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22 de septiembre del 2002 |
Trabajo vivo, crisis y nuevos sujetos sociales (II)
César Altamira
Conflicto social y crisis del estado bienestar
La des-reglamentación del estado, la desregulación estatal y la des-reglamentación social que atraviesan las sociedades latinoamericanas y argentina constituyen apenas un segmento de un proceso global social más general en el rediseño de las relaciones que ligan las esferas públicas, estatal y económica. Se insertan en una tendencia de orden global marcada por el agotamiento simultáneo de una modalidad de desarrollo económico, signado igualmente por una modalidad de intervención estatal particular y la afirmación de procesos ligados al postfordismo en su dinámica globalizadora. Los procesos de reforma del estado deben enmarcarse en el proceso de crisis del modelo de regulación característico de las economías fordistas. Si bien uno de los factores que otorgó cohesión al régimen de acumulación fordista proviene de la dinámica virtuosa que ligó la repartición de ganancias de productividad entre la acumulación y los salarios reales, la fuerza homogeneizadora del fordismo debe buscarse en las novedosas características que asumió la relación salarial (57), antes que en las políticas económicas proyectadas. Todos los otros elementos, competencia monopólica, mercado autocentrado nacionalmente, economías de escala etc. estuvieron determinados por la relación salarial fordista. Comprender y alcanzar una lectura crítica del nuevo rol del estado y sus transformaciones exige puntualizar previamente algunos de los rasgos que hacen al análisis de la relación entre la crisis del fordismo y la emergencia de los paradigmas del postfordismo. En esa perspectiva sostenemos que el régimen de acumulación fordista debe ser interpretado como la forma que adoptó el capitalismo para resolver el conflicto antagónico entre el capital y el trabajo de la época. Recuperar una lectura subjetiva sobre la construcción del estado bienestar significa poner en el centro del análisis el trabajo vivo; perspectiva que debe retomarse si se trata de comprender la dinámica de los cambios actuales. Analizar críticamente el proceso de desregulación fordista y las reformas del estado exige puntualizar algunas de las características que adoptó la forma-estado keynesiano en general, así como la particular modalidad que asumió en las economías menos desarrolladas. En primer lugar la forma de estado-keynesiano no debe ser pensada como aquella forma-estado perteneciente a un período de estabilidad política y regularidades económicas. Paradójicamente, siguiendo la concepción autonomista el estado intervencionista debe ser visto como un "estado-crisis", un estado producto de la crisis cuya característica fundamental consistió precisamente en pretender integrar el conflicto, reconociéndolo y transformándolo en un vector del crecimiento. Por tanto el estado-crisis o estado keynesiano no puede representarse como un tercer polo en el conflicto por la distribución de las ganancias de productividad, sino como el proceso de constitución de uno de los polos del conflicto, el capital colectivo, que articulaba socialmente el dominio del taylorismo sobre el trabajo vivo y sostenía el dominio instrumental de la producción sobre las dinámicas de reproducción de las masas trabajadoras cada vez más organizadas y combativas. En esta perspectiva el modo de regulación emerge como un dispositivo endógeno a la relación salarial donde las reglas institucionales solo cumplen un papel en la medida que reconocen y generalizan las relaciones de fuerza que estas determinan. La dinámica conflictiva fordista legitima de esta manera la lógica de representación que sustenta el sistema de partidos políticos. Sin embargo la principal institución que caracterizó el conjunto de las diferentes variantes nacionales del fordismo fue la propia relación salarial fordista, cuya fuerza real descansaba en el propio conflicto de clase (58). En última instancia las características fundamentales del fordismo se resumen por un lado en el alto nivel de autonomía de la clase obrera y por otro en el simultáneo incremento de la composición orgánica de capital y las ganancias de productividad. En la perspectiva expuesta, en la medida que la organización fabril de la producción de masas aparece como el lugar de objetivación de las dinámicas constituyentes del conflicto interno a la relación salarial fordista, podemos decir que según este paradigma el acceso a la ciudadanía real estuvo subordinado a la integración a la relación salarial. De esta forma la relación salarial fordista se constituyó en la base objetiva de la constitución material del intervencionismo estatal, es decir de la constitución obrerista (travalista) del welfare state. En este proceso la integración productiva funcionaba como promesa de ascenso social relativo a los espacios de la vida real y sobretodo como un poderoso factor de integración ciudadana. El acceso a los distintos dispositivos del estado bienestar sistemas de salud, educación, jubilación, vivienda social etc. se jerarquizó en función de la relación salarial: pertenecer a ella era la condición sine qua non para tener derecho a los derechos del estado bienestar. Más aún la propia composición de los órganos de administración de los distintos organismos del estado bienestar se conformo con la integración en su gestión de las organizaciones representativas de trabajadores y empresarios. Bien podemos afirmar que el estado-bienestar no se fundó en dimensiones instrumentales de racionalidad ni de anticipación o eliminación de sus dimensiones conflictivas, sino que nace del reconocimiento de la crisis como horizonte cotidiano del mercado y de la tentativa por entender su fenomenología objetiva e integrar su emergencia subjetiva. Contrariamente a lo que el término de regulación puede dar a entender, el fordismo reguló la integración del conflicto y no su disminución. Esta mirada sobre la regulación, así como el papel que le asignamos a la relación salarial, en tanto relación social esencial del fordismo, conforman aspectos sustantivos diferenciadores, entre otros tantos, del autonomismo con relación a las conocidas lecturas de la escuela de la regulación francesa. Si entendemos el fordismo no como el resultado de un período de prosperidad basado en la ausencia de conflicto sino como una manera de hacer de la crisis el motor de desarrollo, la crisis del estado bienestar puede ser denominada también como la crisis el estado-crisis (59). Esclarecer la crisis del estado-crisis y definir los paradigmas del postfordismo y de la forma estado asociada exige avanzar en el análisis de la crisis del fordismo. Existe al respecto una vasta literatura con enclaves en la sociología industrial(60), en la economía espacial regional(61), así como en la sicología industrial(62) que ha manifestado esfuerzos significativos en el análisis de la crisis del fordismo especialmente al marcar los límites ideológicos de la reacción neoliberal. Estos autores hablan de un nuevo régimen de acumulación haciendo eje en el trabajo vivo y las nuevas formas gerenciales administrativas que buscan dominarlo en el marco de las nuevas dinámicas productivas. Para hacer frente a esta ruptura se echa mano a nuevas categorías: implicación subjetiva, gestión de calidad, grupos de participación y de innovación etc. etc. Sin embargo a pesar del esfuerzo desarrollado, este conjunto de teóricos, cuyas concepciones se articularon tras una idea de progreso fabril, no alcanzó a superar una lectura de la sociedad postfordista en clave evolucionista con relación al fordismo. En este aspecto la heterodoxia quedó presa de una lectura interna de los patrones laborales. Esta es la razón por la que ninguno de esos abordajes consiguió universalizar los diversos modelos que caracterizaron a los países capitalistas más avanzados: ni el toyotismo japonés ni el capitalismo renano se extendieron a nivel mundial como para generar alguna forma canónica más universal permaneciendo estas categorías tan solo en el ámbito de los conceptos y definiciones normativas del nuevo paradigma. Ante esta limitación se torna imprescindible analizar con un abordaje subjetivo de la crisis los dos fenómenos que determinaron de manera sincrónica y avanzada la desarticulación de las dimensiones espacio-temporales de este modo de crecimiento. En primer lugar la flexibilización defensiva, es decir la obtención de ventajas competitivas a través de la disminución de los costos laborales y el restablecimiento de la organización científica del trabajo(63). En segundo lugar el desmantelamiento y segmentación