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La insignia
1 de noviembre del 2003


Entrevista con Atahualpa Yupanqui

«El hombre es tierra que anda»


Daniel Viglietti
Brecha. Uruguay, noviembre del 2003.
Publicado originalmente el 10 de enero de 1986.


-Éste es el reportaje más hermoso y más difícil para mí. Quizá porque lo hermoso cuesta trabajo. Le digo esto sintiendo que he aprendido mucho de usted. Somos muchos los que hemos aprendido de usted en tanto poeta, músico, en fin, creador. Éste es el segundo reportaje que le hago. El primero recorrió un poco su biografía y fue conocido por argentinos y uruguayos en mi programa radial Tímpano. Hoy andaremos otros caminos. Por ejemplo, este pequeño apartamento que usted alquila en el barrio Montparnasse, no sé, algo ha cambiado…

-Yo ya no podía caminar. Este cuarto estaba lleno de libros. Me gasté medio concierto en valijas. Me compré siete de esos baúles de hojalata, que son livianos, porque aproveché que hay un argentino que se va con su familia y alquilaron un cupo de metros cúbicos para mandar por barco. Es gente modesta que no podía hacerse cargo de 15 metros cúbicos. Pensaban comprar tres y empezaron a buscar voluntarios y por ahí alguien dijo: "Vea, yo no pienso dejar Francia pero me gustaría mandar tal cosa", y entonces le vendieron un metro, y así…

-Era como repartir un regreso…

-Como repartir el regreso. Y me dicen: "¿Y usted no tiene nada que mandar?". Y yo: "Uh, tendría tanto, pero no puedo…".

-¿Usted estaba pensando en el regreso?

-Yo pensaba mandar libros, porque ya pasaban de 600, y me dije, ¿qué hago? Cuando me toque irme empiezo a regalar libros, cosa que me gusta regalar, pero después quisiera consultarlos o que mi familia los lea, hay niños que algún día van a empezar a mirar esas cosas…

-Usted decía "ellos vuelven", por esos amigos… Usted vuelve, usted va… ¿Cómo es eso?

-Yo voy y vengo, yo voy y vengo. Ahora yo pensaba, "me voy a aligerar".

-No es lo mismo ir y venir en épocas tan trágicas como las que vivió Argentina hace unos años, que ir y venir ahora…

-Claro. Yo pensaba qué puedo hacer, cuando me toque volverme a mi tierra, ¿qué hago? Yo regalo los libros, con mucho gusto, pero hay algunos que les tengo amor, que los he leído tanto que están ya gastaditos. Hace 18 años que estoy acá, que vivo en París, y voy y vengo, y me lo paso leyendo, y me arriman libros los amigos.

-Me comentaba que los amigos que ya no tiene en la vida, los tiene en el libro, en el corazón… Asturias… Neruda… Vallejo… ¿Usted conoció a esos tres amigos?

-A Vallejo no alcancé a conocerlo. Lo leí muy tiernamente, cuando el asunto de España. Pero él ya había muerto.

-A Asturias y a Neruda, sí los conoció.

-Sí, con Asturias hemos andado juntos mucho tiempo, muchísimo tiempo. Y con Neruda, aquí en París. La última vez que lo vi fue cuando era embajador acá. Pero después he vivido en su casa en Chile, nos hemos encontrado en Budapest, en México, en Bruselas, en fin, en el mundo nos hemos encontrado. El Pablo de siempre, el buscador de hombres y de almas.

-En estos 18 años, en los períodos en que estaba en Europa, ¿cómo organizó la nostalgia, si es que la nostalgia se organiza…?

-No creo que se organice mucho. Yo no tengo mucha nostalgia por una razón muy sencilla. Pienso que el nostalgioso puede ser un arquitecto, un médico, un zapatero, porque son gente que no tiene un medio inmediato -la aspirina espiritual- para curar la nostalgia, para curar ese mal.

-¿Y usted siente que lo tiene?

-Yo siento que lo tengo por un invalorable asunto que se llama la música. Yo a veces pienso en mi tierra continuamente, ¿no? Uno vive en función de su tierra. "El hombre es tierra que anda", decía la voz indígena. El hombre es tierra animada. Siento eso como una verdad que no me la desmienten así nomás, venga el tiempo que venga. Vale decir, yo tengo nostalgia de Tucumán, adonde fui a pasar una vez quince días y me quedé trece años. Al decir Tucumán digo Jujuy, Salta, Bolivia. Haciendo viajes a caballo, cincuenta días, ida y vuelta. Sin salir en los diarios, sin batir récords de ninguna naturaleza. Salía por amor al caballo y a la noche y a la luna y a la tierra y a los hombres. A buscar canciones que yo sabía que las iba a encontrar. Y si no las encontraba, las inventaba. Por algo llegué a mil doscientas canciones…

-¿Mil doscientas canciones?

