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7 de septiembre del 2002 |
Trabajo vivo, crisis y nuevos sujetos sociales (I)
César Altamira
Introducción
En los días que corren existen signos evidentes de que el proyecto capitalista de corte neoliberal, lanzado mundialmente hace ya casi 30 años, parece haber perdido la fuerza que lo impulsaba en décadas pasadas. A partir de Seattle las reuniones de los mayores poderes mundiales han convocado a importantes y cada vez mayores movilizaciones globales de nuevos sujetos, portadores de nuevas reivindicaciones y de nuevas luchas. Estas concentraciones son indicativas de la emergencia de nuevos tipos de lucha adecuadas a los nuevos espacios de globalización. Génova, Porto Alegre y últimamente Barcelona muestran la voluntad y la fuerza de las revueltas contra el orden mundial capitalista, mientras proyectan simultáneamente una alternativa social, que aunque todavía heterogénea, es indicativa de nuevos horizontes, al tiempo que revelan la debilidad de los poderosos para poder satisfacer las demandas sociales. Los últimos hechos producidos en nuestro país que terminaron con el gobierno radical, la inestabilidad institucional y política inmediata y que aún persiste y el posicionamiento favorable que muestra el PT brasileño para las próximas elecciones presidenciables, la dificultad del gobierno estadounidense para poder controlar el ya fuera de cauce proceso en Colombia, las manifestaciones en Barcelona y la multitudinaria manifestación en Roma rechazando la reforma laboral de Berlusconi, hablan de la constitución de un tiempo nuevo. Sin embargo, el marco positivo que imponen estas movilizaciones no puede ser interpretado de manera simplista o ideologizada. Es claro que a pesar de que el proyecto liberal está en crisis, sus políticas continúan siendo implementadas. En efecto, el marco general de los acuerdos multilaterales alcanzados en la última cumbre de la Unión Europea, así como las políticas emprendidas por el gobierno de Duhalde, a pesar de las revueltas de diciembre, comparten medularmente las concepciones y políticas neoliberales. Nos encontramos frente a una verdadera paradoja. Responder a ella implica entre otras cosas tentar aclarar algunas dudas que nos asaltan; ¿No será que el supuesto agotamiento del modelo neoliberal se encuentra potenciado y sobredimensionado por la fenomenal crisis del Estado (1)? ¿No será que esta fenomenal crisis del Estado oscurece nuestra capacidad para comprender y aprehender el papel que el nuevo régimen de acumulación le atribuye al mercado? ¿Será que todavía los efectos de las luchas de diciembre y las que le siguieron contagian nuestro horizonte socioeconómico, a pesar de la enorme importancia que tuvieron y tienen en el desencadenamiento de la crisis generalizada del país? Creemos que, más allá de la retórica neoliberal sobre las bondades de la mano invisible de Adam Smith, el neoliberalismo tiene urgencias y necesidades apremiantes de nuevo tipo a resolver: consolidar un nuevo régimen de acumulación. Pensamos que el neoliberalismo constituye aún la respuesta más pertinente que el poder constituido ha desarrollado ante la crisis del capital y su estado y cuya potencialidad se ha asentado en un mayor acierto sobre los orígenes de la crisis. Hemos sido testigos, durante los 80 en los países capitalistas centrales, y desde los 90 hasta nuestros días en los países capitalistas menos desarrollados como Brasil, México y Argentina, del surgimiento y afianzamiento de determinadas lecturas contrapuestas a las de las políticas oficiales. En efecto ya se trate de la oposición orgánica de izquierda o de las más variadas dirigencias sindicales, ambas han compartido una política de cerrada defensa del estado como órgano institucional en tanto representante del interés social general capaz de defender el trabajo y su futuro frente al languidecimiento del empleo industrial y el debilitamiento de la relación salarial que le dio sustento en los setenta. En esa perspectiva ambas han apostado y apuestan a una reorientación de las políticas económicas estatales como forma sustantiva de hacer frente a la crisis del empleo. Simultáneamente las políticas neoliberales conquistaban una apreciable ventaja al aprehender que la crisis del empleo apenas constituía la forma como se expresaba la crisis irreversible de la propia relación salarial. La reestructuración capitalista en marcha y cuyo objetivo último era el desmantelamiento de la relación salarial fordista operaba como la respuesta más coherente del poder constituido para desestructurar la ofensiva obrera. Heredera teórica del stalinismo en sus diversas vertientes, influenciada por un trotskismo no menos institucionalista y presionada por una historia política nacional asentada en la experiencia del peronismo, importantes sectores de izquierda se encuentran presos desde hace tiempo de una doble influencia estatalista y "obrerista". En efecto, mientras consideran al Estado como el único actor capaz de regular el mercado, continúan dimensionando las luchas obreras fabriles como el marco de enfrentamiento sustantivo entre el capital y el trabajo, a pesar de los cambios alcanzados en la naturaleza del trabajo en el fin de siglo. Tras este razonamiento se aborda el Estado como la institución que necesariamente debe proveer empleo invocando el derecho consagrado en la Constitución de que todo habitante de la República tiene "derecho al trabajo" y convirtiendo al Estado inmediatamente en la fortaleza a conquistar. El Estado deja de ser en ese momento el idóneo y eficiente instrumento capitalista de sometimiento del trabajo así como el actor real en el disciplinamiento del conjunto de la sociedad al régimen de fabrica. De igual manera el empleo industrial, por su identidad con la salarización, se convirtió en un valor en sí mismo, mientras se dejaba de lado aquella idea sustantiva que percibe el empleo industrial como la forma más sofisticada de control sobre la libertad del trabajo vivo. Las posiciones políticas derivadas de estos análisis se constituyen en un verdadero contrasentido si las comparamos con las posiciones dominantes durante los 70. En efecto el primer contrasentido surge casi de manera inmediata con relación a la defensa del empleo asalariado(2). Si en los 70 el empleo asalariado no dejaba de ser visto como un verdadero Satanás, en nuestros días es considerado, en la mejor de las hipótesis, como un mal necesario y en la peor de ellas como una virtud del sistema. La defensa de la relación salarial de fábrica fordista tiene su correlato inmediato en la defensa de la industria nacional y se manifiesta en las críticas explicitas que se hacen a la extranjerización de nuestra economía y nuestras finanzas. Como si el capital nacional industrial o bancario funcionara según una lógica de explotación y acumulación diferenciada con relación al capital mundializado. O como si en el marco de la mundialización capitalista y el fin del fordismo fuera posible reeditar políticas de acumulación autocentradas en capitalismos nacionales y desconectados del mercado mundial. Lo que nuestros críticos no alcanzan a percibir y asimilar en este aspecto es la extinción definitiva de la forma particular de organización social capitalista construida durante la posguerra. Finalmente, a partir de la adhesión al supuesto básico de que lo estatal es bueno de por sí y que el régimen estatal provee mejores condiciones laborales para los asalariados, el pensamiento único de izquierda termina comprometiéndose con las empresas estatales solamente por el estatuto formal de la propiedad, dejando de lado lo que ellas son materialmente, es decir empresas que explotan mano de obra asalariada(3). Lejos de denunciar en las privatizaciones el cambio producido por el modo de apropiación privada del bien público(4), este pensamiento defiende por principios el derecho del control estatal sobre las empresas a partir de considerar una identidad inmediata entre lo público y lo estatal. ¡ Cómo si el estado no hubiera sido igualmente impulsor de las mismísimas políticas neoliberales que se ataca ¡(5) Volveremos sobre este tema más adelante. Nos enfrentamos igualmente con un pensamiento único de izquierda casi hegemónico, que heredado de cierto marxismo ortodoxo centra sus análisis, casi con exclusividad, en la dinámica social que manifiesta el "movimiento obrero organizado" nucleado en los grandes centros industriales. Este pensamiento, al identificar el destino de los trabajadores con su pertenencia a una ya perimida relación salarial, termina hipotecando la vitalidad de las luchas a una mejora de la curva de empleo que deberá ser necesariamente formal y preferentemente industrial. Dicho de otra manera, para estos críticos el horizonte de las luchas precisa y depende de la participación y compromiso social que pueda manifestar el antes "maldito" trabajo asalariado. Toda una verdadera paradoja, cuando no un inmenso contrasentido. Sobre esta base resulta imposible pensar la posibilidad de la constitución del trabajo por fuera de la relación explícita con el capital. El problema sustantivo para este pensamiento se asienta en la dificultad para asumir que la fábrica ya no puede considerarse como el lugar paradigmático de la concentración del trabajo y de la producción. Estamos frente a un nuevo fenómeno social: el nuevo proceso de trabajo ha transpuesto los límites fabriles y penetrado en los más diversos rincones de la sociedad. Sin embargo la declinación de la fábrica como lugar emblemático social no implica para nada la declinación del régimen disciplinario fabril; por el contrario éste se expande en la sociedad pero ahora bajo la forma de una política de control. Captar y analizar la relación que se establece entre