de las grandes fortalezas obreras que convirtieron a las concentraciones industriales tayloristas en fenómenos del pasado. Este último fenómeno se desarrolló sobre dos ejes complementarios: a) mediante la externalización productiva de los llamados trabajos intensivos: la llamada descentralización. En ese cuadro se enmarca la desterritorialización o deslocalización productiva que pareció acelerar la industrialización fordista tardía en los países de la periferia capitalista, como Brasil y Argentina (64). b) a través de las inversiones en la automatización de aquellos sectores de la línea de producción más complejos y conflictivos que significó la robotización en las ramas automotrices y metalúrgicas (65), mientras alentaba ingenuamente el sueño capitalista de las fábricas sin obreros. Existe también un segundo grupo de ideas igualmente asentado en un abordaje subjetivo de la crisis que buscó sus causas en la creciente conflictividad social. Los movimientos herederos del 68 ampliaron sus presiones sociales para la extensión del welfare state, al tiempo que preanunciaban con sus comportamientos sociales la crisis por venir de las formas de legitimación política que el fordismo había estructurado en torno de la representatividad de los intereses de los grandes grupos sociales: operarios y empresarios. El incremento del déficit público debido a la crisis encontró en estas presiones un crecimiento exponencial de los gastos sociales del estado bienestar dando lugar a la multiplicación de los fenómenos de mediación social del estado como forma de disminuir la conflictividad social en espacios externos a la fábrica (acceso a los servicios de infraestructura básica, habitación transporte, etc.) De esta forma los nuevos conflictos sociales de la época fueron testigos de nuevos tipos de lucha que desplazando los clásicos conflictos de distribución de las ganancias de productividad provocaron la crisis del estado-crisis acelerando la deslegitimación de las esferas políticas. La crisis del fordismo se proyectará entonces definitivamente sobre el estado-crisis arrojándolo a su propia crisis. Las nuevas contradicciones y el abierto carácter social que adquirieron los conflictos, al entrar en crisis la propia relación salarial, proyectaron en la sociedad y el territorio nuevas figuras laborales y nuevas formas de empresariado. Si en el fordismo el costo salarial se veía "amortiguado" por su participación en la demanda, en el postfordismo la relación salarial formal pierde su dinámica centralizadora y universalizante así como su capacidad para poder funcionar al mismo tiempo como motor de producción de la riqueza e impulsor de la demanda. La temática de la distribución de la riqueza producida adquiría relevancia nuevamente. Precisamente en esa reapertura, como veremos más adelante, se inserta el clivaje entre capital real vs. capital ficticio. Si en la época del fordismo la distribución se "controlaba" mediante un arreglo tecno-socio-productivo, en la era del postfordismo el mecanismo distributivo adoptará una connotación esencialmente socio-política. En estas condiciones, cuando la modalidad de acceso a la riqueza se convierte en un atributo exclusivo del empleo formal, el empleo como tal queda reducido a su mera condición de categoría (66). Los mercados financieros así como las siete vidas que presenta el estado bienestar a pesar de las políticas liberales muestran que hoy la riqueza se distribuye cada vez más por fuera de la relación salarial. De esta manera paradójicamente en la época de la dictadura de los mercados y del estado mínimo la distribución de la renta se constituye en un campo fundamentalmente político. En las economías dependientes, donde la universalización de la sociedad salarial y sus normas de consumo no alcanzaron a extenderse al conjunto de la sociedad, la "distribución" de la riqueza adoptó una importante componente política externa a la producción. En ese contexto es lógico que adquiera relevancia en nuestros días el viejo proyecto desarrollista buscando reeditar un crecimiento asentado en pautas fordistas de universalización de la sociedad salarial, aunque ahora modernizado tras diversos planes sociales para los desocupados, en reemplazo del papel asumido por el salario bajo condiciones de acumulación fordistas. Pero en este caso, ¿no se trata del revival de un fordismo verdaderamente degenerado con perspectivas serias de perpetuar la miseria? El camino del infierno suele estar empedrado de buenas intenciones. El problema sustantivo en este caso es que nuestros amigos del pensamiento único de izquierda no incorporan la imposibilidad de poner en práctica aquellas características técnico-económicas industriales que promovieron el circuito virtuoso entre al producción y el consumo en la medida que no existen las condiciones socio-políticas para ese encadenamiento. En primer lugar porque en el momento que aún existía la posibilidad de reeditar ese régimen de acumulación, no se dieron las condiciones económicas para alcanzarlo: por un lado es sabido que el endeudamiento externo contraído durante la década de los 70 hasta 1983 se transformó en un enorme motor de expulsión de capital ante el notable incremento de las tasas de interés internacionales de la época. Como se sabe los países latinoamericanos de receptores de capitales se convirtieron en países expulsores, proceso que provocó una drástica disminución de las tasas de inversión internas. Por otro lado las conquistas formales de los derechos, sin una verdadera redefinición de la correlación de fuerzas entre las clases, impulsaron, ante un mercado de consumo segmentado, un proceso inflacionario creciente que habría de desembocar en la hiperinflación del 89. En segundo lugar porque durante ese tiempo el régimen de acumulación mundial se transformó radicalmente: mientras la producción se transformaba, simultáneamente se socializaba. Si por un lado la informatización de la producción generó un impulso creciente a la producción y transmisión de la información engrosando el carácter inmaterial de la producción global; por otra parte, debido precisamente al aumento de la componente inmaterial del proceso productivo, el mercado mundial alcanzó niveles de desarrollo superiores sin necesidad de universalizar la relación salarial y, por tanto, sin propiciar una distribución de la riqueza. Este fue el fenómeno producido localmente durante el período 1991-95 de la convertibilidad cuando el notable crecimiento de la economía y en particular de los sectores industriales, ayudados por las políticas públicas de subsidios varios -disminución de los impuestos, reducción de los aportes patronales y reintegro de las exportaciones- no se tradujo en la generación de empleos directos y/o indirectos. Por el contrario en el período de mayor crecimiento se observó un desmesurado aumento del desempleo(67). Esto implica pensar que ya no es posible pensar en un proceso de salarización de masas como acompañó al régimen de acumulación pasado; y por tanto que el crecimiento ya no funciona como mecanismo de integración ciudadana, es decir de distribución de la renta y universalización de los derechos, de integración al patrón de consumo y sobretodo como garante de la integración productiva. Por el contrario, hoy en día la integración ciudadana, es decir el acceso al derecho a la salud y a la educación constituye un requisito para la integración productiva en el marco de la división internacional del trabajo, como veremos más adelante. Trabajo vivo y Estado La nueva centralidad del trabajo vivo constituye el marco más apropiado para un análisis verdaderamente crítico del proyecto neoliberal a la par que permite entender la fuerza que adquiere la lógica de este capitalismo de nuevo tipo. En ese contexto debemos tentar descubrir lo nuevo, aunque no ya del lado del capital, sino del lado de su polo antagónico. Lo nuevo no pertenece solamente al comando del trabajo vivo mediado ahora por las políticas de control social, flexibilización defensiva y desterritorialización de la producción. Los interrogantes que nos formulamos hoy en día se proyectan sobre el conjunto de la economía cuestionando las leyes que la ciencia económica ha desarrollado desde A Smith y David Ricardo en adelante. En ese sentido gracias a dos siglos de tradición intelectual y política ha sido costumbre considerar a la empresa como el lugar de generación y/o creación del valor por excelencia. El progresismo nacional, paradójicamente acompañado por el pensamiento crítico del liberalismo, particularmente aquel inspirado en Polanyi, continúa haciendo de la empresa una suerte de fortaleza asediada hoy por un mundo frívolo que se