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La insignia
20 de enero del 2004


Entrevista con Nelson Pereira dos Santos

Las frescas raíces de Brasil


Rosalba Oxandabarat
Brecha. Uruguay, enero del 2004.


Fue homenajeado en el Festival de Mar del Plata 2003, que entre este reconocimiento y el filme elegido para la inauguración -Ciudad de Dios- pareció marcar un decidido perfil de acercamiento al cine de Brasil, y, en Nelson Pereira dos Santos, a la herencia ya casi mítica de aquel que se hacía en los años sesenta y setenta.


No puede evitar, Pereira dos Santos, que le pregunten por Glauber Rocha, por el cinema novo, que le recuerden una y otra vez que el Macunaima de Joaquim Pedro de Andrade fue el gran triunfador de Mar del Plata 1970, que lo halaguen por Vidas secas, Tienda de los milagros o Memorias de la cárcel.

Es que este hombre es como la historia del cine brasileño. Además de director, fue asistente de dirección, montajista, productor, guionista -de sus propias películas- y también actor. Realizó casi 20 cortos, mediometrajes y documentales entre 1950 y 2002, 17 largometrajes entre 1954 y 1995, una producción tan atenta a las artes y la literatura como a los movimientos sociales y políticos de Brasil.

Aquel pasado fermental y fundador lo rodea, diríase que lo persigue. A los 76 años, jovial y afectuoso, personaje vivo de una leyenda que ya no es arqueología pues parece nutrir, a distancia, las múltiples búsquedas de otro nuevo cine brasileño, Pereira dos Santos no insiste en poner aquel pasado con tantos laureles como contraste para las nuevas generaciones. Como si simplemente "lo llevara puesto" se integra a un presente que lo encuentra, todavía, lleno de esperanzas.

A BRECHA le tocó el encuentro con el maestro cuando ya había atendido tres entrevistas, pero no se mostró ni cansado ni apurado; sólo el insensible reloj marcó el final: más periodistas esperaban.


-Usted ha hecho una miniserie sobre Casa grande e senzala, de Gilberto Freyre.

-Ah, qué bueno, alguien que la vio. Porque todos me preguntan por las cosas del pasado. ¿Porque usted vio la serie, no?

-No, no la vi. No la pasaron en ningún lado en Uruguay. Leí en un diario brasileño que la estaba haciendo.

-Bueno, qué pena... Es problemático lo de la distribución cuando se trabaja para la televisión -queda pensando.

-Podría mandarme un video, ¿no? No a mí, digo, a la Cinemateca Uruguaya.

-Claro, cómo no... (acuérdese, maestro).

-Mientras tanto, me interesaría saber cómo pudo trabajar un libro que es a la vez historia y ensayo para adaptarlo al lenguaje audiovisual.

-Para trabajarlo dividí el asunto en cuatro capítulos. El primero es una biografía de Freyre y a la vez la génesis de la obra, en ese tiempo fermental que es el Brasil de los años treinta. Luego vienen los siguientes tres capítulos que son así: uno dedicado al tema de los negros, otro al del portugués, y otro al del indio. Conté con la ayuda invalorable de un asesor de la Fundación Gilberto Freyre, un hombre que lo conoció: Edson Nery. Tenía 90 años en la época en que yo preparaba la serie, y conocía al autor, y al libro, al derecho y al revés. Era, además, un hombre muy alto, como de dos metros, bellísimo, y se me ocurrió un día, escuchándolo, que él sería el narrador ideal para la serie. Entonces, en cada capítulo, él cuenta la historia a una muchacha distinta, que es como la alumna, la gente joven que quiere saber. En el capítulo dedicado al indio, la muchacha es una negra, en el de los portugueses, la muchacha es una india, y en el dedicado a los negros, la muchacha es una portuguesita, blanca y de ojos claros. Entonces obtuve el cruce visual entre el relato, que como sabes se ocupa de la contribución de las tres vertientes a la constitución del Brasil, con la presencia real de las chicas.

-Pero además, su último trabajo es sobre Raízes do Brasil, de Sergio Buarque de Hollanda. ¿Cómo es esa serie?

-Aquí usé, me vino muy bien, una cronología que dejó el propio Sergio Buarque, muy detallada y muy graciosa, porque él era un estupendo escritor. Hice dos capítulos, el primero es una suerte de retrato cercano hecho por su familia, su viuda, que es una mujer brillante de más de 90 años, sus siete hijos -sí, también Chico- y sus 14 nietos.

-No parece corriente trabajar sobre libros que no son ficción sino ensayos de historia y sociología. Pero en su caso, no resulta nada casual que se haya ocupado de Freyre y de Sergio Buarque.

-Para nada. En el Brasil de los años treinta se puede decir que empieza una revolución profunda. Fue allí cuando un grupo pequeño pero brillante de intelectuales comienza a preguntarse: ¿qué es ser brasileño? Porque hasta entonces se decía que el brasileño es la combinación de tres razas tristes: el portugués, el negro, el indio, y se decía como con vergüenza, lo bueno era lo europeo, lo blanco, y lo nuestro era una fatalidad. Fue entonces que Gilberto Freyre dijo: al contrario, la mezcla de esos tres grupos es una ventaja, no una maldición. Esa mezcla posibilitó todo, la poesía, el arte, la escritura, la maravillosa cocina brasileña. Yo admiro mucho Casa grande e senzala. Algunos conceptos científicos de la época están superados hoy, claro, pero ideológicamente creo que no le erró, en absoluto.

