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4 de enero del 2003 |
David Healy (1)
Traducción de Jesús Gómez
Psiquiatra y reputado psicofarmacólogo, David Healy es profesor en la Universidad de Gales (Gran Bretaña). El 30 de noviembre del año 2000 pronunció esta conferencia en el Centro de Adiccion y Salud Mental (CAHM) de la Universidad de Toronto, donde reafirmó sus críticas a la industria farmacéutica en la proliferación de los antidepresores (Prozac y otros). El impacto de la conferencia dio paso a una controversia internacional sobre la libertad de expresión y de investigación en un mundo universitario cada vez mas dependiente de los subisidios de la industria privada. Un resumen de esta controversia puede ser consultada en el sitio web Pharmapolitics. Agradecemos al Dr. Healey su autorizacion para editar esta conferencia, por primera vez en español, para los lectores de La Insignia.
¿Qué futuro nos espera? Hay buenas y malas noticias. Aunque en realidad, las posibilidades que voy a esbozar les pueden parecer tan extrañas que tal vez les resulten igualmente malas. En la fotografía adjunta pueden contemplar el rostro de unos mayores asesinos en serie de la historia. Puede que se trate del mayor asesino en serie de todos los tiempos. Era un médico, llamado Harold Shipman, que trabajaba cerca de mi domicilio. El caso de Shipman demuestra que situaciones donde la confianza es importante pueden desembocar en extraordinarios abusos. La prescripción obligatoria, creada para limitar la disponibilidad de las drogas malas y limitada ahora exclusivamente a las drogas buenas, es una de las situaciones donde el factor de la confianza es importante. La medida se tomó originalmente para que los médicos pudieran obtener información de las empresas farmacéuticas en favor de sus pacientes y para servir de contrapeso a las fuerzas del mercado. Sin embargo, las empresas y corporaciones farmacéuticas modernas se han convertido en las organizaciones con más beneficios del planeta desde que se aplicó la prescripción obligatoria. Se ha pasado de un mundo donde las farmacéuticas estaban dirigidas por médicos y químicos a otro donde lo están por ejecutivos que también trabajan para multinaciones del petróleo y del tabaco. De hecho, las farmacéuticas suelen estar asesoradas por abogados de corporaciones como las mencionadas. En el caso de la industria del tabaco, ahora resulta evidente que los consejos legales sobre los problemas derivados del hábito de fumar no se centraron en la investigación de sus peligros, porque de haberlo hecho habría aumentado la responsabilidad legal de las empresas involucradas (6). Ese tipo de asesoría, proporcionada a los ejecutivos de nuestras corporaciones farmacéuticas, debería ser completamente incompatible con la medida de la prescripción obligatoria; pero los mismos abogados que aconsejan a las empresas farmacéuticas son también los que trabajan para las tabacaleras. Obviamente, eso convierte la prescripción obligatoria en un vehículo para generar consecuencias médicas adversas con impunidad legal. En mi opinión, el Prozac y otros inhibidores selectivos de recaptación de serotonina (SSRI, por sus siglas en inglés) pueden llevar al suicidio. Es posible que ese tipo de drogas sean responsables de la muerte de una persona al día, en Estados Unidos, desde que se comercializaron. Seguramente muchos de ustedes no estarán de acuerdo conmigo en ese punto, pero no han tenido acceso a la información que yo he tenido. No obstante, todos estaremos de acuerdo en que surgió una controversia sobre los posibles efectos negativos del Prozac. Y también estarán de acuerdo en que, desde que surgió el debate, no se ha realizado ni una sola investigación dirigida a averiguar si el Prozac puede inducir al suicidio. Se han planteado, pero no se han llevado a cabo. ¿Qué aplicación tiene todo esto para el futuro? Con la obtención de la secuencia del genoma humano, surgen posibilidades de crear nuevos mercados. Necesitamos ese conocimiento para avanzar y nos servirá para averiguar más cosas sobre nuestras creencias, incluso religiosas y políticas. Pero los productos derivados de la investigación pertenecerán casi exclusivamente a las corporaciones farmacéuticas. Y si dichas empresas reciben el tipo de asesoría legal que aparentemente reciben en la actualidad, el conocimiento obtenido -tan importante desde un punto de vista democrático- actuará contra los intereses de la democracia.
En la imagen adjunta pueden contemplar otro aspecto del futuro (7). Durante los últimos cincuenta años, la cirugía plástica ha evolucionado hacia la cirugía cosmética. La primera comenzó como una gama de procedimientos de reconstrucción dirigidos a reintroducir al individuo en el orden social, y evolucionó hasta convertirse en la segunda cuando la fiabilidad de los procedimientos superó determinado umbral de calidad. Todos ustedes han oído mucho la palabra «calidad» últimamente. Sin embargo, la calidad no se refiere en la salud moderna a una buena interacción entre seres humanos. En la actualidad se utiliza en una acepción industrial, relativa a la capacidad de obtención de determinados resultados; por ejemplo, las hamburguesas «Big Mac» son hamburguesas de calidad en ese sentido: son siempre iguales. En el caso de los antidepresivos, la calidad es actualmente nefasta; pero el desarrollo de la farmacogenética y de la neuroimagen lo cambiará todo. No es que nuestras drogas vayan a ser necesariamente mucho más eficaces, pero la calidad de las respuestas que podremos obtener con ellas será mucho mayor. La Viagra, una droga con resultados de calidad, es un buen ejemplo de lo que sucederá cuando consigamos dar ese paso: entonces se podrá abandonar el concepto de enfermedad. Los ejecutivos de las empresas farmacéuticas y de otras corporaciones ya han renunciado a él y hablan abiertamente de agentes de estilo de vida. Ése es el mundo que nos espera. No será el mundo de la medicina tradicional, donde las drogas trataban enfermedades para restaurar el orden social. Será un mundo donde las intervenciones psicofarmacológicas podrán cambiar dicho orden. No soy quien para indicarles si ese mundo será mejor o peor, aunque considero que podría tener muchas ventajas. Volvamos ahora a la fotografía de Delay y de sus colegas. Probablemente recuerden que mencioné que Pichot y Deniker podrían haber estado esperando una hora junto a Delay, de pie, mientras él entretenía a alguien como yo. Sin embargo, no habría sido una experiencia que hubieran tomado como una forma refinada de tortura ni como una humillación. Eran otros tiempos, una época en la que el honor y la lealtad eran más importantes que hoy en día. Entonces se valoraban más que la búsqueda de la autenticidad individual, típica de nuestro mundo. Aquellos hombres creían en la jerarquía, del mismo modo que en el pasado se creía en el «temor de Dios» como método para mantener el orden social. Pero el temor se transformó en angustia y luego llegaron los desórdenes de ansiedad: algo que se debe tratar. Esto demuestra que existen fuerzas en juego que pueden cambiar no sólo el tipo de drogas que damos a los pacientes, no sólo las situaciones que creemos estar tratando, sino también cambiarnos a nosotros mismos. Fuerzas que pueden transformarnos de forma más profunda que un buen puñado de LSD. Por las razones expuestas, probablemente pensarán que se debe seguir con suma atención la evolución de los cambios. La alternativa es deslizarse suavemente hacia el futuro; o al menos así lo parecía hasta hace poco tiempo, cuando el nacimiento de la atención médica controlada demostró que el deslizamiento hacia el futuro podría no ser tan suave e indoloro como alguna vez imaginamos.
Notas
(6) Glantz SA, Bero LA, Hanauer P, Barnes DE. The Cigarette Papers. University of California Press, Berkeley, 1996. |
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