Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
23 de septiembre del 2002


La reconstitución de la democracia


José Marzo
La Insignia. España, septiembre del 2002.


«Tengo la sensación de ser el único no loco
viviendo en una casa de locos, regentada por locos.»
-Tolstói, de su diario-


Hay que volver, una y otra vez, sobre la cuestión de los valores. Sólo ellos confieren legitimidad a una estructura y al proyecto de un sujeto político, y son fin y medio al mismo tiempo.

Es cierto que nuestra sociedad adolece de falta de valores, o de levedad en su ejercicio, pero no pienso que, conforme al dicho extendido, cuando "todo vale, nada vale". Por el contrario, cuando todo vale, lo que realmente fracasa es el derecho, y lo que se impone, la fuerza. El hueco del nihilismo, del posmoderno vacío de valores, o es llenado por la brutalidad, aun peor, por la normalización de la brutalidad, o por la aceptación sin condiciones del statu quo, de la conversión del abuso de derecho en privilegio corporativo o de casta.

El nihilismo no es, por sí mismo, agente de la destrucción. Donde no hay valores, reina el absurdo y la arbitrariedad, y todos los Sísifos del mundo se arrastran colina arriba y colina abajo. Quien sale ganando es el falso dios que lo esclaviza y que se divierte jugando con su hombre como un niño con una hormiga.

La bomba depende, como en las reacciones químicas, de los componentes y de su proporción. Si combinas el nihilismo con un sistema despótico y con una causa final, sea la promesa de un paraíso escatológico o una teocracia, tendrás una lucha fatal entre el todo y la nada. La bomba resultante no se llama nihilismo, sino más propiamente maximalismo: o todo o nada. ¿Quién la activa? ¿el que pide todo o el que quiere conservarlo todo para sí? Ambos son maximalistas, tanto zares como bolcheviques, y ambos crean sistemas despóticos.

Ya sabemos cómo se desactiva. Hay que aceptar la pluralidad y aferrarse a los valores que la permiten y la sostienen, despreciando aquellos que la vulneran, y no subordinar los medios a los fines.

Tanto o tan poco como la igualdad y la libertad, la libertad y la igualdad, y el respeto al proceso de decisión democrático, que nunca se acaba. O la sociabilidad y la imaginación: el deseo de vivir, de vivir bien, la necesidad de convivir, incluso con tu adversario, pero siempre convivir.

Son las doce de la noche y estoy cansado, me voy a acostar.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción