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16 de septiembre del 2002 |
Guillermo Castro H.
La vigencia - y quizás más aún, la pertinencia - de autores como Martí constituye un tema recurrente en nuestra cultura. Habría que empezar por algo que parece evidente. Cada época, y cada una de nuestras sociedades, hace una lectura de Martí desde una zona de énfasis determinada por sus propias incertidumbres y necesidades. Así, por ejemplo, la lectura cubana de 1953, que llevó a invocar a Martí como autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, fue esencialmente ética y política. De entonces acá, los frutos del desarrollo científico, cultural y educativo obtenidos por Cuba abren el compás a las preguntas que hoy se hacen autores como el poeta Cintio Vitier y la historiadora Josefina Toledo, cuando se ocupan del lugar que ocupan en el pensamiento martiano el mundo natural, la ciencia, la tecnología, y por el deslinde ético de ese lugar. Desde allí, Martí se ofrece - como siempre - como un espacio de encuentro para todos los que coincidimos, desde las más diversas orientaciones filosóficas, en la preocupación por esos temas centrales de nuestro tiempo. ¿De dónde viene, y hasta dónde puede extenderse, una vigencia así entendida? Una obra de cultura persistirá mientras conserve su capacidad para plantearnos las preguntas fundamentales que animan a esa cultura. Toda nuestra reflexión ética, por ejemplo, se estructura desde hace cinco mil años en torno a la respuesta que da Caín a Jehová, que le pregunta por su hermano Abel: "¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?". Esa pregunta, directa y sencilla, sólo admite como respuesta un sí, o un no. El sí nos conduce a los motivos de nuestra admiración por Cristóbal de Las Casas, Mahatma Gandhi y Nelson Mandela; el no, a nuestros motivos de repudio a los actos de genocidio, opresión colonial y negación de derechos humanos elementales contra los cuales cada uno de ellos luchó en pensamiento, palabra y obra. En esta perspectiva, preguntarse por la vigencia de Martí nos obliga a indagar en su capacidad para inspirar las preguntas que faciliten la comprensión de los problemas éticos que nos plantean, en nuestro tiempo, el desarrollo científico y tecnológico, y el carácter de nuestras relaciones con la naturaleza. ¿Es útil aún el pensamiento de Martí? ¿Nos dice, o nos impulsa a decir, algo que sin él no sería dicho, o no lo sería en la perspectiva en que él lo dice? Lo que nos dicen Cintio y Josefina sobre ese pensamiento no deja lugar a dudas sobre su vigencia, esto es, sobre su utilidad para orientarnos en la compleja labor de crear nuevas opciones para el desarrollo científico, tecnológico y cultural de nuestro país y nuestra gente. En esta perspectiva, cuando tomamos posición frente a los dilemas éticos que nos plantean las consecuencias sociales de las grandes transformaciones científicas y tecnológicas de nuestro tiempo - y nos pronunciamos, por ejemplo, por una biotecnología al servicio de la vida y en lucha contra la muerte -, no sólo nos sumamos a lo mejor de la cultura de nuestro tiempo: además, lo hacemos desde lo mejor de nuestra propia cultura latinoamericana. Estamos en el mundo. Crecemos con él para ayudarlo a crecer. Por lo mismo, entendemos - como advirtiera Martí en su ensayo "Nuestra América", ya en 1891 - que es necesario injertar el mundo en nuestras repúblicas, pero que el tronco debe ser el de nuestras repúblicas. De este modo, en el marco de la gigantesca crisis que compartimos con todos los pueblos de la Tierra, se hace verdad cotidiana la fe sencilla y profunda de José Martí en el mejoramiento humano, y en la utilidad de la virtud. Para nosotros, realmente, la patria es la humanidad, y el ejercicio de esa convicción constituye sin duda el imperativo ético fundamental de nuestra actividad. Desde su realidad y sus propias preocupaciones, autores como Josefina y Cintio nos ayudan a comprender mejor las nuestras, para actuar mejor frente a ellas. No podemos sino, en Martí, expresarles nuestro más sincero aprecio y agradecimiento. |
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