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La insignia
17 de julio del 2003


Revista de prensa*: Fallece Celia Cruz

Reina rumba


Diego Manrique
El País. España, febrero del 2000.


"Se oye el rumor de un pregonar que dice así: el yerberito llegó, llegooooooooó. Su majestad ya viene, que linda está, vamos a verla pasar, vamos a oír su compás, viene con un ritmo sandunguero repicando bien los cueros y tocando guaguancó, trae un séquito de rumberos que dicen los que la vieron que la rumba se acabó y ya lo ves: la rumba es la reina, ay vamos a gozar, caballero".

Así comienza Reina Rumba, el libro de Umberto Valverde que Gabriel García Márquez publicó en Colombia en 1981. La Reina Rumba es Celia Cruz. Celia de la Caridad Cruz Alonso, habanera del barrio de Santos Suárez, nacida el 21 de octubre de 1924 (una fecha que ella ni confirma ni niega. Las divas dejan de cumplir años cuando les apetece). Segunda hija de un ferroviario, Celia estudió magisterio y pasó por el conservatorio, aunque su profesor de piano se enfadó con ella por resistirse a cortarse las uñas. Así que la suya es una garganta educada, pero no tanto como para perder el sabor del canto afrocubano, de lo aprendido en las sesiones de rumba en los solares (las corralas habaneras), donde se invoca a los dioses que los esclavos disfrazaron de santos católicos.

Se dio a conocer en los concursos de aficionados de la radio. Celia recuerda que en el primero ganó una tarta, pero que cuando triunfó en La corte suprema del aire ya fue recompensada con 15 dólares. Más tarde, las actuaciones en los jardines de la Tropical, contratada por el Centro Gallego o Asturiano. Grabó por vez primera a finales de los cuarenta, con las orquestas Gloria Matancera y Sonora Caracas. Y aunque no daba el tipo de cubana exuberante, formó parte del espectáculo Las mulatas de fuego, que recorrió México y Venezuela.

Se dice pronto: más de medio siglo en primera línea de la música tropical. A partir de 1950 Celia Cruz dominó los escenarios y las emisoras cubanas al frente de la Sonora Matancera. Cao cao mani picao fue su primer éxito, lanzado en aquellas quebradizas placas que giraban a 78 revoluciones por minuto; ella cantaba de todo -hasta grabó un rock and roll-, pero especialmente irresistibles guarachas. El conjunto que dirigía el guitarrista Rogelio Martínez se hizo leyenda por la calidad y variedad de sus vocalistas: cuan- do quiso celebrar sus 50 años de existencia, la lista de cantantes matanceros incluía 48 nombres ilustres.

Celia y la Sonora estaban actuando por México cuando se recrudeció el conflicto entre Estados Unidos y el régimen castrista: decidieron quedarse en el continente. La farándula, como el resto de Cuba, se iba a dividir en dos bandos irreconciliables, separada por noventa millas de recriminaciones.

Celia no ha vuelto a pisar la isla: no pudo asistir al entierro de su madre en 1962 y no lo perdonó. Ha atacado a la dictadura comunista, que respondió eliminando su nombre -y el de muchos exiliados- del diccionario de la música cubana del poeta Helio Orovio. Ella, que era la estrella de las emisiones de Radio Progreso, ya no suena en Cuba desde hace 40 años (sin embargo, sus grabaciones se difunden clandestinamente por el país). Vive en Estados Unidos, lleva pasaporte estadounidense, pero sigue siendo tan cubana como el mojito: apenas habla inglés.

Su tragedia personal hizo que Celia se beneficiara de la concentración de talento latino en Nueva York. Tras los 15 años en la Sonora Matancera, trabajó con las orquestas de Tito Puente, Willie Colón, Ray Barretto, Pappo Luca y Johnny Pacheco, aportando su autenticidad habanera a las fórmulas renovadoras de lo que se dio en llamar salsa. Cuando la capital de la música latina se trasladó a Miami, ella también puso su voz de cobre al servicio del pop caribeño made in Florida.


UN DISCO POR CADA AÑO DE VIDA

Su inmensa discografía -dice que tiene un disco grande por cada año de su larga vida- se ha enriquecido con colaboraciones en terreno ajeno. Apareció en Los reyes del mambo, versión Hollywood de la novela de Oscar Hijuelos. Grabó con David Byrne y el escocés todavía recuerda su impacto: "Cantaba a un metro del micro y aún tapaba mi voz". Hizo el sublime Vasos vacíos, primer destello de genialidad de los argentinos Fabulosos Cadillacs. Atendió al rapero haitiano Wyclefjean (Fugees) o Jarabe de Palo.

Acompañada de Pedro Knight, el trompetista de la Matancera con quien se casó, ha actuado por toda América y también llevó su "¡azúcar!" a países tan improbables como Finlandia, donde Celia era estrella cuando en España nadie quería contratarla. Tal vez allí no se entienden sus letras, pero se aprecia su voz recia, adaptable a todos los palos caribeños. Por no hablar de su habilidad para improvisar como sonera, su dominio del escenario, su humanidad. Celia Cruz, historia viva de la música cubana del siglo XX.



(*) Artículo aparecido en febrero del 2000 en El País, de España. La redacción de este diario recuerda a sus lectores que en nuestras páginas sólo tienen cabida los textos externos que cuenten con los debidos permisos de reproducción de autores y/o publicaciones. Cualquier excepción, como la actual, se hace siempre en virtud del carácter no lucrativo de La Insignia, ante situaciones de evidente interés informativo o social y a condición de no provocar perjuicio alguno a la fuente de origen.



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