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La insignia
8 de octubre del 2002


Psicofarmacología y dominación del ego (II)


__Otros capítulos del ensayo__
I, III y IV

David Healy
La Insignia. Gran Bretaña, agosto del 2002.

Traducción de Jesús Gómez
Introducción de José F. Cornejo


Psiquiatra y reputado psicofarmacólogo, David Healy es profesor en la Universidad de Gales (Gran Bretaña). El 30 de noviembre del año 2000 pronunció esta conferencia en el Centro de Adiccion y Salud Mental (CAHM) de la Universidad de Toronto, donde reafirmó sus críticas a la industria farmacéutica en la proliferación de los antidepresores (Prozac y otros). El impacto de la conferencia dio paso a una controversia internacional sobre la libertad de expresión y de investigación en un mundo universitario cada vez mas dependiente de los subisidios de la industria privada. Un resumen de esta controversia puede ser consultada en el sitio web Pharmapolitics. Agradecemos al Dr. Healey su autorizacion para editar esta conferencia, por primera vez en español, para los lectores de La Insignia.


1968, un año de cambios.

1968 fue un año importante. El anticonceptivo oral había comenzado a transformar el orden social al cambiar las relaciones entre los sexos; la industria textil francesa produjo por primera vez más pantalones para mujeres que para hombres, y el feminismo ya había aparecido para combatir el sometimiento intelectual de las mujeres.

Además, aquel año vio la culminación del proyecto iniciado por Rousseau y Voltaire, la Ilustración. Era un movimiento dirigido a destronar reyes y dioses, que derrocaba el orden jerárquico tradicional de las sociedades. Afirmaba que el pueblo debía gobernarse a sí mismo, que las personas tenían derechos y no sólo deberes y que el lugar ocupado por los individuos debía depender, exclusivamente, de sus méritos. Pero hasta entonces se había limitado a hombres de mediana edad y de clase media, sin extenderse a mujeres, minorías étnicas y otros grupos.

En 1968, los antipsiquiatras y otros profesionales protestaron contra la colonización intelectual de los grupos étnicos llevada a cabo históricamente por Europa y contra el sometimiento de los pobres a los ricos y de los jóvenes a los mayores. Censuraban las nuevas drogas para controlar a la juventud. La locura era la protesta de los colonizados.

Algunas de las medidas políticas de la época se comprenden mejor si se toma el caso actual de las «drogas inteligentes». Vivimos un tiempo en el que formalmente no se puede discriminar por razones de sexo, edad, religión o etnia, pero se sigue discriminando por la inteligencia. Los buenos alumnos pueden ir a la universidad gracias a los subsidios del Estado. Se piensa que esa forma de aumentar los conocimientos beneficia a los menos capaces o a los más viejos frente a los más jóvenes o a los más brillantes. Cuando las drogas para potenciar los conocimientos estén disponibles, servirán de ayuda a los menos favorecidos. Pero, ¿podrá acceder a ellas toda la sociedad o quedarán restringidas a enfermedades como la pérdida de la memoria asociada a la edad? ¿La enfermedad será alguna vez un concepto válido de libertad?

Los profesionales de la antipsiquiatría poesían armas muy poderosas en su arsenal. Una de ellas era el ECT (Electroshock); otra la disquinesia tardía. No había duda de que el ECT funcionaba, pero su notoriedad resultaba un problema porque se transformaba en un elemento cental, como se puede ver en la película «Alguien voló sobre el nido del cuco». En cuanto a la disquinesia tardía, el síndrome se había descrito por primera vez en 1960 y para 1968 ya se sabía que era un efecto común de las drogas antipsicóticas. No era el efecto más habitual ni el que más discapacitaba, pero sí el más visible.