la reorganización de la producción a escala mundial y la nueva forma del mando que se ejerce sobre ella constituye una de las principales preocupaciones del libro Imperio. En nuestros días los elementos ligados a la circulación de mercancías y de los servicios inmateriales y a los problemas de la reproducción de la vida ocupan un lugar relevante. Cualquier poder que intente seguir esta dinámica debe adecuarse a estas circunstancias; por ello es que el ejercicio del poder en los tiempos que corren concierne más a la forma del mando que al lugar desde donde se ejerce (6). Cuando una sociedad está en crisis tiende a idealizar el orden desaparecido como el paraíso perdido. Cualquier proyecto de salida de la crisis tienta entonces a asentarse en lo antiguo, lo perimido, más aún, cuando el nuevo mundo que se abre se presenta mucho peor que el pasado. El capitalismo mundial conoció en los Treinta Gloriosos años de la postguerra un período de crecimiento económico y social sostenido basado en el modelo de desarrollo fordista(7). Modalidad de desarrollo que se prolongó mientras el sistema pudo asegurar mejoras de vida y proyectar un sentimiento de seguridad en los trabajadores asalariados. La resistencia del trabajo que tomó cuerpo en las luchas sociales emprendidas hacia mediados de los 60 y se prolongó durante la primera mitad de los 70 sumió al fordismo en una crisis terminal. Crisis de la que el capitalismo mundial ha salido ya hace largo tiempo construyendo una nuevo tipo de sociedad, edificada sobre el trabajo inmaterial, las deslocalizaciones productivas, la flexibilización laboral y un proceso de mundialización que ha modificado largamente las relaciones sociales capitalistas. Nuestro país ha seguido, aunque de manera subordinada y desfasada, la crisis del orden mundial capitalista, luego que la formidable alza de masas de los 70 diera al traste con el régimen de acumulación nacional existente hasta ese momento. A partir de esa fecha la sociedad argentina no ha podido alcanzar un nuevo punto de estabilidad ni acertar con un sendero de crecimiento económico y social perdurable que permita decir que ha encontrado efectivamente un nuevo modo de desarrollo (8). En ese contexto son numerosos los análisis sobre la crisis argentina que presentan un común denominador: no sólo no explicitan ni profundizan sobre las causas últimas de la crisis, sino que reemplazan su explicación y profundización necesaria, por la repetición de un conjunto de datos, números y cifras, ya por todos conocidas, construyendo un espacio de "lugares comunes" y obviedades que desacreditan el cuerpo teórico, muchas veces marxista o neomarxista-keynesiano, que utilizan para su desarrollo. Nos encontramos así en el peor de los casos con una historia sin sujeto; en el mejor de los casos el sujeto de la historia termina siendo el capital (9). Este fenómeno pone a la orden del día nuevamente aquella disyuntiva ya secular, aunque aggiornada a nuestros tiempos, entre narración descriptiva con interpretación incorporada, vecina al objetivismo histórico, o su contrario, interpretación crítica con narración incorporada, recorrido casi necesario para reconstituir nuestra historia reciente mientras elaboramos su interpretación política. No se trata de retornar a la vieja disyuntiva entre historia y política. Sino de optar entre una descripción economicista que sazonada con una interpretación de dinámica del capitalismo apoyada en "leyes objetivas de funcionamiento del capitalismo" (ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, competencia intercapitalista como motor del desarrollo capitalista), se la complementa -como notable descubrimiento analítico- con las obvias consecuencias sociales y en algunos casos con la reacción manifestada por "los de abajo". O inclinarnos por un abordaje que, tras análisis cualitativos iniciales, intente determinar las transformaciones que ha sufrido el capitalismo a escala mundial, para luego, partiendo de las causas últimas de la crisis, establecer los cambios operados en el régimen de acumulación capitalista local. En especial aquellos referidos a la nueva composición técnica y política (10) de la clase que permitan redefinir el nuevo sujeto político de la etapa y reubicarnos en el plano de los enfrentamientos antagónicos sociales. Se trata de reunir y observar de manera diferente aquellos datos de la sociedad que los "especialistas" nos han incitado para que las pensemos por separado. No debemos aceptar como dicho aquello que dicen. Hay que descifrar el jeroglífico social evitando reflejar aquello que es y elaborar para comprender, para aprehender aquello que verdaderamente es. La historia que intentan contarnos es siempre la historia del capital sin asignar a las luchas ninguna autonomía. El trabajo como sujeto antagónico, como salario, como trabajo vivo, como función del sistema o como contradicción de la producción juega siempre en estos estudios un papel subalterno reflejando en sus movimientos solamente el movimiento del ciclo del capital, exactamente lo contrario de lo que pensamos. Se trata de superar las limitaciones indicadas para alcanzar una nueva plataforma de análisis que nos permita considerar de manera crítica las transformaciones producidas en el estatuto del trabajo y enfrentar de la manera más abierta posible el debate sobre la fragmentación social que el nuevo régimen de acumulación provoca. Este desafío supone el abandono de toda nostalgia por las homogeneidades sociales que en nuestro país acompañaron a la época taylorista-fordista así como la superación de aquel determinismo, muchas veces presente en los análisis de los paradigmas productivos del post fordismo, que privilegia el análisis de los cambios a través de la reorganización especializada y flexible del capital y sus firmas. En este sentido los análisis más elaborados por le progresismo no marxista con fuertes incidencias keynesiana y kaleckiana hacen hincapié fundamentalmente en este tipo de estudio rescatando las nuevas estructuras empresariales formadas en los últimos años, las estrategias empresarias para alcanzar niveles mayores de concentración y centralización del capital, haciendo eje fundamentalmente en la competencia entre capitales y relegando en ese mismo acto toda posibilidad de centrar en el antagonismo social existente la dinámica de la transformación social (11). Apuntes del marco teórico ¿Cuál es la concepción teórica que subyace en nuestro análisis? Según la concepción del "autonomismo marxista", el sistema capitalista se desarrolla atendiendo a una dinámica de comportamiento sustentada en una lógica de enfrentamiento permanente entre capital y trabajo, dinámica que le otorga al capitalismo una determina "racionalidad". Es una lógica que proviene del choque permanente entre las necesidades de valorización del capital y los deseos y manifestaciones políticas de los trabajadores expresados en las luchas sociales y políticas que se oponen y neutralizan la lógica del capital. Del choque de ambas dinámicas surgen resultantes socio-económicas que otorgan una impronta particular a las etapas de desarrollo capitalista. De esta correlación de fuerzas históricas, tensionamiento esencial entre "lucha de clases y "leyes objetivas dictadas por el capital", propia de determinados periodos, resultan entonces códigos particulares de expresión de las relaciones sociales capitalistas fundamentales, estatutos que le otorgan una impronta particular a las modalidades de enfrentamiento social. Estos códigos sociales son portadores de la manera particular que adoptan las relaciones sociales fundamentales en cada periodo histórico. Tras esta dinámica más general, es posible auscultar particulares modalidades de enfrentamientos y disputas, que dan lugar a lo que se ha dado en llamar "modos de regulación" como el marco más particular en el que se desenvuelve la lucha de clases otorgándole así al proceso de acumulación un carácter "histórico". Este marco teórico establecido nos permitirá analizar la dinámica que asume la crisis en nuestro país a partir de ese contexto más general brindado por la teoría del obrerismo italiano. Formando parte de la dinámica mundial, la crisis del capitalismo argentino presenta especificidades propias de nuestra sociedad. Concebimos la crisis del capitalismo argentino como la crisis de un modo de desarrollo, lo que significa plantear que la misma no sólo incluye al régimen de acumulación sino al modo de regulación(12). Significa aceptar el fracaso de las estrategias y tácticas que el capitalismo puso en funcionamiento durante casi veinticinco años (modo de regulación) así como la crisis simultánea de una forma particular de organizar la lucha de clases (régimen de acumulación) El colapso de un modo de regulación debe ser interpretado como el fracaso del capital para imponer una determinada forma de organización del trabajo ante la resistencia de los trabajadores. En este sentido el drama manifiesto del postfordismo debe ser visualizado a partir del rápido crecimiento alcanzado por la nueva figura obrera, el obrero social, y la dificultad del capital para contenerlo. Atravesamos una etapa de transición, nexo entre un modo de acumulación con fuerte inspiración fordista, y otro cuyas características no están aún delineadas y a la que algunos han denominado postfordismo. En el espacio que nos ocupa las mutaciones sociales mencionadas estimulan también alteraciones de la figura obrera característica. Es la composición de clase la que se ve alterada debido no sólo a cambios originados en las relaciones capitalistas de producción sino también a modificaciones alimentadas desde la misma subjetividad obrera: la nueva figura obrera, el obrero social según Negri, es portadora de la agresividad y modalidad