Portada | Directorio | Buscador | Álbum | Redacción | Correo |
9 de septiembre del 2002 |
Nostalgias decrépitas
Hamlet Hermann
¿Por qué provoca sorpresa que un decrépito nostálgico proponga a un Trujillo como Padre de la Televisión al cumplirse cincuenta años de la aparición de ese medio en República Dominicana? ¿No está Pedro Santana enterrado en el Panteón Nacional a pesar de haberle entregado la República a España en 1861 a cambio del título de Marqués de Las Carreras? ¿No es Joaquín Balaguer el Padre de la Democracia dominicana por obra y gracia del Congreso Nacional a pesar de su práctica despótica con Trujillo y sin Trujillo? Nada nuevo ha ocurrido. Aún así, hiere los sentimientos el descaro de algunos por rescatar los elementos más representativos de la tiranía trujillista.
Para entender esa propuesta, los dominicanos deben comprender que los procedimientos tiránicos nunca fueron erradicados en su totalidad de la sociedad dominicana. En 1961, a raíz de la muerte del tirano Rafael Trujillo, no hubo un verdadero ajuste de cuentas. La contabilidad por los crímenes y la corrupción nunca fue aclarada. Las facturas por concepto de la sangre derramada y los fondos malversados no fueron presentadas oportunamente por el pueblo y esas deudas, con el paso del tiempo, se hicieron incobrables. La impunidad prevaleció y los más avezados entre los trujillistas sobrevivieron como altos funcionarios de los gobiernos posteriores, bien llevados de la mano de Estados Unidos y de su política contra revolucionaria de los años sesenta. La amnesia colectiva fue inoculada y así los experimentados saqueadores y violadores de los derechos humanos pudieron sobrevivir. Su pasado inmoral fue ocultado por unos textos amañados de historia pasando a ser grandes señores de la industria, de la banca y de la política. Duele, eso sí, el hecho de que las calles dominicanas lleven los nombres de asesinos y acólitos de la tiranía convirtiendo un paseo por las ciudades en afrenta permanente. Los dominicanos deben recordar que la tiranía trujillista no fue erradicada por el pueblo en 1961, sino que fue puesta en hibernación producto de las necesidades políticas de Estados Unidos en su afán por frustrar a la Revolución cubana. Sólo por esa eventualidad de la "guerra fría" pudo República Dominicana entrar en una forma de democracia, limitada por el anti comunismo rampante de esa época. Cuando en Abril de 1965 el pueblo dominicano reclamó con vigor su ajuste de cuentas, Estados Unidos intervino con su inmensa fuerza militar para impedirlo. Fue entonces cuando los trujillistas, con Joaquín Balaguer a la cabeza, estuvieron listos de nuevo para desempeñar la comedia electoral y revivir la tiranía. Los elementos dictatoriales habían estado latentes durante cinco años esperando por la oportunidad de volver a gobernar el país con el estilo de siempre. El crimen de Estado y la corrupción volverían a instaurarse para perjuicio de un pueblo que se ha quedado sin saber qué es en realidad la democracia. Mal de muchos, consuelo de tontos, pero una situación semejante de amnesia colectiva inducida se percibe en otros países del mundo. Muchas naciones, merced a la política anti democrática de la "guerra fría", tampoco ajustaron cuentas con sus respectivas tiranías en el momento debido y ahora están pagando las consecuencias. En España las principales figuras del actual gobierno son descendientes directos de amanuenses de la dictadura del caudillo. En Alemania el nazismo resurge con fuerza y se organiza en partidos de la extrema derecha al igual que ocurre en Austria y en Holanda. En Francia, la victoria del fascista Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta eleccionaria de este año 2002 fue una pesadilla que consternó a los franceses y los hizo despertar a una realidad que subestimaban. Tenemos que convencernos que el intento de resurgimiento y consolidación de lo peor es un mal universal. Así que no tienen los dominicanos qué sorprenderse de que otro Trujillo trate de ser homenajeado por los que con decrépita nostalgia añoran un régimen de abusos y de corrupción. Es de ese pueblo la responsabilidad porque el necesario e inevitable ajuste de cuentas no haya tenido lugar todavía y a nadie más puede culparse. |
|