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12 de septiembre del 2003 |
Salvador Allende, 30 años
El Siglo / La Insignia. Chile, septiembre del 2003.
La diputada Isabel Allende aseguró recientemente que durante 17 años estuvo convencida que su padre, el Presidente Salvador Allende, fue asesinado por los militares que lo derrocaron en 1973. Aseguró además que sólo tras la exhumación de sus restos, en 1990, admitió el suicidio como la forma de su muerte.
Hoy Isabel Allende es presidenta de la Cámara de Diputados de su país y publica sus declaraciones en "El Mercurio", el vocero más calificado de la derecha chilena y cómplice en su momento de la tragedia del 73. Se dice que el tiempo restaña todas las heridas, y eso puede ser verdad. Pero tiene un límite. No debe borrar de la conciencia de las personas su sentido de realidad ni su conciencia. Isabel, y todas las personas que piensan como ella, debieran admitir que hay muchas formas de matar a un hombre. Una de ellas, es obligarlo a pegarse un tiro. Los sucesos que ocurrieron en La Moneda hace 30 años pueden ser motivo de prolija investigación. Nada, sin embargo, borrará de la conciencia de los pueblos la imagen de un Presidente combativo y heroico que enfrentó con las armas en la mano los últimos momentos de una vida -la suya- que inmoló en defensa de los intereses de su pueblo. Muy pronto se cumplirán 30 años de lo ocurrido en septiembre del 73. Muchos acontecimientos se recuerdan en una misma fecha. Es, en efecto, el 30 aniversario del golpe fascista, el 30 aniversario de la caída del gobierno de la Unidad Popular, de la muerte de Allende, del brutal asesinato de centenares de chilenos que murieron en las calles y en las poblaciones, de la detención de miles más que fueron confinados en centros clandestinos de reclusión y luego torturados y asesinados. Para los peruanos, el 11 de septiembre de 1973 fue un día aciago. Una advertencia de lo que preparaba el imperialismo en el concierto latinoamericano contra quienes osaban levantar su voz y enfrentar su dominio. El fascismo en Chile no fue ciertamente el primer paso en la lucha del gran capital contra los pueblos. Ya había ocurrido, en marzo de 1964, el golpe de Estado de los militares de la Escuela Superior de Guerra del Brasil, liderado por Castello Branco. Y siete años después, la sangre había corrido por las calles de La Paz, cuando los militares golpistas dieron al traste con el régimen progresista de Juan José Torres. Y en junio del mismo 73, la tradicional sociedad de Uruguay -la Suiza de América- había caído abatida por los sables. Se trataba entonces de un nuevo paso en la estrategia que se afirmaría en el Perú con la caída de Velasco Alvarado, y con el zarpazo fascista de Videla en Argentina. El 11 de septiembre, entonces, no es sólo un aniversario. Es también un símbolo porque después fueron cambiando las cosas y ahora muchos de los asesinos de ayer viven en la antesala de sus condenas. En muchos lugares se ha afirmado en efecto la conciencia de los pueblos, pero también en algunos subsiste el temor, la inconsecuencia y el oportunismo. Sólo eso puede explicarnos una declaración reciente atribuida a Ricardo Lagos, el hoy Presidente de Chile, quien asegura que habría sido mejor un Allende en el exilio. Lo que algunos no perdonan a Salvador Allende es su conducta resuelta, su firmeza, su alianza con los comunistas, su capacidad de sacrificio, que llega mucho más allá de lo que esperan quienes hablan de su recuerdo y traicionan su memoria. Allende no podría ser traicionado por los pueblos, del mismo modo como tampoco será olvidado por quien tenga la conciencia clara y el corazón ardiente. |
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