de lucha pertenecientes al obrero anterior, fenómeno que veremos adquiere particular significación y simultáneamente otorga a la etapa una impronta particular de lucha. El capitalismo, en su desarrollo va reestructurando a la clase obrera, la que reacciona oponiéndose; este es un proceso que se acelera y potencia en las épocas de crisis. En efecto, la particular reproducción del capital posibilita que un sector de la clase obrera, en tanto expresión de las contradicciones del capital, se alce come el "sujeto social" de la etapa. Simultáneamente, el proceso de acumulación va generando contradicciones y tensiones socio-políticas y como tal determinando al "sujeto histórico" en tanto expresión de las contradicciones políticas de la etapa. De esta manera se va perfilando una fracción obrera hegemónica, articuladora de los diversos estratos obreros mediante un verdadero proceso social, y que asume así la condición de dirección de las luchas del conjunto de la sociedad. Esta figura de sujeto histórico puede coincidir o no con la figura del sujeto-social. Cuando esta discordancia se presenta, entonces las luchas adquieren un carácter fragmentario, parcial y de profundo aislamiento. Los supuestos teóricos adelantados nos permiten decir que la autonomización y el reino de lo objetivo -en cuanto leyes objetivas- se contrapone con una lectura de dinámica donde se privilegia la construcción de las subjetividades. Resaltar el fenómeno objetivo y las leyes como mecánica de funcionamiento, significa rescatar en nuestro análisis los términos de la dominación, percibir en todo caso los mecanismos de dominación, relegando en ese momento los términos y aspectos que hacen a la liberación, aquellos fenómenos ligados directamente a la construcción del elemento subjetivo (13). Sostenemos que la crisis actual del capitalismo nacional no debe indagarse a partir de los aciertos o fracasos de las políticas neoliberales; en todo caso sus causas últimas deben buscarse en la crisis de la relación salarial fordista (14) que, gestada en la etapa llamada de sustitución de importaciones, habría de estallar en la segunda mitad de los 70 ante el formidable auge de masas. Como sucedió en los países más avanzados, las políticas neoliberales encontraron una ancha avenida para su desarrollo a partir del agravamiento de la situación social y económica que derivaron de las políticas gestadas por el capital y su estado durante los veinte años subsiguientes a los setenta. Ni la dictadura militar, ni el gobierno alfonsinsta, a pesar de los intentos neokeynesianos de Grinspun y la política de subsidios estatales y de promoción de las exportaciones durante la administración Sourrouille, consiguieron modelar y alcanzar una nueva relación salarial. Dicho de otra forma, la relación salarial acuñada durante los 70 y que se prolongó en nuestro país hasta fines de los 80, no se precipita hacia la crisis debido a las reformas estructurales introducidas por el menemismo tras la desregulación del mercado, la flexibilización laboral y las reformas del estado; menos aún como producto de la llamada crisis de la deuda. En todo caso la crisis de la relación salarial fordista las antecede. Las políticas neoliberales constituyen en ese sentido la respuesta más coherente que el capital encontró en la década de los noventa en nuestro país para enfrentar al trabajo e intentar construir una nuevo tipo de relación salarial. En ese sentido la crisis actual expresa el fracaso del capital y su estado para configurar una nueva relación salarial y alcanzar niveles necesarios de consensos sociales para el desarrollo de su política. Más allá de las formas de manifestación de la crisis, sea en la agudísima crisis bancaria y la dramaticidad social que proyecta; en los inéditos índices de pobreza y desempleo alcanzados en los últimos meses, o en la drástica caída en la producción y niveles de inversión, el problema sustantivo último se encuentra en la dificultad de las clases dominantes para constituir un nuevo modo de desarrollo capaz de contener los conflictos. Por lo demás la economía nacional ha mostrado signos evidentes en los últimos tiempos de una particular sensibilidad ante las crisis financieras internacionales y los movimientos especulativos del capital financiero internacional. El comportamiento experimentado por la producción nacional ante la crisis mexicana de fines de 1994 y la crisis brasileña de comienzos de 1999 son demostrativos de esta particular dependencia. Sin embargo como las primeras manifestaciones de la crisis del estado keynesiano que se dieron hacia mediados de los 70 estuvieron relacionadas con los déficit estructurales y crecientes de los presupuestos públicos, todo hizo pensar que la crisis del estado encontraba su fundamento último en la manifestación de ese fenómeno. A partir de estas creencias surgieron casi de manera inevitable dos posiciones. Por un lado, frente a los crecientes desequilibrios de las finanzas públicas, se promovió reducir los gastos; por otro, se propuso adecuar la presión fiscal para sustentar con recursos genuinos los gastos corrientes. Treinta años después resulta fácil ver como las políticas de relanzamiento keynesiano de la época llevaron al fracaso a los distintos gobiernos socialdemócratas -Miterrand, Felipe González y las diversas apuestas italianas- mientras dejaban el campo predispuesto para la aplicación de políticas neoliberales a ultranza. A pesar de ello, las políticas de reducción del déficit implementadas por los gobiernos conservadores de Reagan y Thatcher no consiguieron reducir los desequilibrios de las cuentas públicas. Fenómeno similar se produjo en nuestro país. Sostenemos que estas políticas, más allá de lo que declamaban, se propusieron construir un nuevo consenso social, un nuevo contrato social que superara y enterrara definitivamente al viejo pacto fordista. No caben dudas que en nuestro país el menemismo consiguió encolumnar a significativos sectores de la clase media, los llamados beneficiarios directos del modelo, así como fracciones importantes de trabajadores integrados socialmente por fuera de la relación salarial de la gran fábrica. Sin embargo el menemismo no alcanzó a traducir este apoyo social en una fuerza capaz de apoyar la compresión y disminución real de los gastos públicos. Los ganadores del modelo estaban mucho más preocupados por dar satisfacción a sus demandas de consumo que por conformar una fuerza política real que diera cuenta efectivamente de la necesidad de reformar el estado y controlar sus gastos. Los sucesivos triunfos electorales del menemismo a partir de 1989 así como su reelección en 1995, se enmarcan en esta lectura de comportamiento de la sociedad argentina. Constituye un enorme error de simplificación pensar, como en algunos casos lo manifiestan nuestros críticos de izquierda, que la mecánica keynesiana fordista se sustentaba esencialmente en un ingenuo equilibrio de las cuentas públicas. La base de sustentación del fordismo debe buscarse antes bien en su enorme capacidad para gerenciar la relación salarial fordista y haber podido proyectar este patrón social al conjunto de la sociedad. La crisis de nuestra sociedad por lo tanto no expresa más que la crisis de la relación salarial de tipo fordista que aún hoy perdura de manera imperfecta (convenios colectivos de ultraactividad, negociaciones por rama, dificultad para negociar condiciones de trabajo y salarios por empresa etc.) Vale aclarar que nuestra concepción sobre la categoría relación salarial difiere de la sostenida por la Escuela de la Regulación Francesa, para quien la relación salarial se sustenta en una correspondencia casi mecánica entre la estructura del capital y un determinado tipo de clase obrera. Siguiendo este razonamiento, si la revolución en la informática y las telecomunicaciones es quién provoca el surgimiento de un nuevo tipo de figura obrera polivalente, esta lectura supone que será la lógica del capital quien determine la dinámica objetiva de la acumulación y los sistemas tecno-organizativos incorporados en la relación salarial así como las políticas sobre el mercado de trabajo. Bajo esta perspectiva la lucha de clases se ve reducida a un elemento más de un desarrollo estructural que se desenvuelve según leyes endógenas. No es posible considerar el capital como una relación de clase mientras se sostiene una lectura de ley del valor que limita su alcance a la consideración de la fuerza de trabajo como capital variable(15). Se debe invertir la relación y partir del monismo obrero(16). La clase obrera no solo debe concebirse como categoría de la acumulación sino incorporar también en su constitución los mecanismos autónomos de formación de su subjetividad y lógica de conflicto a partir de su exterioridad con relación al modo de producción. En nuestro caso se trató de una particular relación salarial fordista que conformó el pivote sobre el cual giró la relación capital-trabajo durante los años de la llamada sustitución de importaciones y que construyó simultáneamente un tipo de sujeto obrero característico, el obrero masa, que hegemonizó el ciclo de luchas anterior. El fenómeno que aceleró los tiempos de la crisis fue en todo caso la incapacidad del capital y su estado, en el marco de las demandas obreras y populares, para poder mantener en el conjunto de la sociedad la relación salarial de la gran fábrica. La integración productiva, corazón de la relación salarial, era quien convalidaba el derecho de los trabajadores a demandar y gozar de los derechos sociales que el estado bienestar garantizaba: derecho a la educación, derecho a la salud, derecho a la vivienda, derecho a los servicios públicos teléfonos, electricidad, gas, agua, cloacas etc. En definitiva a ser considerados