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La insignia
10 de noviembre del 2003


Acto primero, escena tercera

Ricardo III


William Shakespeare
Transcripción para La Insignia: C.B.


Acto primero
Escena tercera

(Londres. Un salón de Palacio)

Entran la Reina Isabel, Rivers y Grey

Rivers: Tened paciencia, señora: no hay duda de que Su Majestad recuperará pronto su acostumbrada salud.

Grey: El que lo llevéis mal, le pone peor: así que, por Dios, mantened el buen ánimo y animad a su majestad con palabras vivas y alegres.

Isabel: Si el muriera, ¿qué sería de mí?

Grey: No habría otro daño sino la pérdida de tal señor.

Isabel: La pérdida de tal señor incluye todos los daños.

Grey: Los cielos os han bendecido con un excelente hijo que será vuestro consuelo cuando él se haya ido.

Isabel: Ah, es pequeño; y su minoría de edad está puesta a cargo de Ricardo Gloucester, un hombre que no me quiere a mí ni a ninguno de vosotros.

Rivers: ¿Está hecho que él será el Protector?

Isabel: Está decidido, no hecho todavía; pero así ha de ser, si el Rey acaba mal.

Entran Buckingham y Stanley

Grey: Aquí vienen lord Buckingham y lord Stanley.

Buckingham: ¡Buen día tenga Vuestra Real Majestad!

Stanley: ¡Dios haga tan alegre a Vuestra Majestad como antes ha sido!

Isabel: La condesa de Richmon, mi buen lord Stanley, no dirá amén a vuestras bondadosas oraciones. Sin embargo, Stanley, aunque sea vuestra mujer y no me quiera, tener la seguridad, mi buen Lord, de que no os odio por su orgullosa arrogancia.

Stanley: Os suplico que tampoco creáis las envidiosas calumnias de sus falsos acusadores; o, si se la acusa de algún informe verdadero, soportad su debilidad, que me parece que procede de enfermedad caprichosa, y no de rencor con fundamento.

Isabel: ¿Visteis hoy al Rey, lord Stanley?

Stanley: Ahora mismo, el duque de Buckingham y yo venimos de visitar a Su Majestad.

Isabel: ¿Qué probabilidades hay de mejoría, señores?

Buckingham: Señora, tened buenas esperanzas: Su Majestad habla con buen ánimo.

Isabel: ¡Dios le dé salud! ¿Conversasteis con él?

Buckingham: Sí, señora: desea lograr una reconciliación entre el duque de Gloucester y vuestros hermanos, y entre éstos y el lord Chambelán: y ha enviado a convocarles a su real presencia.

Isabel: ¡Ojalá todo fuera bien! Pero eso no será nunca: temo que nuestra felicidad esté en su cima.

Entran Gloucester, Hastings y Dorset

Gloucester: Me agravian, y no lo soportaré. ¿Quiénes son los que se quejan al Rey de que yo, en verdad, soy severo y no les quiero? Por San Pablo, aman poco a Su Majestad los que le llenan los oídos con tales rumores de discordia. Porque yo no sé adular ni hablar bellamente, sonreírles a la cara a los demás, suavizar, engañar y enredar, agacharme con reverencias a la francesa y cortesías de mono, tengo que ser considerado como un enemigo rencoroso. ¿No puede un hombre sencillo vivir pacíficamente sin que su sencilla sinceridad sea víctima de rufianes sedosos, maliciosos, insinuantes?

Grey: ¿A quién habla Vuestra Alteza entre todos los presentes?

Gloucester: A ti, que no tienes honradez ni gracia. ¿Cuándo te he injuriado? ¿Cuándo te he hecho agravio? ¿O a ti? ¿O a ti? ¿O a cualquiera de vuestro bando? ¡Maldición sobre todos vosotros! Su real persona (que Dios conserve mejor de lo que vosotros deseáis) no puede estar en paz el tiempo de un respiro sin que hayáis de molestarle con viles acusaciones.

Isabel: Hermano Gloucester, confundes el asunto. El Rey, por su propia real voluntad, y no provocado por ningún solicitante -dirigiéndose, quizás, a tu odio interior, que muestra en sus acciones externas contra mis hijos, hermanos y yo misma- se ha sentido movido a llamaros, para poder saber el fundamento de vuestra mala voluntad, y suprimirlo así.

