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La insignia
24 de septiembre del 2002


Crisis en Argentina

Luis Zamora, los otros y el Rubicón


__SUPLEMENTOS__
Crisis en Argentina

Luis Mattini
La Insignia. Argentina, septiembre del 2002.



El referente de grupo "Autodeterminación y libertad", el diputado Luis Zamora, está metido en camisa de once varas. Lo aprietan desde los cuatro costados Además, nada menos que la izquierda más electoralista pretende "correrlo por izquierda". No sólo vive la paradoja de cuestionar la representación desde la representación, sino que tiene que bancarse unos ultraurnistas con petardos de fogueo en los bolsillos que vociferan "asamblea constituyente" como si se dijera abradacabra y todo estaría solucionado. Lo que no entiende esta izquierda con vocación de escaños es que Zamora se encuentra donde se encuentra, después de una larga trayectoria que en parte contuvo los mismos elementos. Dicho de otro modo, que él ya está de vuelta de esas prácticas de verbalismo revolucionario porque las vivió en carne propia, se hizo cargo de las mismas y las denunció en su momento. Después se dedicó a vender libros. Así fue como lo fueron a buscar grupos de entusiastas cautivados por su honestidad y regresó a la política obteniendo el escaño de diputado con un 10 por ciento de los votos en una campaña electoral en la que sólo gastaron 15 000 dólares. Fue una campaña realizada por correo electrónico.

Desde el otro costado lo corren los "serios": un ARI (Argentinos por una República de Iguales) formado por un grupo de demócratas moralistas, ex radicales salidos de una novela de Víctor Hugo, liderados por la diputada Elisa Carrió, admiradora de la "burguesía culta estadounidense", que para colmo ahora recoge con cucharitas los pedazos del FREPASO, una de las administraciones más vergonzosas y fraudulentas de los proyectos políticos en la historia Argentina. Fraude que llevó a un fracaso ético-político que no se debió ni a catorce paros generales, ni a golpes de mercado, ni a bombardeos a la Casa Rosada o al Palacio de la Moneda, sino a la soberbia, la fatuidad, el yuppismo, la incompetencia y la corrupción que arrastró al conjunto, sea por responsabilidad directa o sea por dejar hacer.

Por delante le tiran zancadillas "realistas" cuarentones, intelectuales cautivos apolíticos, tecnócratas que se ufanan por carecer de pasado, que han "superado" las pasiones y las gestas "románticas" juveniles , enamorados del mundo del consumo light, a los que ni el hambre ni la humillación parecen tocarles, que se suman como folclore a la expresión "que se vayan todos" para que vengan a gobernar sus colegas, los expertos.

Por detrás, en el sentido de empujar, Luis Zamora siente la fuerza desatada el 19 y 20 de diciembre, sin el arrebato y la masividad de los primeros días, aunque persistente y tozuda. Pero esta energía política está lejos de ser homogénea y mucho menos clara. Sabe perfectamente lo que no quiere, y convengamos que eso es ya mucho saber, sin embargo sin saber exactamente lo que quiere y menos cómo lograrlo. Entonces el pasado se hace presente, como inspiración, aprendizaje y recuerdo; también como seguridad y como terror. Porque el presente se realiza con retazos de un pasado que se aleja o se acerca con la contundencia de los hechos vividos "la tradición de las generaciones muertas oprime como pesadilla el cerebro de los vivos", diría el viejo Karl.

Y esa muchedumbre que se muestra dispuesta a ser pueblo, a ser sujeto de su propio destino, que corta carreteras, que recupera las plazas públicas, que organiza soluciones, aquí y ahora, a las carencias más apremiantes con los más necesitados, por un lado parece asimilar del pasado la prevención ante la fatalidad de los "amos liberadores" , de los hombres enviados por la providencia que luego quedaron aprisionados de su propia impotencia o de la impotencia del Poder, pero por otro acaso no puede sustraerse a la tentación de resolver la incertidumbre apostando a la aparición milagrosa de ese salvador.

Y así tironean a Luis Zamora para que sea y no sea.

Y él no puede ni quiere serlo porque sería negar su propio hacer. Eso es evidente y su mejor virtud.

Y en esta especie de esquizofrenia popular reside la fuerza y la debilidad del movimiento surgido de la ruptura del 19 y 20 de diciembre.

No es para lamentarse que sea así. Es así nomás, es la vida misma. Ocurre que acaso se necesite más valentía para enfrentar los interrogantes de la vida que la certeza de la muerte.

Urge romper de una vez por todas con cierto escolasticismo y encarar la vida y al decir vida digo en este caso, política, como lo que en rigor es: drama. Si la enfrentamos sabiendo que es drama, que el devenir es imprevisible, que no depende de saberes sino de sabiduría, tendremos muchas chances de evitar la tragedia. De lo contrario la tragedia podría ser inexorable.

La propuesta de Asamblea Constituyente no fue inventada ahora. Digo nomás, no sea que alguno se crea descubridor de la pólvora. Tiene toda una historia que no voy a reseñar aquí para no aburrir con alardes de "cultura revolucionaria". Se puede leer en cualquier periódico marxista. Pero sí es imprescindible ubicarnos en el contexto en que se la presenta y su carácter actual.

