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La insignia
27 de octubre del 2002


Marxismo: ¿Se salvó algo del diluvio? (IV)


Marcos Winocur
La Insignia. México, octubre del 2002.


Marx: La muerte se asoma y saca la lengua

Marx, optimista por convicciones, creyente en la revolución social, no pensaba gran cosa en la muerte, que se sepa. Y sin embargo, un elemental análisis del discurso muestra cómo de pronto la muerte se asomaba entre áridos temas tratados por su pluma y decía, sacando la lengua: ¡aquí estoy!

Karl Marx, avant la lettre, está situado en las antípodas respecto del existencialismo del siglo XX. Esto es, la corriente filosófica que rechaza las pretensiones de situar en el centro valores que no sean la evidencia de las evidencias, la cual, por obvia, descuidamos: la existencia, el sí mismo de cada individuo.

Pero la existencia tiene su término y se llama muerte. Y con ella tenemos que vernos, hagamos lo que hagamos, alcancemos la gloria, el poder y el orgasmo en todos los órdenes, la muerte al final nos espera, como lo cantan las coplas del poeta Jorge Manrique. Y doña NOOjos suele jugarnos bromas pesadas apareciéndose allí donde menos se piensa para asustarnos, burlarse de nosotros y sacarnos la lengua. Como dirían en México: la Pelona es una pelada. Esto es, la muerte es una grosera.

Y bien, vamos hacia el discurso del teórico del comunismo, registrando antes los antecedentes.

Hacia mediados del siglo XIX, Marx y su amigo y colaborador Engels, comienzan a escribir en serio. En 1848 redactan por encargo el "Manifiesto Comunista", que de inmediato tuvo amplia repercusión. Por aquellos años, la idea de una sociedad más justa e igualitaria había ganado predicadores e iniciativas comunitarias se ponían en práctica, algo similar al hippismo de los años sesenta. Precisamente, para distinguirse de tal "competencia", Engels escribió "Del socialismo utópico al socialismo científico", particularizando en los casos de Saint-Just y sus seguidores, Owen y Fourier, idea que también campea, sin nombres propios, en el "Manifiesto". Engels en su breve ensayo critica las limitaciones de los "utópicos" a la vez que los reivindica comprensivamente: entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX -dice- no pudieron hacer más.

Y luego el autor traza su raya, el desarrollo económico y social alcanzado en su época ya permite ir más allá. Esto escribe Engels sin sospechar que Marx y él se llevarían la palma en materia de propuestas utópicas; la continuidad se daba con fuerza entre ellos dos y sus criticados predecesores. Un ejemplo lo brinda otro de los utopistas de la época, Étienne Cabet, quien en 1840 publica un libro de éxito inmediato, titulado "Viaje por Icaria", donde proclama que la divisa del comunismo en la sociedad futura será: "De cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades", según recuerda el escritor peruano Mario Vargas Llosa (Letras Libres, 07-02).

La divisa fue atribuida durante mucho tiempo a Marx, quien así la vertió: "De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades". Hay un ligero ajuste entre "fuerzas" y "capacidades", que no cambia el hecho: ambas expresiones en el caso son equivalentes. El siglo XIX, iluminado por la reciente Revolución, conocerá la reedición de 1830 y las múltiples de 1848, precedidas por las guerras napoleónicas y seguidas de la guerra franco-prusiana, el colonialismo y la Comuna de París de 1871. Un siglo de batallas, revoluciones y utopías. El esfuerzo de Marx por darle un contenido científico al socialismo, de poner los pies en tierra, lo lleva a formular una lectura de la historia privilegiando los momentos de tensión: cuando las fuerzas productivas de una sociedad dada, tal el caso de la manufactura y la industria capitalistas en Europa occidental en los siglos XVII, XVIII y XIX, chocan en su crecimiento con el orden feudal. Le dan un ultimátum para que éste se retire de escena, no lo acata... ¡a las barricadas! Marx y Engels lo estaban viviendo precisamente en el siglo XIX, sin contar que el segundo participó en acciones bélicas, lo cual le valiera el apodo de "El general".

