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La insignia
29 de julio del 2003


Feria


Ana Pérez Cañamares
De En días idénticos a nubes
Mileto Ediciones (España, 2003)

La Insignia. España, julio del 2003.


Para cederle el cielo a los fuegos, se había detenido la feria. Sobre la pantalla oscura de la noche estallaban las luces, seguidas de una explosión unánime de ilusión contenida. Los perfiles de los rostros en ángulo, iluminados y estremecidos a intervalos irregulares, se recortaban sobre el fondo de las atracciones abismadas en su siesta. Entre un fogonazo y otro, Ramiro, enardecido por las cervezas que ya se había tomado y por las que calculaba que aún se podría tomar, abandonó su pandilla sin decir nada. Avanzó entre la gente como atravesando el negativo de una fotografía en tres dimensiones. Sus ojos deslumbrados buscaban a Amparo.

Allí estaba. Observando desafiante las descargas de color. Con algo en la mirada que decía: "a mí no me vais a engañar".

Ramiro tomó aire y se acercó a ella, resuelto a dispararle a todos los patos de la feria, a dejarse colgar cabeza abajo en la montaña rusa, a hacer lo que fuera necesario para arrancarle una sonrisa. Caminaba con las manos escondidas en los bolsillos, imponiéndose un aire casual y distendido que desmentía su gesto de morderse los labios, como celando un secreto. Desde una distancia prudencial, a salvo de miradas, se deleitó en el vestido azul ajustado, e inmediatamente pensó que podría ponerse de rodillas, subirle la falda y besar los muslos morenos sin que nadie alrededor se diera cuenta. Eso, claro, si ella quisiera.

Se colocó a su lado y le sopló en el cuello. Amparo se volvió de golpe; por un momento Ramiro pensó que enfadada, pero en seguida le pareció que en su voz había alivio cuando con una media sonrisa, susurró "ah, eres tú".

- ¿No te gustan los fuegos?- preguntó él.

- Parecen siempre los mismos; por mí podrían proyectar una grabación y quitarle el sonido.

No entiendo por qué a la gente le gusta que la dejen sorda.

- ¿Te apetece subir a algún cacharro?

- ¿Tú qué quieres? ¿Verme las piernas?- dijo ella subiéndose la falda- Te las enseño sin tener que marearnos.

- Qué bruta eres, Amparo.

- Y tú qué remilgado. No quiero subir a ninguna parte, quiero dar un paseo. ¿Me acompañas?

Se alejaron despacio, sorteando cables, roulotes y perros asustados, entre olor a grasa de motor, fritanga y orines. Más allá empezaban los terrenos baldíos donde se acumulaban los escombros y las parejas aparcaban los coches.

El camino iluminado a ráfagas se extendía ante ellos como la pista de una discoteca. A los lados crecían las montañas de cascotes, con algún bidet o una lavadora destripada coronando las cumbres. Los olores del campo, de la noche húmeda, se les filtraban por la nariz, llenándoles de una renovada pureza. Amparo se agachó para sacarse una piedra de la sandalia y descubrió una muñeca tuerta que cogió entre sus brazos. Siguió andando, unos pasos por delante de Ramiro, llevando de la mano el cuerpo desvencijado.

En cuanto la feria se puso en movimiento, Ramiro sintió que los ecos le jaleaban. No sabía por donde empezar. A lo lejos sonaba el estribillo de una canción de moda: "No pares, sigue, sigue, no pares". Pero poco a poco la oscuridad de las suaves ondulaciones del terreno iba tragándose los resplandores de la feria.

- Gilipollas- dijo Amparo volviéndose a la noria antes de que desapareciese engullida por el horizonte- Les estaría bien quedarse boca abajo una hora. Eso sí que sería divertido. ¿Tienes un cigarro?

La llama del mechero temblaba en las manos de Ramiro. La luz iluminó el gesto adulto de Amparo, descubrió un rencor en los ojos que no se correspondía con la piel aún tersa de los contornos.

A Ramiro aquella cercanía le revolvió el estómago. Le dieron ganas de salir corriendo, volver a la compañía de sus amigos como un cordero que se ha alejado del camino, arrepentido de su temeridad. Intuía, sin poder expresarlo, que él era parte de todo lo que Amparo odiaba.

- ¿Para qué has ido a buscarme? - le preguntó ella permaneciendo junto a él después de encendido el cigarro.

Ramiro respondió con un quiebro en la voz.

- ¿Yo? Para nada en especial.

- Mentiroso.

Amparo le sostuvo la mirada. Ramiro se sintió caer en el abismo de los dos años que Amparo le llevaba.

- Quería besarte.

- ¿Sólo besarme?- preguntó ella como en un juego que no acabara de disfrutar.

Le dio una calada a su cigarro y se le acercó. Ramiro vio su rostro iluminado de azul, rojo, amarillo, y vuelta a empezar, hasta que la proximidad y los colores estallaron en un beso. Cuando Ramiro empezó a cerrar los brazos para abrazarla, Amparo dio un paso hacia atrás. Con tierna ironía se quedó mirando los brazos detenidos que enlazaban su fantasma.

- No besas mal para ser tan joven- dijo ella- ¿Me invitas a una cerveza? No tengo un duro.

Y echó a andar hacia la feria, seguida por Ramiro, que fue quedándose cada vez más rezagado, hasta que la vio perderse de la mano de su muñeca rota en el marasmo de gente y alegría sin que nada pudiera alcanzarlas.



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