muestra ignorante de las duras restricciones económicas; mientras ve en el Estado la expresión de una voluntad popular capaz de proyectar en la sociedad una distensión que reemplace el duro comportamiento de la acumulación capitalista. ¿Es posible aceptar hoy en día esta caricatura de la empresa y del estado?. Para la teoría económica más reciente, que busca escapar a los estereotipos neoclásicos y clásicos, refundar y recrear la teoría marxista sobre la base del capitalismo de nuevo tipo de nuestros días, los verdaderos lugares de creación del valor son el territorio productivo, la sociedad en su conjunto, los espacios sociales de la cooperación y el aprendizaje, en fin aquellos lugares y formas de organización que mixturan mercado, empresa y sociedad. La productividad de la cooperación social ya no es producida para el mercado y en el mercado sino que lo precede, como su condición, como su otro. La nueva riqueza se asienta en las infinitas externalidades de la cooperación humana, fenómeno que no puede ser visto ni aprehendido con los ojos del trabajo esclavo asalariado ni con las de sus vestimentas en el mercado salarial. La apropiación capitalista de estas riquezas es doblemente depredadora en el sentido que pone en movimiento una masa considerable de trabajo intelectual proporcionado casi gratuitamente y con salarios sumamente bajos. Se trata por un lado del trabajo banal -nueva miseria condición de la riqueza- que permite el funcionamiento de la economía cognitiva; trabajo escondido y no reconocido, donde su precarización constituye la condición de esta inferioridad. Por otro incorpora el trabajo cognitivo como nudo de la explotación si consideramos a esta última no ya como adherida a una máquina particular sino como la forma de control de una red. El paradigma posfordista es antes que nada un paradigma social articulado ahora por una lógica de mercado que ha reemplazado a la lógica productivista del fordismo. Se caracteriza por la integración productiva de los consumidores como productores, ya que ellos participan de la producción desde el momento de la concepción en dos niveles: por su participación en tiempo real de los comportamientos de consumo y por la proliferación diseminada de los actos creativos, lingüísticos y comunicacionales. En este contexto se genera un nuevo ciclo económico caracterizado por la reversión de la relación entre producción y mercado, proceso que promovió la reestructuración posfordista de los proceso productivos, y que determinó la globalización de las empresas al permitir responder a la demanda interna de cada país por una oferta mundial. Se produce también una modificación en las tácticas sindicales variando las reivindicaciones desde los aspectos salariales hacia los niveles de empleo y condiciones laborales. Esta postura se vio motivada por el creciente proceso de tercerización de las actividades productivas anteriormente centralizadas en una sola firma, hoy diseminadas empresarial y territorialmente. Bajo estas consideraciones tanto las relaciones entre Estado y mercado, como la dimensión del proyecto neoliberal aparecen ahora bajo con características distintivas.
Así, la reforma del estado se ejecuta siguiendo sobre cuatro ejes centrales: La reforma del estado social comporta pues el abandono de los dos principios fundamentales del estado social fordista a saber: el automatismo de las prestaciones en caso de necesidad, ya que ahora se requiere demandar la ayuda, demostrar que uno esta en situación de necesidad y la universalidad de los derechos (ahora la seguridad social, más allá del financiamiento igualmente fiscal se ocupa sólo de los pobres) De esta manera se instaura un dualismo entre solidaridad fiscal y lógica de mercado, entre lucha explícita contra la exclusión y facultad de asegurarse personalmente contra el riesgo El análisis sobre los cambios en la forma estado no pueden quedar limitados a consideraciones y análisis exogenistas basados ya en la financiarización, ya en la globalización. La respuesta debe bucearse en un espacio de análisis que considera el proyecto neoliberal como la respuesta que el capital ofreció a la crisis del capital y su estado, crisis derivada a su vez de la crisis de la relación salarial fordista. Pero si este análisis es correcto, la reorganización neoliberal del estado debe ser mucho más que su mera reducción y/o adelgazamiento. Tampoco puede asociarse con exclusividad al proceso de privatización impulsado para la época (68). El proceso de reforma del estado está ligado a un doble fenómeno: por un lado el agotamiento del proceso de universalización de las bases materiales de la ciudadanía basado en la universalización de la relación salarial. Por otro, a la afirmación de un régimen de acumulación en el cual los servicios se tornan productivos y donde la ciudadanía se convierte en la condición necesaria para la inserción productiva. Contrariamente a lo que se sostiene y difunde el proyecto neoliberal en marcha es mucho más pretencioso que la simple privatización de los servicios públicos, más allá de lo lucrativo que pueda significar su explotación. En realidad el proyecto neoliberal se propuso promover y desarrollar un nuevo contrato social que apoyado en la des reglamentación de los espacios públicos y su privatización fuera capaz de construir consensos sociales más universalizantes que los alcanzados en los 25 gloriosos años. La mirada estratégica del neoliberalismo es clara: privatizar el welfare, desmantelar los mecanismos de protección de la era fordista y reorientar las funciones económicas del estado según las exigencias del nuevo orden productivo. Por ello el neoliberalismo impulsó al mercado como el espacio e instrumento social más idóneo para sustituir a la relación salarial fordista. Es el mercado el que debe ocupar el nuevo rol preponderante. Coherente con una difusión universal de normas mercantiles, se impulsa simultáneamente a la competencia y la flexibilización como los instrumentos más aptos y efectivos para la difusión y propagación de los nuevos bienes privados. Las nuevas regulaciones ligadas a la economía de la flexibilidad disuelven la antigua constitución social. Paradójicamente ha sido en aquellos países donde el fordismo no alcanzó un desarrollo "puro" y donde la relación salarial fordista no consiguió los niveles de universalidad de los países centrales, por lo que el ejercicio de los derechos de ciudadanía plena quedó sujeto al arbitrio del estado, donde las políticas neoliberales han alcanzado trazos verdaderamente exitosos en su propuesta de universalización social a través del mercado. No se trata solamente de los niveles de obsecuencia y fidelidad a un proyecto neoliberal manifestado por las políticas económicas de los países capitalistas menos desarrollados, sino más bien del éxito alcanzado por las políticas neoliberales en alguna áreas económicas(69). Rescatar este contexto general de mercantilización de todos los aspectos de la vida humana como el espacio más generalizado de la política neoliberal permite comprender las divergencias y rupturas que la dinámica de los nuevos movimientos sociales antagónicos al capital, genera en su desarrollo. Este abordaje significa igualmente renunciar y desechar aquella perspectiva que proyecta una reconstitución del espacio público a partir de un reforzado papel estatal. En efecto, en sus intentos por oponerse a la ofensiva del capital, nos encontramos tanto con quienes, tras una concepción reduccionista del estado, reducen la dominación política a un problema de manipulación (concepción instrumentalista), como con aquellos que ven en el estado un dispositivo que permitiría neutralizar políticamente las desigualdades de clase entre los individuos-ciudadanos y reducir los riesgos inmanentes de las modernas sociedades de mercado. Tanto una aproximación -instrumental- como la otra, de carácter reformista, no se oponen sino que se complementan. Ambas no solo sobrevaloran el papel del estado y subalternizar el de las clases trabajadoras, sino que abordan el estado como un elemento extraño, externo a la sociedad; en fin la autonomía concedida supone un tratamiento ajeno a toda relación social capitalista. Por el contrario debemos saber aprovechar las debilidades y vacíos de este proyecto demandando la liberación de aquellos espacios sociales que contrarresten y limiten la política oficial. Estamos en presencia de un nuevo tipo de contradicción generada por las políticas públicas. En efecto, mientras se impulsa una privatización que promueve una apropiación de bienes limitada solo por el mercado, por otro lado se trabaja para una des reglamentación que, al sustituir los monopolios