efectivamente como ciudadanos. La integración ciudadana se constituía de manera dependiente y subordinada a la integración productiva, al ejercicio previo de la relación salarial. Si este razonamiento es correcto, resulta fácil desmontar igualmente aquel mito construido por diversos pensamientos socialdemócratas que achaca a las manifiestas diferencias de democracia formal entre las sociedades centrales y las periféricas los evidentes desniveles que existen en la universalización de los derechos en ambas geografías(17). Por el contrario, sostenemos que la universalización de los derechos suponía previamente la universalización de la relación salarial, por lo que las diferencias entre el norte y el sur deben buscarse antes en los procesos de salarización restringida que caracterizaron a los países del sur, que en las deficientes formas institucionales que hubiera podido adoptar el estado en el sur(18). Este proceso de salarización restringida se correlaciona con un consumo de masas igualmente restringido a una parte de la sociedad, a pesar de las más diversas intervenciones estatales que buscaron tanto la protección de la industria nacional como la producción y distribución de los servicios. La crisis del estado debe entenderse entonces a partir de la crisis de la constitución material de las bases sociales sobre las que operaba la intervención estatal, fundamentalmente aquellas relacionadas con la transformación sufrida por el trabajo. Por lo demás el desarrollo de un fordismo restringido o trunco en nuestro país permitió que la relación salarial canónica, generadora de un mercado formal de trabajo, conviviera casi permanentemente con un mercado precario e informal cuyas dimensiones y volúmenes pulsaban casi de manera sincrónica con la marcha del ciclo económico. La explosión de la informalidad y precarización del empleo gestadas en la década de los 90 de manera sincrónica, ahora como anormalidad manifiesta, con un significativo crecimiento de la economía nacional, muestra que la modernización de los procesos de trabajo, acelerada de manera irreversible por la apertura económica y la globalización económica, apuntala de manera dramática el divergente comportamiento que en los nuevos ciclos económicos presentan las dinámicas de la producción industrial y del empleo industrial. Comportamientos que debemos buscarlo en la materialidad que asume el nuevo régimen de acumulación antes que en las insuficiencias keynesianas de distribución del ingreso. Economía política de la globalización Los déficit y errores que observamos en nuestros amigos del pensamiento único de izquierda con relación a la crisis de nuestro país se prolongan cuando analizamos los aspectos sustantivos de la globalización. En efecto, si bien el debate sobre la globalización ha incorporado en algunos casos la crítica al trabajo, la importancia y el espacio asignados a esta variable resultan marcadamente limitados, proyectando las más de las veces un examen teñido de altos niveles de anacronismo. Cualquier análisis sobre la crisis nacional debe incorporar como marco más general una lectura sobre la globalización que tenga en cuenta los cambios estructurales que han afectado y afectan tanto las bases materiales como las dinámicas político culturales de la reproducción social. Todos aquellos aportes, trabajos e investigaciones realizadas sobre el fordismo y su crisis así como los modelos alternativos emergentes constituyen ejes fundamentales de reflexión y complementarios para la comprensión de los desafíos de la transformación social en curso en este comienzo de siglo. Una vasta literatura socioeconómica ha definido ya largamente los marcos fundamentales del régimen de acumulación posfordistas que pueden ser resumidos en tres grandes ejes de desarrollo: a) la flexibilización laboral alcanzada; b) la desverticalización (deslocalización-relocalización) de la esfera productiva (19) y c) la integración productiva de la esfera del consumo y la esfera de la reproducción (20). Asistimos en este contexto a la pérdida de los universos sociales generados y basados en el disciplinamiento social que en la era de la gran industria reglamentaron y normaron la dinámica de los conflictos sociales. Pero simultáneamente somos testigos de los límites modernos que se oponen a la universalización de los derechos largamente proclamados en la etapa anterior. La dramaticidad de las nuevas formas de exclusión social se solapan con la emergencia de un nuevo tipo de poder; trátase de un poder cuya práctica social lo conduce a autonomizarse de la sociedad civil, fenómeno social que concluye en una deslegitimación real de su proceder. Más aún, el discurso neoliberal no sólo dinamitó las políticas sociales del welfare state sino que recuperó la categoría sociedad civil, tan cara a la socialdemocracia, aunque dándole la vuelta como si fuera un guante. En lugar de aquella red de asociaciones e instituciones que le otorgaba legitimidad política al estado al asegurar que la gestión pública estuviera gobernada por una amplia discusión y presión ciudadana; ahora la sociedad civil debía convertirse en un conglomerado de fundaciones de caridad y de autoayuda dirigidas fundamentalmente hacia los pobres, quitándole presión al estado y preocupadas por hallar soluciones colectivas a los problemas sociales. Se trata de atender ahora a un consumidor individual, despolitizado, privatizado y públicamente pasivo. La historia económica y socio-política de los últimos años en nuestro país resulta particularmente demostrativa de esta dinámica social. En los tiempos que corren la reproducción del estado de dominación y miseria se asienta, según algunas lecturas, en la dictadura de las variables económica financiera. En efecto, en nuestro país un amplio espectro de analistas han calificado al régimen de acumulación abierto en 1976 y que se prolonga hasta nuestros días como de régimen de valorización financiera (21). Las críticas apuntadas al llamado modelo quedan presas del propio abordaje teórico al no incorporar las transformaciones e innovaciones que caracterizan la actual dinámica de acumulación(22). Por un lado se enfatiza la autonomización de la esfera financiera con relación a la esfera real, esto es la esfera productiva; por otro existe una clara tendencia al menosprecio y rechazo a incorporar las nuevas características y modalidades alcanzadas por el actual régimen de acumulación globalizado y postfordista. Simultáneamente nuestros analistas proponen enfrentar la crisis del estado-bienestar mediante políticas alternativas de recentramiento del rol estatal acompañadas de medidas que hacen de la recuperación de la soberanía (ley del compre nacional) verdaderos baluartes de resistencia Propuestas que más allá de asentarse en modalidades de crecimiento virtuosas del pasado no las vuelve más eficaces que las alternativas neoliberales. Desde la crisis del sudeste asiático en 1997 los efectos provocados por la globalización financiera mundial han adoptado características sociales verdaderamente dramáticas para los pueblos. Las sucesivas crisis financieras desatadas en Rusia, Brasil, Turquía y Argentina últimamente así lo demuestran. Ante este fenómeno no son pocos quienes han visto en esta desmesurada integración a los mercados financieros mundiales la causante sustantiva de una crisis que ha arrojado a las economías nacionales a desordenes económicos y sociales en otros tiempos imprevisibles(23). Sin embargo paradójicamente muchos de estos think-tank a pesar de imputar a la globalización financiera y las incontrastables políticas económicas nacionales funcionales a este fenómeno la madre de todas los males económicos sociales, no dejan de impulsar la búsqueda en los mercados globalizados y sus organismos financieros internacionales las recetas y medidas para superar la crisis. Una vez más la tragedia se confunde con la farsa. Pero también quienes critican a la globalización por izquierda incurren en un comportamiento similar. En efecto quienes alternativizan la globalización tras un retorno al período pre-globalización, invocando la vuelta a un mítico estado bienestar y a una acumulación de capital en el marco de los mercados nacionales, al asimilar el período pre-globalizacón con un pasado keynesiano-fordista y aceptar que el futuro será globalizado, están aceptando que el futuro será necesariamente neoliberal. Es indudable que la simplificación que arrastran los análisis de nuestros teóricos los conduce a conclusiones erróneas mientras sus discursos se contagian de ambigüedades. Equívocos que encuentran su raíz última en las dificultades para diferenciar la crítica a la forma neoliberal que adopta la globalización capitalista y el abordaje crítico de las bases materiales que hacen posible la globalización. Es decir las nuevas condiciones materiales, el nuevo escenario socio económico sobre el que se ha desarrollado la globalización. En esta dinámica de razonamiento nuestros críticos al negar lo nuevo terminan presos de un discurso que los aproxima al fin de la historia y los paraliza ante los cambios producidos. En esta perspectiva se encuentran aquellos que, críticos de la ideología posmoderna del fin del trabajo, niegan dimensiones post-industriales, y post-fordistas del capitalismo globalizado. Igualmente abundan quienes privilegian en sus análisis una dinámica de financiarización y de creciente integración mundial de los circuitos financieros. La resultante en este caso es una lectura que privilegia la separación entre la esfera económica ligada a las finanzas y la esfera real ligada a la producción. De esta manera aquello nuevo integrado, aparece inmediatamente como negado: la financiarización es incorporada como novedad, aunque sólo como repetición cíclica y/o tendencia