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La insignia
14 de julio del 2003


Perversidad


Lidia Fernández Fortes
La Insignia. España, julio del 2003.


Pocas películas he visto en mi vida que muestren un desencanto tan absoluto con respecto a la naturaleza humana, sin resultar aburridas o pedantes. Es una historia de dominadores y dominados, donde algunos dominados son, a su vez, dominadores. Pero, sobre todo, es una apasionante historia de codicia en la que, finalmente, nadie logra obtener lo codiciado.

La codicia es el verdadero motor que mueve a los personajes. El pretendido amor que dos de ellos sienten sólo es la torpe caricatura de una idea delirante y plana, dibujada por pasiones y caprichos, emociones reprimidas, frustraciones y reacciones impulsivas muy lejanas de las que produce el amor. Todos fingen ser quienes no son para seducir a alguien que también finge. Mienten y manipulan. Persiguen ilusiones en las que no tiene cabida la realidad del otro, hasta el punto de retorcer las palabras y los actos del objeto de sus deseos para ajustarlas a la idea fija que les obsesiona. Porque no aman; sólo necesitan. Sólo quieren poseer, y todo vale; incluso la destrucción de lo que se anhela, cuando la imposibilidad de poseerlo se hace evidente a pesar de todos los esfuerzos por negarla.

Quien al principio se nos muestra como víctima, finalmente se convierte en un verdugo enloquecido. Chris Cross no es un ingenuo enamorado, como podría parecer al comienzo de la historia. Sólo quiere tener a la chica más bonita que -al parecer- se ha interesado por él en toda su vida, y que le ha deslumbrado como a un quinceañero. Siente fascinación, y ve en ella lo que quiere ver. De todas formas, ¿cómo podría amar alguien que ni siquiera se respeta a sí mismo? ¿Cómo podría valorar verdaderamente a alguien un ser que se considera tan insignificante que miente sobre su identidad? Se limita a decirle a Kitty justo lo que desea escuchar para que no se le escape, y cree las mentiras que ella le cuenta, por motivos muy distintos.

Kitty, en mi opinión, no es una verdadera femme fatale (Johnny se ajustaría mucho más a ese rol, en todo caso). Al menos, no por sí misma. Podría haberlo sido, puesto que no le faltan ni atributos físicos ni habilidad para seducir, pero no tiene la suficiente inteligencia ni la frialdad necesaria para dominarse y, por lo tanto, dominar, con lo que se queda en simple marioneta a merced de un novio que la maltrata, por el que siente una dependencia emocional que absorbe su energía, y que es quien verdaderamente mueve sus hilos y la convierte en una mujer fatal para Chris Cross. Su rostro regordete de niña caprichosa y perezosa muestra la astucia de una zorra carente de sofisticación, y yo diría que su bolso con dibujos en forma de espiral, que aparece de forma muy visible durante la charla que mantiene con Chris en el parque, es un símbolo -no casual- de la obsesión que siente por Johnny y de la que provoca en el cajero.

Otro detalle que encuentro tan simbólico como el del bolso, es la falta de perspectiva en los cuadros de Chris. Se repiten los comentarios sobre este particular entre distintos personajes, como para hacer hincapié. Pero el diálogo más interesante en este sentido es el que se produce entre Johnny y Chris, cuando el primero le dice, ante el cuadro de la mujer y la serpiente: «Oh, es excepcional, palabra. Pero no domina la perspectiva, ¿verdad?». El cajero le contesta: «Sí, efectivamente; es algo que nunca he dominado del todo». Y, hablando de símbolos, ¿qué representa la enorme serpiente que acecha a la muchacha del cuadro? Es fácil pensar que se trata de una representación fálica. Probablemente lo sea, pero si afinamos un poco más, bien podría tratarse de Johnny o del propio Chris. Las lecturas acerca de esta charla se diversifican de un modo muy sugerente.

Uno de los mayores aciertos de la película es que no se pone de parte de nadie. Ni siquiera de la del pobre hombre de quien todos se aprovechan en un principio, al que se nos muestra como un individuo atolondrado y cobarde que tiene gran parte de responsabilidad en su situación. Parece llevar escrito sobre la frente: «pisadme, soy una alfombra». Desea complacer a todo el mundo de un modo que resulta patético, porque lo hace sólo por miedo, y no por amor o por placer. Vemos a ese ser de movimientos asustadizos, pintando en el cuarto de baño para no molestar a su mujer, una arpía dominante -que lo es en gran medida porque él lo consiente-, sin levantar jamás la voz, colocándose un delantal ridículo lleno de volantes y estampado de florecitas para fregar los platos después de una larga jornada de trabajo... y nos causa una sensación ambigua que se aleja de la simpatía que supuestamente debería producirnos; una sensación que hace presagiar la violencia de la que un ser tan reprimido y mezquino puede llegar a ser capaz si se le presiona lo suficiente. El presagio cobra forma a través de detalles como la noticia que le lee a su mujer acerca de un hombre que ha asesinado a su esposa, o con la escena en la que deja caer un cuchillo de cocina que se clava en el suelo, entre sus pies. Por cierto, resulta magistral la interpretación de Edward G.Robinson, al que nadie podría relacionar con los papeles de gángster en los que se encasilló durante la década de los años treinta.

La película está repleta de un humor negro y sutil. Es curioso, por ejemplo, observar cómo se pone de manifiesto la ceguera de los dos dominados de la historia. Me refiero, concretamente, a un par de diálogos muy significativos. En el primero, Johnny le insiste a Kitty para que seduzca al cajero y consiga dinero a cambio de favores. Kitty, indignada, protesta: «¿Y si resulta que es un pervertido o un vicioso y quiere prostituirme?». En el segundo, cuando la chica le dice a Chris toda la verdad, entre risas e insultos, éste se niega a creerla a pesar de la evidencia: «Eso es sólo un capricho. No puedes querer a un hombre así. Es malo». En fin, creo que sobran los comentarios, pero cualquiera que tenga ciertos conocimientos de psicología pensaría en estos momentos en la palabra "proyección".

Fritz Lang envuelve la historia en un ambiente oscuro, donde la mayoría de las escenas se desarrollan de noche o en lugares poco iluminados. Un ambiente que a menudo parece más europeo que estadounidense, aunque sólo fuera por la música de organillo que se escucha en un par de ocasiones, una de ellas al comienzo de la película.

La primera vez que vi Perversidad pensé que el final sobraba, y que probablemente Fritz Lang lo había incluido para no escandalizar al público de la época con la idea de que un criminal pudiera quedar impune. Pero ahora lo considero perfecto porque cierra el círculo fatal al que conducen las obsesiones. Por otra parte, el protagonista descubre que no hay modo posible de llenar el vacío ni mitigar la soledad que siente -más bien al contrario-, porque ambos viven en su interior, a partir de ahora acompañados por los fantasmas del remordimiento y los celos, y se deben únicamente a su manera de sentir, errónea y desquiciada, con lo que pretender acabar con ellos es como luchar contra molinos de viento.



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