Así eran los dos teóricos del comunismo y el ambiente que los rodeaba. Defendían la vida con fervor. No importaban las derrotas, las deserciones: sentían que el futuro les daría la razón, el correr del tiempo iba a agudizar las contradicciones sociales y reforzar la experiencia, el crecimiento numérico de los proletarios y el desarrollo de su conciencia revolucionaria. Y en última instancia, era el combate a favor de la vida, contra la muerte. Pero a ésta no es tan fácil reducirla, aparece de pronto y, como decíamos, saca la lengua.

Las fuerzas utópicas de entonces no se atrevían a lidiar con ella, la consideraban un hecho fatal. Los trasplantes y demás progresos de la medicina, el aumento del índice de esperanza de vida en el primer mundo, la biogenética, han puesto al hombre de hoy en posición de desafiar a la muerte dándole la cara con altivez, en diálogo de tú a tú. Era distinto el juego en el siglo XIX, el trato con doña NOOjos sistemáticamente se rehuía y, cuando ya no había más remedio que recibirla, era al seno del hogar, tendido en la cama de toda la vida, ofreciéndole una copita de anís del bueno. Durante el siglo XX el hospital fue ganando espacios y a doña NOOjos se la comenzó a recibir en otro ambiente cada vez más deshumanizado, envuelto el paciente en conductos de plástico, rodeado de tubos de oxígeno y de gente desconocida con bata blanca.

Así, para morir en paz, la Europa occidental del siglo XIX -en sus largos lapsos pacíficos- a pesar de la obstinación individual de negar a doña NOOjos hasta el último momento. Negarla oficialmente, pues la señora igual se aparecía en forma de lapsus.

Pero veamos de cerca el discurso del teórico del comunismo.

En "El Capital" ("Crítica de la economía política"), la gran obra de su madurez y que le lleva décadas de documentada labor, Marx se propone desmontar el sistema capitalista y demostrar su irremediable declive. En el capítulo titulado "Capital constante y capital variable", viene hablando de los "medios de trabajo", así llama a los instrumentos necesarios para la elaboración de la materia prima. "Una herramienta, una máquina, un edificio, un recipiente, etc. (...) -ejemplifica Marx y agrega- Conservan su forma (...) lo mismo en vida, durante el proceso de trabajo, que después de muertos. Los cadáveres (...)" y aquí el autor repite la enumeración (FCE, I, 153). Tenemos ya bastante "necro alusión", lo cual es inusual en Marx. En fin, quiere dar una idea de los fenómenos de envejecimiento y muerte que sufren los "medios de trabajo", y los compara con los seres humanos.

Y líneas más abajo, el autor insiste: "A los medios de trabajo les ocurre como a los hombres. Todo hombre muere 24 horas al cabo del día. Sin embargo, el aspecto de una persona no nos dice nunca con exactitud cuántos días de vida le va restando ya la muerte." (FCE, I, 153). Séanos permitido extraer del conjunto citado una expresión en particular, sin que por ello quede fuera de contexto. Es la siguiente: "Todo hombre muere 24 horas al cabo del día."

Lo primero que llama la atención es la tautología. Es como decir: "Todo hombre muere un día al cabo del día."

Por lo demás, Marx era cuidadoso al escribir, no dudaba en rehacer el texto con tal de darle mayor claridad, reclamo de su compañero Engels al leer los manuscritos de "El Capital". Es difícil que se le escapara una frase tautológica, máxime en el tomo I, el único publicado en vida del autor, y destinado a dar una imagen positiva de toda la obra. Esto es lo primero que llama la atención.

