Portada | Directorio | Buscador | Álbum | Redacción | Correo |
20 de septiembre del 2002 |
Ángel Guerra Cabrera
El comienzo del curso escolar en Cuba ha puesto sobre el tapete las estadísticas de la isla en el campo de la educación, que superan a las de los países ricos en varios indicadores básicos. En su artículo de ayer para La Jornada, "Cuba: potencia educativa", José Steinsleger cita elocuentes datos al respecto que pueden ampliarse consultando los informes de la Unesco y otros organismos internacionales. Datos que la maquinaria mediática silencia o tergiversa, como todos los que evidencien algún avance de Cuba. Es el caso, por ejemplo, del programa contra el sida en la isla sobre el que han sido difundidos descocados novelones, no obstante (o precisamente debido a) ostentar aquella una bajísima tasa de incidencia del mal -la menor de América Latina- gracias a las medidas preventivas, terapéuticas y a las investigaciones científicas puestas en práctica desde 1986, que con pleno consenso ciudadano, en primer lugar de los pacientes, han hecho posible que de los mil 653 infectados con el virus sobrevivan más de 600, todos los cuales no sólo reciben medicación gratuita, sino una esmerada y afectuosa atención en instituciones especializadas.
Tampoco los medios dieron relieve en su momento a las declaraciones de James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, quien reconoció en 2001, al dar a conocer el informe anual de la institución Indicadores de Desarrollo del Mundo (WDI, por sus siglas en inglés) que "Cuba ha hecho un gran trabajo en educación y salud". Algunos colaboradores de Wolfensohn fueron más allá y dijeron a los reporteros que los países pobres debían "echar una cercana mirada" a los logros sociales de Cuba y que lo que llamaba la atención es que se hubiesen obtenido siguiendo un "casi contramodelo", es decir, haciendo caso omiso de las recetas del Consenso de Washington, que el propio Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional recomiendan a esos países desde hace más de dos décadas. Les faltó decir que los logros cubanos fueron conseguidos bajo el bloqueo; mantenidos y, aun, superados al cesar hace más de una década las favorables relaciones económicas que sostenía La Habana con la extinta Unión Soviética, y pese a que Cuba no ha recibido desde los 60 ninguna asistencia de esa o ninguna otra institución internacional de crédito. Por qué y cómo se ha logrado este milagro es la pregunta que muchos eluden porque tendrían que reconocer lo obvio, implícito, por cierto, en las palabras del funcionario del Banco Mundial cuando habló del antimodelo. Que Cuba ha continuado apegada a conceptos tan políticamente incorrectos en estos tiempos como la defensa de su soberanía nacional y el mantenimiento de la propiedad socialista sobre los medios fundamentales de producción y distribución. Pero ello, con ser un pilar indispensable del desarrollo de una nación dependiente, no habría bastado para colocarla en un lugar de vanguardia mundial por sus indicadores sociales. Así lo demuestra la experiencia del socialismo en el este europeo, cuyo derrumbe obedece principalmente a su afán de imitar el modo de vida de las sociedades capitalistas opulentas y, por lo tanto, olvidando la realización plena del individuo como la esencia de su quehacer. El extraordinario acierto estratégico de Cuba está en la idea, impulsada desde muy temprano por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, de que la trasformación revolucionaria es ante todo transformación del ser humano, superación de la enajenación capitalista. Así, aquél no es un mero objeto, sino el sujeto de esa transformación, algo que sólo puede lograrse con su participación voluntaria y consciente, individual y colectiva, en la construcción de su propio futuro. La clave del éxito de Cuba está en la movilización general de sus recursos humanos y en el uso racional y austero de sus escasos recursos materiales en pos del desarrollo sustentable y del bienestar colectivo. Algo insólito en un mundo en que se auspicia la ganancia individual como motor exclusivo de la conducta, se estimula el consumismo y fomenta la corrupción, se promueve la apatía política del ciudadano y el derroche y destrucción de los recursos materiales, apelando incluso a la guerra de rapiña, rasgos de los que su paradigma, el sistema capitalista estadunidense, es la expresión más acabada. Cuba ha seguido un camino propio y radicalmente distinto, donde el legado humanista y revolucionario nacional se combina con el latinoamericano y el universal, donde la autonomía de su proyecto se conjuga con el internacionalismo, sintetizado en la idea de José Martí de que patria es humanidad. |
|