-¿Y en cuanto a Sergio Buarque?

-Buarque de Hollanda es el primero que denunció que teníamos que separarnos de la raíz ibérica de Brasil. Esa raíz se manifestó aquí en hacernos individualistas, muy varones, muy machistas, educados para mandar o para obedecer. Así creamos dictaduras siempre que sea posible, y luego obedecemos como esclavos. Pero cuando vienen los inmigrantes de todas partes, italianos, chinos, alemanes, japoneses, polacos e incluso otros portugueses que ya no son los de la colonia, todo empezó a cambiar. Se rompió la cultura de que no hay que trabajar porque para eso están los esclavos. Sergio Buarque dice que hay que romper con esa cultura, y ese rompimiento empezó gracias al aporte inmigrante, pero no está completo, está en proceso. También Buarque se opuso a ese determinismo del clima como algo que condiciona la actitud cultural y el trabajo, que es un invento bien europeo según el cual si un clima es cálido, pues está bien para bailar y tocar el tambor pero no para trabajar.

-Ha pasado de todo en el cine brasileño desde los tiempos de Embrafilme, su liquidación, el proceso de recuperación, y ahora parece que vuelve a haber un cine brasileño rico, fuerte y variado. ¿A qué atribuye esos cambios y ese renacimiento?

-Es que el cine no es más que una ventana a través de la cual se ve, directa o indirectamente, una sociedad. Y la sociedad brasileña, con todas sus injusticias y miserias, es una sociedad en estado de efervescencia, por eso que te decía de que está viviendo una revolución...

-¿La que empezó en los años treinta?

-En realidad empezó antes, con la abolición de la esclavitud, sólo que no se había tomado conciencia de eso.

-Las relaciones del cine con el Estado en Brasil han conocido distintas etapas. ¿Extraña la del reinado de Embrafilme?

-Bueno, al comienzo las relaciones del cine con el Estado en el Brasil pasaban sólo por la censura. Esa cosa como de curas, que había que cuidar al público, pobrecito, para que no viera ciertas cosas. Rio 40 grados fue prohibido, en su tiempo. Después el Estado pasó a querer ocuparse de todo, la producción, la distribución, la exhibición, con Embrafilme. Era proteccionismo al cien por ciento con dinero público. No creo que sea eso, hoy, lo deseable. Y luego de la liquidación de Embrafilme por Collor de Mello -hace gesto de tocar madera, y agrega: "ni quiero nombrarlo"- aparecieron leyes de incentivo cultural, leyes de incentivo fiscal, de modo que las empresas o los individuos pueden volcar el 3 por ciento de sus impuestos para el cine. Eso dio resultado, porque ahora se están haciendo entre 40 y 50 películas al año, y con un panorama muy variado.

-¿Cree que existe algún tipo de parentesco en el cine que se hace hoy en Brasil y el que se hace en el resto de América Latina?

-Creo que los temas son próximos porque las sociedades nuestras lo son, mas allá de los matices regionales. Yo veo que se está dando, en general, una búsqueda de las raíces propias, no sólo en los temas sino también en los medios expresivos, que ya no se copia a Europa o Estados Unidos como antes. Así hay filmes argentinos que se exhiben en Brasil y logran una gran identificación en el público. Lamentablemente vemos poco los unos de los otros, como casi siempre pasó, sólo llegan las películas que distribuyen las grandes cadenas estadounidenses.

-Después de toda una carrera, ¿por qué piensa usted que hace cine?

-Porque es un placer hacerlo. Y porque pretendo por él trasmitir lo que yo recibí de los que yo llamo nuestros dioses culturales, los grandes escritores, los grandes artistas, los grandes músicos brasileños. Pero debo decir que el neorrealismo italiano fue el gran disparador, el que nos mostró que se podía hacer gran cine saliendo a la calle, con actores no profesionales, encontrando las cosas allí donde sucedían. Tenemos, todos, una gran deuda con el neorrealismo.

-¿Cree que la televisión, en el caso de Brasil, aportó algo al cine?

-Hay siempre una relación de oposición y combinación con la televisión. La televisión no desciende del cine, en realidad es hija de la radio y es pagada por la publicidad, que por su misma esencia favorece lo tradicional y el consumo. En cambio el cine siempre está tentando, y es su deber, romper los límites. Pero en el caso de Brasil la televisión ayudó en algunas cosas. Por ejemplo, en la formación de los actores, en agilizar su relación con la cámara. Antes teníamos que buscar los actores entre la gente de teatro, y no es lo mismo, hay que trabajar mucho hasta que se adaptan. También la televisión contribuyó al fogueo de los técnicos. En cambio, el cine le dio a la televisión sobre todo la dramaturgia, grandes guionistas que enriquecieron las telenovelas.

-Última. ¿Qué piensa de Gilberto Gil como ministro de Cultura?

-Espero lo mejor, de él y también de su equipo, que es excelente. Y creo que a este gobierno le importa mucho la cultura, que trabajará mucho por ella. Hay que aprovechar la mudanza... aunque sin pensar que todo se va a hacer en dos días. Los cambios reales llevan tiempo. En fin. Yo pertenezco a una generación que siempre creyó que es posible transformar la sociedad, y todavía lo sigo creyendo.



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