Gloucester: No sé decir: el mundo se ha vuelto tan malo que los reyezuelos pueden hacer presa donde las águilas no se atreven a posarse. Desde que cualquier piernas se ha hecho un caballero, hay muchos nobles que se han quedado hechos unos piernas.

Isabel: Vamos vamos: sabemos lo que quieres decir, hermano Gloucester; envidias mi subida y la de los míos. ¡Concédanos Dios que jamás tengamos necesidad de ti!

Gloucester: Mientras tanto, Dios concede que yo tenga necesidad de vosotros: mi hermano está aprisionado por vuestra culpa, yo mismo, deshonrado, y la nobleza, caída en desprecio, mientras que se dan todos los días grandes elevaciones para ennoblecer a aquellos que apenas valían un noble hace unos días.

Isabel: Por Aquel que me elevó a esta altura llena de cuidados desde el destino satisfecho que disfrutaba, que jamás he azuzado a Su Majestad contra el duque de Clarence, sino que he sido sincera abogada para hablar en su favor. Señor mío, me hacéis una vergonzosa injuria al enredarme falsamente en esas viles sospechas.

Gloucester: Quizá neguéis que fuisteis la causa de la reciente prisión de lord Hastings.

Rivers: Sí que lo negará, señor mío, pues...

Gloucester: ¡Claro que lo negará, lord Rivers! Qué, ¿quién no lo sabe? Hará algo más que negarlo, señor: os ayudará a tener muchas hermosas elevaciones; y luego negará que su mano ayudadora anduviera en ello, y atribuirá esos honores a vuestros altos méritos. ¿Qué no podrá hacer? Podrá...sí, por Santa María, podrá tomar...

Rivers: ¿Qué tomará, por Santa María?

Gloucester: Pues tomará, por Santa María, un marido rey, un soltero, un guapo muchacho, además: ya sé que vuestra abuela encontró peor partido.

Isabel: Lord Gloucester, hace mucho me he acostumbrado a vuestros groseros insultos y vuestras agrias burlas: por los cielos, daré a conocer a Su Majestad estos groseros sarcasmos que tantas veces he soportado. Preferiría ser una criada de campo antes que una gran reina bajo esa condición de estar tan insultada, despreciada e injuriada: poca alegría tengo con ser reina de Inglaterra.

Margarita: ¡Y pido a Dios que mengüe esa poca! Tu honor, tu situación y tu trono se me deben a mí.

Gloucester: ¡Qué! ¿Amenazas con decírselo al Rey? Díselo, sin reservar nada: mira, lo que he dicho, lo declararé en presencia del Rey: me arriesgo quizá a ser mandado a la Torre. Es hora de hablar: están olvidados mis dolores.

Margarita: ¡Fuera, diablo! Los recuerdo muy bien. Tú mataste a mi marido Enrique en la Torre, y a Eduardo, mi pobre hijo, en Tewksbury.

Gloucester: Antes de que fueras Reina, sí, o Rey tu marido, yo era bestia de carga en sus grandes asuntos, aniquilador de sus orgullosos adversarios, generoso recompensador de sus amigos: para hacer real su sangre vertí la mía.

Margarita: Sí, y mucha sangre mejor que la suya o la tuya.

Gloucester: Durante todo ese tiempo, tú y tu marido Grey estabais a favor del bando de Lancaster, y tú también Rivers: ¿no murió tu marido en la batalla contra Margarita en Saint Alban's? Dejadme que os recuerde si lo olvidáis, lo que habéis sido antes de ahora, y lo que sois; y al mismo tiempo, lo que he sido y lo que soy.

Margarita: Un villano asesino, y lo sigues siendo.

Gloucester: ¡El pobre Clarence abandonó a si padre Warwick; sí; y se hizo perjuro, que Jesús se lo perdone...!

Margarita: ¡Qué Dios lo vengue!

Gloucester: ¡...para luchar en el bando de Eduardo por la corona; y por sus méritos, pobre señor, es encerrado! Querría que mi corazón fuera de pedernal, como el de Eduardo; o el de Eduardo, blando y compasivo como el mío: soy demasiado necio y pueril para este mundo.

