Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
7 de septiembre del 2002


Perú

Herencias del fujimorismo


Santiago Pedraglio
Ideele. Perú, septiembre del 2002.

Edición para Internet: La Insignia


La semana concluye con la buena noticia de que la señora Mariana Farkas de Pollack, secuestrada en Lima el 3 de setiembre, fue hallada por la policía sana y salva. Sin embargo, hubo otros acontecimientos no tan gratos que reflejan con cuánta solidez se encuentran instaladas en el país algunas de las más pesadas herencias del Fujimori.

La inusual y sorpresiva visita de Alan García al cardenal Juan Luis Cipriani llamando a que "se respete su dignidad de mandatario de la Iglesia Católica", a propósito de su citación judicial en calidad de testigo por el asesinato de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad de La Cantuta, refleja cómo la política peruana gira en torno a un vértice político e ideológico muy conservador. Y este espacio quieren coparlo dos de los principales representantes de la oposición: el ex presidente aprista Alan García y Lourdes Flores, dirigenta del Partido Popular Cristiano.

Interesado en que lo acepten como un fiel defensor de las "instituciones tutelares", García no quiso dejarle todo el terreno libre a quienes comulgan "naturalmente" con esta actitud, como Lourdes Flores. Esto, sobre todo después de que ella saliera a defender a la más alta jerarquía de la Iglesia señalando que existía un complot montado ni más ni menos que desde Palacio de Gobierno. Los forcejeos por ver quién luce mejor con la bendición arzobispal reflejan una denodada disputa García-Flores por conquistar la preferencia -o por lo menos la luz ámbar- de los sectores A, de quienes siguen cerca de Fujimori y de quienes lo recuerdan con añoranza.

Pero las muestras de solidaridad de García y Flores con el cardenal no sólo reflejan su particular cálculo político. Son, además, una muestra de que en el Perú pervive, y cuán poderosamente, un sentido común atado a la autoridad fuerte, a la respuesta recia y a la maximización del castigo, a la par que a una escasa vocación y voluntad de tolerancia. Y las recientes declaraciones del presidente Alejandro Toledo exigiendo cadena perpetua para los secuestradores es una muestra del mismo impulso, o por lo menos de uno semejante.

No se trata en este artículo de evaluar los terribles efectos de un secuestro, ni de cuáles serían las sanciones más apropiadas. El asunto es por qué el presidente Toledo, con el propósito de aparecer ante la población como un mandatario firme, decidido, duro y dispuesto a poner orden, decide reclamar cadena perpetua para los secuestradores. Quizá apeló a lo que los abogados llaman el derecho penal simbólico, cuyo objetivo es que la gente se tranquilice al pensar -equivocadamente, por cierto- que los secuestros y delitos semejantes serán erradicados y que los delincuentes reducirán sus acciones por temor al castigo. O tal vez recordó que a Fujimori le fue muy bien durante varios años con esta política de maximizar las penas...

Es tal el afán de dureza del actual jefe de Estado, que olvida que en el Decreto Legislativo 895, aprobado precisamente por el gobierno de Fujimori en 1998 a propósito de lo que se dio en llamar "terrorismo agravado", consideró la cadena perpetua para casi todos los involucrados en un secuestro: los cabecillas y jefes de banda, los que proporcionaran armas o información sobre los recursos y patrimonios de las personas o los que usaran, para cometer el delito, uniformes de la policía o de las fuerzas armadas. Y que si bien esto se restringió durante el gobierno de Valentín Paniagua a través de la Ley 27472, se mantiene la cadena perpetua para los secuestradores cuando la víctima muere o sufre heridas graves como consecuencia del secuestro. En cuanto al terrorismo y al narcotráfico, siguen vigentes, tal cual, las leyes del tiempo de Fujimori.

Está claro que sentar las bases de un nuevo régimen democrático, que represente una superación efectiva del estilo político del fujimorismo, no es un asunto sencillo. Habrá que comenzar por tomar real conciencia de estas herencias, que si bien pueden ser poco tangibles, en términos de país son, con toda seguridad, tanto o más demoledoras que muchas de las contantes y sonantes.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad | Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción