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La insignia
29 de diciembre del 2003


Entrevista con Maitena

«La felicidad no hace reír a nadie»


Andrea Stefanoni
La Insignia. Argentina, diciembre del 2003.


"En general, culturalmente, la educación para las mujeres no tiene que ver con el humor. Porque el humor es corrosivo, trasgresor, irónico y sucio a veces; el humor no es la mujer que se ríe con recato, es todo lo contrario, es la gran carcajada, es '¡me río en tu cara!'. Y tradicionalmente hay una educación para la mujer que la ha dejado fuera del mundo del humor, al menos como ámbito profesional", dice Maitena, una mujer que ocupa un lugar destacado en el humor gráfico argentino. Y agrega a modo de definición: "A mi me gusta mucho una frase que dice 'el humor es una tentativa de limpiar de estupideces a los grandes sentimientos'". Actualmente reside en Uruguay, "con poca gente alrededor, casi en soledad, en un lugar muy chico donde soy feliz con mi familia y mi trabajo. Lejos del ruido de la ciudad".


-¿Con qué se dice más la verdad, con el humor o con la literatura?

-Es una pregunta muy filosófica, ¿qué es la verdad?. El humor es más verdadero, más fácil y alguien que conoce los mecanismos del humor enseguida se da cuenta con qué se está trabajando ese chiste, de dónde parte. La literatura es más misteriosa, respecto hacia dónde se dirige, de dónde parte y qué es lo que te quiere decir. Sí, el humor es más claro.

-¿Creés que los humoristas tienen una cierta responsabilidad política dentro de la sociedad?

-No. Al menos yo no me hago cargo. Además creo que todo acto es político. Cuando hago humor acerca del estado emocional de la gente estoy, de alguna forma, hablando de política. El año pasado en la situación de angustia en que estaba la Argentina, cuando retrataba los diálogos de los personajes, creo que estaba haciendo humor político. Porque había mucha angustia, mucha gente sin trabajo y eso es política. No podía estar lejos de eso. Me gusta lo que hace Rudy y Daniel Paz en el diario Página/12, me parece extraordinario, pero lo que hace Nik en La Nación me parece una porquería, para hacer eso, prefiero seguir hablando de la celulitis.

-¿Conocés alguna humorista?

-Me gusta mucho Claire Bretecher, es una francesa bastante mayor que yo, y creo que es la mejor de todas. Cuando a los veinte años conocí su trabajo, no me inspiró pero sí me provocó algunas cosas profesionalmente. Descubrir su trabajo fue una iluminación. Hay otra humorista contemporánea que se llama Marjane Satrapi, que es una chica iraní, hace unos comics maravillosos sobre su infancia y lo que es ser mujer en Irán. Describe con mucha ironía y con mucho humor los años en su país; ella vivió en la calle mucho tiempo, una vida intensa y muy interesante.

-¿Marcó Claire Bretecher tus comienzos?

-No, porque yo en realidad no empecé como humorista, empecé haciendo historietas eróticas, sin humor. Tal vez esa parte de mi trabajo tenga un poco que ver con ella. Toda mi carrera, por llamarla de alguna manera, ha estado signada por la necesidad del dinero, de sobrevivir. El trabajo de humorista no es fácil. Me fui adaptando a la revista dónde trabajaba. Si era una revista de sexo, hacía historietas eróticas, si era de padres y madres de familia, las hacía para el hogar. He ilustrado libros de texto para el colegio también. En todo ese camino fui madre soltera a los diecisiete años. Después me casé, tuve otro hijo, me separé y a los treinta y dos conocí al hombre de mi vida y también tuvimos un hijo.

-¿Pesa más ahora tu vida personal a la hora de escribir, el hecho de estar enamorada por ejemplo?

-La felicidad no hace reír a nadie. El humor se apoya en la tragedia, en el drama, en una situación de quiebre. Uno se ríe del tipo que pisa una cáscara de banana, no del que corta una flor y te la da.

-¿Entonces, el estar enamorada de tu marido te dificulta el trabajo?

-(Risas) ¡No!, porque tengo mucha memoria. Tengo muchas amigas y sigo en el mundo. Hablo mucho de la relación, no sólo de estar feliz, uno puede estar feliz pero siempre hay algo en la relación hombre-mujer que da para rato.

