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10 de agosto del 2004 |
Identidades populares y glorificación de la pobreza
Mario Roberto Morales
El sábado 7 de agosto, murió en México el conocido director de cine Ismael Rodríguez, responsable de la creación de mitos cinematográficos como el de Pedro Infante, María Félix, Tin-Tan, María Victoria, Chachita y otros. La prensa local le rinde homenaje como "el cineasta del pueblo mexicano", y recuerda, entre sus muchas películas, la mítica trilogía: Nosotros los pobres (1947), Ustedes los ricos (1948) y Pepe el Toro (1952), todas con un Pedro Infante que por medio de ellas se convirtió en el icono del espíritu popular mexicano, según valores como el machismo, la pasión romántica, la honradez y… la pobreza.
Rodríguez es quizá el principal responsable de la interiorización que amplísimos conglomerados populares latinoamericanos hicieran de la pobreza como un valor que, moralmente, sitúa a los pobres por encima de los ricos y que, precisamente por su vida de privaciones, están más acerca de Dios que aquellos. Todo lo cual, Rodríguez identificó con el alma popular mexicana y, por extensión (México era y es un gran exportador de imágenes hacia el resto de América Latina), con el alma popular hispanoamericana. Perfectamente consecuente con el populismo del PRI y con un cine oficialmente subvencionado que buscaba insuflar nacionalismo y orgullo identitario mexicano por encima de las diferencias etnoculturales y mediante la idealización paternalista de los indígenas, Rodríguez se las ingenió para inventar una noción de "pueblo" que se equivalía con pobreza, honradez y beatitud, creando también con ello un catártico mecanismo de ilusoria compensación colectiva por las profundas desigualdades sociales de México. Al hacer esto, logró tocar fibras del paternalismo europeo hacia la pobrería y el subdesarrollo latinoamericanos, por ejemplo, con su película Tizoc (1956), la historia melodramática de un indio (Pedro Infante) que se enamora de una "blanca" (María Félix), filme al que le fue otorgado el Oso de Plata del Festival de Cine de Berlín. Pero aparte de que Rodríguez fundara el axioma que identificó pobreza con dignidad, machismo, hembrismo, beatitud y superioridad sobre los ricos, sus películas, en especial la trilogía mencionada, rescataron genuinas formas de ser y hablar del populacho urbano del Distrito Federal, tan impresionantemente creativo a la hora de jugar con las palabras en los albures, los dicharachos y los refranes. Su glorificación de la pobreza en el marco de un Estado populista incapaz de elevar el nivel de vida de toda su población, sirvió de lenitivo nacionalista en un México que se identificó con sus mariachis, sus cantantes, sus estrellas de cine, y con la versión que del pueblo veía magnificado en la pantalla. Sin duda, Rodríguez dio con una exitosa fórmula ideológica para cohesionar socialmente, legitimar políticamente y dar identidad cultural a un pueblo tan pujante como el mexicano y, por extensión, a los pueblos hispanoamericanos. Aunque a estas alturas los latinoamericanos sabemos muy bien el precio que se paga por abrazar el entusiasmo de los populismos, el caso de México es ejemplar en cuanto al impulso estatal a la creación cultural y la industria del espectáculo. Gracias a eso, y a pesar de que hoy por hoy esa industria está privatizada, México es el único país hispanoamericano que mantiene una pujante industria del entretenimiento, cuyos productos exporta, para bien y para mal, a toda la América Latina y a las ciudades latinoamericanas más grandes de Estados Unidos, como Los Ángeles, Chicago, Nueva York y otras. En tanto que la cultura popular latinoamericana sigue girando en torno al eje lacrimógeno del melodrama, esa industria no cesa de tener impacto masivo, por lo que es una lástima el sacrificio que suele hacer de la calidad artística de sus productos. El bolero, la telenovela, la canción ranchera y la glorificación de la resignada pobrería y el alegre populacho -sello inequívoco de la industria cultural de México y de su "identidad"- son en gran parte responsabilidad de ese extraordinario cineasta que fue Ismael Rodríguez (QEPD). (*) También publicado en Siglo Veintiuno y A fuego lento |
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