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26 de septiembre del 2002 |
Después, ¿Daniel Ortega?
Marcelo Colussi
Un golpe dado a la corrupción, a la impunidad, es siempre una buena noticia. Para los mortales de a pie -la gran mayoría de los que poblamos este planeta- saber que estas cosas son posibles, alegran.
En Nicaragua acaba de ser desaforado el ex presidente de la República y hasta ahora presidente de la Asamblea Nacional Arnoldo Alemán; ello abre las posibilidades de poder llevarlo a juicio. De hecho se le acusa de haber estafado al Estado en no menos de 100 millones de dólares. Pruebas al respecto hay en abundancia. Si el desafuero demoró tanto en llegar, y con un proceso tan tortuoso, ello se debió a las artimañas que el mismo acusado fue interponiendo para trabar/atrasar/entorpecer la marcha de su acusación. No fue ajena a la histórica decisión tomada por el Legislativo nicaragüense la sugerencia formulada por la actual administración estadounidense, en el sentido de fomentar una lucha frontal contra la corrupción. No podemos saber si la medida traerá efectivamente una modificación real en la cultura política de la región, donde la impunidad campea soberbia e intocable, donde las noticias de malversaciones de fondos públicos son casi diarias, donde asesinos confesos ocupan cargos estatales. Por lo pronto, es ésta una triste tradición latinoamericana, donde un puesto público es sinónimo de posible enriquecimiento personal rápido y sin esfuerzo. Pero al menos, como mensaje con probables implicancias hacia futuro, la decisión se tomó. Y vale. Una de las principales fuerzas de Nicaragua que influyó decisivamente en la reciente medida fue el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), con Daniel Ortega -su histórico secretario general- a la cabeza. Fuerza opositora que, en nombre de una más que plausible lucha contra la corrupción, movilizó activamente la opinión pública, juntó firmas, promovió manifestaciones. Hasta ahí, todo correcto. Pero en nombre de una no menos loable defensa de la ética, de los principios que se supone que representa el Frente Sandinista como movimiento de raíces socialistas, populares y revolucionarias, vale hacer algunas consideraciones. Daniel Ortega, el mismo dirigente histórico que encabezó esta cruzada anti Alemán, tiene pendiente un juicio por delitos sexuales ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por el que, en su momento, también se solicitó su desafuero en la Asamblea Nacional de Nicaragua. ¿Es posible que alguien sobre quien pesa tamaña denuncia pueda alzarse como adalid de una lucha anti corrupción? ¿No huele, como mínimo, a "extraña" la movida? En nombre de los ideales de justicia (aclaro enfáticamente: no soy un liberal pro Alemán) entiendo que debe saludarse con tanta alegría la lucha contra el robo de los fondos públicos como la violación de menores y la impunidad. Es decir: lo que podría haber hecho Daniel Ortega. ¿Es más delito robar que violar? |
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