Colabora | Portada | Directorio | Buscador | Redacción | Correo |
27 de julio del 2003 |
La información como espectáculo bochornoso
Sonia Luz Carrillo
"Vivimos en un mundo que se ha convertido en un espectáculo bochornoso, en el que se muestra en directo la muerte, la humillación", dijo el escritor Saramago en una entrevista.
Una rápida mirada a los titulares de cierta prensa peruana o la audición de éstos al inicio de un informativo radial o televisivo dejan la sensación de que no se puede confiar en nadie. Si nos atenemos a las informaciones diarias, la nuestra es una sociedad marcada por la malignidad. El clima es de permanente confrontación y de invitación al suicidio. La buena noticia no es noticia. El mal campea absoluto en un espectáculo que tiene visos sadomasoquistas. Miente, miente que algo queda, vocifera Goebels redivivo y las "noticias" alborotan el ambiente sin que sus creadores se hayan tomado la molestia de consultar diversas fuentes y mucho menos haberse planteado la incómoda tarea de confirmar la veracidad de los datos. Las preguntas van cargadas de jubiloso veneno. Eso vende, se repite. Y lo que menos importa es la verdad. El asunto es que el concepto verdad o veracidad es, teóricamente, el valor más importante en la actividad informativa y la sociedad tiene el derecho de ser informada de manera veraz, completa y oportuna. La obligación que tal derecho comporta para el periodismo está presente en todos los códigos de ética de los profesionales de la información y la comunicación. Técnicamente esta obligación ética se expresa en la confrontación de diversas fuentes y la presentación sólo de datos comprobados. Pero al haberse convertido la información en mercadería chirriante el comunicador parece vivir un insistente litigio entre lo impresionante, lo espectacular y lo necesario. De ahí, está a un paso de la tentación de la mentira. En las numerosas definiciones de noticia resalta como requisito que sean interesantes. Ahí empieza la polémica. Porque ¿quién decide qué es lo interesante? ¿Quién discrimina entre lo interesante y lo importante? Un viejo dicho periodístico repite que "si un perro muerde a un hombre no es noticia, la noticia será que un hombre muerda a un perro". Lo raro, lo inusual, lo entretenido se constituye en la base de la información. La mesa está servida para el sensacionalismo. Esto lleva a Arthur Hays, editor del The New York Times a preguntarse: "Qué es más urgente: informar a mil lectores o entretener a un millón?" Y el problema es el "contagio" que sufren los medios informativos. Una vez que un "suceso" ha sido instalado en la agenda mediática todos se ven "obligados" a tocar el tema. Entonces la noción de actualidad o "realidad" se construye en las salas de redacción de los distintos medios. Tanto que muchos se preguntan si la noticia es aquello que interesa a los lectores o lo que interesa a los periodistas. Una vez contagiados, enormes cantidades de insumos se usan en función a un puñado de temas que dan origen a notas informativas, posteriormente a entrevistas, reportajes, columnas de opinión, etc. La mayor dificultad estriba en que este contagio es percibido por los informadores como un factor de "competencia", la misma que se lleva acabo en medio de enorme tensión que los hace proclives a acciones cada vez más irreflexivas. Para Dan Rather, en las salas de redacción se trabaja con miedo "No tienes tiempo para pensar lo que tienes que hacer porque temes que tu competencia te tome la delantera", señala. El poco tiempo con que cuenta el comunicador y la rutina en el accionar tampoco parecen dejar mucho espacio para consideraciones que excedan la búsqueda de resultados inmediatos. La responsabilidad suele ser considerada un lujo inoportuno. Algunos comunicadores que en las aulas universitarias expresaban preocupación por valores que trascienden lo inmediato económico, una vez en el tráfago de la vida profesional, no dudan en sumarse a los "criterios mediáticos". El argumento es que deben sobrevivir en un medio altamente competitivo. Para muchos, los aspectos éticos, tan caros en sus años de estudiantes, ahora aparecen como una carga, incluso contraria al ejercicio profesional.
Pareciera que a gruesos sectores del público tampoco parece importarles la verdad y les tiene sin cuidado la falta de objetividad. Personajes de probada falta de ética continúan gozando de audiencia. Medios de comunicación, por ejemplo, que actuaron de espaldas a los intereses de la ciudadanía durante la pasada dictadura, obtienen altos porcentajes según las empresas de medición de consumo mediático. Claro que también es un tema pendiente observar con más cuidado la labor de estas medidoras. Muchas cosas se deciden a partir de sus cifras sin que nadie sepa a ciencia cierta cómo se obtienen. Sin embargo sabemos que ante el discurso de la información no es totalmente ajeno el público y su aceptación de ese producto se da en un juego de negociaciones previamente bosquejados. Porque convertidos en una "segunda piel", los medios de comunicación no sólo han transformado las proyecciones colectivas sino, como señala Hans Dieter Kubler "las almacenan en los individuos como vivencias". ¿Qué ocurre en una sociedad que ha vivido una etapa de desinformación tan intensa y promoción sistemática de falsedad y, sin embargo, continúa premiando a medios que desprecian el valor de la verdad traducida en la serena consulta a las más diversas fuentes? Una respuesta podría venir del ámbito de la moral pública y sus fragilidades en este orden. Fragilidades que tienen que ver con la ausencia de responsabilidad individual y social. Otra explicación provendría del criterio de entretenimiento a cualquier precio que se ha instalado en la actividad informativa concebida como chirriante espectáculo. Las respuestas a algunas encuestas son expresivas: La gente dice encender su televisor para "entretenerse" y luego hallamos que entre los programas más vistos los noticieros compiten con las telenovelas. Baste observar la forma como los programas periodísticos promocionan su contenido: "Sensacional denuncia"; "espectacular destape"; "impactantes imágenes exclusivas"; "desgarrador testimonio"; "violenta jornada", "sangrientos sucesos", "lo que nadie mostró" etc. ¿Qué se puede hacer? Tal vez, valga la pena voltear la mirada a la vida cotidiana y sus innumerables valiosos ejemplos, evitar ciertos diarios y abrir un buen libro, cambiar de canal, buscar una emisora musical. Sí, todo eso se puede hacer. Pero ¿quiénes? Obviamente en el Perú, los menos. Razones demás para revisar licencias de medios audiovisuales, promover las asociaciones de consumidores y, por supuesto, premunir a la sociedad peruana de una educación realmente de calidad. |
|