La respuesta de la mayoría de los psiquiatras fue la misma que utilizan los psicoanalistas contra la psicoterapia: cuando el tratamiento no funciona, dicen que el error no está en él sino en la enfermedad. Del mismo modo los psiquiatras culparon a la enfermedad en lugar de a las drogas, tal y como se ha hecho con los inhibidores selectivos de recaptura de la Serotonina (SSRI, por sus siglas en inglés) y con el suicidio.

Sin embargo, la notoriedad de la disquinesia tardía era un problema real, y en 1974, la empresa SmithKline & French tuvo que pagar más de un millón de dólares para resolver la primera denuncia en su contra. Aquél fue el fin de toda una generación de descubrimientos antipsicóticos, entre los que se incluían drogas como clorpromazina, thioridazina, levomepromazina, clorprocixena, flupencixol, clopencixol, haloperidol, droperidol, benperidol, perfenazina, flufpenazina, proclorperazina, trifluoperazina, pimozida y sulfirida.

Pasaron casi 20 años antes de que surgiera otra generación de drogas antipsicóticas. Y cuando llegaron las nuevas drogas -comenzando por la clozapina-, no lo hicieron porque fueran mejores que las antiguas ni porque fueran buenas para determinados síndromes; se opine lo que se opine sobre las segundas, no llevaron a la nueva generación de antipsicóticos. En realidad, la reaparición de la clozapina se debió a que no provocaba disquinesia tardía.

Leo Hollister.

En la siguiente fotografía pueden ver a Leo Hollister. En 1957, Hollister había realizado una doble prueba controlada de placebo y cloropromazina con pacientes sin ningún tipo de problemas nerviosos, que demostró que el medicamento producía adicción física. En 1966, multitud de estudios habían confirmado sus observaciones: gran cantidad de las personas que tomaban antipsicóticos, incluso en dosis pequeñas y durante periodos relativamente cortos, presentaban cuadros de marcada y severa dependencia fisica al medicamento.

Una dosis de un miligramo de stelazina, administrada durante varios meses, podía provocar tal estado que el paciente no podría abandonar la terapia en toda su vida. De aquel descubrimiento se derivó el concepto de dependencia a las drogas terapéuticas, un concepto que cuestiona la mayoría de las teorías sobre adicción. Esas drogas no producen ni tolerancia ni euforia: producen cambios posteriores a la suspensión que duran y se extienden tanto como los cambios que sustentan lo modelos de adicción actuales (1). Pero el reconocimiento de la dependencia a los antipsicóticos se desvaneció alrededor de 1968, cuando se declaró la «guerra contra las drogas».

La psicofarmacología se enfrentó con un problema político: cómo distinguir las drogas que restauraban el orden social de las drogas que lo subvertían. Y se tomó la decisión de considerar que cualquier droga que subviertiera el orden social era problemática y adictiva.

Esa decisión, más política que científica, provocó una crisis años más tarde cuando se hizo pública la dependencia física a las benzodiacepinas. Aquello provocó una crisis extraordinaria que condujo a la marginación de los ansiolíticos e incluso al propio concepto de ansiolisis. En 1990, médicos británicos y de otros países afirmaron que las benzodiacepinas eran más adictivas que la heroína y la cocaína, aunque no mostraron prueba alguna que sustentara esa opinión.

Puede que el caso les provoque una sonrisa indulgente, pero las consecuencias no pudieron ser más profundas. Como ejemplo, se puede observar el caso de Japón, donde no se produjo crisis alguna con las benzodiacepinas. En el país asiático, el concepto de los ansiolíticos sigue siendo respetable y su mercado es mayor que el de los antidepresivos. En Japón no se vende ni SSRI ni Prozac para tratar la depresión. La «era de la depresión» que hemos vivido en Occidente durante la década de los 90 se ha basado en cuestiones políticas y económicas, sin demasiada relación con hechos clínicos. En la cultura popular, se ha cambiado la palabrería pseudopsicológica freudiana por una nueva biopalabrería sobre niveles bajos de serotonina y asuntos similares.

