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11 de julio del 2003 |
J.G.V.
Ay, niño, niño travieso.
Tanto jugar, tanto jugar y mira ahora cómo llegas a casa. Eso te pasa por coger cosas del suelo. Cuántas veces te lo he repetido. Y ahora, a ver. A ver quién saca esa mancha de sangre del pantalón. Y quién cose el roto. A ver quién te saca ese trozo de metralla del pecho. Y el de la frente. Y el de la pierna. Qué desastre. Hasta en el cuello tienes un agujero. Anda, vamos al hospital. No hay nada que hacer, dice el médico. No hay plasma, no hay medicamentos, no hay instrumentos quirúrgicos. Ay, este niño, qué disgustos nos da. Quién te mandaría ir a jugar a las afueras de la ciudad. De Basora, Grozny, Jerusalén, Casablanca, Riad, Bali, Abidjan, San Salvador, Nueva York, Madrid, Guatemala, Argel, Kabul, Manila, Bogotá, Sarajevo, Beirut, Tegucigalpa, Brazzaville, Londres, Cali, Río de Janeiro, Colombo, Lagos... Aquí, como en todos esos sitios, hay que tener cuidado. Aquí, como en todos esos sitios, hay gente que se dedica a matar, a poner bombas, a disparar en la sien, en el pecho, en la coronilla. Hay que tener cuidado. Pero claro, este niño es un inconsciente, un desobediente y no hace caso. Y al final, te dio la metralla. No es culpa de nadie, claro que no. Es sólo este niño travieso, niño inquieto, niño desobediente, niño muerto. Mutilado. Huérfano, violado, desaparecido, secuestrado. Ay, niño, niño travieso. |
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