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La insignia
17 de septiembre del 2002


Uruguay

El cuento del tío


Pedro Cribari
Latitud 30 35. Uruguay, septiembre del 2002.



El país está fundido. Se mire desde el punto de vista que se quiera la conclusión es ilevantable. Se evaporaron los cantos de sirena con que nos vienen narcotizando desde hace tres décadas. Por lo menos seis ministros han impuesto, sin dejar espacio a la duda u oposición, el concepto de que los uruguayos debíamos sacrificarnos y esperar que la torta creciera para recién después poder disfrutar las mieles del crecimiento económico. Este consejo-imposición lo venimos escuchando desde la conducción del ministro de la dictadura, Valentín Arismendi. Con mayor o menor énfasis, con mayor o menor petulancia, con mayor o menor ridiculización de quien dudaba de tal verdad absoluta, esa idea madre fue reiterada por los ministros que le sucedieron: Ricardo Zerbino, Ignacio De Posadas, Enrique Braga, Luis Mosca y Alberto Bensión. Por ahí falta alguno en la lista. Sí, seguramente el contador Ariel Davrieux hizo méritos por demás relevantes para integrar esa selecta nómina.

Fueron, salvo algún corto lapso, años en que la mayoría de los uruguayos vio estancar o decrecer sus ingresos reales. Todas las macro decisiones siempre tuvieron como beneficiario prioritario al sector financiero y de servicios. Fueron tres décadas de gigantescas utilidades para los bancos privados extranjeros y para los pocos privados nacionales.

Fueron años de gloria para el capitalismo de los amigos y de los amigotes, el capitalismo clientelístico, de los eternos beneficiarios de créditos sin retorno, de las carteras incobrables que siempre terminaba absorbiéndolas el Estado, léase toda la sociedad.

Fueron los años en que desde la omnipotente OPP, y con el respaldo crediciticio del BID, se coordinó un sistema de contratos de obras y servicios que, en la absoluta mayoría de los casos se adjudicaron sin concurso, permitió a un grupo privilegiado de uruguayos -muchos de ellos familiares directos de gobernantes y funcionarios de confianza- usufructuar jugosos ingresos sin llegar a conocerse el resultado de sus estudios o asesorías.

Se legisló para transformar al Uruguay en una seductora plaza financiera internacional y florecieron los bancos off-shore, las casas bancarias, las representaciones, los sellos. Por Uruguay pasaron miles y miles de millones de dólares, las autoridades no se fijaron demasiado -o más bien poquito- si el dinero era limpio, más o menos sucio o directamente procedía del narcotráfico, tráfico de armas u otra actividad ilegal.

Los ejemplos abundan. Fuimos la barométrica de la región: por acá pasaron las coimas del negociado IBM-Banco La Nación, las coimas de la venta ilegal de armas de Argentina a Ecuador y Croacia, tuvimos al narcotraficante Raúl Vivas que montó un emporio desde el Cambio Italia, si no lo reclamaba el gobierno de los Estados Unidos seguiría regenteando sus ilegales negocios sin sobresaltos, fuimos de los principales exportadores de oro sin producir el metal (simplemente traficándolo desde Brasil), licuamos dinero sucio del procesado ex presidente brasileño Collor de Mello, operaron y siguen operando libremente sociedades probadamente propiedad de integrantes del siniestro Cártel de Juárez y podríamos seguir.

Le hicieron el cuento del tío a la gran mayoría de los uruguayos.

Hoy todo ese enorme castillo se hizo trizas. En enero el ex ministro Bensión se jactaba de la fortaleza financiera del país, ahora solo quedan deudas externas y deudas internas que no se sabe cómo se van a pagar.

Claro, también el país se quedó sin industria, sin comercio, con un sistema educativo empobrecido, sin seguridad para vivir, sin empleo seguro, sin futuro para los jóvenes, sin protección a los viejos y lamentablemente también sin verguenza de las autoridades. Se cayó todo y ni una palabra de arrepentimiento.

¡Como para esperar soluciones de quienes no admiten la mínima posibilidad de haberse equivocado!

Hoy de nuevo la mayoría de los uruguayos deberá sacrificarse para salir del lodo actual. Hoy, como antes, el sacrificio no será parejo. Mientras los uruguayos de a pie deberán apretar los dientes y volver a crear riqueza, quienes lucraron durante estos largos años a costo del bien general tendrán a buen recaudo sus jugosas ganancias, comenzando por los estafadores presos (Rohm y hermanos Peirano) y los estafadores y delincuentes prófugos (José Rohm, Juan Peirano Basso, el jefe de la mafia de contrabandistas de Rivera, Adolfo Gil Ribeiro), siguiendo por los tecnócratas sabihondos que estarán agenciándose un lugarcito por el mundo en compensación de tanta obsecuencia.

Estas crisis deben servir para aprender a no repetir errores, deben servir para conocer la calidad humana de los gobernantes y los funcionarios, de esos que se ponen firmes e intransigentes a la hora de atender los reclamos de su gente, pero no vacilan en arrodillarse y humedecerse los pantalones cuando se trata de negociar con los organismos de crédito internacional, deben servir para gestar nuevos caminos y nuevas ideas que reposen en políticas y procedimientos transparentes, en ejercicio de los controles propios de toda democracia moderna y, fundamentalmente, en la tolerancia hacia quien piensa distinto a nosotros.

Este es un desafío que tiene que abarcar a todos los uruguayos por igual. Claro, siempre y cuando quienes gobiernan tengan la humildad de no creerse dioses y generen los ámbitos para que todos se expresen, participen y decidan.



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