Margarita: Escóndete de vergüenza en el infierno, y deja este mundo, ¡demonio malvado!: allí está tu reino.

Rivers: Lord Gloucester, en aquellos laboriosos días que recordáis aquí para demostrarnos enemigos, seguíamos a nuestro señor, nuestro Rey legítimo: igual os seguiríamos si fuerais nuestro rey.

Gloucester: ¡Si lo fuera! Preferiría ser un buhonero: ¡lejos de mi corazón el pensarlo! Isabel: Tan poca alegría, señor, como suponéis que disfrutarías si fuerais rey de este país, tan poca podéis suponer que disfruto yo con ser su reina.

Margarita: Poca alegría disfruta con ello la Reina, pues la Reina soy yo, y no tengo ninguna alegría. No puedo aguantarlo más con paciencia... (Adelantándose). ¡Oídme, piratas peleones, quee reñís al repartiros lo que me habéis robado! ¿Quién de vosotros no tiembla al mirarme? ¡Si no os sometéis como súbditos ante mí, como Reina, al menos temblad como rebeldes ante la que habéis depuesto! ¡Ah, noble canalla, no vuelvas la cara!

Gloucester: Sucia bruja arrugada, ¿qué haces ante mi vista?

Margarita: Sólo repetir lo que has destruido: es lo que haré antes de dejarte ir.

Gloucester: ¿No estabas desterrada bajo pena de muerte?

Margarita: Lo estaba; pero encuentro más pena en el destierro que cuanta pueda darme la muerte al quedarme aquí. Me debes un marido y un hijo; y tú, un reino; y todos vosotros, obediencia: la tristeza que tengo es vuestra por derecho; y todos los placeres que usurpáis son míos.

Gloucester: La maldición que mi noble padre lanzó contra ti cuando pusiste una corona de papel en su valerosa frente y con tus burlas sacaste ríos de sus ojos, y luego, para secarlos, diste al Duque un trapo empapado en la sangre inocente del hermoso Rutland; sus maldiciones, que lanzó entonces contra ti por la amargura de su alma, han caído todas ellas sobre ti, y Dios, no nosotros, ha castigado tu acto sanguinario.

Isabel: Justo es Dios para vengar a los inocentes.

Hastings: ¡Ah, fue la más negra acción matar a aquel niñito; la más despiadada que jamás se ha oído!

Rivers: Hasta los tiranos lloraron cuando se contó.

Dorset: No hubo quien no profetizara venganza por ella.

Buckinham: Northumberland, entonces presente, lloró al verlo.

Margarita: ¡Qué! ¿Os estabais peleando antes que llegara yo, dispuestos a agarraros por la garganta, y ahora volvéis todo vuestro odio contra mí? ¿Tanto pudo en el cielo la terrible maldición de York, que la muerte de Enrique, la muerte de mi querido Eduardo, la pérdida de su reino y mi doloroso destierro han sido sólo respuesta por aquel granuja de chiquillo? ¿Pueden las maldiciones traspasar las nubes y entrar en el cielo? ¡Ah, entonces, opacas nubes, dejad paso a mis veloces maldiciones! ¡Si no por la guerra, muera vuestro Rey por el libertinaje, como murió el nuestro por asesinato, para hacerles Rey! Tu hijo Eduardo, que ahora es príncipe de Gales, a cambio de mi hijo Eduardo, que fue príncipe de Gales, ¡muera en su juventud por igual violencia a destiempo! Y tú, Reina, a cambio de mí, que fui Reina, ¡ojalá vivas más que tu gloria, como yo, desgraciada! ¡Muchos años vivas, para gemir la pérdida de tus hijos; y veas a otra, como te veo ahora, revestida en tus derechos, como ahora tú estás asentada en los míos! Mueran tus días felices mucho antes de tu muerte; y tras de muchas prolongadas horas de dolor, ¡muere sin ser madre ni esposa ni reina de Inglaterra! Rivers y Dorset, estabais presentes, y tú también, lord Hastings, cuando mi hijo fue apuñalado con sanguinarias dagas: ¡pido a Dios que ninguno de vosotros viva su edad natural, sino que sea cortado por algún accidente inesperado!