A finales de los 90 apareció la dependencia a los SSRI. ¿Significa eso que vamos a perder otro grupo de drogas útiles, tal y como sucedió con la benzodiacepina? ¿Hemos aprendido lo suficiente del caso mencionado como para garantizar que los SSRI no correrán igual suerte? ¿Somos conscientes de que el concepto de dependencia a los antipsicóticos desapareció en cuanto apareció un síndrome de dependencia muy obvio (la disquinesia tardía) que provocó graves daños al establishment farmacéutico y psiquiátrico? Si no entendemos lo que ocurre no podremos ofrecer garantías para el futuro.

Desde mi punto de vista, la antipsiquiatría se equivocó al afirmar que la locura no existe realmente. No obstante, en sus argumentos subyacía la idea de que nuestra forma de gobernarnos ha cambiado y de que la psiquiatría ha pasado a formar parte del «nuevo orden» de gobierno. Todo el mundo está de acuerdo en que se ha producido una desinstitucionalización, pero ¿también se ha producido con los pacientes? En Gran Bretaña al menos, se retienen durante periodos tres veces mayores que hace cincuenta años, se admiten en un índice quince veces superior y -como media- ocupan camas durante más tiempo que en ninguna otra época (2). Además, los hospitales están admitiendo nuevos pacientes, como los que sufren desórdenes de personalidad, y la gestión de la violencia y de los problemas sociales ha pasado a ser cuestión de la psiquiatría. Los hechos demuestran que la verdadera desinstitucionalización se ha producido en el ámbito de la psiquiatría. Los psiquiatras afirmamos con naturalidad que tratamos a más pacientes que nunca. Y es cierto.

Todo ello nos lleva al símbolo más llamativo de la época. En la siguiente imagen pueden ver las protestas de París en 1968. Los estudiantes marchan hacía la oficina de Jean Delay, que asaltaron. Delay tuvo que presentar su dimisión porque no estaba de acuerdo con el «nuevo mundo», donde los estudiantes se podían dirigir a los profesores sin formalidades.

Mayo del 68.

El hecho de que todos estemos aquí parece indicar que ganamos aquella batalla, ¿no es verdad? Sin embargo es posible que ustedes no sepan cómo ganamos; no se ha escrito ninguna historia de aquel periodo y los textos de psiquiatría no mencionan el asalto del despacho de Delay. Es más, tampoco mencionan que las figuras claves de las revoluciones de finales de los sesenta eran psiquiatras o filósofos que apelaban a ejemplos extraídos de la psiquiatría, como Franz Fanon, Michel Foucault, R.D. Laing, Thomas Szasz, Erving Goffmann y Herbert Marcuse. Ante un hecho como ése es posible que se sientan como si el fantasma de Freud nos estuviera acechando, riéndose de nosotros. Y puede que estén en lo cierto.

En realidad, no ganamos. El mundo cambió. La psiquiatría y la antipsiquiatría fueron borradas del mapa y remplazadas por una nueva psiquiatría de las corporaciones. El propio Galbraith ha denunciado que ya no tenemos mercados libres, sino que las empresas parten de lo que quieren vender y acto seguido preparan el mercado para que consumamos esos productos (3). Si funciona con los automóviles, con la gasolina y con todo lo demás, ¿por qué no iba a funcionar con la psiquiatría?


Notas

(1) Ver Tranter R.; Healy D. (1998) "Neuroleptic discontinuation syndromes" en J. Psychopharmacology 12:306-311; y Healy.D.; Tranter R. (1999) "Pharmacologic Stress Diathesis Syndromes" en J. Psychpharmacology 13:287-299
(2) Ver Healy D., Savage M., Michael P. et al. "Psychiatric bed utilisation: 1896 and 1996 compared" Psychological Medicine, Lecture at the 6th Hannah Conference on History of Psychiatry. Toronto , 17 de abril del 2001
(3) Galbraith, JK (1967) The New Industrial State. Penguin Books.



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