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21 de julio del 2003 |
Georgina Sánchez (*)
Recientemente se dio a conocer el estudio sobre educación, en particular en habilidades de lectura, ciencias y matemáticas, de la OCDE. México ocupa los lugares 34 y 35 de un total de 43 países. Las reacciones no se hicieron esperar. El secretario de Educación afirmó que estos malos resultados son la herencia del régimen pasado. Contradiciéndolo, el presidente se felicitó de los resultados, los mejores de América Latina. Convendría explicar que, en la lógica y naturaleza de la OCDE, ninguno de los dos parece haber realizado una lectura adecuada de lo que es esta organización internacional y sus trabajos.
Desde su creación, la OCDE ha tenido como uno de sus objetivos el realizar estudios de política comparada, asumiendo que todos los países pueden aprovechar de la experiencia de los otros. El ingreso de los miembros supone, explícitamente, aceptar la crítica que se haga de sus políticas públicas, crítica basada, por cierto, en estudios de alto nivel, metodologías científicas y centenas de especialistas dedicados a crear indicadores e información sólida, comprobable y pública. Así, no tiene razón el funcionario que piensa que Hong Kong tuvo mejores resultados que México porque la población china es mayor que la mexicana, lo que hace recordar aquel sofisma que reza que un kilo de plomo pesa más que un kilo de plumas. El objetivo de esa organización no es el de animar debates internos, sino mejorar las condiciones del desarrollo de sus miembros. A partir de los estudios realizados, la OCDE emite recomendaciones a todos los países, por lo que no existe el objetivo de "señalar" o "excluir" a alguno en particular, sino el de proporcionarle herramientas que le permitan mejorar sus resultados. La situación de México es preocupante, ya que para alcanzar los niveles educativos de sus socios del norte, tendrían que pasar más de 50 años de esfuerzos en la calidad educativa (la población de México avanza un año escolar cada 10 años, Canadá y Estados Unidos tienen un nivel cinco años más alto que el mexicano). Sexenio tras sexenio, el discurso político se ha centrado en mejorar la calidad educativa, pero los resultados no indican ninguna mejora. En parte, ello se debe a que sigue habiendo importantes confusiones sobre lo que es la calidad. La construcción de escuelas no es calidad, sino provisión de infraestructura. La calidad educativa reside en los contenidos y las formas de enseñanza. La lectura, la ciencia y las matemáticas son expresión, consecuencia, de los ejes fundamentales de la calidad educativa, no son su causa. Así, la calidad educativa se refiere a las habilidades para ejercer el pensamiento abstracto, lógico, sintético; la comprensión y elaboración de razonamiento, el entendimiento de datos y su capacidad para relacionarlos, las capacidades de innovación y la libertad del ejercicio del pensamiento. Todo lo anterior apunta al ejercicio del pensamiento propio. Ciertamente, este modelo no estuvo presente en el régimen pasado y ello condujo a actitudes acríticas, poco creativas e innovadoras, y sobre todo, a una cultura de la memorización y la obediencia necesarias a un régimen autoritario. El problema es que no parece haber datos que indiquen que este modelo educativo cambió sustancialmente. La ciencia, la lectura y las matemáticas son por naturaleza críticas e implican el esfuerzo constante del individuo por abrir el horizonte del conocimiento para comprender, criticar y construir. Este es un cambio que implica generaciones, pero Corea pudo hacerlo en menos de 20 años. La cuestión es comenzar, pero todavía no despegamos en este esfuerzo. Otra de las reacciones a estos estudios tiene que ver con el espíritu nacionalista que ve en ellos una violación a la soberanía. La OCDE, conocida por muchos bajo el epíteto del Club de los ricos, efectivamente se creó reuniendo a las economías más avanzadas del mundo. Pero quedarnos en el epíteto no permite avanzar en el análisis. A partir del éxito que había tenido la reconstrucción europea después de la segunda guerra mundial gracias a la planeación y cooperación en políticas públicas de sus miembros fundadores, en su primera etapa, durante la Guerra Fría, la OCDE se creó para mostrar una alternativa occidental al mundo comunista. Pero la caída del muro de Berlín y la globalización llevaron a esta organización a replantearse su papel en el orbe. La OCDE abrió sus puertas a las economías más dinámicas, se acercó a los países en desarrollo y se convirtió en el mayor centro de producción de estudios sobre desarrollo económico y social del mundo. Y si en economía tiene una orientación de libre mercado, en asuntos sociales trabaja por la equidad, integración y cohesión de las sociedades con mejores niveles de bienestar. Pero para mejorar algo hay primero que reconocer qué es lo que hay que mejorar y de qué manera. Por eso con frecuencia los análisis de la OCDE acerca de México presentan nuestras vulnerabilidades en el desarrollo. La OCDE a veces también comete errores, como la iniciativa que hace años presentara para la liberalización multilateral de las inversiones. La oposición internacional y la de sus propios miembros, hicieron que esta iniciativa se rechazara, pues contradecía el espíritu de integración y equidad de la propia organización. Regresando al estudio sobre educación de la OCDE, no hay motivo para alegrarse de que México se encuentre a la cabeza de América Latina, por el contrario, es más bien motivo de preocupación que países con un alto índice educativo, como Argentina, lo hayan perdido, lo cual es un llamado de atención sobre la reversibilidad de la calidad educativa, que tiene que ser un esfuerzo sostenido a través de las generaciones. Por otra parte, no deja de ser preocupante que nos midamos "hacia abajo" y no "hacia arriba": países que pertenecieron al bloque comunista, ahora miembros de la OCDE, como la República Checa, Polonia, Hungría e incluso otros como Latvia, Rusia, Bulgaria y Tailandia, se encuentran con una calificación por arriba de México. Estos países lograron avanzar en muy poco tiempo, y en la mayoría de los casos, teniendo economías más frágiles que la mexicana. Además, el quedarnos en el debate sobre qué lugar ocupamos nos impide ver otros resultados, como el hecho de que la inversión de grandes cantidades de dinero no se refleja necesariamente en buena calidad (Italia), que la calidad no reside en "echarle más ganas" cuando se repite el año (Brasil, Argentina) o que la polarización económica se refleja directamente en la educativa (México, Estados Unidos, Chile, Argentina). Finalmente, también es un error de lectura interpretar que la OCDE no es México. Este organismo está conformado por sus miembros, que deciden las políticas de la organización y sus estudios no son realizados a las espaldas de sus gobiernos, sino solicitados y aceptados por éstos. Nueve años después del ingreso de México a la OCDE, es conveniente recordarlo. (*) Analista política. La autora fue Directora fundadora del Centro de la OCDE para América Latina. Correo electrónico: prospectiva@confluencias.com |
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