estatales por los grandes grupos multinacionales, se muestra incapaz de construir un proceso de democratización verdadera, es decir de construcción de un espacio común. El proyecto neoliberal es constitutivamente excluyente: primero mercantiliza los bienes públicos y luego construye consecuentemente una figura de ciudadano limitada y ajustada a su poder de compra. Simultáneamente al impulsar un proceso de des reglamentación y someter la difusión de la información a la lógica del copywright, no sólo está cerrando todo espacio para la socialización, sino que también está fragmentando el espacio común. Al mantenerse la separación entre lo público y lo común, el mercado suplanta al estado en esta nueva dinámica social (70), mientras se muestra claramente incapaz de generar un nuevo sistema de universalización. En este punto se encuentra verdaderamente el talón de Aquiles del proyecto neoliberal. Este es el punto nodal de la crítica al proyecto neoliberal. La ciudadanía formal permanece definitivamente separada de la ciudadanía material ya que ni siquiera posee los mecanismos integradores que la propia expansión industrial pasada le garantizaba, mientras se reproduce como un poder trascendente sin mediaciones. Solo el movimiento del trabajo vivo es capaz de afirmar la relación que liga de manera inmanente lo público con lo común, la libertad con la igualdad. Los estados son un aspecto de la relación social de producción - forma histórica y específicamente determinada- y su "poder" deriva de su habilidad para poder reorganizar las relaciones capital trabajo dentro de sus fronteras -y a menudo por fuera de ellas- y dar cuenta de un proceso de acumulación de capital doméstico y mundial (71). Coherentes con esta perspectiva estamos impelidos a romper con la falsa alternativa de estado versus mercado y con la imagen refleja que opone las políticas neoliberales a las resistencias corporativas fordistas (72). Por lo demás no caben dudas que el debate sobre el estado nacional y su soberanía no puede realizarse al margen de la reconocida globalización financiera. ¿Puede la defensa de la soberanía en el actual contexto internacional constituirse en una insoslayable hipótesis de resistencia política? ¿Existen hoy en día posibilidades de redefinir los medios y espacios estatales a partir de las nuevas articulaciones políticas nacientes entre las entidades supranacionales, los supra-estados (bloques regionales) y los cuasi estados? La respuesta a esta problemática no es ni lineal ni inmediata, ya que por lo general los alineamientos en torno de posiciones que implican una defensa de la soberanía nacional y el papel del estado nacional terminan generando alianzas altamente contradictorias transversales y ambiguas. Es cierto que la dramaticidad de la crisis en los países menos desarrollados exige de manera urgente tener una clara respuesta ante las dudas legítimas que surgen sobre si el estado es capaz de plantarse frente a la globalización del capital y sus instituciones. Así como sobre su efectividad para cumplir tras políticas económicas efectivas un rol claro que privilegie el crecimiento y la integración de importantes sectores de la población que se han visto desplazados a condiciones laborales precarias y de miseria absoluta. Debemos ser conscientes que las condiciones materiales para que los estados puedan recuperar el papel de regulación económica e integración social ya no son las mismas que antes. Las economías centrales y la globalización de los mercados envuelven de manera significativa la producción de bienes y servicios. Como apunta Aglietta (73) esto implica la definición de esferas transnacionales de regulación mientras que la desregulación del sector público significa que el estado ya no dispone del conjunto de instrumentos necesarios para sustentar nuevas políticas económicas. De cualquier manera la ideología del estado mínimo no significa una reducción en el papel del estado sino un refuerzo de sus funciones en algunas áreas particulares: el estado neoliberal tiende a reducir los espacios de participación democrática y a reforzar sus bolsones autoritarios. Finalmente avalar la intervención estatal implica pensar que este puede asumir un rol de mediador social, ser capaz de constituir un tercer espacio donde se cristalice el interés general. Esta noción de interés general extraída de Rousseau y basada en el supuesto de un estado capaz de imponer la voluntad general a los intereses particulares, constituye el sustrato sobre el que se apoyan las lecturas hegemónicas de izquierda sobre el estado bienestar. Una interpretación de esta naturaleza no visualiza el hecho de que cuando la integración social ya no asume más la forma de la integración a través de la relación salarial, se afirma otro tipo de soberanía, la soberanía del trabajo vivo y de las formas de disciplinamiento y explotación que la determinan. Cuando se deja de lado la relación entre trabajo vivo y trabajo muerto, cuando se abandona la centralidad del trabajo vivo en la relación entre el capital y el trabajo, el espacio conflictivo se traslada al terreno de las luchas contra el capital financiero, o contra el capital extranjero o contra el dinero mundial que opera como mecanismo de expoliación y extorsión. Digamos que bajo esta óptica el capitalismo necesita ser domado, domesticado antes que combatido. Aceptar la centralización del trabajo como motor de la innovación y modernización capitalista supone abordar la potencia constituyente del trabajo vivo como fuerza autónoma ante el poder constituido del trabajo muerto. Supone construir la historia sobre las vivencias de un sujeto activo; significa otorgarle al trabajo vivo, al trabajo asalariado el papel dinámico y centralizador en los análisis de la crisis. En el marco de los mercados autocentrados la acumulación fordista significó la emergencia de formas determinadas de representación política e integración social de los actores estratégicos del nuevo modo de producción. Dicho de otra forma el papel del estado, en particular su intervención directa en la regulación del mercado y el control de importantes porciones del aparato productivo, tuvo como condición necesaria previa el reconocimiento político de aquellos sujetos colectivos, las organizaciones de empresarios y de los trabajadores que dieron legitimidad a la nueva forma del estado. El estado bienestar se afirmó como dispositivo de integración del conflicto social, transformando ahora el trabajo negativo en factor de desarrollo. Las Convenciones Colectivas de Trabajo provocaron un doble movimiento de subjetivación: de los trabajadores que se recompusieron tras las nuevas sindicalizaciones y de las clases dirigentes empresariales, públicas y privadas, que reconocieron en el estado la nueva figura intervencionista y la hegemonía de la ortodoxia keynesiana que la atravesaba. Es en este marco más general que se debe analizar la forma del estado latinoamericano. En esta dinámica de intervención, el estado se convirtió en un importante competidor de los partidos políticos tradicionales tras su función de mediación en los conflictos distribucionistas, provocando en no pocas ocasiones la subordinación de los grupos emergentes a la tutela estatal y su incorporación a la política a través de las más diversas mediaciones estatales. Este fue el caso en nuestro país fundamentalmente de los sectores empresarios (74). Con relación a los sindicatos, salvo las excepciones del sindicalismo independiente construido al calor de las luchas contra el estado y el capital, el sindicalismo oficial fluctuó entre la subordinación y búsqueda de acuerdos con el gobierno de turno y su enorme dependencia del partido justicialista. La crisis del estado-crisis implica también la crisis de los mecanismos y sujetos de representación política que convalidaron el estado bienestar y que se construyeron a partir de la expansión de la relación salarial fordista. Esta lectura nos diferencia de aquellos que atribuyen a la corrupción, al doble discurso de la dirigencia política y/o a los lobys empresarios la causa determinante de la crisis de los partidos políticos, de la representatividad política que discurre en nuestra sociedad(75). En este contexto resulta fácil comprender no solo el porqué de la crisis de representatividad política que asola a la sociedad argentina, sino también advertir sobre el mesianismo que impregna a aquellos sectores que buscan consolidar nuevos mecanismos de representación política ajustados a modelos y moldes de la vieja relación salarial (76). Pocas dudas quedan que la regulación del trabajo asalariado propia del estado de bienestar así como la tendencia de la economía