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15 de julio del 2003 |
José Marzo
Yo no sé qué significa la "libertad", excepto si es el chicle de la sociedad contemporánea, de una democracia liberal cada vez menos democrática y menos liberal, un sistema de grupos de interés presidido por las corporaciones capitalistas.
Un diccionario tradicional afirma que la libertad es "la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de determinar espontáneamente sus actos". Sin embargo, pienso que quien busque la libertad en el espíritu acabará encontrando entre las neuronas un impulso electroquímico. El mismo diccionario añade que también se puede considerar como una condición. Un hombre libre, absolutamente libre, sería entonces aquel que no esté preso ni sea esclavo ni padezca coerción alguna. Tal situación sin condiciones sólo se hallaría en la soledad de los campos, allá donde no hay estado, ni sociedad, ni familia, ni lenguaje, ni memoria; cuánto nos condicionan nuestros proyectos y anhelos, nuestro propio pasado. Quizá no sea la libertad más que una sensación. El mal de Skinner: no importa que no seas libre con tal de que sientas que sí lo eres. La sensación de libertad: cuando viajas en coche como en un anuncio hasta donde se acaban las carreteras, cuando bailas siguiendo tus instintos ni importarte el qué dirán, cuando compones una melodía subvirtiendo las normas convencionales. Pero por qué llamar "libertad" al alivio por alejarte de la ciudad, al placer sensual de pisar la tierra con los pies descalzos y de que tu cuerpo se exprese con espontaneidad, a la tensión emocional de la inspiración artística. La asociación es un derecho fundamental. Puesto que vivimos con otras personas, puesto que convivimos, parece razonable poder decidir con quiénes compartimos nuestros trabajos y nuestros días. La libertad de asociarse sería la libertad de elegir nuestra pequeña comunidad y su rumbo. Pero hay asociaciones que niegan mi libertad artística en virtud de unos principios morales o religiosos, y en todas se exigen unas obligaciones que quizá yo no esté dispuesto a cumplir. ¿Será la libertad la capacidad de escoger? Podemos elegir comprar un televisor de 14 pulgadas en detrimento de otro de 28, y dedicar el dinero de la diferencia a una cena de marisco para ocho personas. También puedo elegir seguir en mi trabajo o pedir una rescisión de contrato. O vivir en la calle sin obligaciones laborales antes que en una casa de ochenta metros cuadrados con una hipoteca de veinte años. Pero quien lo puede tener todo no precisa escoger. La libertad de elección lleva implícita en sí misma el reconocimiento de una enorme limitación. ¿Será entonces la libertad la capacidad de decidir? La libertad política, es decir, la capacidad de proponer leyes y hacerlas cumplir sería la máxima expresión de la libertad. Sin embargo, una mayoría popular también podría decidir o aceptar en el uso de su libertad política que se decidiera la supresión de todas las libertades, y un pueblo que renuncia a su libertad política es un pueblo que consiente una dictadura. Quizá los súbditos puedan conformarse con la contemplación gozosa de la gran libertad de la que disfruta su dirigente. La libertad, entonces, es un principio jurídico que garantiza todas estas leyes, todas estas posibilidades. Pero esto, con ser necesario, no sería suficiente. Si las leyes garantizan las libertades individuales, civiles y públicas, pero los individuos no obran ni eligen ni se asocian ni participan en política, la libertad sería sólo una palabra, la expresión de un imposible. La libertad tiene que ser todas estas cosas, pero algo más, un ejercicio. Explicaba Hannah Arendt que la sociedad griega, donde nació el concepto de libertad hace más de dos mil quinientos años, conoció progresivamente cómo la libertad se alejaba del terreno de lo público para refugiarse en el terreno de lo privado, hasta limitarse con el cristianismo primitivo al espacio íntimo de la conciencia. En la mitad de este largo camino se hallaba Epicuro, el filósofo del jardín, que defendía la libertad en la privacidad compartida con unos pocos amigos. ¿Cómo negar esa libertad? Pero ¿cómo negar que la limitación de la libertad al jardín aconteció cuando ésta había sido expulsada de la plaza pública? Epicuro creó su escuela en Atenas en el año 306 a. C.; la democracia ateniense concluyó tiempo antes, en el 323, año de la derrota de Atenas ante Macedonia. La libertad de Epicuro ya no era la de escoger ni de asociarse ni de decidir, sino sencillamente la única libertad posible bajo la monarquía macedónica. De la historia podemos extraer esta enseñanza, que quienes renuncian a un solo terreno de la libertad corren el riesgo de perderlos todos. La libertad es, precisamente, un amplio abanico de posibilidades, pero también el uso de tales posibilidades en todos los terrenos. Nadie puede apropiarse de la libertad ni marginarla a un espacio cerrado, ni conculcar las libertades fundamentales en virtud de una sola y poderosa libertad pública, que acabaría revolviéndose contra sí misma. Mi libertad comienza donde comienza la tuya, y acabaría si acabara la tuya. La libertad es un proceso abierto por múltiples sujetos y necesariamente polémico, conflictivo. La libertad es un ejercicio político. |
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