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12 de septiembre del 2002 |
Conmemorando
Horacio Buscaglia
Hoy es 11 de septiembre y muchos años antes de que las torres gemelas de Nueva York fueran bombardeadas con dos aviones de pasajeros con sus tanques llenos de combustible, mucho tiempo antes de eso, digo, un general fascista ayudado y aplaudido por los Estados Unidos bombardeaba La Moneda en Santiago de Chile, derrumbando a sangre y fuego un proyecto de sociedad más justo y solidario. Este general, hoy un viejo de mierda que se hace pasar por loco para no enfrentar sus culpas, dejó miles y miles de muertos, heridos y desparecidos tan inocentes como las tres mil víctimas del infame atentado del 11 de setiembre del año pasado.
Aquel 11 de septiembre no sé dónde estaba Bush padre, dónde estaban el actual secretario de estado Colin Powell, la consejera para la seguridad nacional Condoleezza Rice, el vicepresidente Dick Cheney o el secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Sí sé dónde estaba el actualmente belicoso, johnwaynicamente valiente presidente George W. Bush hijo, ya que para evitar ir a "enfrentar el mal" en Vietnam entró en la Guardia Nacional, donde a lo más que se tenía que enfrentar era a alguna rata que surgiera de las letrinas del cuartel. Pero aún así, por si las ratas eran muy grandes y mordieran, desertó en el último año. Y no fue precisamente por aquello de "haz el amor y no la guerra", porque parece que tampoco en eso es muy dispuesto. De lo que estoy seguro, es de que ninguno de ellos mostró sus condolencias o se indignó por lo sucedido en Chile. Es más, posiblemente hayan brindado, igual que lo hacen hoy, con uno de los principales responsables de ésa y otras atrocidades ocurridas por estos lares. Me refiero al más indigno premio Nóbel de la Paz, Henry Kissinger. Pido disculpas a todos aquellos a los que el derrumbe de las torres haya causado dolor, pero mi recuerdo es para aquel 11 de septiembre, porque los sueños, a veces, tienen más peso que el hormigón y el acero. Y son más altos que cualquier construcción humana. |
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