al pleno empleo han entrado definitivamente en una crisis irreversible. Las prestaciones sociales ya no se derivan de los ingresos generados por el trabajo asalariado. La sociedad del trabajo asalariado no es más representativa en el seno del estado social porque la creación de la riqueza depende cada vez menos de ella. Sin embargo la crisis de las reglas distributivas de la justicia del estado social fordista son más flagrantes. Se trata de la crisis de la técnica de la seguridad social basada en el velo de la ignorancia tan caro a John Rawls(77). El pasaje al postfordismo elimina el velo de la ignorancia ya que las nuevas técnicas permiten determinar el destino de cada uno, provocando el resquebrajamiento de la solidaridad entre los miembros de la comunidad. Dicho de otra forma, en el posfordismo el conocimiento de las desigualdades y de las diferencias vuelven imposible la definición de una regla universal de justicia. Ya casi resulta imposible clasificar en categorías sociales la manifestación de los grandes riesgos sociales como el desempleo, la enfermedad, la invalidez o la vejez. La exclusión del mercado de trabajo ya no admite clasificaciones homogéneas de riesgos, en la medida que cada excluido deviene un caso singular, particular, no representativo según las clasificaciones tradicionales> desempleo de larga duración, desempleo de corto plazo, desempleo friccional etc. El pueblo deviene una multitud de casos singulares concretos para los cuales es necesario elaborar estrategias de control individualizado y programas de inserción determinados(78). La nueva solidaridad emergente de la disolución de los pasados paradigmas asistenciales exige controles más policiales sobre los comportamientos individuales. Nuevos enclosures... Si bien nuestro análisis nos ha conducido a rescatar, tras las nuevas condiciones de explotación, el surgimiento de un nuevo sujeto antagónico, el trabajador inmaterial, como forma que adopta en las sociedades centrales el nuevo obrero social, somos igualmente concientes que la hegemonía que manifiesta el trabajo inmaterial en nuestras sociedades no constituye hoy más que una tendencia, en la medida que el proceso de trabajo fordista, y por tanto el taylorismo más crudo, constituye todavía una realidad para miles y miles de trabajadores. Sin embargo el reconocimiento de este fenómeno no autoriza a ignorar la emergencia del nuevo sujeto y otorgarle la dimensión cuantitativa y cualitativa que ha asumido en nuestro país. El acento que el autonomismo, en particular A. Negri & M Hardt en su último libro (79) ponen en el surgimiento del trabajo inmaterial, como soporte del nuevo obrero social característico de la etapa, resulta más apropiado para las sociedades capitalistas centrales que para las geografías latinoamericanas. De cualquier manera somos testigos en nuestro país, a partir de los procesos de reestructuración capitalista iniciados en los noventa junto a la nueva modalidad de integración mundial que ha generado la globalización, de importantes y significativos cambios alcanzados en los procesos de producción industrial, donde el trabajo inmaterial ha cobrado peso y relevancia significativa. Sin embargo este fenómeno no oscurece una realidad, por lo demás socialmente lacerante, que manifiesta un alarmante y creciente proceso de emprobrecimiento y pauperización casi masivo en nuestras sociedades, así como la emergencia de un nuevo tipo de obrero desempleado en nuestras ciudades el piquetero, componente político sustantivo en las últimas movilizaciones y enfrentamientos sociales. Este proceso al que asistimos -verdadero cataclismo social- nos impone avanzar no sólo hacia una aproximación más precisa con relación a las modificaciones y cambios producidos en el contenido y la composición de clase del obrero social nacional, sino también en la definición de las características sociales del sujeto político de la etapa. Su complejidad y heterogeneidad han sido notablemente llamativas. Basta recordar la composición de los sujetos políticos que enfrentaron sucesivamente a los distintos gobiernos provinciales como parte de una cadena nacional de movilizaciones más amplias: empleados provinciales, municipales, maestros desempleados, estudiantes, pequeños comerciantes obreros, ex empleados públicos privatizados y luego precarizados etc. En fin, toda una argamasa social de cuerpos heterogéneos unificados por la esperanza de una vida mejor, de una mejor calidad de vida. Nos impone igualmente trascender el panorama nacional para introducirnos en un horizonte global capaz de proveer el marco adecuado que exige el nuevo régimen de acumulación mundializado abierto en la última década. No se trata solamente de la tercermundización de las modernas sociedades centrales. Es mucho más que ello, incorpora la mercantilización de nuevos espacios de vida como núcleo duro de la política neoliberal desarrollada en los últimos años. El fenómeno de la globalización capitalista se acompaña de una política de liberalización de los mercados con consecuencias sociales dramáticas sobre las sociedades capitalistas menos desarrolladas: el surgimiento y crecimiento alarmante de miles y miles de pobres arrojados violentamente a la indigencia y con escasas posibilidades de superación del actual horizonte social. Vivimos en este sentido situaciones sociales similares a las gestadas en los comienzos del capitalismo cuando los lores y agentes oficiales impulsaron la expropiación de las tierras comunales para ponerlas al servicio de la acumulación originaria de capital (80). Este proceso de generación de los antiguos enclosures (81) arrojó a la pobreza e indigencia a una variedad de sujetos múltiples y heterogéneos: trabajadores desposeídos, esclavos, mujeres del mercado, siervos sin dientes, vagabundos y vendedores ambulantes, variedad revolucionaria que constituyó el producto humano de los enclosures ingleses para quienes la violencia puesta en juego tras la actitud arrancatoria de sus tierras catalizaría su virulenta insurgencia. Estos campesinos despojados de sus tierras se convirtieron inicialmente en pobres, vagabundos y mendigos (82). Luego en trabajadores asalariados, mientras la tierra era explotada para alimentar un incipiente mercado mundial de productos agrícolas. Según la tradición marxista estos enclosures se convirtieron en el punto de partida de la sociedad capitalista, inicio de la acumulación originaria de capital creando una población de trabajadores libres de todo medio de producción y por lo tanto impelidos a trabajar. La moderna liberalización del comercio forma parte de las modalidades de disciplinamiento social en la fábrica global. El juego competitivo constituye en sí mismo un acto de disciplina. Producto de esta política de liberalización del comercio, el contexto en el que transcurrían las luchas y la vida en la sociedad se han visto notablemente modificados. Diferente al contexto de ayer y, seguramente, al de mañana. Partiendo de una concepción del capital como relación social en contraposición a aquella lectura del capital como cosa, es decir como existencias (stock), es posible abordar la acumulación primitiva como un proceso continuo de acumulación capitalista, desechando aquélla concepción que ve en la acumulación primitiva una etapa limitada a la expansión inicial del capitalismo en el mundo (83). Tal interpretación se asienta en dos consideraciones sustantivas: a) por un lado el capital necesita de una sostenida incorporación de las esferas de vida a los espacios de mercantilización, proceso que conduce a una creciente disociación entre medios de producción y productor; b) por otro lado, toda vez que los movimientos de resistencia son capaces de construir una barrera social al impulso sin límites de la acumulación del capital y la mercantilización que la acompaña, el capital busca desarticular y destruir dicha barrera. Nos enfrentamos aquí con lo que Polanyi(84) denominó el doble movimiento de la moderna sociedad liberal: por un lado el histórico movimiento del mercado (Polanyi)(85), movimiento sin límites que amenaza la misma existencia del capital. Por otro, la propensión natural a la defensa del mercado y por tanto a la creación de instituciones sociales para protección de la sociedad, en la medida que la acumulación sin límites es insostenible humana y socialmente. En esa perspectiva los diversos procesos sociales así como las estrategias capitalistas -que buscan el desmantelamiento de las instituciones que la sociedad construyó como protección ante el mercado-, pueden asimilarse a la dinámica social característica de la acumulación primitiva. El elemento de continuidad en la reformulación de la