Lo segundo es el contenido mismo de la frase. Aquí las cosas cambian. De la forma, es posible echarle las culpas al traductor. Del contenido, es más difícil. Hay que buscar por otro lado. Por ejemplo: que la frase en cuestión resulta marginal en el contexto, en poco -por no decir en nada- cambiarían las ideas expresadas a lo largo del volumen, ni tampoco en el capítulo y ni siquiera en el párrafo, si la frase se suprimiera. No versa sobre economía, ni nada semejante, es en buen grado reiterativa. Pero, desde el punto de vista psicológico aplicado al análisis del discurso, el lapsus es notable: donde caben vida y muerte, el referente de comparación es sólo la segunda. Los "medios de trabajo" y el hombre hacia ella van, desde luego. Pero lo hacen de una cierta manera. Unos rindiendo su utilidad hasta el desgaste completo o la obsolescencia, el otro viviendo, que significa: haciendo cosas y dándose causas, entre ellas, la revolución. Los "medios de trabajo" rinden de entrada su capacidad plena y la reiteran por el resto de su vida útil. El hombre despierta sus aptitudes gradualmente con el aprendizaje, vive luego su mediodía y decae en vísperas de la noche. A ambos, como a todo en este mundo, les llega el fin, insistiendo Marx en referirse a la muerte tanto respecto de los objetos como para el hombre.

En ese sentido, la frase comparativa pudo ser: "Todo hombre vive y muere 24 horas al cabo del día." Para quitarle todo rastro tautológico y volverla más elegante y hegeliana, se propone la siguiente: "Un día más de vida es un día menos de vida". Así, sin mencionar el antipático "muere", se lo reconoce presente, acompañando a la existencia paso a paso. Claro, Marx ya no puede escuchar la sugerencia, lástima. Otra vez será.

Así, se puede pensar que en todo caso se trata de "peccata minuta" desde que el filósofo más representativo de la corriente existencialista, Heidegger, no había nacido y el maestro de éste, Husserl, era un niño cuando Marx publicaba el primer tomo de "El Capital" en 1867. Pero... un momento. Estaba vivo y en la plenitud de su ascendiente el pensamiento del papá Hegel, legando: a Marx la dialéctica, a Heidegger el "ser-para-la-muerte", fórmula ya consignada por Hegel a principios del siglo XIX en su "Ciencia de la Lógica". Heidegger la lleva hasta las últimas consecuencias, Hegel es el autor. Y es cierto que el mismo Marx comentó que en la elaboración de "El Capital" estuvo hegeliano en demasía. De modo que la "peccata minuta" tal vez no sea tan "minuta".

Debo reconocer que durante mucho tiempo dudé. ¿Y si el "extrapolador" de la muerte no fuera Marx sino yo, haciendo una lectura tendenciosa de su texto? Voy al laboratorio social, me dije, él dirá. Y lo tenía a mano en Argentina. En una reunión de estudio, expuse ante los "compas" la idea de estos "medios de trabajo" según "El Capital", rematando en la comparación entre máquina y hombre, en el fenómeno de envejecimiento y muerte de ambos, repitiendo textualmente en esto último a Marx pero sin citarlo, de modo que la dichosa comparación quedó como de mi cosecha.

La reacción fue instantánea, particularmente de los varios economistas presentes, a saber: yo estaba sacando conclusiones abusivas "que jamás Marx haría", todo ese "pastiche" de la muerte estaba fuera de lugar.

Quedé ampliamente satisfecho: si el párrafo en cuestión era despojado de la autoridad de su autor, se veía francamente extrapolado y antimarxista... ya ven, un Marx antimarxista. En fin, yo había pasado exitosamente la prueba en el laboratorio social; podía, alguna vez, desarrollar el tema con tranquilidad.

Y bien, no se trata de un afán puntillista ni de descubrir un "Marx existencial", tampoco de sentarlo en el banquillo de acusados, sino de verificar cómo, allí donde menos se lo esperaba, llega el mensajero Tánatos y, furtivo, abre una rendija del inconsciente. Tengo la impresión de que ello no fue necesario con Engels, quien asumió el problema de la muerte en diferentes lugares de su obra, admitiendo como un hecho el inevitable fin de todo, la gran catástrofe que ubicaba a nivel de sistema solar. No demostraba por ello sentimientos negativos o depresión, sino que celebraba por adelantado que, tras la catástrofe, vendría el renacimiento de todo, la materia indestructible y sus atributos, como se lee en el prólogo de su "Dialéctica de la naturaleza".



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