asociación chejoviana al revés-, el reencuentro con un padre que resulta el paradigmático emigrado cooptado por una vida ultraburguesa. Pero la película funciona en un doble sentido, el de la comedia nutrida con filos políticos y el de la capacidad de usar esos filos desde la comprensión y el respeto hacia los seres concretos. Un réquiem piadoso por un mundo que significó muchas cosas terribles, pero también, como todo conglomerado humano, contuvo retazos de pequeñas historias nutridas de afecto e ilusiones. Detrás de ese muro -sugiere Good Bye Lenin!-, en el gris paisaje del comunismo a lo germano, vivían gentes comunes y corrientes que no siempre soñaban -o no todas soñaban- con la libertad, el consumo y los nerviosos estímulos que brillaban desde el otro lado, y en consonancia con lo que el régimen brindaba y discurseaba construyeron una vida de la que no renegaron. ¿Nuevo nuevo cine alemán? Wolfgang Becker nació en junio de 1954, estudió en la Universidad de Berlín Libre alemán e historia y literatura americana. Después se matriculó en la Academia Alemana de Cine y Televisión. En 1987, con su película de graduación, Schmetterlinge (Mariposas), la adaptación de un relato de Ian MacEwan, logró el Leopardo de Oro del Festival de Locarno (Suiza) y el Oscar de Hollywood a la mejor película estudiantil. Un lustro más tarde y tras dirigir un capítulo de la serie televisiva Tatort, filmó Kinderspiele (Juegos de niños, 1992) y en 1997 una película que obtuvo gran proyección internacional, Das Leben ist eine Baustelle (La vida en obras). Esta última y Goodbye Lenin! han sido producidas desde X Filme Creative Pool, la compañía que el propio Becker fundó con Tom Twyker, director de Corre, Lola, corre. Goodbye Lenin!, que tuvo en su propio país 5 millones de espectadores, fue premiada el pasado febrero en la Berlinale con El Ángel Azul, es candidata el 6 de diciembre a los galardones del cine europeo (EFA) y optará a ser elegida para la nominación por Alemania entre los cinco filmes que podrán aspirar al Oscar en la categoría de mejor película en habla no inglesa. El presupuesto bordeó los 5 millones de euros y recaudó 40 antes de su proyección internacional. En Estados Unidos se programó en 400 salas, distribuida por Warner Brothers. Lejanos ya los días en que impactaron los filmes de la generación de los setenta (Wenders, Von Trotta, Herzog, Schlondörff), lejana ya incluso la muerte de Fassbinder, una nueva generación de cineastas alemanes -además de Becker y Twyker, Carolina Link, Sandra Nettelbeck, Faith Akin, Andreas Dresen- parece ir sentando las bases de un cine comercial que se abre paso hacia las pantallas internacionales, alivianado del peso traumático de la culpa y los traumas del pasado. Algunos conceptos vertidos por Wolfgang Becker sobre su filme: o "Lo que ambos (el guionista Bernd Lightenberg y el mismo Becker) tuvimos claro como normas de hierro es que no se trataba de una película nostálgica, ni burlona hacia sus protagonistas o hacia el pasado que quieren reconstruir para evitar la muerte de la madre. Hemos realizado una mirada comprensiva hacia gentes que amaban su estilo de vida, creían en sus ideales y se amaban. Es una mirada a esa Alemania que ya no existe desde una pequeña habitación y unos seres humanos que realizan actos de farsa para salvar a un ser querido. Y el humor es la parte central de cada situación." o "Creo que haberla hecho incluso unos pocos años después de la desaparición de la República Democrática y la posterior reunificación hubiera sido posible... para otra película, pero no para ésta. Recuerde que a la reunificación siguió un ambiente generalizado de extrema euforia y entusiasmo. Pero casi inmediatamente y por razones económicas y sociales, se abrió paso un fuerte pesimismo. Y al sentimiento del hermanamiento siguió el de la desconfianza. Y se reprodujeron los clichés de los invasores del este y los arrogantes capitalistas occidentales. La distancia sobre aquellos acontecimientos creo que es una de las claves de la película, porque toda buena comedia tiene un trasfondo muy serio." o "Mire, la vida bajo el comunismo alemán fue austera y dura, pero he encontrado gentes que me han contado que fueron felices porque sus padres se querían y querían a sus hijos, que su primer beso y amor fueron perfectos, que vivieron vidas buenas y que siguieron sus ideales. He querido retratar que también detrás de aquellas imágenes rígidas y austeras hubo una especie de inocencia. Y, de hecho, los personajes de la película recrean una República Democrática alemana más amable, idealista e inocente de lo que fue la oficial." |
||