de larga duración. De manera paradójica al negar lo nuevo y atacar el fin de la historia se termina preso de aquella concepción de historia inmutable. Para estos críticos las frecuentes turbulencias económicas manifestadas ya a través de las crisis cambiarias, ya por los niveles de desempleo, ya por los magros niveles de crecimiento económico deberían buscarse tanto en la desvinculación del capital de la esfera productiva y la llamada valorización financiera como en la pérdida de la regulación social por parte del estado (24). Globalización y trabajo vivo Estos análisis de tipo neo-productivista -con fuerte acento industrialista- son limitados ya que al transformar la autonomización financiera en el objeto fundamental del análisis, adhieren a una concepción donde la crisis aparece como producto de la progresiva autonomización de la esfera financiera-monetaria, proceso que vuelve insoluble su resolución mientras persistan las demandas de mayores niveles de endeudamiento por parte del capital productivo para hacer frente a los mayores montos de inversiones requeridos. Vista así la crisis se reduciría estructuralmente a un poder de compra subdimensionado con relación a la capacidad productiva exigida (desmesurados anticipos crediticios para una creación de valor futura que nunca se realizará). Según nuestros críticos esta dinámica de relación entre capital productivo y capital financiero se habría visto alterada, en nuestros días provocando la inversión en la lógica de subordinación imperante hasta ahora: la actual hegemonía del capital financiero genera lisa y llanamente la subordinación del capital productivo generando una dinámica social y económica que subvierte los cánones económicos normales. En este contexto lo real habría terminado subordinado a lo ficticio. Nuestros críticos se proponen transformar esa perversa inversión, por lo demás alcanzada debido a inadecuadas normas de liberalización financiera mundial. En esta misma línea de razonamiento no son pocos quienes han visto en la notable expansión del capital financiero el dato relevante de los últimos tiempos en la medida que "determina" la nueva modalidad de funcionamiento del capitalismo. Sostenemos que la financiarización de la economía no constituye un dato nuevo(25) y que el rol hegemónico que alcanzó el capital financiero en otras épocas, recreado hoy nuevamente, debe auscultarse antes en algún mecanismo interno particular de la acumulación de capital, que en los cambios operados con relación a las distintas formas de ser del capital. La actual globalización no resulta ser apreciablemente diferente de la alcanzada durante las primeras décadas del siglo XX. El dato significativo que nos permite afirmar la continuidad de la economía mundial se asienta en la persistencia de las relaciones sociales de producción capitalistas, que por lo demás constituyen la base del modo de producción capitalista que permiten dar cuenta de su innata característica hacia la expansión: solamente sobre esta base es posible comprender el colonialismo primario y el imperialismo posterior. Sin embargo igualmente reconocemos que no es posible establecer semejanzas entre el capital financiero de Hilferding y la nueva forma que adopta el capital financiero en nuestros días. En efecto, si para Hilferding el capital financiero constituía la unión del capital bancario y el capital industrial, la forma particular que adopta en nuestros días, como fusión institucional de las distintas funciones que adquiere el dinero (medio de pago, medio de inversión y atesoramiento) poco y nada tiene que ver entre sí. Por lo demás las bases de la cartelización moderna no están ligadas ni a la industria pesada de Hilferding ni a la industria taylorizada del fordismo. Tampoco consideramos convincente explicar la volatilidad del capital financiero como una mejor manera del propio capital financiero por dominar los mercados globales; más allá de la funcionalidad práctica que orientada a ese fin pueda presentar su forma de ser moderna. La discontinuidad real que presenta la globalización capitalista, el nuevo modo de ser del capital financiero debe buscarse antes en los cambios alcanzados en la nueva naturaleza del trabajo que en cualquier normativa o técnica económica financiera que agilice o trabe sus movimientos. En este sentido la génesis del capitalismo postfordista debe indagarse en la turbulencia de los años setenta, cuando entró en crisis la forma particular de regular los conflictos entre la fuerza de trabajo y el capital. Crisis que reconocía sus antecedentes en los intentos capitalistas por rigidizar el proceso de trabajo fabril y las luchas reactivas que ocasionaron, así como en el agotamiento del empuje del estado bienestar en la "planificación" del ciclo económico del capital. La lucha contra el trabajo asalariado rompió los diques de contención de la fábrica y se extendió al conjunto de la sociedad incorporando en su dinámica al propio estado de bienestar. En el plano internacional la crisis petrolera obligaba a los EEUU a exportar su crisis. Eran los inicios de la contrarrevolución neoliberal que desmantelaba el poder obrero en la fábrica mediante el uso capitalista de la tecnología informática. Esta respuesta interna del capital estuvo acompañada por una doble respuesta internacional que impulsó tanto la desreglamentación de las normas de circulación del capital como la deslocalización del capital financiero. Se iniciaban los años de crecimiento de la burbuja especulativa de la bolsa alimentada por la entrada de los nuevos fondos de pensión que tentaban abrirse paso ávidos de rendimientos crecientes para el capital invertido. Nuestros críticos, al no incorporar en su análisis las nuevas modalidades que asume el trabajo en el post fordismo, y fieles a una lectura de deformante subordinación del capital real con relación al capital ficticio terminan viendo en el Estado el baluarte a partir del cual será posible combatir la dictadura del capital ficticio y mantener la centralidad de la esfera real y por tanto del crecimiento. El estado, bajo esta concepción es visto como un espacio de resistencia y democratización social a conquistar. Más aún, la disminución de los espacios políticos en la era de la globalización debería buscarse en la financiarización globalizada(26). Como contrapartida, la recuperación de una soberanía plena por parte del estado se convertiría en una condición necesaria para el pleno ejercicio desarrollo de la esfera real(27). Para este cuerpo teórico la novedad radica en que la acumulación productiva viene siendo financiarizada(28). Es decir que el capital financiero proporcionaría el patrón de disciplinamiento de los bloques transnacionales que lideran la etapa de reconcentración y recentralización del capital(29). Bajo la apariencia de la victoria de los mercados asistimos, se nos dice, a la politización de la economía, en la medida que el estado se vuelve esencial para asegurar las externalidades de las grandes empresas transnacionales. Este reforzamiento del estado es presentado algunas veces de manera contradictoria con su debilitamiento ante la pérdida de la soberanía monetaria y financiera. La financiarización, dicen otros incluso, no se contrapone a la producción real sino que más bien debe ser considerada como el modo de ser de la riqueza contemporánea, quedando igualmente presos de la autonomización de las esferas(30). Consideramos insuficientes estas concepciones en la medida que no abren una perspectiva para la crítica de la economía política de la globalización. El problema sustantivo es que no puede analizarse la crisis como producto de la llamada valorización financiera en sí misma. Para estos abordajes la única opción política válida se encuentra del lado del estado o eventualmente de la soberanía nacional. En realidad tanto una como otra concepción antes que plantear la autonomización del capital ficticio con relación al capital productivo producen una lectura de autonomización de la economía política frente a las dimensiones concretas de las contradicciones de clases, del antagonismo social. Las nuevas características que asume el proceso de financiarización deben analizarse a la luz de los nuevos paradigmas que caracterizan los procesos de trabajo en el capitalismo contemporáneo. El análisis, una vez más, debe privilegiar los cambios producidos en el trabajo. El nuevo poder del dinero no está relacionado con las técnicas económicas financieras en sí, sino más bien con la nueva cualidad del trabajo, cualidad que los mercados intentan dimensionar y por tanto controlar. La mejor manera de abordar las transformaciones producidas en el modelo laboral fordista nos remite a los procesos de múltiple rearticulación alcanzados en la relación capital trabajo. Rearticulación que incorpora desde la flexibilización del proceso productivo a la externalización completa de la fuerza de trabajo (outsourcing); desde la deslocalización a escala mundial de las unidades de producción a la aplicación generalizada de la tecnología comunicativa; desde la valorización del territorio local como recurso social complejo (distritos industriales) a la globalización financiera. La llamada crisis -transformación del modelo fordista no debe ser analizada como la reducción progresiva del obrero masa y el fin de la gran fábrica, sino como la revolución en la naturaleza del trabajo. Es la naturaleza del trabajo la que está cambiando al menos en dos direcciones fundamentales: 1-la autonomización bajo la forma de la importancia creciente que va adquiriendo el trabajo independiente o neo independiente y 2- la característica comunicativa relacional que adquiere la naturaleza del trabajo. Por ello es que se habla también del carácter lingüístico que asume el