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La insignia
29 de octubre del 2002


Un libro que se niega a morir y a nacer


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, octubre del 2002.


En 1970, Luis de Lión y yo dispusimos hacer un experimento literario escribiendo una novela circular, sin principio ni fin. De entrada desechamos la posibilidad de escribirla juntos. Luis había publicado un tremebundo libro titulado Los zopilotes, de efectismos obvios que a él mismo lo hacían reír cuando hablaba de ellos, sobre todo en cierta ocasión en que un crítico literario exaltado calificó el texto de "exquisito". Yo había publicado ya La debacle y también varios relatos en un periódico que se llamó La Nación y que desapareció del medio, en los que trataba de captar elementos del mundo indígena mediante el manoseado recurso del realismo mágico. Cuando Luis los leyó me dijo riéndose: "Mejor ocupate de tus ladinos y dejame los indios a mí". La risotada de ambos culminó en la decisión compartida de escribir una novela cada uno sobre nuestras experiencias de niñez, y que ambas fueran circulares.

Luis dijo que quería escribir una historia que se desarrollara al revés, de adelante hacia atrás, para simbolizar lo que él percibía como una realidad involutiva. Yo le dije que lo que pretendía era escribir una novela esférica, que se pudiera pinchar como una pelota en el lugar que el lector decidiera. Era obvio que leíamos 62 modelo para armar, de Cortázar, y otras narraciones experimentales. El resultado fue mi novela Obraje, y la novela de Luis, El tiempo principia en Xibalbá. Mi libro ganó el Primer Premio Centroamericano y del Caribe de Novela en los Juegos Florales de Quetzaltenango, en 1971, y el de Luis obtuvo el segundo lugar al año siguiente. Pero ambos ejercimos tan implacable autocrítica sobre nuestros respectivos abortos que los engavetamos sin más.

En 1984, Luis fue secuestrado y desaparecido, y su obra inédita empezó a publicarse, de modo que El tiempo principia en Xibalbá es ahora un texto bastante celebrado, aunque me parece que no por las razones que articulan el texto y que tienen que ver con una conciencia crítica "de indio" -como le gustaba decir a Luis- hacia los "indios". Por su parte, Obraje se perdió junto con varios originales míos en una casa de seguridad de la organización guerrillera en la que yo militaba, cuando fue ocupada por el Ejército a cañonazos, ya en los años 80. Meses después, desde una clandestinidad obligada, indagué en la Municipalidad de Quetzaltenango por alguna copia del libro pero me dijeron que no conservaban ninguno de los originales. Di, pues, por perdida mi primera novela, que hubiese querido guardar como curiosidad juvenil.

Con los años empecé a extrañar aquél texto que, junto a mi libro de relatos Juego de manos, se había esfumado en aquella infortunada casa de seguridad. Este último apareció gracias a una copia que guardaba Leona Nickless en la Universidad de Bristol, y ya está en mi poder gracias a la amabilidad de esta profesora británica. Le cambié el título a Bolero para el olvido, y quizás lo publique algún día. Pero Obraje permaneció como un recuerdo evanescente y nostálgico que regresaba cada vez que me plantaba frente al enorme diploma que testifica el premio mencionado, o cuando alguien me preguntaba qué había pasado con aquella novela. Poco a poco empecé a olvidar de qué se trataba, hasta que de veras lo olvidé completamente.

El viernes 18 de octubre, el director de la Tipografía Nacional y un personero de los Juegos Florales de Quetzaltenango me informaron que ya estaba en marcha el proyecto de publicar las obras premiadas, desde 1916 hasta 2002, y que Obraje tenía que ser una de las obras a publicar. Les informé que eso no iba a ser posible por las razones sabidas. Pero para mi sorpresa mi indicaron que Obraje estaba vivita y coleando en una fotocopia empastada y en perfectas condiciones, en las oficinas de la Tipografía Nacional. Ya se imaginarán ustedes los que sentí. Sobre todo cuando tuve en mis manos aquel original y empecé a leer las primera líneas. De inmediato cerré el libro, asustado. No quise enfrentarme allí a un probablemente bochornoso pecado de juventud. Mañana, en el Hotel Princess, a las 5 de la tarde, se anunciará el proyecto editorial mencionado y los responsables del mismo me obsequiarán una copia de este cadáver que se niega a morir y a nacer. Después, ya en la soledad de mi casa, abriré temblando sus temibles páginas y sabré por fin qué es lo que ya había olvidado.



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