-¿Cómo fue tu infancia?

-Horrible, ¿podemos cambiar de tema? (Risas). Tengo seis hermanos. Soy la sexta de los siete, cuatro mujeres y tres varones. No tengo lindos recuerdos de mi infancia. Yo quería ser grande cuando era chica. Lo único que quería era crecer y ser adulta, siempre tuve una actitud muy madura. Hoy soy una mezcla de una persona muy madura, muy equilibrada y muy infantil. Éramos una familia muy numerosa, donde todos estaban muy ocupados y mis padres atendieron, sobre todo, a sus hijos mayores. Lo comprendo, no se puede tener siete hijos, debería estar prohibido. De todas maneras tuve suerte porque tener a mi padre todo el día encima hubiera sido una pesadilla. Tuve la suerte de que no me educaran mucho, ni se ocuparan demasiado de mí, entonces me hice a mi manera.

-¿Que diferencia hubo entre ser madre tan joven y después a los treinta y siete?

-Fui madre adolescente y después a los treinta y siete. Hay una gran diferencia. En principio porque a los diecisiete no fue una elección, estaba soltera y con mi padre que me quería matar. En cambio ya mayor fue una elección, estaba en pareja y enamorada. Tengo una vocación maternal muy grande. Me gustó ser madre siempre. No me dio trabajo.

-¿Te leen tus hijos?

-No, pero tienen una relación muy saludable con mi trabajo. Cuando hacía comics eróticos ellos eran adolescentes, a mí no me conocía nadie, mi trabajo era under y les gustaba mucho, lo leían. Eran mis seguidores y mis fanáticos. A partir de que tuve éxito y me transformé en alguien más popular, consideran que soy una burguesa del establishment y no les interesa leer ese tipo de cosas que leen las señoras. Pero me parece muy bien que los hijos no lean a sus padres, nuestra relación pasa por otro lado, es de madre a hijo. Está bien que no compren un personaje. Cuando los dibujo a ellos les avisan los amigos.

-¿Tu padre valoraba tu trabajo o eras a sus ojos la bohemia de la familia que hacía historietas?

-Mi padre era un señor bastante conservador, católico, de derecha. Cuando le conté que saldría una historieta por día en el diario La Nación, - diario que leyó toda la vida- no me creyó. Pero no me creía muchas cosas. Me dio mucha pena porque murió muy poquito antes de que saliera la tira en el diario, dos meses.

Seis tardó el diario en publicarme, porque es un diario como mi papá, conservador... les llevó un tiempo asimilar este cambio, habrán pensado: ¿no será mucho para los lectores?. Pero mi padre no entendía mucho de qué se trataba este género de la historieta. Cuando yo era chica tenía prohibido leer comics, se consideraba que era un género menor, era perder el tiempo, había que leer libros. Me formé en la literatura leyendo Corín Tellado, que también la leía a escondidas de mi padre. Tener nueve años y devorar cien páginas de corrido fue muy importante para mi formación. Aprendí a leer un libro entero y cuando me compraban Mujercitas, me dormía en la mitad. Con el tiempo mi padre empezó a entender que lo que yo hacía era una profesión, un oficio respetable y sobre todo porque saqué a mis hijos adelante. Era una chica bastante particular y rebelde, pero nunca le pedí ayuda a mi padre, él en algún momento lo valoró y terminó respetando también mi trabajo y mostrándole a sus amigos mis historietas. Mi mamá tampoco entendió mucho -hasta el día de hoy me dice: «pero, ¿nunca vas a pintar?»-, ella quiere que pinte cuadros y que los exponga en un lugar con gente bien vestida, champaña y lindos catálogos.

-¿Estás pensando ya en el retiro?

-Lo que sé es que no voy a seguir por muchos años al ritmo que estoy trabajando. Hace poco dejé el diario La Nación, salió la última Superadas, me pasé a la revista dominical, con la consabida pérdida de popularidad, el ego y todo eso... Estoy viajando mucho y se me hace muy complicada la tira diaria con los viajes. Y también me gusta ir a tomar vino, encontrarme con mis amigos, pasear, acostarme tarde y tener una propia vida, todo eso es contradictorio con una tira semanal.

-Y de las feministas...

