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1 de enero del 2004 |
Max Aub
Cuando Juan salió al campo, aquella mañana tranquila, la montaña ya no estaba. La llanura se abría nueva, magnífica, enorme, bajo el sol naciente, dorada.
Allí, de memoria de hombre, siempre hubo un monte, cónico, pelado, sucio, terroso, grande, inútil, feo. Ahora, al amanecer, había desaparecido. Le pareció bien a Juan. Por fin había sucedido algo que valía la pena, de acuerdo con sus ideas.
-Ya te decía yo- le dijo a su mujer. |
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