trabajo. Dicho de otra manera, mientras el trabajo exige cada vez más comunicación simultáneamente la relación capital trabajo se des-salariza (dejobing), lo que implica verdaderamente un cambio notable del trabajo. Este cambio en el modo de trabajar indicativo igualmente del inicio de la nueva economía está relacionado con aquel fenómeno que impropiamente se ha definido como la globalización del mercado, es decir la entrada de un número importante de países emergentes en el comercio internacional. En un sentido más preciso el aumento de la competitividad en el mercado mundial conjuntamente con la reducción compulsiva del poder adquisitivo han restituido paradójicamente la presión y las limitaciones del mercado. Producir hoy significa estar atento a la mínima oscilación de la demanda, significa respirar junto con el mercado, hacerlo entrar, por así decirlo, en la fábrica. Significa responder a la demanda y no hacer depender la demanda de la oferta de bienes y servicios como lo era en la economía fordista. Esta inversión de la relación entre la oferta y la demanda es el origen de la entrada de la comunicación en el proceso directamente productivo, en el sentido que la cadena productiva se ha convertido de hecho en una cadena lingüística. Un proceso donde la comunicación y la transmisión de la información han devenido materia prima, instrumento de trabajo del mismo calibre que la energía eléctrica. Igualmente, el moderno trabajo postforidsta tiende a superar la separación fundada en el taylorismo entre trabajo y diseño, y a poner el trabajo enteramente dentro del laboratorio. Según Christian Marazzi la nueva forma social que adquiere el proceso de globalización puede resumirse esencialmente en: a) el rol del nuevo capital financiero, en especial el relacionado con los ahorros obreros necesarios para garantizar la jubilación futura, llamada también la financiarización de la economía doméstica; b) la crisis de la regulación monetaria del ciclo económico y su autonomía relativa; c) la subordinación de la política del banco central a la dinámica del mercado bursátil; d) la desintermediación bancaria como resultado de la progresiva reducción de la tasa de interés; e) el crecimiento no inflacionista, o sea la producción de un excedente estructural de riqueza social que la tradicional maniobra sobre la tasa de interés para la regulación del ciclo económico parece ya no tener más éxito, mientras agrava la inestabilidad del sistema financiero global (31). El capitalismo cognitivo (32) es una forma de capitalismo donde la financiarizaciíon juega un rol importante debiendo articularse con otra lógica fundamental que es aquella de la explotación y valorización del conocimiento en sus diferentes manifestaciones. Los mercados financieros globalizados, donde se potencia el capital ficticio, son más adecuados que los tradicionales mercados, -ajustados según una lógica industrial y basados en el capital real y la composición orgánica de capital-, para hacer frente a los nuevos procesos de producción. De allí que podamos concluir con Christian Marazzi cuando afirma que los cambios originados en la organización del trabajo (taylorismo) , en la forma del salario (fordismo) y en la política económica (keynesianismo) deben ser abordados como el resultado de una revolución en el proceso de valorización que encuentran su base en la transformación del trabajo. En su nueva era el trabajo presenta nuevas cualidades comunicativas y relacionales que le imprimen una altísima productividad. Simultáneamente el capital financiero y los mercados financieros son quienes siguen al trabajo en su éxodo industrial al que el taylorismo y el keynesianismo lo condenaban anticipando y prefigurando valores que corresponden con más precisión a las nuevas medidas sociales de la productividad(33). En la Nueva Economía, el lenguaje y la comunicación atraviesan de forma estructural y de manera contemporánea (simultánea) la esfera de la producción de bienes y servicios así como la esfera financiera. Por esta razón particular las modificaciones en el mundo del trabajo y en el mundo financiero constituyen las dos caras de la misma moneda (34). Dicho de otra manera, la forma que adopta el capital es la única manera que le queda para poder controlar un trabajo cuyas dimensiones están cada vez menos atadas a la esfera del capital productivo y su base fabril. El capital ficticio, como nueva modalidad de ser del capital moderno, anticipa y prefigura los valores que corresponden más precisamente a las nuevas medidas sociales de la productividad. Por ello podemos afirmar que el nuevo modo de ser de la riqueza contemporánea, la dimensión financiera, no deriva de ningún desvío antiproductivo del capital; adopta esa forma como único modo que le queda para reconstruir el control sobre un trabajo cuyas dimensiones productivas dependen cada vez menos de la subsunción por el capital productivo industrial y cada vez más de la cooperación social. En el postfordismo la esencia del capital es el ser ficticio, dejando de lado sus condiciones reales. El capital está cada vez más incapacitado de presentarse bajo su forma real; no estamos ante un capital ficiticio que en sí es improductivo, sino que el capital como tal está cada vez más imposibilitado de comportarse como condición necesaria de las combinaciones productivas entre capital constante y capital variable. El nuevo proceso de valorización, en la era de la información del conocimiento y de la globalización se asienta en la calidad del nuevo tipo de trabajo. La producción de la riqueza fundada en la innovación y en la cooperación presenta propiedades ya de por sí diferenciadas con relación a la economía política y a la crítica marxista. Carece de centro. No se desarrolla como en la economía política o en la tradición marxista según una lógica lineal: producción de valor en la empresa, circulación de los productos por el mercado, destrucción de la riqueza y realización del valor a través del consumo. Ahora la cadena de producción del valor corre paralela a la fábrica, la circulación y el consumo del producto. Tiene lugar en todos estos rincones al mismo tiempo. Los sujetos de la producción de la riqueza son múltiples y su acción no se limita a la valorización del capital. En realidad lo que está cambiando al igual que en la época de Hilferding es la naturaleza de la producción del valor, la combinación de los factores en el origen mismo del valor. En ese sentido la expansión de los derivativos o productos derivados financieros más allá de buscar disminuir la incertidumbre y la volatilidad, reflejan el cambio fundamental del modo como circula la información, de la que son portadores, al interior de la economía global donde la socialización de los riesgos se vuelve decisiva para gerenciar los propios riesgos. El desarrollo de los productos derivados debe buscarse en la incertidumbre que acompaña la acumulación capitalista en un contexto económico político cambiante: los derivados no introducen la incertidumbre, son los mensajeros de la incertidumbre quien personifica al mensaje en sí. Los derivados conforman una forma naciente de valor donde las funciones monetarias se articulan de manera totalmente nueva. El carácter central de la incertidumbre, la necesidad de socializar el riesgo de la variación de la tasa de interés y de la tasa de cambio en un periodo de reestructuración inédita de la producción y distribución de la riqueza social obligan a intervenir sobre la nueva naturaleza de la moneda y las modalidades de funcionamiento del sistema monetario. Los derivados anticipan la venta a la producción futura; vuelven líquida la producción final de mercancías y por lo tanto aseguran una demanda solvente en vista de una producción futura. En ese sentido las mercancías son consideradas como garantes de un poder de compra antes de ser vendidas a su propio precio de venta. Esta es una característica fundamental del capitalismo post fordista donde la contabilidad de la venta obliga a reestructurar los modos de producción a partir de la demanda. En el mundo posfordista existe una dependencia directa y simultánea entre lo local y lo global. En ese contexto se debe reducir la incertidumbre del valor de la moneda, es decir la contrapartida que representan los recursos humanos puestos en juego. En este sentido la valorización financiera se asienta en un nuevo régimen de acumulación cuya dinámica de productividad ya no puede considerarse y medirse según los patrones anteriores, tradicionales. Es cierto que la separación entre las dos esferas (ficticia y real) es real y verdadera, pero si nuestro análisis se detiene en este punto no deja de tener un horizonte limitado y superficial. Aquellas lecturas que ven en el lento crecimiento de la productividad las causas del desempleo al no dimensionar tampoco los cambios producidos terminan realizando una medición errónea de la productividad. Esta ya no puede ajustarse al viejo tratamiento del producto/hombre; debemos abordar el modo de ser financiero de la riqueza desde una perspectiva que incorpore un proceso de valorización completamente diferente. Al entrar en crisis la propia unidad de medida(35) entra en crisis simultáneamente la propia noción de ficticio y real. Normalmente tiende a asociarse el capital ficticio a la dimensión improductiva de los valores reales. Si bien en los países de menor desarrollo capitalista esta dimensión improductiva puede intuitivamente parecer clara, en realidad deja de serlo si ahondamos el análisis. Una lectura de este tipo supone mantener las diferencias entre trabajo productivo y trabajo improductivo así como desechar los cambios producidos en la relación entre producción y consumo. Claro que el contenido que le damos a la valorización financiera