teoría de la acumulación primitiva de Marx aparece una vez que reconocemos el otro movimiento en la sociedad; en lenguaje marxista, la lucha de clases. Ambas estrategias, la mercantilización creciente de las esferas de la vida así como las políticas de desmantelamiento de las barreras defensivas construidas como resultado de las luchas pasadas para proteger a la sociedad del mercado, pueden ser abordadas como la construcción de los modernos enclosures del siglo XXI. Esencialmente porque profundizan la separación entre las condiciones de vida y los trabajadores mediante la conculcación de los derechos y la desaparición de las obligaciones estatales. De por sí el desarrollo del comercio basado en el mercado presupone la construcción de los enclosures: en la medida que la sociedad para su subsistencia y reproducción depende ahora del acceso a los productos ahora bajo la forma de mercancías. Este proceso presupone la separación de los medios de producción de los productores directos y por tanto la dependencia con relación al mercado. En este sentido la persistencia y el desarrollo del comercio capitalista presuponen la generación de los enclosures como proceso continuo de renovación y oxigenación permanente y no solo como una estrategia capitalista reducida a la etapa primitiva del capitalismo (86). Siguiendo la tradición autonomista todo salto en la demanda de los trabajadores provoca la adecuada respuesta capitalista: nos encontramos en nuestros días ante los intentos de una apropiación extendida de nuevos recursos y de una nueva fuerza de trabajo por parte del capital. Se trata por tanto de la extensión de las relaciones capitalistas. En este sentido el enclosure es un proceso que unifica a los proletarios como parte de la historia del capital, ya que todas las sociedades han entrado por la misma puerta que unifica la pérdida de los derechos asociados a las tierras, sea que se hayan perdido en Inglaterra, en el sur de Italia, en el Delta del Nilo o en el Lower East Side de Manhattan. Una de los aspectos esenciales que adopta la globalización capitalista es precisamente la de los viejos enclosures, aunque con intensidades y ritmos diferentes dependiendo de la virulencia de las políticas asumidas. En efecto, en el mundo moderno los enclosures se manifiestan, ya en las políticas del Banco Mundial cuando atacan las condiciones de vida y amenazan la supervivencia de miles de comunidades campesinas en la India, ya en los recortes presupuestarios en nuestro país al arrojar a la desnutrición y al hambre a miles de compatriotas que engrosan el ejército de pobres. Visto desde la razón de ser del circuito del capital dinero estos procesos sociales comparten un denominador común: la separación definitiva del pueblo trabajador de todo acceso a la riqueza social que no sea mediado por el mercado. En alguna medida tales accesos protegen a amplios sectores sociales de la presión del mercado, proporcionando un espacio que los preserva de la disciplina del mercado y de sus presiones. Así como las estrategias de los viejos enclosures fueron acompañadas por las luchas de resistencia campesina, las políticas de los modernos enclosures en nuestro país registran resistencias desde hace ya casi una década (87). Una vez más los enclosures se convierten en la experiencia proletaria a lo largo del globo. Tras la más grande diáspora del siglo en todos los continentes, millones están siendo arrancados de sus tierras, sus trabajos y sus pertenencias a través de las guerras, las hambrunas, las plagas o simplemente mediante la aplicación de los planes de ajuste dictados por el pensamiento único del Imperio y del FMI. En Nigeria y en los EEUU son millones los desposeídos modernos; las razones son publicitariamente difundidas: crisis alimentarias originadas en los excesivos aumentos salariales y los despilfarros estatales. Detrás de las razones están los hechos: el contrato social que garantizaba el incremento de los salarios reales ha terminado definitivamente y los homeless son la fuerza de choque de este fenómeno. ¿Acaso no podemos catalogar la actividad capitalista de fin de siglo como un revival acelerado y expandido de aquella acumulación originaria de capital cuando, tras la finalización del control comunal de los medios de subsistencia en latitudes diferentes del planeta, se produce el apoderamiento de las tierras por deuda; cuando asistimos a la creación de un inmenso reservorio móvil y migrante de fuerza de trabajo(88); cuando estamos en presencia de la destrucción de los sistemas sociales no mercantiles y del desarrollo de una depredación ecológica que no se detiene? La miseria que sostiene este proceso y que subyace como malestar permanente contra el nuevo orden es la que otorga la nueva personería política, como lo fue en los albores del capitalismo, a los pobres, vagabundos, vendedores ambulantes, trabajadores inmigrantes, en fin los rebeldes modernos. Dos modelos trascendentes anteceden a las luchas de resistencia de los piqueteros argentinos, aunque bajo espacios sociales de disputa diferenciados: a) por un lado las luchas de los indígenas de Chiapas nucleados en el zapatismo ante los intentos oficiales de convertir las tierras comunales indígenas, los ejidos, en espacio de explotación sometido a las leyes del mercado; b) por otro, la lucha de los campesinos brasileños que organizados en el Movimiento de los Sin Tierra intentan reapropiarse de las tierras comunales. Los nuevos enclosures persiguen incorporar al espacio mercantil aquellos aspectos de la vida que aún se encuentran fuera del mercado, así como acabar con aquellos espacios sociales desarrollados en épocas pasadas por la sociedad para protegerse precisamente de las leyes del mercado. En ese sentido el proceso de globalización en curso no puede analizarse por fuera de los conflictos sociales -que provocaron el derrumbe del keynesianismo- y de las restricciones propias impuestas por la acumulación de capital. A pesar de aquellos que se esfuerzan por presentar el proceso de globalización como el desarrollo natural de las fuerzas del mercado, hay claras evidencias que los diferentes gobiernos capitalistas (G7) en acuerdo con las corporaciones financieras más poderosas han promocionado la desregulación e integración financiera, la liberalización del comercio y la internacionalización de la producción como manera de contribuir con la globalización al manejo de los parámetros fundamentales de la acumulación. La integración financiera y su liberalización han permitido que la movilidad del capital financiero funcione como dispositivo de disciplinamiento social, limitando el espacio de concesiones de los gobiernos individuales tras metas de mejoras en la competitividad nacional mientras se presentan los ajustes y los recortes a los derechos y compromisos del estado bienestar como una necesidad externa. Dicho de otra forma, la globalización de las finanzas puede ser abordada como mecanismo de regulación del balance entre el trabajo necesario y el plustrabajo en el ámbito global. En los países del Norte la movilidad del capital presenta la misma función que los ajustes estructurales del FMI en el Sur, con la diferencia que en los primeros aparece como realidad objetiva e impersonal. Este abordaje no invalida la especulación, la inestabilidad y los cracks repentinos que la desregulación global financiera alimenta. La globalización del comercio, inicialmente promocionada por el GATT y ahora institucionalizada por la OMC abre la posibilidad de ensanchar el espacio competitivo entre los países e incrementar la presión sobre cada sociedad civil nacional, para alcanzar niveles de producción y competitividad standard, así como innovar, reducir los costos, moderar las demandas salarial y regular los servicios públicos. ...y la nueva composición de clase La globalización de la producción modela la división internacional del trabajo coincidente con el objetivo de las grandes corporaciones para reducir los costos de producción e incorporar nuevos mercados. Así, en sectores como el automotriz, químico, electrónico y textil no son pocas las plantas fabriles cerradas en distintas geografías del Norte y abiertas en otras zonas del Sur(89). En el caso de la industria textil la movilidad del capital es utilizada como elemento de presión hacia las demandas obreras, ante la amenaza de emigrar hacia otras latitudes. Este fenómeno que inicialmente presionaba hacia los trabajos poco calificados, hoy se ha extendido incorporando todo el segmento de actividades laborales. Sin embargo uno de los mayores efectos de la globalización sobre los mercados laborales es el dramático incremento de la pobreza y el surgimiento