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15 de octubre del 2002 |
Silvia Ribeiro
Hace algunos días, dos conocidas publicaciones científicas -Nature y Science, 4 de octubre- informaron de la conclusión del mapeo genético del parásito que produce la malaria, Plasmodium falciparum, y de uno de sus principales transmisores, el mosquito Anopheles gambiae.
Participaron 250 investigadores de instituciones públicas y empresas privadas, entre ellas Celera Genomics y varias fundaciones de investigación creadas por multinacionales farmacéuticas. El presupuesto del proyecto fue de 46 millones de dólares, pagados con fondos públicos provenientes del Banco Mundial, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y la Organización Mundial de la Salud. El proyecto fue anunciado como un avance histórico en el combate a la malaria, que provoca la muerte de 2,7 millones de personas anualmente. El entusiasmo de un sector de científicos se basa en que al conocer los genes que integran estos organismos se podría teóricamente dar origen a nuevas terapias y a la creación de mosquitos modificados genéticamente para ser resistentes al parásito. Admiten que la mayor parte del trabajo todavía está por hacerse. "Describimos el pajar... ahora todavía hay que encontrar la aguja", dijo Neil Hall, del Reino Unido, uno de los investigadores participantes. Para lo cual se necesitará mucho más trabajo y recursos que los ya invertidos. Otros científicos, como Chris Curtis, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, son menos entusiastas y se muestran escépticos frente a estas propuestas y las posibilidades de lograr resultados en la realidad. Los ecólogos que desde hace décadas estudian el ambiente y la dinámica de poblaciones de los mosquitos que trasmiten la malaria piensan que se ha dedicado una porción demasiado importante de los escasísimos recursos públicos dedicados a esta enfermedad de amplia difusión a investigaciones sofisticadas de alta tecnología que no beneficiarán a quienes más lo necesitan. La malaria es un caso ejemplar de los enfoques erróneos en salud pública. La campaña masiva realizada hace algunas décadas, basada en la distribución de medicamentos y la fumigación con DDT, produjo en poco tiempo el surgimiento de la resistencia de los parásitos a los medicamentos y de los mosquitos al insecticida. La aplicación masiva de DDT fue devastadora para el medio ambiente, logró desequilibrar los sistemas de control naturales del insecto y provocar impactos de largo plazo en diversas especies, además de provocar intoxicación en miles de personas de comunidades rurales e indígenas debido al uso indiscriminado por falta de conocimiento de sus riesgos. El ejemplo es usado por los científicos que participaron en el nuevo estudio para decir que el secuenciamiento genómico y la aplicación de nuevos métodos evitarían este tipo de consecuencias. Pero la óptica es la misma: un enfoque fragmentario y tecnicista, que no va a las causas de la malaria -desde malas condiciones de vida hasta desequilibrio de los ecosistemas- y que en el mejor de los casos podría llevar a producir nuevos fármacos que por su costo no podrá ser adquirido por los sistemas de salud pública de los países que más lo necesitan. Los impactos potenciales de la introducción de mosquitos transgénicos en el ambiente son impredecibles, y podrían llevar a alteraciones irreversibles en la especie que no necesariamente darán los resultados buscados. El parásito ha demostrado una capacidad de mutación que podría hacer inútil toda la experiencia. Otros aspectos relacionados a las ciencias del genoma son muy preocupantes y no están en el radar de la atención pública: al finalizar el mapeo del genoma humano, pese a todas las declaraciones de que debería permanecer en el ámbito público, la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos ya había aprobado más de 2 mil patentes sobre componentes de este genoma y solamente tres empresas tenían más de 3 millones de solicitudes sobre partes del genoma humano, pendientes de aprobación. Por otra parte, las similitudes entre diferentes genomas hacen que el estudio de genomas de plantas y animales puedan facilitar la información de unos y otros más allá de lo que pensamos: una cuarta parte de nuestros genes son idénticos a los que se encuentran en una levadura, la mitad son como los de un plátano, y también la mitad como los de una lombriz. De 289 genes relacionados con "enfermedades" encontrados en ADN humano, 177 también fueron encontrados en la mosca de la fruta. Es decir, quienes trabajan en el secuenciamiento de plantas e insectos están al mismo tiempo adquiriendo información importante sobre el genoma humano. Paralelamente, continúa la concentración vertiginosa de las empresas que controlan directa o indirectamente la investigación genómica y farmacéutica, así como su control del mercado: ocho multinacionales tienen cerca de 50 por ciento del mercado mundial y un porcentaje muchísimo mayor de la investigación. La combinación de todos estos aspectos debería haber abierto una discusión social amplia y profunda sobre bioética y el control social de la ciencia, que está prácticamente ausente. Al parecer lo que necesitamos urgentemente es un mapeo del genoma del poder económico y político y de su capacidad de crear enfermedades. Definitivamente, ésta no es una tarea para especialistas sino un trabajo social colectivo, donde cada uno pueda aportar su pedacito del conocimiento de este mapa. (*) La autora es investigadora del Grupo ETC. |
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