nada tiene que ver con la mirada de E Basualdo et al para quienes la valorización financiera no solo implicó el apuntalamiento de un capitalismo deforme y bobo, sino que en el caso particular de la Argentina conformó el pivote articulador para el fenomenal crecimiento de la deuda externa(36). Al privilegiar en sus análisis el régimen de valorización financiera y al hacerlo responsable de la constitución de un capitalismo parasitario y deforme, Basualdo et al dejan de lado el importante proceso de reestructuración industrial producido en los 90, mostrándose más preocupados por los cambios originados al interioir de la clase capitalista que por las modificaciones que dicha reestructuración industrial habría de producir sobre la composición de clase de nuestro país. Más aún, desplaza de manera explícita, en el período que va desde 1976 hasta 1989, el conflicto básico de la sociedad capitalista a la disputa entre el capital concentrado interno y los acreedores externos en la medida que "los asalariados y el estado (sic s.n.) estaban sujetos a la lógica dominante del patrón de acumulación"(37) Con posterioridad a 1989, las contradicciones al interior de la clase capitalista se alteran y mitigan. La política de endeudamiento externo impulsada por el capital concentrado interno resulta funcional a los acreedores externos, y la contradicción queda ahora subordinada a la regresividad en el ingreso y al plan de privatizaciones al constituir las piezas claves en este proceso. No son pocos los análisis que en nuestro país enfatizan en el endeudamiento y la desindustrialización los legados más directos de las políticas neoliberales de los últimos diez años(38). Posiciones como las sustentadas por algunos de los firmantes del Grupo Fénix(39), por los Economistas de Izquierda(40) y por Basualdo et al (41) no incorporan en sus análisis el proceso de reestructuración industrial y los cambios generados en el proceso de trabajo durante la década de los 90, a partir del incremento significativo alcanzado por las Inversiones Extranjeras Directas y del reposicionamiento logrado por las Empresas Transnacionales en la economía nacional(42). Este proceso no sólo reestructuró la industria sino que generó crecientes fusiones y adquisiciones, una mayor articulación entre los distintas filiales y las casas matrices en el plano comercial, técnico y productivo(43). Fueron los países en desarrollo quienes atrajeron la mayor cantidad de IED en el período pasando de un 19 % entre 1984-89 a más del 30% entre 1994-99. El proceso de entrada de las ET que acompañó la IED significó paralelamente que muchas firmas locales, particularmente las Pymes desaparecieran ante el brusco cambios de las reglas de juego (apertura de la economía, peso sobrevaluado, suspensión de toda promoción industrial) De esta forma se desarticuló la cadena sectorial, el tejido productivo se volvió más lábil modificando los niveles de empleo y la capacidad técnica-productiva acumulada durante largos años en el período de la acumulación por sustitución de importaciones. Debemos recordar que este proceso de aumento de la IED no se direccionó solamente hacia el sector servicios (privatización de las empresas públicas) sino que también se extendió particularmente hacia el sector manufacturero y bancario (44). Necesitamos sobrepasar esas concepciones (45); superar aquellas categorías conceptuales propias de la hegemonía fabril pasada, incorporar los cambios producidos en la composición técnica y política de la clase y dotarnos de un nuevo marco de análisis que permita dar cuenta de la nueva dinámica social y ser capaz de abordar la transición de un patrón de dirección fabril a un régimen de acumulación donde la producción y la circulación se confunden con la cooperación social. Nuestro análisis nos lleva a avanzar sobre la nueva naturaleza del trabajo en la sociedad pos fordista. Cambios en la naturaleza del trabajo Asistimos a una mutación profunda del capitalismo que puede resumirse por el término capitalismo cognitivo 46). Para algunos se trata del capitalismo inmaterial, o de la llamada economía sin peso (weightless economy); otros lo designan como la sociedad de la información o la net-economy; están también quienes hablan de la Nouvelle economie o New Economy (47) y el Knowledge-based Economy (OCDE) En fin de la revolución tecnológica, de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) Según Yann Moulier Boutang asistimos a cambios radicales en la naturaleza misma del valor, su forma, lugar y modalidades de su extracción(48). No se trata dice Y.M. Boutang, de ubicar esta transformación al estilo de Carlota Perez o C Freeman (49), en las alteraciones del régimen de crecimiento o en el surgimiento de algún paradigma técnico o régimen socio-técnico. Se debe en todo caso auscultar la transformación producida en algún lugar a mitad de camino entre los cambios de régimen de acumulación y las modificaciones en las relaciones de producción propiamente dichas; se trata de una transición al interior del capitalismo, transición que importa modificaciones de tal magnitud como las que marcaron el pasaje del capitalismo mercantil esclavista y absolutista al capitalismo industrial, asalariado y "democrático"(50). La novedad en las últimas décadas principalmente desde los 70 para acá se encuentra en la aceleración del aumento del trabajo sobre la información con relación al incremento del trabajo sobre la materia. Esta diferencia está asociada con la extensión y profundización de la cadena productiva; es decir al tratamiento cada vez más extensivo e intensivo que se precisa entregar a la materia prima para que se transforme en algo que pueda ser agregado como valor de producción en el camino hacia el consumidor. En este marco la actividad productiva, más allá de buscar moverse relativamente menos en la línea industrial, incorpora cada vez más información a los procesos, productos y herramientas(51). En esa lógica nada impide que para la obtención de un resultado óptimo el esfuerzo medido en tiempo-espacio-dinero que se incorpora para obtener algún producto virtual (decidir qué, dónde y cuando representarlo), reemplace el esfuerzo para construir dicho emprendimiento de manera real, es decir mediante la combinación y transformación de los materiales constituyentes. La reestructuración industrial, la emergencia de un nuevo régimen de acumulación globalizado basado en la producción de conocimientos y en un trabajo vivo cada vez más intelectualizado y comunicativo puede y debe ser pensada como un proceso contradictorio donde las contradicciones manifiestas ya no son precisamente aquellas que se oponían a las homogeneidades del pasado fabril, sino las gestadas en las nuevas formas de explotación, en la nueva composición técnica del trabajo y en las nuevas modalidades de lucha de los trabajadores(52). La crisis del fordismo transformó realmente las dimensiones espaciales del ciclo de producción y reproducción del capital tras el desmembramiento de los grandes polos industriales urbanos. Nuestro país abunda en ejemplos: Villa Constitución en Santa Fé; los cordones industriales de Córdoba y Rosario; la ciudad de San Nicolás. En fin territorios que luego de una alta concentración del trabajo en los 70 y de la mano de una pronunciada movilidad social y territorial de la fuerza de trabajo fueron testigos de verdaderos flujos migratorios fabriles inversos a la constitución de las grandes urbes industriales. Sectores enteros de fuerza de trabajo iniciaron un nuevo ciclo de actividades comerciales e industriales, formales e informales en estos territorios. Es así como se produce una transformación territorial dando lugar a la proliferación de un conjunto de nuevas formas de empresariado que acompañaron los procesos de reestructuración industrial. De esta manera con la descentralización y reestructuración productiva acorde a una producción cada vez más mundializada surgen empresas de tipo familiar, -pequeños comercios, pequeños talleres, prestadores de distintos servicios-que con el correr del tiempo engrosarán las filas de los futuros desempleados ante el fracaso de sus negocios y el avance de la crisis. En algunos casos los trabajos que se generaron nacieron ya precarios; en otros casos se conformaron empresas de servicio con fuerte contenido tecnológico. Aunque no faltaron aquellas empresas que cubrieron los espacios de los servicios tradicionales con escaso o casi nulo componente tecnológico (53). El pasaje al postfordismo significó entonces el establecimiento de nuevas relaciones entre la fábrica y el territorio, entre las fuerzas del trabajo y la sociedad, entre la propia sociedad y el territorio, así como entre los servicios públicos y los usuarios (como veremos más adelante) El nuevo tipo de trabajo que viabiliza la integración productiva, lo hace ahora a través de los territorios y las redes sociales que los diseñan mediatizado igualmente por los comportamientos de consumo. El paradigma fundamental del posfordismo -como modo de producción altamente socializado basado en la comunicación social de actores flexibles y móviles- es el del trabajo inmaterial(54). El trabajador inmaterial aparece como una fuerza de trabajo con nuevas características y donde el ciclo del trabajo inmaterial se preconstituye a partir de una fuerza de trabajo social autónoma, capaz de organizar su propio trabajo así como sus relaciones con la empresa. La industria no forma esta fuerza de trabajo nueva sino que la recupera adaptándola; el control de la industria sobre esta fuerza de trabajo es externo. Nos encontramos frente a un trabajador que está dotado de una capacidad de gestión de las relaciones sociales que supera el perímetro de la empresa y cuyas calificaciones dependen de su capacidad