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5 de enero del 2004 |
Luces de Bohemia
Transcripción para La Insignia: C.B./J.G.
Escena V
Zaguán en el Ministerio de la Gobernación. Estantería con legajos. Bancos al filo de la pared. Mesa con carpetas de badana mugrienta. Aire de cueva y olor frío de tabaco rancio. Guardias somnolientos. Policías de la Secreta -hongos, garrotes, cuellos de celuloide, grandes sortijas, lunares rizosos y flamencos-. Hay un viejo chabacano -bisoñé y manguitos de percalina- que escribe, y un pollo chulapón de peinado reluciente, con brisas de perfumería, que se pasea y dicta humeando un veguero. Don Serafín, le dicen sus obligados; y la voz de la calle, Serafín El Bonito.
Leve tumulto, dando voces, la cabeza desnuda, humorista y lunático, irrumpe Max Estrella. Don Latino le guía por la manga, implorante y suspirante. Detrás asoman los cascos de los guardias. Y en el corredor se agrupan, bajo la luz de una candileja, pipas, chalinas y melenas del modernismo.
Max: ¡Traigo detenida una pareja de guindillas! Estaban emborrachándose en una tasca y los hice salir a darme escolta. Serafín El Bonito: Corrección, señor mío. Max: No falto a ella, señor delegado. Serafín El Bonito: Inspector. Max: Todo es uno y lo mismo. Serafín El Bonito: ¿Cómo se llama usted? Max: Mi nombre es Máximo Estrella. Mi seudónimo, Mala Estrella. Tengo el honor de no ser académico. Serafín El Bonito: Está usted pasándose. Guardias, ¿por qué viene detenido? Un guardia: Por escándalo en la vía pública y gritos internacionales. ¡Está algo briago! Serafín El Bonito: ¿Su profesión? Max: Cesante. Serafín El Bonito: ¿En qué oficina ha servido usted? Max: En ninguna. Serafín El Bonito: ¿No ha dicho usted que es cesante? Max: Cesante de hombre libre y pájaro cantor. ¿No me veo vejado, vilipendiado, encarcelado, cacheado e interrogado? Serafín El Bonito: ¿Dónde vive usted? Max: Bastardillos. Esquina a San Cosme. Palacio. Un guindilla: Diga usted casa de vecinos. Mi señora, cuando aún no lo era, habitó un sotabanco de esa susodicha finca. Max: Donde yo vivo, siempre es un palacio. El guindilla: No lo sabía. Max: Porque tú, gusano burocrático, no sabes nada. ¡Ni soñar! Serafín El Bonito: ¡Queda usted detenido! Max: ¡Bueno! Latino, ¿hay algún banco donde pueda echarme a dormir? Serafín El Bonito: Aquí no se viene a dormir. Max: ¡Pues yo tengo sueño! Serafín El Bonito: ¡Está usted desacatando mi autoridad! ¿Sabe usted quién soy yo? Max: ¡Serafín El Bonito! Serafín El Bonito: ¡Como usted repita esa gracia, de una bofetada, le doblo! Max: ¡Ya se guardará usted del intento! ¡Soy el primer poeta de España! ¡Tengo influencia en todos los periódicos! ¡Conozco al ministro! ¡Hemos sido compañeros! Serafín El Bonito: El señor ministro no es un golfo. Max: Usted desconoce la historia moderna. Serafín El Bonito: ¡En mi presencia no se ofende a Don Paco! Eso no lo tolero. ¡Sepa usted que Don Paco es mi padre! Max: No lo creo. Permítame usted que se lo pregunte por teléfono. Serafín El Bonito: Se lo va usted a preguntar desde el calabozo. Son Latino: Señor inspector, ¡tenga usted alguna consideración! ¡Se trata de una gloria nacional! ¡El Víctor Hugo de España! Serafín El Bonito: Cállese usted. Don Latino: Perdone usted mi entrometimiento. Serafín El Bonito: ¡Si usted quiere acompañarlo, también hay para usted alojamiento! Don Latino: ¡Gracias, señor inspector! Serafín El Bonito: Guardias, conduzcan ustedes ese curda al número 2. Un guardia: ¡Camine usted! Max: No quiero. Serafín El Bonito: Llévenle ustedes a rastras. Otro guardia: ¡So golfo! Max: ¡Que me asesinan! ¡Que me asesinan! Una voz modernista: ¡Bárbaros! Don Latino: ¡Que es una gloria nacional! Serafín El Bonito: Aquí no se protesta. Retírense ustedes. Otra voz modernista: ¡Viva la Inquisición! Serafín El Bonito: ¡Silencio o todos quedan detenidos! Max: ¡Que me asesinan! ¡Que me asesinan! Los guardias: ¡Borracho! ¡Golfo! El grupo modernista: ¡Hay que visitar las redacciones! Sale en tropel el grupo. Chalinas flotantes, pipas apagadas, románticas greñas. Se oyen estallar las bofetadas y las voces tras la puerta del calabozo. Serafín El Bonito: ¡Creerán esos niños modernistas que aquí se reparten caramelos! ***
Escena VI
El calabozo. Sótano mal alumbrado por una candileja. En la sombra se mueve el bulto de un hombre. -Blusa, tapabocas y alpargatas.- Pasea hablando solo. Repentinamente se abre la puerta. Max Estrella, empujado y tropicando, rueda al fondo del calabozo. Se cierra de golpe la puerta.
