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La insignia
20 de septiembre del 2002


La caja de pandora


Sergio Ramírez
El Nuevo Diario. Nicaragua, septiembre del 2002.



Todo el mundo esperaba con ansiedad aquella noche la aparición de la jueza Juana Méndez ante las cámaras. Con la sentencia que debía leer, culminaba una fase del proceso por lavado de dinero y otras múltiples formas de corrupción, cuyo principal acusado es el ex presidente de la república y caudillo del partido Liberal, Arnoldo Alemán. Tras horas de retraso, cuando la jueza apareció por fin, maquillada con esmero y vestida para la solemne ocasión, con su familia por cortejo y una docena de policías antimotines por escolta, tenía ella sola más audiencia que la telenovela colombiana Pedro el Escamoso, que ya es bastante decir.

De manera que si alguien iba a esa hora por cualquier calle desolada, no se perdía una palabra de la jueza, porque los televisores estaban encendidos en cada uno de los hogares, comenzando por los más humildes, y alrededor de cada televisor comparecía la familia entera, y también los vecinos sin televisor, como ocurre a la hora de la telenovela, buscando todos como desentrañar de entre los secos florilegios del lenguaje jurídico lo que por fin querían escuchar.

Y lo escucharon. Para los acusados de peso pesado, miembros del gobierno de Alemán y de su familia, que durante cinco años habían caído sobre los bienes y los dineros del estado como una plaga bíblica de chapulines, se abrirían también las puertas de las cárceles donde comúnmente sólo van a dar quienes se roban la ropa puesta a secar en los tendidos de los patios, las gallinas ajenas, y alguna cartera entre los apretujamientos de los autobuses urbanos.

El viejo sentido de la vindicta pública, resucitado entre la gente, ha hecho que los procesos judiciales se vuelvan verdaderos espectáculos, y que la lectura televisada de las sentencias se convierta en un fin de fiesta del que nadie se quiere perder. En un país asolado por las hambrunas, y descalabrado por la miseria, la marginalidad y el desempleo, a nadie se le escapa que las mansiones amuralladas y las carreteras que van a dar a esas mansiones; las suntuosas villas de veraneo en las playas; los viajes presidenciales con comitivas de medio centenar de personas, a lugares tan exóticos como la isla de Bali; las joyas y alfombras compradas con tarjetas de crédito a cuenta de los fondos del estado, y aún la propia fiesta de compromiso de bodas de Alemán celebrada con todo fasto en un lujoso hotel de Miami, representan una injuria contra esa misma pobreza, y crean el sentimiento de que, mal que bien, a todo el mundo le han sacado algo de su bolsillo para pagar semejante esplendor delincuente. Si somos más pobres, es porque nos han robado, es la opinión generalizada. El rompecabezas va completándose pieza por pieza, aunque queda aún un hueco por llenar, el más importante de todos, y sin el cual el paisaje no estará completo.

Alemán, que pasó a ser diputado al dejar la presidencia del país, gracias a un espléndido regalo que Daniel Ortega le hizo como resultado del pacto convenido entre los dos antes de las elecciones del año pasado, preside ahora la Asamblea Nacional, y se atrinchera en su inmunidad parlamentaria. Y aunque todas las investigaciones van a dar siempre a él, cabeza de toda la trama en éste y en los procesos criminales anteriores, cada vez que la autoridad judicial requiere su desafuero, es negada de inmediato por la Junta Directiva, donde tiene consigo a sus más fieles e íntimos partidarios. De manera que al entusiasmo, sigue la frustración de ver que la mayoría de las celdas permanecen vacías esperando por sus huéspedes más conspicuos. Unos, como el propio Alemán, porque siguen alegando su inmunidad, que los convierten en impunes. Otros, porque se han fugado a tiempo del país, y con los dineros malversados se han establecido en Panamá, El Salvador, la República Dominicana y los Estados Unidos. Algunos, han ido a dar hasta Alaska. Y otros, en fin, porque se declaran enfermos y gozan del privilegio de arrestos domiciliarios, o de ser alojados en las suites de los hospitales, donde pueden celebrar sus fiestas de cumpleaños en compañía de numerosos invitados.

Las alternativas que se imponen ante la imposibilidad de llevar a Alemán ante los tribunales vienen a ser ahora más drásticas. Como caudillo de su partido, controla a la gran mayoría de los diputados liberales; pero nueve de esos diputados, en respaldo a las políticas del presidente Bolaños en contra de la corrupción, se han declarado decididos a sumar sus votos a los del Frente Sandinista, con lo que se crea una nueva mayoría en la Asamblea Nacional, capaz de sustituir a la Junta Directiva y desaforar a Alemán. Esto significaría el control de Daniel Ortega sobre la Asamblea Nacional, como tiene ya un peso decisivo sobre el poder Judicial; y aunque se trata de un precio arriesgado para salir de Alemán, el gobierno de Bolaños parece dispuesto a pagarlo.

Apegado a su estricto código ético, Bolaños ha encontrado hoy al principal enemigo de la estabilidad política y social en Alemán, su predecesor, a quien ve como el obstáculo más importante a ser removido antes de poder dedicarse a enfrentar, sin estorbos, los graves problemas económicos que afligen Nicaragua. Y para ello no tiene en apariencia más remedio que aceptar la alianza con Ortega en la Asamblea Nacional y abrir así la caja de Pandora, a ver qué sorpresas le depara. En esa caja puede haber todo, sorpresas deseables, e indeseables. Pero al fin y al cabo, su principal escudo sigue siendo el respaldo ciudadano, que alcanza cotas nunca antes vistas en las encuestas y eso le permite arriesgarse.

Sin duda, la más deseable de todas las sorpresas, no sólo para Bolaños, sería el desafuero de Alemán. No quepa duda de que el día en que comparezca por fin delante de los tribunales, tendrá el triple de audiencia que Pedro el Escamoso.



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