de nuevas formas de moderna esclavitud en la división internacional del trabajo (90). La globalización se aparece como el resultado del choque de dos fuerzas sociales antagónicas que intentan ya regular esas fuerzas, ya escaparles regulando el doble movimiento al que se refería Polanyi. Reconocer en la globalización el resultado de los manejos del capital por un lado y de las luchas antagónicas por el otro, implica promover una análisis teórico y empírico de doble vía: a) por un lado se trata del análisis del desarrollo de estrategias tendientes a superar las rigideces sociales que, según el capital, generan problemas de coordinación, de estabilidad y de escala. Se trata de aquella dimensión sincrónica de la globalización que incorpora la integración espacial de la cooperación local, es decir de los distintos modos productivos que hacen a la relación entre la producción capitalista y el territorio. Nos referimos a la reducción de las barreras arancelarias, a las restricciones a la IED (Inversión Extranjera Directa), a las estrategias para desregular el mercado de capitales y el mercado financiero etc. medidas todas que buscan integrarse de manera coordinada; b) por otro lado se trata de abordar las estrategias impulsadas para superar las rigideces que se presentan desde una perspectiva diacrónica. Se trata, en este caso, de la integración secuencial de los distintos momentos y transformaciones sufridos por el capital en el ciclo del capital dinero: (D-M MP FT .......P'.......M'-D') Cada una de las estrategias capitalistas mencionadas en el ámbito del comercio, las finanzas o la producción impacta en el espacio diacrónico del circuito del capital dinero: la liberalización del comercio afectará la producción, a la cooperación laboral, a los tiempos de trabajo socialmente necesario. De igual forma las estrategias de los modernos enclosures como las observadas en los llamados ajustes estructurales no deben ser vistos solamente con relación a las alteraciones producidas en el campo de la distribución sino también como un momento de la estrategia de valorización. Así, el proceso de liberalización del comercio y el levantamiento de las barreras aduaneras ha afectado enormemente a la composición de clase con relación a la vieja composición de clase fordista. El proceso de reestructuración capitalista que acompañó la acumulación de capital en la última década, la movilidad del capital productivo, las fusiones de firmas, la concentración del capital y la reestructuración de las economías regionales han provocado una sustancial alteración de la composición de clase argentina. Lo que nuestros partidarios del pensamiento único de izquierda apuntan como des-industrialización perversa provocada por el neoliberalismo menemista, debe ser vista como la consecuencia de los cambios impulsados bajo el paraguas de una globalización que enmarcada en los procesos descriptos, debe ser comprendida como la respuesta más eficaz del capital ante las luchas de masas de los 70 que dieron por tierra con el viejo keynesianismo. Por lo demás, esta nueva composición de clase nacional no parece ofrecer convincentes oportunidades para reflotar políticas de corte keynesianas tradicionalmente asentadas en el crecimiento y la fortaleza de un capital nacional hoy prácticamente inexistente y con una lógica de acumulación si bien asentada territorialmente con una enorme funcionalidad hacia la globalización capitalista. En primer lugar porque resulta cada vez más irrelevante hablar de capital nacional ante el inocultable proceso de internacionalización del capital productivo; aunque estacionado territorialmente su movilidad se presenta siempre como amenaza real y dispositivo de disciplinamiento hacia el conjunto de los asalariados. En segundo lugar porque en el marco de la integración a los mercados mundiales, la importancia asignada a la producción orientada hacia la exportación permite a una importante masa de capital productivo escapar a las restricciones que imponen un poder de compra devaluado de los asalariados. Finalmente la competencia global permite abaratar el salario, no solo por la moderación salarial alcanzada en el mercado laboral debida a la abierta competencia presente, sino porque el abaratamiento de los productos de la canasta familiar también opera como mecanismo de contención salarial. Estos tres parámetros vuelven incompatibles la regulación de las variables de la acumulación en un contexto de reactivación keynesiana de la economía. Los mercados internos están siendo reemplazados paulatinamente por los mercados globales; la política de productividad ha sido reemplazada por los movimientos reales del capital que amenazan la estabilidad laboral y las aspiraciones salariales, reforzando la disciplina productiva. El retorno del keynesianismo exigiría un drástico cambio en la composición de clase y el abandono igualmente violento de políticas de competitividad signadas por la globalización y el retorno de las viejas competitividades nacionales. Nos encontramos frente a un nuevo sujeto político de la etapa, como el emergente socio económico más significativo de los cambios mencionados. Sujeto social que no es homogéneo sino múltiple, polivalente y donde el mundo productivo del antagonismo adopta la cara de la multiplicidad. En efecto, las permanentes alteraciones que el capital introduce tanto en el ámbito de la producción -innovaciones tecnológicas, automación, deslocalizaciones, etc._ así como a través del impulso de variadas políticas económicas, encuentran su correlato en profundas mutaciones producidas en la composición del trabajo, creando nuevos puntos de conflicto y generando nuevos sujetos en el espacio antagónico social. Los teóricos del autonomismo recogen estas mutaciones a través de los ciclos de lucha, donde los enfrentamientos con el capital se ven atravesados por diferentes sujetos políticos característicos de las distintas etapas del capitalismo: desde el obrero artesano, pasando por el obrero masa hasta recalar en estos tiempos en el llamado obrero social disperso por los más diversos sitios sociales. A medida que la subsunción del trabajo por el capital avanza, igualmente prosperan nuevos puntos sociales de conflicto del trabajo con el capital traspasando los clásicos espacios productivos propios del lugar de trabajo extendiéndose a lo largo del ciclo completo del capital. En este proceso el antagonismo incorpora nuevos actores, amas de casa, estudiantes, desempleados, ecologistas, feministas, etc. otorgándole a esta dinámica social la impronta reconocida de los movimientos sociales. Presenciamos una expandida circulación de las luchas que compite y empareja la circulación del capital poniendo en evidencia niveles de autonomía, afinidad y alianzas entre múltiples y variadas fuerzas. La experiencia alcanzada en el ámbito de las coaliciones y coordinación de las últimas luchas en un arco iris político, el entrecruzamiento rizomático así como las redes informáticas que han ligado a estos movimientos, constituye la característica saliente del gran movimiento opositor gestado en los últimos años para enfrentar las políticas económicas del poder constituido. Este proceso expresa simultáneamente los intentos capitalistas por extender las condiciones de explotación así como la búsqueda por el obrero social de aquellas políticas adecuadas para la confrontación específica con la política del capital. El piquetero constituye también el obrero social nacional característico de la etapa. Reúne en sus filas diversos sectores sociales explotados; desde los obreros industriales desocupados con experiencia en las luchas sindicales(91), pasando por los pobres del barrio, para llegar a los jóvenes y amas de casa que carecen de toda formación sindical y política. En ese sentido el movimiento piquetero no debe ser analizado como un proceso aislado del desarrollo de las luchas anteriores, del ciclo de lucha de los setenta. Más allá de la singularidad que proyecta, presenta elementos de continuidad y de ruptura con las anteriores organizaciones de lucha. No podría ser de otra forma: la relación salarial de nuevo tipo que surge en la sociedad de los modernos enclosures si bien incorpora nuevas formas de organización y nuevas modalidades de explotación, no podemos hablar aún de la existencia de una relación salarial definida El piquetero no se asume como desposeído y excluido en su confrontación social. Por el contrario, la consigna Por Trabajo, Dignidad y Cambio Social del Movimiento de Trabajadores de Desocupados que integran la Coordinadora Aníbal Verón de provincia de Buenos Aires lo define plenamente. No son los pobres resignados a una situación de