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4 de septiembre del 2002 |
Ugo Pipitone
Percibí en este Informe algo que no había notado anteriormente: el formalismo discursivo tanto del presidente como de los partidos. El presidente lo hace mejor (supongo que será por la investidura) que los partidos, pero es el mismo estilo: frases hechas y retórica de valores eternos. O sea, discursos religiosos; políticos también, pero en el sentido peor. Una política que no reconoce dificultades, que no sabe nombrarlas con precisión, que no es capaz de enjuiciar sus propias fallas y hablar en forma distinta al molde del sermón, es un engaño. Cargado de historia, sin duda, pero un engaño. Con mil justificaciones y millones de razones, pero, un engaño.
Exhortaciones cívicas sermoniles tanto desde la Presidencia como desde los partidos, como en un eterno concurso de oratoria. Una especie de rito imperial en versión republicana. Por una parte, el listado de los logros y, por la otra, moralismo cívico sin proyectos reales. Un doble exorcismo de la realidad. Entre derecha, centro e izquierda parecería haber un estilo común. Y el resultado es que la ampulosidad virtuosa aleja la política de la realidad, del reconocimiento de las dificultades, los retos, las resistencias a transitar de una nación declarativa a una real. Para entendernos, hacia una sociedad sin la mitad de sí misma recluida en la pobreza. Alguien o algo, alguna responsabilidad la tendrá en ese desastre social con el que entramos al siglo XXI. Pero no, aquí no pasa nada. Y tanto PAN como PRD, cuando pueden, se alían (o buscan alianzas) con el PRI, como si nada. Como si el pasado no tuviera responsabilidades sobre el presente. La política ya es mala cosa (por las componendas y mentirillas a las que obliga sus protagonistas) pero añadirle ritualismos discursivos y olvidos estratégicos no mejora el escenario. Al contrario. Y pasemos a la corrupción. Es obvio que el PRI no la inventó, sólo contribuyó poderosamente a esparcirla a todo el tejido social del país. Hace sólo pocos días supe de alguien que acababa de recibir de la PGR un pedido de 70 mil pesos para no consignar a un conjunto. Y francamente no sé si son más importantes las grandes declaraciones oficiales o esos hechos menudos de la vida cotidiana. No es que las buenas intenciones no sean relevantes, pero a golpes de buenas intenciones, en versión nacional-revolucionaria, el día de hoy, en una muestra de 102 países, ocupamos el lugar 57 (ex aequo con Colombia) en una graduatoria del país menos al más corrupto. En América Latina, serían menos corruptos que nosotros sólo Chile, Brasil y Perú. Estarían peor (y no es fácil imaginarlo) Argentina, Venezuela, Bolivia, Paraguay y algunos otros países de la región. En México, un paso adelante se dio: el cambio de partido en el gobierno implica la ruptura de los nexos corruptos entre Ejecutivo y múltiples corporaciones tradicionalmente vinculadas al poder. Pero quedan comportamientos sociales difundidos, quedan inercias institucionales e impunidades. En fin, costumbres y reflejos. Algo es evidente. Entre miseria y corrupción hay un vínculo fuerte, y sin éxito contra una no habrá éxito contra la otra. O las dos manchas retroceden simultáneamente o ninguna de las dos lo hará. La pobreza impide una sociabilidad responsable capaz de exigir cuentas a las instituciones, y la corrupción refuerza las condiciones generales de pobreza. ¿O será una coincidencia que, en el escenario mundial, los dos países con menor corrupción sean Finlandia y Dinamarca y los dos más corruptos sean Bangladesh y Nigeria? No obstante las indicaciones positivas del Informe, hay de qué preocuparse. Me limito a dos ejemplos mínimos. El Plan Puebla-Panamá era una idea brillante para extender al sur de México los factores dinámicos producidos en el norte por el TLC. Pero, en lugar que convertirse en un gran proyecto con involucramiento de los partidos políticos y las comunidades, parecería haberse vuelto una maquinaria burocrática para bajas operaciones políticas. Y por el lado de la corrupción, escuchar a la Contraloría de la Federación declarar que no habrá modificaciones en la estrategia de combate a la corrupción, tampoco calienta el corazón. Según antiguo patrón, algo cambia, pero con desesperante lentitud. Mientras tanto, el concurso de oratoria sigue. |
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