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29 de julio del 2003 |
Pedro de Alzaga
"Los periódicos desaparecerán en diez [quince, veinte...] años". Afirmaciones de este tipo, tan categóricas, han sido escuchadas decenas de veces en boca de los grandes gurúes de la prensa internacional, sobre todo desde la aparición de Internet.
Yo no soy gurú, ni mucho menos adivino, pero puesto en el brete de hacer una predicción, supongo que soltaría una perogrullada tal que así: "El papel desaparecerá cuando haya una tecnología mejor para servir como soporte de la información escrita". O para ser más concreto, cuando los lectores prefieran usar esta tecnología futura, en lugar del papel. Atreverse a afirmar que esto sucederá dentro de diez, quince o veinte años me parece una absoluta temeridad, teniendo en cuenta la velocidad a la que cambia el mundo tecnológico y los intereses que influyen en él. En cualquier caso, dar carpetazo a la imprenta parece sencillo, pero no lo es. El papel es una tecnología milenaria que ha conseguido formar parte de la cultura universal gracias a una versatilidad y una eficacia notables. El texto impreso tiene una resolución muy alta y es agradable para nuestros ojos. Además, un periódico se puede doblar, mojar (un poco) y es barato, así que no supone una tragedia dejarlo olvidado en el vagón de metro. Por si fuera poco, puede servir para envolver el pescado de mañana, para colgar al lado del retrete o para forrar el suelo de la jaula del periquito. Todo, por el precio de un diario. ¿Quién da mas? Es cierto que no todo son ventajas, pues el papel supone la desaparición de árboles, dispone de un espacio limitado para mostrar información -en sólo dos dimensiones- y su precio en el mercado a gran escala es la excusa preferida por los editores para reducir las ediciones o despedir a redactores. Pero aun así, parece sensato pensar que la tecnología que certifique su defunción tendrá que ser, como mínimo, tan buena como ese viejo pergamino que a veces nos ensucia las manos de tinta. Caníbales digitales De momento, hay tres dispositivos que están complicando las cifras de difusión de los periódicos: el ordenador, la agenda electrónica (PDA, en sus siglas inglesas) y el teléfono móvil. En lo que respecta a estos últimos, su diminuta pantalla les impide mostrar poco más que el titular de una noticia o, en el caso de los móviles multimedia, varios titulares y algunos elementos audiovisuales. Esta limitación los hace más aptos para recibir un aviso urgente que el reportaje de análisis de una cabecera, así que no son de momento un problema excesivamente importante para los editores y sí una incipiente fuente de ingresos. Por su parte, los periódicos han podido constatar en los últimos años que uno de los colectivos más hambriento de noticias es el de los usuarios de agendas electrónicas que, en cada vez más número, conectan con la Red a primera hora de la mañana para descargar la prensa del día. Cuando acaban de ducharse, descubren que su agenda contiene al menos tres ediciones completas de las principales cabeceras, que pueden leer en el metro, de camino al trabajo (¡Nada más y nada menos que tres periódicos en la palma de la mano!). El rey de la Red Según los expertos, el móvil y la PDA van camino de convertirse en un solo dispositivo con las ventajas de ambos -ubicuidad para recibir noticias y capacidad de memoria y proceso para almacenarlas y mostrarlas- pero mientras esto sucede, el ordenador sigue siendo el medio favorito por los internautas para acceder a la Red. El único problema de las computadoras reside precisamente en la tecnología que usan para mostrar la información, pues constituye, simple y llanamente, un soporte nocivo para la salud humana. El monitor de los ordenadores incorpora un haz de electrones que dibuja la pantalla entre 50 y 85 veces por segundo (Herzios). A primera vista, el ojo no es capaz de detectar el apresurado trabajo de este lápiz electrónico y sólo ve una imagen fija, pero nuestro cerebro sí detecta el engaño, y al cabo de unas horas de estar sentados delante de la pantalla, cualquiera puede sentir molestias visuales, jaquecas u otro tipo de desórdenes de salud (supongo que nuestros nietos se reirán mucho cuando les contemos que leíamos las noticias a través de un chorro de radiación dirigido a nuestra cara). El papel electrónico Hay otra tecnología que hasta ahora ha permanecido agazapada en los laboratorios y que promete complicar las cosas a los magnates de las empresas editoras: el papel electrónico. Su desarrollo ha estado marcado por la imitación de las principales características -buenas- del papel, como la flexibilidad y la alta resolución de la palabra impresa, lo que le convierte en una alternativa seria para el periódico de toda la vida al no pretender sustituir una cultura ya establecida sino sólo modificarla. El uso conjunto del papel electrónico con las redes inalámbricas (conocidas como wireless-fidelity, o wi-fi) promete un futuro de información ubicua y constante, así como una amenaza -en este caso, parece que cierta- para los entrañables pliegos de las imprentas. Pero antes de que el papel electrónico adquiera la madurez tecnológica, podríamos preguntarnos por las consecuencias que esta tecnología tendrá para la prensa y los profesionales que trabajan en ella. El peso de las palabras La aparición de la informática en las redacciones supuso el reciclado a fuego de aquellos sectores de la plantilla más ligados a la tecnología papel. Teclistas, linotipistas, correctores y otros tantos profesionales del periódico pasaron de realizar un trabajo especializado a ejecutar tareas tan cualificadas como cargar y mover cajas en los almacenes de las rotativas. Sólo unos pocos, muy pocos, obtuvieron una formación adecuada para adaptarse a la nueva tecnología. Pero el impacto de la tecnología en la sociedad y el supuesto desarrollo que acarrea la forma en que se introduce entre nosotros serán objeto de un artículo posterior. Mientras tanto, hay otros asuntos más abstractos, pero que no conviene dejar de lado, como el valor intrínseco de la palabra impresa. Dicen que la palabra no escrita se la lleva el viento. La historia de la prensa está repleta de errores, erratas y libelos, más o menos graciosos, más o menos terribles. Todos estos conceptos tendrán que cambiar para adaptarse a un medio eternamente mutante, en el que los unos y ceros tienen un valor tan limitado como el de la energía que los sustenta. Aunque parezca un asunto de orden menor, sospecho que este peso intangible de la palabra escrita será de una importancia vital en la información de mañana. Tal vez el futuro incorpore en nuestros relojes dispositivos láser capaces de proyectar ante nosotros un eventual holograma informativo. O tal vez la tecnología nos sorprenda con algún sistema orgánico capaz de dibujar en información en el aire, en la corteza de un árbol o en nuestra propia piel. O tal vez veamos sistemas de realidad virtual capaces de transportarnos hasta el escenario de un acontecimiento pasado o presente. Tal vez, tal vez... puestos a predecir, prefiero la ciencia ficción. Mientras tanto, bendito papel. |
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