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8 de julio del 2003 |
El abuelo faltón
La noche del viernes en el asilo se presentaba apasionante -bingo en el comedor y sesión doble de José Luis Moreno-, así que no lo dudé un segundo y me fugué por la ventana de la lavandería. Segundos después me encontraba en el Barbarella, esperando un chou con vedettes y champán, al mejor estilo de Raúl Sender. La realidad no me decepcionó.
Decodek La corrida comenzó con Nacho, Mozartito de Chamberí, dirigiéndose al centro de la plaza con un bajo oculto tras la muleta, para no asustar al astado. Agazapado en el burladero tras una manzana, Pepelu de Triana daba instrucciones a los picadores para que los caballos no tropezaran con los cables del secuenciador. En el centro del coso estaba Marta, La faraona plasticona, que se arrancó por bulerías en clave cubase. A su lado, Vero aparecía ataviada con un precioso vestido que le valió el apodo de "La Niña Agricultori". Al final de la actuación, un espontáneo saltó a la arena al grito de "¡Pero tocad algo de Los del Río, coño!" antes de ser reducido y apaleado por los cuerpos y fuerzas de seguridad del local. Visto lo visto, no me atreví a preguntar qué siginifcaba eso de "Decodek". Al final, dos orejas y el rabo, sin que nadie supiera a ciencia cierta a quién pertenecían estos miembros. La Rubia Motoya De entrada, les ruego que se ahorren el pareado fácil que les pueda sugerir este nombre. La Rubia es un individuo a medio camino entre John Belushi y Chiquito de la Calzada, pero con las patillas para atrás. Al cabo de dos minutos de escucharlo, uno sospecha que se encuentra ante el nuevo Beckham de los escenarios, por su tercera pierna prodigiosa y su baqueta fácil, siempre dispuesta a romper cualquier ritmo sensato. Su compañero, Miranda, no es Victoria Adams, pero tiene mucha más gracia que la megapetarda sajona. Este 'crack' de la guitarra, con el dorsal 0,3 a la espalda, se empleó a fondo durante el encuentro para frenar las acometidas de la delantera rival y subir por las bandas hasta el banderín de córner, donde remató varios balones perdidos. Remató fuera, se entiende, aunque en uno de los lances del partido arrancó los aplausos de la grada al llevarse por delante con su entrepierna el banderín de córner y el micro del escenario. "¿Se puede ser más subnormal?", se preguntaba la Rubia mientras el grupo entonaba la sintonía de 'El osito Jackie'. No me paré a pensar si se trataba de una pregunta retórica y dejé a estos individuos sodomizando en la barra a unas estrellas de los dibujos animados. Los focomelos La banda Focomelos puso el punto y la i a una fiesta maravillosa y entrañable. Maravillosa porque en sólo dos horas pude hacerme con buena parte de las carteras y bolsos del personal; entrañable, porque a esas alturas de la noche las entrañas del público presentaban un aspecto preocupante. El focomelo es una persona cuya mayor gracia consiste en que apenas tiene gracia, lo que le convierte en una persona sumamente graciosa. En cualquier caso, el escaso salero que atesora esta estrella del pop se reparte por sus casi dos metros de altura, en una proporción precisa para interpretar "el novedoso baile del robot" y "la danza del astronauta" sin ruborizarse lo más mínimo. Entre canción y canción, el focomelo articulaba un discurso incomprensible para mi sonotone aunque teóricamente muy importante, a tenor del gesto serio del individuo. La focomela, por su parte, aderezaba la dialéctica de su compañero con los sugerentes "chuic-chuic-taclaca-taclaca" que emitía la Play Station al llenar su tarjeta de memoria con las notas de la siguiente canción. Al final de la actuación, el focomelo hizo una declaración de intenciones que apasionó a los seguidores del tecnopop: "Ahora un poco de Rock&Roll", dijo, "Porque lo cierto es que nosotros hacemos esta música porque no sabemos tocar nada". Conclusión: más trabajo para los cuerpos y fuerzas de seguridad del local. Al terminar el concierto, ajusté mi dentadura postiza y me acerque Miranda para pedirle un euro para un bocata. Pero cuando llegue a su lado, de mi boca sólo salió un "¿Vendéis cedés?". El guitarra me miró con los ojos enrojecidos y exclamó: "¡No: los regalamos!" e introdujo una carcasa en mi boca, desplazando mi dentadura hasta la traquea y provocándome un divertido episodio de asfixia. Más tarde, en la furgoneta del Samur, mientras Sor Peladilla me regañaba por haberme fugado de la residencia, eché un vistazo al cedé: era de la Pantoja. Maldita rubia. |
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