Gloucester: ¿Has terminado tu conjuro, odiosa bruja marchita?

Margarita: ¿Dejándote fuera? Espera, perro, porque me vas a oír. ¡Si el cielo tiene guardada alguna calamidad desdichada que supere a las que pueda yo desear que caigan sobre ti, ah, que la guarde hasta que tus pecados estén maduros, y luego arroje su indignación sobre ti, turbador de la paz del pobre mundo! ¡Que sospeches traidores a tus amigos mientras vivas, y tomes a grandes traidores por tus mejores amigos! ¡Ningún sueño cierre tus ojos mortales, si no es mientras algún sueño atormentador te espanta con un infierno de horribles diablos! ¡Tú, cerdo marcado por los duendes, abortado, hozador! ¡Tú, que fuiste sellado en tu nacimiento como esclavo de la naturaleza e hijo del infierno! ¡Tú, calumnia del vientre cargado de ti madre! Tú, retoño odiado del cuerpo de tu padre! ¡Tú, andrajo del honor! ¡Tú, detestable..!

Gloucester: ¡Margarita!

Margarita: ¡Ricardo!

Gloucester: ¿Eh?

Margarita: No te llamaba.

Gloucester: Te pido perdón, pues creí que me llamabas con todos esos nombres agrios. Margarita: Sí, te llamaba, pero no esperaba respuesta. ¡Ah, déjame cerrar el párrafo de mi maldición!

Gloucester: Ya lo hago yo, y acaba en ...Margarita.

Isabel: Así has lanzado tu maldición contra ti misma.

Margarita: ¡Pobre reina en pintura, vano ornamento de destino! ¿Por qué viertes azúcar sobre esa araña embotellada cuya red mortal te rodea y apresa? ¡Loca, loca! Afilas un cuchillo para que te mate. Llegará el día en que me desearás para que te ayude a maldecir a ese venenosos sapo jorobado.

Hastings: Profetizadora falsa, acaba tu maldición frenética, no sea que agotes nuestra paciencia para tu daño.

Margarita: ¡Sucia vergüenza sobre vosotros! Vosotros todos habéis acabado con la mía.

Rivers: Te estaría bien empleado que te enseñásemos lo que se te debe.

Margarita: Me estaría bien empleado que todos me obedecierais como debéis. Enseñadme a ser vuestra Reina, y vosotros mis súbditos: ¡ah, dadme lo que me está bien empleado, y aprended vuestro deber!

Dorset: No discutáis con ella: está lunática.

Margarita: Calla, compadre Marqués; eres un desvergonzado: tu sello de nobleza, recién salido de forja, apenas ha tenido curso legal. ¡Ah, si vuestra joven nobleza pudiera juzgar lo que sería perderlo, y ser desgraciado! Los que están altos, tienen muchas ráfagas que les sacudan, y si caen, se hacen pedazos.

Gloucester: Buen consejo, pardiez: aprendedlo, aprendedlo, Marqués.

Dorset: Os interesa tanto como a mí, señor.

Gloucester: Sí, y mucho más; pero yo nací tan alto que nuestro nido está construido en lo más alto del cedro, y juega con el viento y desprecia al sol.

Margarita: Y convierte el sol en sombra, ¡ay! Testigo mi hijo, ahora en la sombra de la muerte, cuyos claros fulgores deslumbrantes envolvió tu ira nebulosa en eterna niebla. ¡Oh Dios, que lo ves, no lo consientas; como se ganó con sangre, piérdase así también!

Buckingham: Silencio, silencio, por vergüenza, si no por caridad.

Margarita: ¡No me invoquéis ni la caridad ni la vergüenza! Me habéis tratado sin caridad, y desvergonzadamente sois los matarifes de mis esperanzas. Mi caridad es el ultraje, la vida es mi vergüenza: ¡y en esa vergüenza sigue viviendo la cólera de mi pena!

Buckingham: Acaba, acaba.

Margarita: Ah, egregio Buckinghan, besaré tu mano en señal de alianza y amistad contigo: ¡buena suerte ahora para ti y tu noble casa! Tus ropas no están manchadas con nuestra sangre, ni tú entras en el alcance de mi maldición.

