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La insignia
11 de enero del 2004


Uruguay

Imágenes en conflicto


Rosalba Oxandabarat
Brecha. Uruguay, enero del 2004.


¿Es la televisión un reflejo -estilizado, deformado, aumentado, disminuido- de la vida? Hay que recordar que, pese a las apariencias -pantalla, lenguaje visual- la televisión es más hija de la radio que del cine. (Usurpó su lugar, o lo compartió con ella, y le quedó la herencia del mucho hablar; desde los noticieros hasta las telenovelas, de los periodísticos al humor, las posibilidades de la visualidad siempre resultan tímidas e insuficientes frente a la predominancia de lo verbal.) La radio vive como ningún otro medio de las ventajas -y desventajas- de la inmediatez, de lo directo, de la simultaneidad o casi, situación que la televisión comparte, al menos en algunos de sus espacios.

Pero además, el enorme alcance e impacto de la televisión proyecta, directamente o por contraste, lo que sucede en lo social, sea por aproximación o por deformación. La búsqueda del ranking obliga. Consideraciones todas que nacen del contraste producido en Canal 12 con el mero arranque de 2004. Primera semana del año, lunes 5, víspera de Reyes. Nueva versión de los eternos Verano del... de ese canal, programas donde lentamente han cambiado los conductores -¿locutores, animadores, periodistas?- pero no el formato ni el centro de interés, ni el estilo ni el espíritu que los anima. Vemos el puerto de Punta del Este con sus yates. Las hermosas modelos -cada vez más jóvenes: la "lolitez" arrasa con el deseo y trepa a cualquier lado, también a las pasarelas- desfilando. Los cuerpos en la playa -mujeres esbeltas, of course-, y algún nenito para el toque tierno. Un nuevo hotel cinco estrellas -¿habré escuchado mal o es cierto que los precios de las habitaciones van desde 450 dólares a 5.500?-, pero, menos mal, no es gótico ni mudéjar como tanto mamarracho de lujo, sino de imponente y aristocrática arquitectura. Chicos y chicas entrevistados en "la noche de La Barra", regios, felices, declarando cosas tan removedoras como "bárbaro", "genial", "está de más". Se me superponen las imágenes irónicas y maliciosas del documental Balnearios, un hallazgo de la nueva camada de realizadores argentinos, para aclararme que sí es posible que el turismo y la inteligencia hagan algún punto de encuentro. No es el caso. Verano del... es para ver cómo veranean los que se suponen ricos y famosos en la belleza de los paisajes esteños, y ese cómo comporta velocidad, música, ritmo de videoclip: la dolce vita es una "movida" -nunca tan bien aplicado el término- donde nada reposa ni deja de brillar un solo segundo, y el que piensa, pierde.

En seguida, mismo canal, una nueva serie brasileña. Empieza con un inquietante paralelo entre una muchacha que da a luz en un avión, donde encuentra por suerte la asistencia de dos médicas -Eva Willma, la mayor, Patricia Pillar, la joven-, y la violación en un estacionamiento a otra muchacha. Ella resulta ser empleada de la clínica de maternidad donde trabaja la doctora mayor, y donde va a trabajar, a partir de ese conocimiento profesional y humano, la doctora más joven. En líneas divergentes, este primer capítulo muestra la situación de la muchacha que dio a luz y logra -por intermedio de la doctora mayor, claro- armar su pareja con el también joven padre de la criatura desafiando convenciones familiares, y la situación de la muchacha violada, que resultó embarazada. Esta chica quiere ocultar lo que le sucedió, se aisla en su pánico, toma a la vez un abortivo y un montón de calmantes que robó de la clínica. En un solo capítulo la serie se las arregla para mostrar -con esa soltura y sentido dramático que tan bien cultiva la televisión brasileña de ficción- un asunto atroz, vigente y no resuelto, y los dilemas que se presentan a la directamente interesada y a quienes son sus próximos, empezando por los médicos. La doctora joven se ofrece, abiertamente, a practicar un aborto a la muchacha embarazada en el acto de agresión. Después no será necesario -al precio de casi llevarse a la madre con el feto-, pero el asunto quedó expuesto ahí, con sencillez, efectividad y fuerza.