-Mil doscientas y pico, sí… Bueno. Yo tengo nostalgia de Tucumán, entonces antes de salir a la calle, en la tarde, aquí, tomo mi guitarra y de repente me toco o me canto cuatro zambas, dos vidalas, hago arpegios, los canto, los toco, los lloro, los rezo. En ese amasijo, voy buscando mis propias conformidades a mis inconformidades interiores. Y cuando salgo a la calle, a caminar, a tomar café con un amigo, a escuchar un concierto, al Barrio Latino, cuando salgo no hay un tipo más tucumano que yo. Entonces, chau nostalgia…

-¿Y si oye un tango?

-El tango nunca me da nostalgia. Me produce una emoción particular por los amigos que tengo, la amistad con cantores de todo tipo y nivel: el inteligente, el sensible, el culto, el buen cantor, el regular, el gran amigo, el otro, el chantita que canta bonito pero es chantita… los he conocido, he andado, he orillado la vida, lo que la vida arrima y saca y quita y ofrece y niega a los seres humanos. Incluso a mí. A todos, ¿no? Perfecto, jamás. No lo seremos nunca. No hay pa' qué… no hay pa' qué…

-¿Una búsqueda permanente, sin solución?

-Lo importante es saber que uno tiene que buscarse y encontrarse. Ese tipo de conciencia puede ayudar.

-Entre los que se buscaban, ¿muchos se han perdido en el camino?

-Sí, algunos sí se han perdido. Lo peor y lo triste es que a veces desorientan a otros. Cuando alcanzan cierto prestigio, no le diré político, sino una cierta consideración en la juventud, en un sector determinado, y de repente se los ve en un renunciamiento evidente, entonces uno dice: "caramba, parezco mucho y soy poco…".

-Se han hablado mares de tinta sobre la responsabilidad del escritor, del intelectual; también tiene que plantearse la del cantor, ¿verdad?

-Fundamentalmente.

-No es cosa fácil.

-No es cosa fácil.

-¿Hay algunas reglas básicas a manejar?

-No creo que haya reglas. Creo que es una cuestión de orden moral. Hay un determinismo, algo determina en los seres humanos ciertos asuntos. Por ejemplo, yo siempre tengo como referencia la cosa de la tierra porque es lo que más me ha conmovido desde que empecé a amar esto a los nueve o diez años y estaba más cerca del refrán, de la sentencia del abuelo, de los tíos, del paisano, de los amigos de mi padre. De los seres anónimos que la pampa tiene… muchísimos… alguna gente invalorable.

-En la conexión de ese pasado y esa búsqueda con las nuevas generaciones, ¿qué piensa de la situación de los jóvenes en nuestras comarcas?

-Los jóvenes, generalmente, hacen ostentación de una cosa saludable que es un anhelo de superarse ellos, superando entendimientos. Ahora, ¿cuál es el camino, cuál es la estrellita, la lucecita que se le puede encender a los jóvenes, para que parezca ejemplar y saludable, digna de mención y de aplauso y de estímulo? Uno no tiene por qué ser juez para decir "esto va y esto no va". Yo, por lo pronto, no tengo condiciones para juzgar, no tengo por qué andar juzgando la actitud de los muchachos. Pero a veces noto que van como detrás de una banda. No le hablo musicalmente sino en la vida, en la formación, en el hogar, en el lenguaje, en la lectura, en la meditación, en el conocimiento de la vecindad. Como decían antiguamente los tucumanos en el lenguaje popular: "Hay gente que pareciera que navega bien y resulta que está nadando en una palangana…".

-En las referencias a su obra siempre alude a su amor a la tierra y a los hombres en esa tierra. Pero yo creo que también hay que rescatar una alegría que usted tiene adentro. Se la percibe a través de una parte de su cancionero, pero se le ve cuando se habla con usted. Es un hombre que recurre continuamente al humor, al refranero popular…

-Yo creo mucho en el refranero popular.

-¿Y en la alegría?

-Claro. Forma parte. Las definiciones sencillas. Una manera de cierto modo burlesca, una ironía. No sé si una triste o alegre manera de tomarse el pelo a sí mismo, de tomarle el pelo a la vida. ¿Será tan grave la vida, tan severa? ¿O somos nosotros que nos hacemos los importantes?

-Que la agravamos…

-Como decía Neruda: hay gentes que no son ni intelectuales ni inteligentes. Entonces, ¿cómo los podríamos calificar? Como inteligentuales…, decía Pablo (risas). Me rodean los inteligentuales -decía- y estoy buscando simplemente el que da la mano y no sabe qué decir y dice "pero vea qué cosa, ¿no?". Bueno, con eso dijo todo ya, no diga más. Es como decir "qué lindo lo que estoy sintiendo… un hombre darle la mano a otro hombre…".

-Como usted me dijo alguna vez, es gente que maneja un puñado de palabras y expresa tanto…

-Admirable gente, que se maneja con trescientas ideas y treinta palabras diarias… -¿Y cómo es su relación con la palabra?

-No creo mucho en la palabra. Es un arma tan linda, tan hermosa, y la han gastado tanto que más vale pensar en aquel antepasado que decía: "Nosotros hablamos poco porque las verdades no abundan". Creo más en ese refrán que en todos los discursos. -Pienso que para los lectores de BRECHA, y en particular los lectores jóvenes, sería lindo que usted nos contara cómo compone, como hace una canción, usted que ha hecho tantas en estos cincuenta y cinco, casi sesenta años de trabajo.

