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La insignia
21 de septiembre del 2002


Perú

Las lecciones de Tauccamarca


Wilfredo Ardito Vega
Ideele. Perú, 20 de septiembre.

Edición para Internet: La Insignia



El 22 de octubre de 1999, 24 niños de la remota comunidad de Tauccamarca murieron intoxicados luego de consumir un desayuno escolar contaminado. La semana pasada, casi tres años después, el Primer Juzgado Penal del Cuzco condenó por homicidio culposo al profesor que preparó el desayuno y determinó la indemnización que el Ministerio de Educación, en calidad de tercero civilmente responsable, deberá pagar a los padres de los niños fallecidos y a los 22 niños sobrevivientes, que sufrieron diversas lesiones internas.

En un país donde la impunidad suele ser la regla para los homicidios por negligencia, este fallo es un precedente muy importante. Sin embargo, se mantiene el peligro de que se produzcan hechos similares, debido a que la tragedia de Tauccamarca no fue un problema aislado, sino la consecuencia de la falta de una política nacional en relación a los plaguicidas e insecticidas.

El fatídico desayuno escolar contenía Parathion, uno de los plaguicidas denominados órganofosforados, que atacan directamente el sistema nervioso. Según el informe de la revista Caretas, el plaguicida asesino había llegado a Tauccamarca bajo la forma de Folidol, un órganofosforado elaborado por el laboratorio Bayer. El IDL y diversas organizaciones sociales alemanas solicitaron a Bayer que retirara este producto del mercado peruano, dado que no existían las condiciones para que pueda ser utilizado sin generar graves riesgos a la población. Bayer rechazó toda implicancia en la tragedia, pero a los pocos meses la empresa retiró el Folidol y el Ministerio de Agricultura prohibió definitivamente que toda forma de Parathion fueran comercializada en el Perú.

A pesar de ello, otros compuestos de efectos similares, prohibidos en muchos países, siguen vendiéndose en el Perú. Debido a su alta toxicidad, los propios fabricantes advierten que deben emplearse con mucho cuidado: usando guantes y vestimentas especiales y almacenándolos bajo llave. Sin embargo, el alto grado de analfabetismo y el escaso manejo del castellano en las zonas rurales, hace que muchos campesinos no tengan ninguna posibilidad de comprender las instrucciones y precauciones de uso.

Además, en los mercados del interior del país, se incumplen los mínimos cuidados, llegando a ofrecerse a granel, inclusive cerca de alimentos de consumo directo, como queso y pan. No debería sorprendernos: en plena Lima se venden sin mayor control raticidas e insecticidas de fabricación clandestina, que implican serios riesgos para las personas, especialmente los niños. Algunos de estos productos tienen la consistencia y el color de la leche en polvo y otros son semejantes al azúcar.

Como lógico resultado, todos los años se producen decenas de muertes asociadas a esos productos. Su fácil adquisición los ha convertido, además, en un instrumento común para suicidios y homicidios. Muchas veces, efectos menos visibles, como problemas respiratorios, enfermedades de la piel y deterioro del sistema nervioso, son atribuidos a la edad, el cansancio y otros factores.

Existen también repercusiones económicas: varios de nuestros productos agrícolas, como las papas, son rechazados en los mercados internacionales, debido a los posibles efectos residuales de los plaguicidas órganofosforados. Sin embargo, la mayoría de consumidores peruanos adquirimos frutas y verduras sin preocuparnos cómo se cultivan. Por fortuna, existe una minoría consciente, que sí busca, en bioferias y algunos supermercados, adquirir productos orgánicos, es decir aquellos en cuyo cultivo se emplearon métodos biológicos para combatir las plagas. Los tomates orgánicos son el producto de más demanda entre quienes desean evitar los plaguicidas tóxicos.

Frente a este panorama de riesgos permanentes, ¿no debería el Ministerio de Agricultura revisar las autorizaciones que poseen todavía los plaguicidas órganofosforados? ¿No deberían las autoridades municipales inspeccionar en qué condiciones se expenden productos tóxicos en los mercados? ¿No debería realizarse una masiva campaña de educación en las zonas rurales para prevenir más muertes?

Tenemos la esperanza que cuando el Poder Judicial analice los casos de Mesa Redonda y Utopía, se comprenda que en muchos homicidios por negligencia confluyen una serie de responsabilidades. El profesor que prepara un desayuno o el empleado que juega con un encendedor son sólo algunos de los eslabones de una cadena que puede incluir autoridades negligentes, empresarios inescrupulosos y funcionarios corruptos. Y éstos, los eslabones aparentemente más lejanos, son quienes pueden generar más muertes si no se toman las medidas necesarias para impedirlo.



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