Buckingham: Ni ninguno de aquí, pues las maldiciones nunca pasan más allá de los labios de quienes las exhalan al aire.

Margarita: No puedo menos de creer que ascienden al cielo, y despiertan allí la paz de Dios en si suave sueño. ¡Ah, Buckingham, te cuidado con ese perro! Mira, cuando gruñe, muerde; y, cuando muerde, su diente emponzoña de muerte. No tengas que ver con él, cuidado con él; el pecado, la muerte y el infierno han puesto en él sus huellas, y todos sus ministros le sirven.

Gloucester: ¿Qué dice ésta, lord Buckingham?

Buckingham: Nada de que yo haga caso, mi noble señor.

Margarita: ¡Qué! ¿Me desprecias por mi generoso consejo, y apaciguas al diablo de quien te aviso? Acuérdate sólo de esto otro día, cuando te parta el corazón de tristeza, y dirás que Margarita fue profetisa. ¡Vivid, cada cual de vosotros, sujetos a su odio, y él al vuestro, y todos vosotros al de Dios!

(Se va)

Hastings: Se me eriza el pelo al oír sus maldiciones.

Rivers: Y a mí también: no comprendo por qué está en libertad.

Gloucester: No la puedo censurar: por la Santa Madre de Dios, ha sufrido demasiados agravios, y me arrepiento de la parte de ellos que le he hecho.

Isabel: Yo nunca le hice ninguno, que yo sepa. Gloucester: Sin embargo, tenéis todo el provecho de sus agravios. Yo fui demasiado ardiente en hacer bien a alguien que ahora es demasiado frío al pensar en ello. Pardiez, en cuanto a Clarence, está bien recompensado: por sus trabajos, le han encerrado para engordarle: ¿Dios perdone a los que son los causantes de eso!

Rivers: Una conclusión virtuosa y cristiana: rogar por los que nos han ofendido.

Gloucester: Siempre lo hago así (aparte), como lo más prudente, pues si ahora mismo hubiera maldecido, me habría maldecido a mí mismo.


Entra Catesby

Catesby: Señora, Su Majestad os llama... y también a Vuestra Alteza... y a vosotros, nobles señores.

Isabel: Ya voy, Catesby. ¿Señores, venís conmigo?

Rivers: Acompañaremos a Vuestra Majestad.

(Se van todos, menos Gloucester)

Gloucester: Yo hago el mal, y no soy el primero en empezar a regañar. Las maldades secretas que preparo, las pongo a cuenta de otros, como culpa suya. A Clarence, a quien, desde luego, he puesto yo en la tiniebla, ahora le lamento delante de muchos simples bobos; esto es, ante Hastings, Stanley y Buckingham; y digo que son la Reina y sus aliados quienes mueven al Rey contra mi hermano el Duque. Ahora se lo creen; y a la vez me dejan vengarme de Rivers, Vaughan y Grey: pero entonces suspiro y, con un trozo de la Escritura, les digo que Dios nos manda hacer bien por mal, revistiendo así mi desnuda villanía con retazos viejos robados de la Santa Biblia; parezco un santo cuando más hago el diablo.

Entran dos asesinos

Pero ¡silencio! Ahí vienen mis ejecutores. ¿Qué tal, mis audaces y decididos compañeros? ¿Vais ahora a despachar ese asunto?

Asesino primero: Vamos a ello, señor; y venimos a recibir el pase para poder entrar donde está.

Gloucester: Bien pensado: lo tengo aquí. (Da el pase) Cuando lo hayáis hecho, acudid a Crosby Place. Pero, señores, sed rápidos en le ejecución, y a la vez firmes, sin escuchar sus apelaciones: pues Clarence es elocuente y quizá mueva vuestros corazones a la piedad, si le hacéis caso.

Asesino primero: Bah, bah, señor, no nos pararemos a charlas: quien habla, no es bueno para hacer: estad seguro de que usaremos nuestras manos, y no nuestras lenguas.

Gloucester: Vuestros ojos vierten piedras de molino cuando los ojos de los tontos vierten lágrimas: me gustáis, muchachos; id derechos a vuestro asunto: ¡vamos, vamos, despachad!

Asesino primero: Ya vamos, mi noble señor.

(Se van)



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