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24 de septiembre del 2002 |
Paradigmas
Virginia Giussani
¿Cómo nace un paradigma?
«Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar las bananas, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos. Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de las bananas. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera. Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido. Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas. Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería: "No se, las cosas siempre se han hecho así, aquí...» Quizás, ésta sea una manera sencilla de explicar la tremenda capacidad de nuestra especie, no muy lejana a la de los monos, de recostarse y refugiarse en los hábitos. Cuando comenzó la última dictadura en nuestro país, y la más sangrienta por cierto, una gran cantidad de gente se sintió aliviada frente al aparente orden que podían traer al país los militares. Parte de nuestra sociedad se veía a si misma impotente frente a la posibilidad de construir su propio destino y lo entregó, con la esperanza de que los uniformados pudiesen encontrar el rumbo. Si uno no se ocupa de su destino, el destino se encarga de ocuparse de uno, generalmente a costa de ceder los propios intereses. Durante años, ajenos hacedores del futuro se encargaron de amputarnos el presente y también el porvenir. Sin dejar ningún frente al azar, acomodaron esta manada humana a sus propias necesidades. Eliminaron, brutalmente, a aquellos que se negaban a ser sometidos, y con un mecanismo de relojería rearmaron el país para facilitar su desguace y su irremediable dominación. El aparente efecto de orden fue tan convincente, que aún estando nuestra tierra plagada de campos de concentración, la gente no los veía. Peor aún, frente a secuestros evidentes de personas, allanamientos salvajes y atropellos en todo sentido, surgió la tremenda frase "por algo será". Aquellos que observaban pasar la realidad por la puerta de su casa, hasta encontraban una explicación a la barbarie. En el camino vino "la plata dulce", el espejismo de la bonanza económica y el horror se duplicó. El "deme dos" significó una fisura mucho más profunda en la sociedad que la alegría momentánea que generaba la adquisición de bienes compulsivamente. Llegada la democracia nuevamente, en 1983, gracias a la extrema estupidez de nuestros militares, más que a la lucha por la conquista de nuestros derechos, comenzó a salir a la luz el accionar más atroz que tuvo la dictadura. Parte de una generación fue exterminada y aquellos que toleraron la dictadura y, en algunos casos hasta la aplaudieron, siguieron consternados el histórico juicio a la Junta Militar por sus crímenes de lesa humanidad. Fue tan traumático para nuestra sociedad enfrentarse, descarnadamente, al horror, que esta vez sí, casi por unanimidad, fuimos capaces de construir un concepto totalizador frente a la barbarie: nunca más. Tal vez estamos llegando al momento histórico de generar un segundo "nunca más", que de ninguna manera está desligado del primero pues no deja de ser consecuencia del mismo paradigma. El equilibrio nunca puede ser sostenible si se sustenta en la dominación, ya sea física, económica, religiosa o con el rostro que ésta se presente. La historia nos ha enseñado que el siglo pasado fue signado por las huellas de distintos paradigmas, lentamente cada uno de ellos fue cayendo, y hoy estamos viviendo la agonía de un paradigma que ha arrasado en su transcurso a personas y países como nunca ha sucedido en un tiempo histórico tan corto: el capitalismo. No se trata, de aquí en más, de construir un nuevo paradigma para cometer viejos errores. Se trata, en todo caso, de destruir los paradigmas, recuperar la utopía. Aquella utopía que no se presenta como un fin en si mismo, sino como un largo camino en donde tendremos que aprender a construir un mundo más sano, más justo, más equitativo. Un mundo que tendrá que modificarse constantemente en búsqueda del bienestar colectivo. Se trata, de que los pueblos dejen de ser cautivos y víctimas de una distribución de poder y riqueza determinada por unos pocos. Este ¡nunca más!, debe trascender las fronteras, porque a estas alturas nada de lo que ocurre en nuestros países se reduce a un drama local. Lo que le ocurre a un piquetero en Argentina, es exactamente igual a lo que le sucede a un campesino esclavizado en Asia. Este «nunca más» tiene que ser una respuesta terminante a un modelo de opresión imposible de seguir sosteniendo. Si tomamos conciencia de este urgente desafío, quizás, todavía, podamos evitar que los últimos escombros de un paradigma que se derrumba nos aplasten. El tiempo dirá si Albert Einstein tenía razón: «Es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto». |
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