Estoy casi seguro que para esos demócratas decimonónicos tiene un contenido Jurídico Constitucional, con la pompa de las mayúsculas. La República en crisis recurre a sus reservas institucionales. Se inspirarán en Juan B Alberdi, en Indalecio Gómez y hasta le pedirán una manito a Thomas Jefferson.

Los marxistas perezosos buscarán en la pluma privilegiada de Trotsky, no obstante sin poder aprehender su pasión: los acontecimientos que se precipitan, Menem amenazando ser el Zar, Carrió convertida en Kerensky y cuando nobleza provinciana y burguesía porteña, acorraladas, otorgan la Asamblea, Altamira (Partido Obrero) gritará "¡Ahora o nunca!. ¡Todo el poder a los soviets!"…perdón, "¡a los piqueteros!".

Mientras tanto el poder es, en realidad, el Imperio; y la única estructura política que no tiene la más mínima duda de administrarlo es el peronismo porque aprendió del viejo caudillo que "la única verdad es la realidad". Dentro de esa realidad, quiero decir dentro de la realidad de fuerzas constituidas, el peronismo, con la sagacidad política que le caracteriza, bien podría llamar a la Asamblea Constituyente, participar de la misma y dominarla, cambiando algo para que nada cambie.

Sin embargo, la consigna Asamblea Constituyente es una buena propuesta para salir del cerco actual. Sobre todo porque es una idea que podría movilizar , no las reservas jurídicas o "morales" de la República, sino la energía colectiva de los desplazados de esta Nación, que es la mayoría absoluta. Pero, precísamente por eso, porque es un llamado a los que han sido marginados, dentro y fuera de los partidos, relegados a poner un voto en la urna, se la debe plantear desde el concepto de "fuerza constituyente" y no desde la ilusión de fuerza constituida. No importa si Elisa Carrió, Jorge Altamira o quien fuere tiene el tanto por ciento de intención de voto. Lo que importa es que, en tanto fuerzas constituidas, serían parte del Imperio. Para la primera la solución será la República saneada, para el segundo será la República revolucionada. Bien pueden sentarse en el Congreso a discutir sobre reforma o revolución. La una va a decir que hay que juzgar a los corruptos, y dejar hacer la "burguesía culta"; el otro dirá que hay que nacionalizar las fábricas de automóviles bajo control obrero y hacerlas producir.

Frente al imperativo kantiano y la precisión hegeliana de los representantes de supuestas fuerzas constituidas, Luis Zamora es un "ecléctico" emergente del "eclecticismo" de esas fuerzas constituyentes marginadas. Dice no saber qué se puede hacer con las fábricas de automotores. Parece saber, en cambio, que los autos no se comen, ni sirven de viviendas, ni para la educación y menos aún para resolver los problemas de la salud.

A los tirones, con forcejeo y algunos a regañadientes, el viernes 30 frente al Congreso Nacional y en otros lugares del país se llevó a cabo una fuerte demostración para ejecutar la consigna "que se vayan todos" en forma de caducidad de los mandatos. Allí quedaron delineadas fuerzas constituyentes en potencia y fuerzas constituidas en apariencia: los próximos meses las definirán. Si se concretara el objetivo de la concentración, la exigencia de la caducidad de todos los mandatos, se puede avisorar un saludable rumbo común en el campo de los desposeídos. Si no se concreta - y no existe garantía que se concrete - las fuerzas constituyentes están obligadas por consecuencia a declarar el boicot a las elecciones y la resultante inmediata podrá ser un gobierno, seguramente peronista, con una minoría de votos. Habrá que transitar entonces por otras vías de la acción política.

Pero por otro lado, bajo el supuesto que la propuesta prospere, tampoco es soplar y hacer botellas. Hay que prepararse para potenciar una enorme creatividad y un redoblado despliegue de energías para organizar una Asamblea Constituyente que se aproxime a su propia definición semántica y logre contener las inquietudes del movimiento desatado el 19 y 20 de diciembre, sin fundamentos jurídicos pétreos, ni "amos liberadores", ni aparatos expropiadores.

Sea como fuere Luis Zamora ha atravesado el Rubicón sin el pomposo Alea jacta est, en forma sencilla pero elocuente e intenta contar cómo es del otro lado. Pero las caballerías de los demócratas y los marxistas perezosos no lo pueden oír porque todavía están a la orilla. Si cruzarán o no, será cuestión de verlo en los próximos días o meses. Si lo hacen tendrán la oportunidad de desconstituirse y pasar a ser parte de las constituyentes con Asamblea o sin ella. Entonces es muy probable que descubran algo inesperado. Del otro lado del Rubicón tampoco estaba la verdad revelada, no estaba la solución cartesianamente fabricada, no estará un futuro nuestro a lograr con un presente de lucha; del otro lado del Rubicón también encontrarán que hay que seguir creando y que el presente es nuestro porque es lucha.



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