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29 de septiembre del 2002 |
Revisión del tratado de límites y aguas con EEUU
Cuauhtémoc Cárdenas y Lepoldo Rodarte
El 30 de septiembre se cumple el término, de acuerdo al tratado de límites y aguas suscrito por nuestro país con Estados Unidos, en el que México debe entregar a nuestro vecino el faltante de agua acumulado en el quinquenio que concluye en esa fecha. México se encuentra materialmente imposibilitado para cubrir esa deuda, pues la cuenca mexicana del río Bravo ha vivido larga y angustiosa década de sequía, pero este compromiso incumplido debe llevar a una cuidadosa revisión y a una solución responsable y equitativa del problema, pues los ciclos de sequía, bien puede preverse, serán recurrentes en esta zona que comparten los dos países.
Han transcurrido ya 58 años desde que se firmara el tratado. Este convenio internacional, como es el caso de casi todos los instrumentos de su tipo, pone las principales ventajas del lado del más fuerte, y ha vuelto a cobrar actualidad entre la opinión pública de ambas naciones, sobre todo en sus franjas fronterizas, como ha sucedido cuando, como ahora, se da un incumplimiento a lo establecido en él por cualquiera de las partes. Durante el ciclo 1992-1997, que fue de sequía en la cuenca, se acumuló un déficit (agua no entregada por México a Estados Unidos) de mil 265 millones de metros cúbicos. La sequía se ha prolongado y a lo largo del quinquenio 1997-2002 el agua no entregada ha aumentado en 766 millones de metros cúbicos. Así, al 27 de abril de este año, la deuda de agua ascendía a 2 mil 31 millones de metros cúbicos. Muchos recordarán todavía que a principios de la década de los 70 se empezaron a descargar en el lado estadunidense aguas salobres que ensalitraron vastas superficies del Valle de Mexicali, donde se perdieron o disminuyeron a un mínimo las cosechas, lo que ocasionó una fuerte protesta de los agricultores de la región y gestiones del gobierno mexicano, hasta que se logró, después de varios años, que se construyeran las obras que separaban las aguas limpias de aquellas cargadas de sales, y luego, tomó largo tiempo para que las tierras mexicanas recuperaran su potencial productivo. Hoy los reclamos provienen de los agricultores texanos, que no han recibido en los años recientes los volúmenes de agua de los ríos de la cuenca del Bravo que estipula el tratado. México, efectivamente, no ha cumplido con su compromiso, pero veamos como opera el tratado: debe decirse, en primer lugar, que el tratado contempla la posibilidad de que ocurran sequías, pero lo hace con un enfoque inequitativo, como claramente se desprende del tratamiento que se da a México con las disposiciones acordadas (o, mejor dicho, impuestas) en relación a cómo se manejan las escaseces de agua por un lado en el río Bravo, por el otro en el río Colorado. Los caudales del Bravo, entre Fort Quitman (El Paso, Texas) y su desembocadura en el Golfo de México, materia del tratado, se generan casi en su totalidad en el lado mexicano. El río Colorado tiene sus escurrimientos, puede decirse que en 100 por ciento, en territorio estadunidense, y solamente en un corto recorrido, en el que sirve como límite entre Baja California y Sonora, cruza por nuestro país para desembocar en el Golfo de California. En el caso de bajos caudales en el río Bravo, el tratado señala lo siguiente: "En caso de extraordinaria sequía o de serio accidente en los sistemas hidráulicos de los afluentes mexicanos aforados que haga difícil para México dejar escurrir los 431 millones 721 mil metros cúbicos (350 mil pies-acre) anuales que se asignan a Estados Unidos como aportación mínima de los citados afluentes mexicanos(...) los faltantes que existieran al final del ciclo aludido de cinco años se repondrán en el ciclo siguiente con agua procedente de los mismos tributarios." Es decir, aun cuando exista sequía extraordinaria en México, que puede considerarse afecta por igual a agricultores de las márgenes derecha e izquierda del Bravo, estamos obligados a entregar 431 millones de metros cúbicos a Estados Unidos. Si la sequía se presenta en el Colorado, el tratado establece: "En los casos de extraordinaria sequía o de serio accidente al sistema de irrigación de los Estados Unidos que haga difícil a éstos entregar la cantidad garantizada de un billón 850 millones 234 mil metros cúbicos (Un millón 500 mil pies-acre) por año, el agua asignada a México(...) se reducirá en la misma proporción en que se reduzcan los consumos en los Estados Unidos". Esto es, a México siempre se le obliga a saldar su deuda de agua y en el caso de sequía en Estados Unidos, compartimos la desgracia. El tratado de límites y aguas firmado en 1944 debe revisarse. En primer lugar, las aguas mexicanas del Bravo que van a Estados Unidos, y las aguas de nuestro vecino que riegan tierras de Baja California y Sonora, en casos de sequía, deben manejarse con igual criterio. Ahora bien, el tratado debe además revisarse porque hoy, 58 años después de que se firmara, se conoce mejor el comportamiento de ambas cuencas, se conocen con mayor precisión sus ciclos de abundancia y de escasez y pueden, en consecuencia, asignarse los volúmenes que correspondan a cada país con menores incertidumbres, esto es, con mayor justicia, lo que evitará tensiones en la relación internacional. En 1944 la Comisión Nacional de Irrigación tenía 18 años de haber sido creada. Las mediciones de los caudales del Bravo y sus afluentes cubrían con certeza un periodo menor a esos 18 años. Hoy se cuenta con 70 años o poco más de observaciones, lo que permite establecer con mayores certidumbres los ciclos de comportamiento del Bravo y sus tributarios del lado mexicano, esto es, los tiempos de aguas abundantes y de aguas escasas. Con mayores conocimientos y en busca de la equidad en la relación entre vecinos, con responsabilidad y patriotismo de la parte mexicana, debe hoy exigirse la revisión del tratado de límites y aguas entre México y Estados Unidos. |
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