de desarrollar al mismo tiempo actividades informacionales y de tipo gerencial. Si el trabajador taylorista ejecutaba su trabajo en silencio sujeto a las órdenes jerárquicas de la máquina, el trabajador postfordista trabaja hablando y comunicando. El trabajo inmaterial es un trabajo altamente cooperativo ya que se constituye sobre formas inmediatamente colectivas y no existe sino bajo formas de red y de flujo. Su contratatación material, su valorización bajo la forma mercantil no es posible sino a través de la cooperación horizontal. Simultáneamente en aquellos sectores con fuerte incidencia del trabajo inmaterial (modas, audiovisual, publicidad, cine, fotografía) se observa un fuerte enriquecimiento de las especialidades que profundiza la cooperación. Son sectores que poseen espacios sociales de actividad laboral donde se intercambian las especialidades (tal el caso de la pos producción en los videos) y donde por lo tanto el saber inmaterial colectivo se concibe con autonomía e independencia de todo desarrollo cibertecnológico. El trabajador inmaterial debe ser capaz de proponer innovaciones técnicas y soluciones comunicacionales adecuadas a una organización del trabajo cuya mecánica implica niveles cada vez más importantes de cooperación y de subjetividad en los locales de producción aunque sobre todo en las redes de comunicación y consumo que estructuran los territorios metropolitanos. El trabajador inmaterial trabaja produciendo, innovando, coordinando y consumiendo. Produce el contenido cultural e informacional de la mercadería y su ciclo de producción y reproducción. Así, la gestión just in time no depende de cuestiones técnicas, sino de los resultados de una adecuada gestión comunicacional en la producción y fuera de ella, en los circuitos de la distribución y comercialización. En ese sentido el trabajador inmaterial produce sus propias condiciones de producción. De esta manera lo que entra en crisis es la tradicional separación entre producción y reproducción De ahí entonces que la emergencia del trabajo inmaterial determine una transformación radical del papel que desempeñan tanto las relaciones como las jerarquías que caracterizaban y estructuraban los sistemas de trabajo urbano anterior. Lo que distingue la organización del trabajo inmaterial del trabajo de tipo taylorista no es la inmaterialidad de la prestación del trabajo, sino más bien la independencia y la forma de la cooperación. Si el trabajo material puede ser puesto bajo el control capitalista, la cooperación y la independencia del proyecto inmaterial del obrero post fordista, el obrero social, son mucho más difíciles de incorporar al comando capitalista. El paradigma postfordista adquiere su connotación social precisamente porque el nuevo modo de producción integra estos dos momentos, producción y reproducción, a la vez que vuelve a la comunicación y a la circulación momentos de la esfera productiva. El trabajo inmaterial asienta su centralidad precisamente en su funcionamiento como interfase entre estos dos momentos productivos. Simultáneamente para que el trabajador inmaterial pueda llegar a alcanzar ese papel central en la producción de la riqueza es preciso que consiga lidiar con y adaptarse a las dinámicas de desterritorialización y universalización de los mercados. ¿Qué produce el trabajo inmaterial? Las emisiones televisivas, una modalidad de integración urbana, las mercaderías que consumimos, los periódicos y las revistas que leemos. Produce igualmente todos los servicios financieros y bancarios así como una gran variedad de trabajos periféricos a las grandes empresas con alto componente tecnológico y que requieren de una alta cooperación social y utilización de redes. En ese sentido podemos decir que produce la forma de ver, de sentir, vivir, vestirse, pensar y consumir; produce la forma de vida y de las subjetividades de nuestras sociedades; producción de formas de vida y de subjetividades que se han constituido en nuevos sectores de acumulación capitalista. Da forma a las necesidades, los gustos, al imaginario del público consumidor y los materializa en productos que a su vez deviene en potentes productores de necesidades, gustos e imaginarios. El consumo por el consumo empujado por esta producción de subjetividades deviene un nuevo motor de la economía. Es en este sentido que la producción de subjetividades es directamente productiva. De esta manera la producción de subjetividades es al mismo tiempo el contenido del trabajo inmaterial así como el resultado de su actividad. Cuando decimos que el trabajo inmaterial produce el contenido informacional y cultural de la mercancía sostenemos que existe producción de subjetividad. Existe una relación específica entre el contenido del trabajo inmaterial y el del producto inmaterial: la implicación de las subjetividades. Si quisiéramos expresar los mismos conceptos desde el punto de vista económico se podría decir que la tarea específica del trabajo inmaterial consiste en la innovación continua de la relación producción-consumo; en la capacidad de crear un producto para el consumidor y un consumidor para el producto. Pero en este acto se desplaza la definición económica oferta-demanda, desplazamiento solo comprensible si se incorpora que la producción de subjetividad es a la vez objeto y sujeto del proceso (55). Pero la difusión territorial de los procesos productivos no puede limitarse a una mera lógica de externalización o tercerización. Se trata de algo más complejo y significativo: la revisión de la propia relación que liga la fábrica con su entorno, entendido como territorio de las relaciones sociales de cooperación. Por un lado el mercado entra en la fábrica imponiendo la flexibilización laboral para acompañar las evoluciones cada vez más volátiles e imprevisibles; por otro el régimen fabril se generaliza en la sociedad. La reorganización productiva de los territorios se ve acompañada por una nueva forma de cooperación creativa y productiva. Mientras, se constata que el local de la producción es cada vez menos capaz de concretar las funciones complejas de un proceso integrado de concepción-innovación-creación-producción-consumo, ahora altamente socializado. En nuestro país uno de los aspectos más significativos del crecimiento de este trabajo de tipo inmaterial se ubica en el desarrollo de las contrataciones y subcontrataciones de algunas de las tareas desarrolladas anteriormente por las grandes empresas y que hoy gracias a los avances digitales, comunicacionales y tecnológicos pueden realizarse de manera externa a la empresa madre. No se trata de los clásicos servicios de subcontratación de seguridad, limpieza o catering. En el caso de las empresas privatizadas se produjo un importante proceso de tercerización y subcontratación de áreas con altos niveles de especialización y desarrollo técnico (56). Por lo que el nuevo paradigma social implica que el desempeño de las empresas depende cada vez más del territorio extendido como medio social. Medio social que vuelve inútil el clásico control disciplinario proporcionado por la fábrica. Hay un nuevo tipo de trabajo basado en actividades de coordinación, innovación y gestión y que requiere de una modalidad de dominación asentada ahora en la sociedad del control. A medida que la producción se transforma en producción inmaterial, intelectual, las relaciones entre el trabajo y sus expresiones se vuelven inmediatas: no se precisa ya que alguien proporcione los instrumentos de trabajo ya que cada cual lleva consigo en este proceso su cerebro que es ahora el nuevo instrumento de trabajo. A partir de ahí incluso la espontaneidad debe ser reinterpretada. No se trata de acordar con un espontaneísmo que mistifique la conciencia de clase, pero las cosas han cambiado en la medida que la relación entre saber hacer, fuerza de trabajo, conciencia e imaginación es inmediata. Cuando se afirma que existe una tendencia marcada para que los instrumentos de trabajo se formen ahora más a través de la cooperación que a través del anticipo de medios o de dinero por parte del capital, se está planteando cosas de una enorme trascendencia. Como elemento estructurador de los nuevos modos de producción el trabajo inmaterial envuelve un proceso de subjetivación del propio trabajador inmaterial y que solo puede acontecer en el marco del entrecruzamiento del tiempo de trabajo y del tiempo de vida y cuyo espacio es la ciudad. Si durante el fordismo la valorización requería de la existencia de cuerpos disciplinados en la fábrica taylorista, así como del conjunto de otras instituciones escuelas, hospitales, barrios mientras producía una separación clara entre la estructura productiva y el territorio, en la sociedad post fordista es el alma la que se moviliza en el trabajo; mientras la valorización no conoce límites espaciales ni temporales, ya que ella envuelve el tiempo de vida como un todo. Es en esta dinámica socioeconómica de nuevo tipo que se deben enmarcar los nuevos conflictos sociales y las nuevas figuras de la subjetividad. En este nuevo ciclo económico cobra peso el comando sobre los procesos de globalización de las redes informáticas y comunicativas que deciden la nueva división internacional del poder. Este se dirige rápidamente hacia la jerarquización de la división internacional de la propiedad del saber, de la propiedad de aquella materia prima cuyo costo de producción determina de manera creciente los precios relativos de los bienes y servicios intercambiados a nivel internacional. Es en este marco que necesitamos pensar la reforma del estado, el nuevo papel del estado. Notas
(1) Nos referimos al default reconocido oficialmente en enero de 2002 (*) Enviado por Peter Baunman. |
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