-La cuestión es no apurarse. O sale de golpe. Yo nunca me siento, nunca me preparo para escribir una canción. Va saliendo, la cosa va saliendo así, porque se me ocurrió. Porque se me ocurre un tema, o a lo mejor buscando una frase para una copla, buscando una línea, un verso, una idea para una copla determinada, para cerrar una copla o un estribillo. Resulta que eso ya me da la idea para otro tipo de canción que no tiene nada que ver con el caballo del que quería hablar, o con el arroyo o el pajonal que quería citar. Es otro asunto.

-La primera chispita, ¿le viene por el lado de la palabra o por el lado de la música? -Yo creo que viene por el lado de la palabra. Después la música a mí me resulta más fácil.

-El asunto, primero.

-El asunto. ¿Qué hablo? ¿Qué digo? A mí me ha ocurrido, por ejemplo, conmoverme profundamente haciendo viajes, viajando de Buenos Aires a San Juan, o ir a Mendoza y de allí correrse a San Juan por un callejón largo y desolado que es un desierto. Y hacerme cuatro canciones, memorizadas, letra y música. Cuando llegué a San Juan ya tenía cuatro canciones recontracantadas. Cada tres leguas cambiaba de canción. Inventadas así. Tal vez no se puede mucho explicar. Si yo tengo que andar explicando mi poema estoy traicionando algo que no tiene explicación. Así salió. No lo analice. No se pueden analizar esas cosas. A mí me gusta que cada canción sea una pequeña historia, una historia que dura tres o cinco minutos, nunca más.

-"Poema para un dulce nombre", así tituló una canción suya referida a nuestro Uruguay, donde usted vivió y conoció a mucha gente.

-Alguna vez me invitaron, allí donde nació José Artigas, a una casa quinta donde estaba pasando unos días don Carlos Quijano. Pasamos una larga tarde. A Julio Castro lo conocí en el semanario Marcha. Era amigo de mis amigos. Por ejemplo, de Peloduro, Julio Suárez, otro inolvidable…

-Fue como una segunda patria para usted…

-Fue, fue. Me lo conozco bastante. Viví, medio continuo, dos años. Refugiado; porque no podía trabajar en Argentina para nada. No me dejaban cruzar tampoco, no tenía documentos. Era la época de Perón.

-¿Cómo es Uruguay?

-Y, para mí, extraordinario. Todo lo que se parecía a lo paisano yo no tenía que buscarlo mucho. Me hacía acordar un poco a mi familia. Yo no precisaba ir a una estancia a ver boleadoras, rebenques; ni potros, ni actitudes. Con observar a mi familia ya estaba, ya estaban todos los paisanos. Eso me ocurría con el Uruguay. Encontrar, por ejemplo, el lenguaje marinero en los paisanos del Interior… que no estaban muy cerca del mar… "¿Qué tal, cómo te va, fulano?" "Y ahí andamos, boyando, hermano, boyando…". Eso lo he escuchado a los paisanitos…

-Traje este disco suyo y quiero pedirle que se lo dedique a mi hija Trilce y que, siempre quise preguntárselo, me cuente dónde escuchó "Duerme negrito", dónde lo recopiló.

-En el río Magdalena. Cerca de un pueblo donde nació un tal García Márquez. Se lo escuché a una mujer que lavaba los platos en una parrilla. Ella lo cantaba. Cerca de la frontera con Venezuela. En el río Magdalena, "largo proyecto de mar", como dice Nicolás Guillén.

-Se lo escuché en el teatro Solís, siendo niño, supongo que antes de que usted lo grabara. ¿Le gusta grabar?

-Es diferente que cantar en público…

-Claro, es otra cosa. Grabar es un poco como para uno…

-Es como tocar en la casa…

-Sí, depende del motor que lo anime a cantar. Hay gente que le gusta grabar como para lucirse, graba mejor que lo que canta en público. Y se le nota cómo presume, hasta en su manera de cantar, sobre todo si tiene buena voz. Eso que no le gustaba a Carlos Vega. Él decía siempre: "Qué lindo cantan estos jóvenes, qué lástima que cantan para el disco y no para la tradición". Cuando ponen todo el material, toda la tecnología al servicio de su vanidad, de "lo lindo que cantan o tocan"…

-Es como maquillar el canto…

-Y se olvidan del misterio…

-Entonces, cuando usted graba, ¿canta igual que frente al público?

-Sí, sí. No hay que tirarse a menos.

-¿Cómo?

-Cómo le diré. No presumir. Prescindir de todo lujo. Por ejemplo, como diciendo, "yo podría hacer estos mordentes más rápidos o con más agilidad; podría ganar en brillo, pero pierdo en lo otro, me quedo solo, se me escapa el abuelo….".

Al final de este encuentro, antes de su partida a Argentina, no diremos que el abuelo se nos escapa. Diremos que este payador perseguido que tiene tantos hermanos que no los puede contar, sigue pudiéndolos cantar, porque en creadores de su dimensión, el hombre es tierra que canta.



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