miseración permanente e inevitable. Son por el contrario quienes han confrontado de manera permanente con las políticas oficiales y conformado organizaciones sociales por fuera del ámbito fabril, teniendo como fronteras la sociedad plena. En todo caso la limitación ha estado puesta en una limitación de tipo territorial antes que social. El movimiento piquetero ha sido el protagonista casi exclusivo de las grandes luchas sociales de los últimos años, proceso que ha promovido a una nueva generación de dirigentes obreros y populares. Los modernos enclosures nacionales son el producto de las políticas del poder capitalista constituido para violentar determinados espacios sociales, en otros momentos ajenos a la lógica mercantil para disciplinarlos y someterlos a la lógica del mercado capitalista. No cabe duda que la lucha de resistencia desarrollada contra estas propuestas está atravesada por significados y lecturas diferentes tras la búsqueda por otorgarles algún significado. Todo hace pensar que ha emergido un conjunto de prácticas de resistencia variadas y desde distintas direcciones que confrontan con la continua alienación capitalista del producto generado por la actividad del trabajo y enajenación de nuestra socialidad y existencia como parte de la naturaleza. Cada una de dichas prácticas recoge la experiencia social común de un fragmento de la totalidad de las relaciones capitalistas y se rebela contra ellas. Luego a través de las múltiples alianzas y vasos comunicantes cada fragmento opositor define sus prioridades, métodos y su lugar en el movimiento universal opositor. La constitución de una nueva socialidad no debe buscarse tanto en las prioridades otorgadas a las definiciones de la teoría política sino más bien en el desarrollo del propio proceso de autoorganización. El método de organización y construcción de las alianzas es importante. En los últimos años se ha afianzado una tendencia a la construcción de organizaciones horizontales, con una fuerte dinámica asamblearia buscando los consensos antes que los votos mayoritarios y articuladas preferentemente tras métodos de acción directa. Estas acciones sociales han ido calando hondo en la conciencia social sobre como hacer las cosas en los integrantes de los diversos movimientos sociales. Lejos de ponerse como objetivo la toma del poder las luchas se plantearon sustancialmente el ejercicio del poder a través del mutuo reconocimiento de los distintos fragmentos sociales. En este sentido resulta particularmente llamativa la organización social territorial conformada por los miembros de la Aníbal Verón en la zona sur de la Provincia de Buenos Aires que ha culminado en la formación de emprendimientos autogestionados y financiados con Planes de Empleo entregados por el Gobierno y conseguidos en la lucha del piquete (92). Es posible hablar de la existencia en nuestro país de dos grandes ciclos de lucha en los últimos años. Un primer ciclo de luchas hegemonizado por aquellos sujetos sociales cuyas características socio económicas y organización política respondían aún a la vieja matriz keynesiana fordista. Nos referimos a las luchas de los trabajadores telefónicos, ferroviarios, mineros del carbón (Río Turbio), metalúrgicos de San Nicolás etc. cuya resistencia a las políticas de privatización y reestructuración capitalista otorgaron a la etapa de resistencia una impronta particular. Ciclo de luchas que habría de culminar con el largo conflicto docente y la resistencia de los trabajadores de Aerolíneas ante la posibilidad cierta del cierre de la empresa. Por su naturaleza estas luchas adoptaron una modalidad reactiva, fundamentalmente defensiva de sus derechos y compromisos que se veían amenazados por la privatización de los servicios públicos y los intentos de reestructuración capitalista del sector. Simultáneamente, durante los últimos tiempos de esta etapa, se fueron conformando nuevos núcleos de resistencia en la medida que comenzaban a recogerse los frutos de las privatizaciones y de la apertura indiscriminada a la que había sido sometida la economía nacional. Se abre un nuevo ciclo de luchas con actores diferentes, inéditos en la historia de las luchas obreras argentinas, no sólo por su composición social sino también por las características y modalidades que habrían de adoptar los enfrentamientos. Los nuevos enclosures promueven una recomposición radical de los reclamos sociales personificados ahora por nuevos sujetos sociales, los piqueteros, desempleados, empleados precarios, estudiantes con trabajos temporarios, pequeños comerciantes arruinados, circulación de luchas que no solo se planteó la búsqueda y concreción de alianzas cruzadas, sino que con el avance de la resistencia comenzaron a hacer propias las luchas de otros sectores. En este nuevo ciclo de luchas los sectores del trabajo con fuerte incidencia laboral y organización de tipo fordista adquirieron un papel secundario y en general subordinado a los nuevos sujetos sociales. Su intervención -salvo el caso de los empleados estatales nacionales y provinciales que responden a ATE- adoptó una característica fundamentalmente pasiva tras las huelgas generales convocadas por las diferentes centrales sindicales. Sin duda que en este comportamiento influyó la política de disciplinamiento social orientada por la permanente expulsión de mano de obra de las antiguas fortalezas fabriles fordistas. A pesar de los intentos de las diferentes fuerzas de izquierda por hegemonizar estos movimientos, su marco referencial político e ideológico parece asentarse en un continuo proceso de composición y recomposición al interior de los diferentes sujetos sociales tomando como base la experiencia territorial de lucha. La característica significativa de este proceso de recomposición se asienta en las multidimensionales realidades que adquirieron las relaciones de opresión y explotación manifestadas en las experiencias de vida de los numerosos sujetos sociales insertos ahora en una economía globalizada. Por si sólo cada uno de estos movimientos parece incapaz de poder hacer frente al hegemónico y monolítico pensamiento único que legitima la estrategia neoliberal. Sin embargo la interacción entre ellos en diferentes ocasiones de lucha ha consolidado un modo alternativo de pensamiento capaz de echar raíces en las múltiples necesidades humanas y aspiraciones en el universalismo de la condición humana. En síntesis, el proceso de recomposición social ante la hegemonía capitalista moderna está creando una nueva filosofía de la emancipación. Palabras finales Debemos ser capaces de avanzar en una perspectiva de transformación de la actual sociedad, proyecto que debe permitir conformar y constituir un cuerpo teórico y categorías que nos independicen del discurso oficial del poder: es decir de la competencia y del significado del crecimiento. Somos igualmente conscientes de los niveles de polémica y confrontación teórica política que estas reflexiones provocarán seguramente. Igualmente tampoco creemos disponer de la verdad; se trata solamente de sacudir la larga siesta teórica en la que el pensamiento crítico argentino ha entrado hace ya tiempo. Aunque estamos también convencidos de la necesidad de proceder a una verdadera inversión metodológica. Para comprender las mutaciones tecno científicas, para poder incorporar el alcance del pasaje a la producción inmaterial, para poder oponernos igualmente al fantasma de la economía neoliberal, conviene partir de aquello que en el seno mismo de este proceso contiene la crítica para su superación. Esto es partir de las prácticas alternativas que se despliegan, de los sujetos sociales e identidades colectivas que se constituyen, de los imaginarios que cristalizan y de las utopías que demandan por realizarse. Y no porque ello nos coloque en una buena situación para poder alternativizar a las auto rutas del capitalismo, sino porque debemos saber leer en el repliegue de lo real aquello que en la miseria del presente contiene ya la riqueza de lo posible. Convencidos que solamente una polémica sostenida a partir de una dinámica de masas podrá contribuir a afianzar el movimiento social que se inicia y simultáneamente a orientar nuestro trabajo y estudio. Sin duda que la magnitud de la tarea excede largamente las voluntades individuales. Las reflexiones que lanzamos hoy no cierran ni agotan el campo de la polémica. Más aún diríamos que solo se trata de algunas gotas en el océano que nos debatimos. Notas
(57) Nuestra concepción sobre la relación salarial difiere de la concebida por la Escuela de la Regulación francesa, como ya lo explicitamos anteriormente. |
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