-A mi no me gusta decir que no soy feminista, porque lo que sí reivindico es que el feminismo es el movimiento político más importante del último siglo, que ha generado los cambios más importantes, sin ninguna duda. Si no fuera por el feminismo estaríamos todas planchando.

-¿Y con el feminismo pasamos de la lucha de clases a la guerra de los sexos?

-Una cosa te lleva a la otra, como todo en la vida. Yo no creo en la guerra de los sexos. Creo que... -no quiero hablar de esto porque después se me tiran todos encima- detrás de esa pelea hay algo de resentimiento y soledad. Hay que tratar de encontrarse con el otro.

-Tenés miedo de responder algunas preguntas, pero no tenés miedo de opinar a través de tus personajes de historietas...

-Eso seguro. Prefiero hablar por mi trabajo. Me siento habilitada como humorista a tocar el tema que quiera, pero no sé si como persona me siento sólida para hablar de un tema más sociológico o político. Soy una dibujante de comics semi analfabeta y a veces me preguntan cosas que ni Kant ni Freud pudieron responder. En cambio cuando trabajo leo varias veces lo que escribo y no me equivoco porque ya lo pensé bien.

-¿Te gusta Nik?

-No. Lo detesto. No me gusta el humor que hace. Me parece un dibujante mediocre, de mediocre para abajo y me parece un humorista antiguo, machista, homofóbico, que hace chistes de oficina, que se ríe de los defectos físicos, que es un ladrón de chistes ajenos. Los dibujantes argentinos odiamos a Nik. Nadie lo dice en público, soy la única. Cuando hay una mesa redonda y va Nik, no va nadie, por eso él nunca está con sus colegas. Es una mala persona.

-¿Tenés amigos humoristas?

-Sí, tengo buenos amigos dibujantes argentinos desde hace veinte años, que nos hicimos amigos en las redacciones y que cada tanto comemos juntos y salimos a tomar vino, y cuando van a Uruguay se hospedan dos o tres días con sus mujeres y sus hijos. Soy amiga de Rep, de Langer, de Quino y de Fontanarrosa. Somos muy buenos amigos.

-¿Qué consejo le darías a un hombre para que lea tus historietas?

-(Risas) Que no se lo tome en serio. Que se ría. Que si se quiere divertir las lea, pero que no va a aprender nada. Me río de mí misma y del mundo que me rodea.

-¿Es verdad que cuando uno conoce personalmente a un humorista se decepciona porque son serios y tímidos?

-El humorista en general no es una persona muy chistosa. Yo soy bastante diferente a lo que suelen ser los humoristas, tímidos y callados, pero son divertidos. Y hay algo que es indudable: todos son iguales a sus personajes. ¿Ves este espejito que tengo en el escritorio?. Cuando yo dibujo por ejemplo a una que se acaba de enterar que su marido la engaña, entonces hago ah! (Maitena hace una mueca mirando al espejo) y dibujo lo que aparece en el espejo. Por eso mis personajes parecen zurdos porque lo que yo hago con la derecha en el espejo se refleja como si fuese con la izquierda y tal cual aparece en las historietas.

-¿Se cuentan chistes entre ustedes?

-No, yo soy pésima contando chistes. Pero hay humor en la manera de narrar. En ponerte a hablar mal de alguien y con mucho humor decir barbaridades, o hablar de los editores...

-¿O hablar mal de Nik tal vez?

-Bueno, ése es uno de los temas favoritos (Risas). No hay vez en que no llegue un momento en que digamos: vamos a hablar de Nik, que le dieron el premio equis, porque es de esas personas a las que siempre les gusta hacer todo para ganar premios y está detrás, detrás de tal o cual premio, que por supuesto gana, entonces siempre hay un momento de la charla en que decimos: vamos a hablar de Nik.

-¿La ciencia más cercana al humor es la filosofía?

-Creo que lo que tenemos de bueno los humoristas es que hablamos de cosas muy serias sin tomarlas en serio.

-¿Alguna vez te sentiste un poco masculina por ser una humorista con éxito?

-Sí, por eso y por muchas cosas más. Creo que todos tenemos un componente de ambos sexos dentro nuestro, y yo tengo una parte masculina muy grande. Y me gusta y me hago cargo.



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