Todavía resuena en Argentina el caso de la jovencita de Bahía Blanca que pelea por la interrupción de su embarazo producto de la violación de su padrastro. La ley le propone como solución a esta adolescente de 14 años que continúe con la gestación para luego entregar al niño en adopción. El lenguaje se revela solo: "Un juez correccional borra de un plumazo el gesto violento que legó en ese vientre una vida no deseada y denomina a la chica violada como 'madre en conflicto'. El juez José Luis Ares, además, le niega la posibilidad del aborto terapéutico que aconsejó el Comité de Bioética del Hospital Penna de Bahía Blanca, comprendiendo el riesgo psíquico y físico que implica para alguien de 14 años cargar con un embarazo no deseado y el consecuente hijo concebido en un acto violento. El juez Ares sentenció: es cierta la afectación que sufre la menor, y sí, se vislumbra 'la posibilidad de un riesgo", pero 'el aborto no es el único medio para solucionar' el caso. Sugirió, en cambio, que un juzgado de menores se hiciera cargo 'del control y la asistencia psicológica y psiquiátrica de la menor'. El doctor Alberto Taranto, director del hospital que se negó a practicar el aborto terapéutico sugerido por su propio Comité de Bioética, hizo gala de una sensibilidad y un conocimiento de causa envidiables cuando evaluó la situación: 'Acá decidimos por el mal menor, el daño a la chica ya está hecho'. Y por eso, porque el poder médico tiene el poder de decisión sobre cómo ha de continuar una vida ya dañada, el señor director explicó: 'El hecho de que tenga o no al bebé no le va a reparar demasiado el daño'", escribe Soledad Vallejos en Página 12.

Como saltando a otra dimensión después de los meneos puntaesteños, la serie brasileña planta de un plumazo algo que no está resuelto aún ni en Argentina ni en Uruguay, y seguramente tampoco en Brasil. Algo que sigue cobrando víctimas mientras el poder -incluido el médico- elige víctimas mayores y víctimas menores y van quedando vidas deshechas de muchachas en un reguero de dolor y frustración no debidamente cuantificado. En el clima actual que rodea toda polémica sobre el aborto, aun en casos tan extremos y dolorosos, no deja de ser altamente significativo que, no en un encuentro feminista o un simposio de profesionales, sino en un producto de gran consumo popular sea precisamente una de las protagonistas -personaje diseñado para la identificación y simpatía de buena parte de la audiencia- la que salte con toda claridad y decisión por la opción de eliminar el embarazo forzado.

Es cierto, la ficción tranquiliza, porque -al revés de lo que sucede en la vida real- aparece allí quien comprenda y quien componga. Los guionistas suelen ser más compasivos que los jueces y los médicos. Pero la ficción, en este caso, aparece decididamente del lado de la muchacha violada, y no es asunto menor: por cómo fue filmada la agresión, por cómo sigue sus pasos angustiados y avergonzados, por cómo enseña su soledad en el autoencierro para negar y ocultar a los otros lo que le pasa (hay que ver, en la terminología usada en la vida real ante los casos de violación, la ambigüedad que echa sobre las víctimas, al menos en forma de duda, parte de la responsabilidad por el hecho). Una serie de consumo masivo puede ir más allá que buena parte de la ley, el orden y la medicina.

Pero sigue siendo la ficción, una forma de hacer televisión (hay otras). ¿Qué pasa en la vida real, y en otra televisión? Dejemos la voz, y el final, a la periodista de Página 12: "La niña de Bahía Blanca sigue adelante con el embarazo. Es lógico: resulta difícil pensar estos temas en un país cuya televisión presenta sketchs que convierten la violencia sexual en chistes de muchachos".



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