Max: ¡Canallas! ¡Asalariados! ¡Cobardes! Voz fuera: ¡Aún vas a llevar mancuerna! Max: ¡Esbirro! Sale de la tiniebla el bulto del hombre morador del calabozo. Bajo la luz se le ve esposado, con la cara llena de sangre. El preso: ¡Buenas noches! Max: ¿No estoy solo? El preso: Así parece. Max: ¿Quién eres, compañero? El preso: Un paria. Max: ¿Catalán? El preso: De todas partes. Max: ¡Paria!... Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora. El preso: Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés, y a orgullo lo tengo. Max: ¿Eres anarquista? El preso: Soy lo que me han hecho las leyes. Max: Pertenecemos a la misma Iglesia. El preso: Usted lleva chalina. Max: ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos. El preso: Usted no es proletario. Max: Yo soy el dolor de un mal sueño. El preso: Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos. Max: Yo soy un poeta ciego. El preso: ¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero. Max: Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol. El preso: No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de los escombros otro concepto de la propiedad y el trabajo. En Europa, el patrón de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo! Max: ¡Barcelona es cara a mi corazón! El preso: ¡Yo también la recuerdo! Max: Yo le debo los únicos goces en la lobreguez de mi ceguera. Todos los días, un patrón muerto, algunas veces, dos... Eso consuela. El preso: No cuenta usted los obreros que caen... Max: Los obreros se reproducen populosamente, de un modo comparable a las moscas. En cambio, los patrones, como los elefantes, como todas las bestias poderosas y prehistóricas, procrean lentamente. Saulo, hay que difundir por el mundo la religión nueva. El preso: Mi nombre es Mateo. Max: Yo te bautizo Saulo. Soy poeta y tengo derecho al alfabeto. Escucha para cuando seas libre, Saulo. Una buena cacería puede encarecer la piel de patrón catalán por encima del marfil de Calcuta. El preso: En ello laboramos. Max: Y en el último consuelo, aun cabe pensar que exterminando al proletario también se extermina al patrón. El preso: Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo barcelonés. Max: No me opongo. Barcelona semita sea destruida, como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano. El preso: Estoy esposado. Max: ¿Eres joven? No puedo verte. El preso: Soy joven. Treinta años. Max: ¿De qué te acusan? El preso: Es cuento largo. Soy tachado de rebelde... No quise dejar el telar por ir a la guerra y levanté un motín en la fábrica. Me denunció el patrón, cumplí condena, recorrí el mundo buscando trabajo, y ahora voy por tránsitos, reclamado de no sé qué jueces. Conozco la suerte que me espera: Cuatro tiros por intento de fuga. Bueno. Si no es más que eso... Max: ¿Pues qué temes? El preso: Que se diviertan dándome tormento. Max: ¡Bárbaros! El preso: Hay que conocerlos. Max: Canallas. ¡Y ésos son los que protestan de la leyenda negra! El preso: Por siete pesetas, al cruzar un lugar solitario, me sacarán la vida los que tienen a su cargo la defensa del pueblo. ¡Y a esto llaman justicia los ricos canallas! Max: Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime. El preso: ¡Todos! Max: ¡Todos! ¿Mateo, dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España? El preso: Señor poeta que tanto adivina, ¿no ha visto usted una mano levantada? Se abre la puerta del calabozo, y El llavero, con jactancia de rufo, ordena al preso maniatado que le acompañe. El llavero: Tú, catalán, ¡disponte! El preso: Estoy dispuesto. El llavero: Pues andando. Gachó, vas a salir de viaje de recreo. El esposado, con resignada entereza, se acerca al ciego y le toca el hombro con la barba. Se despide hablando a media voz. El preso: Llegó la mía... Creo que no volveremos a vernos... Max: ¡Es horrible! El preso: Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa prensa canalla? Max: Lo que le manden. El preso: ¿Está usted llorando? Max: De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano.
Se abrazan. El carcelero y el esposado salen. Vuelve a cerrarse la puerta. Max Estrella tantea buscando la pared, y se sienta con las piernas cruzadas, en una actitud religiosa, de meditación asiática. Exprime un gran dolor taciturno el bulto del poeta ciego. Llega de fuera tumulto de voces y galopar de caballos.
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