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La insignia
26 de octubre del 2002


A fuego lento

Una tarde de cultura en el tercer mundo


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, octubre del 2002.


El jueves 17 de octubre abrí el periódico y en la sección cultural me encontré con una invitación pública para asistir a la presentación de tres ediciones críticas de la obra de Miguel Ángel Asturias, editadas por la Colección Archivos de París, al día siguiente en el Palacio Nacional de la Cultura. La invitación provenía del Ministerio guatemalteco del ramo. Y decidí asistir porque soy el coordinador de una de esas ediciones críticas, la de los Cuentos y leyendas del Premio Nóbel de Literatura.

Pensando que llegaría demasiado tarde, entré apresurado al salón siendo las cuatro y media de la tarde (la invitación era para las cuatro), pero el acto no empezó sino hasta cerca de las cinco con el insufriblemente largo himno nacional. Varias de las personas asistentes, al verme, me preguntaron extrañadas por qué no estaba yo entre los participantes de aquella presentación, en vista de que era uno de los coordinadores de las ediciones críticas. Les respondí que probablemente porque las autoridades del ministerio de marras ignoraban que yo estuviera en Guatemala en esos días. Pero como la gran mayoría de asistentes formaban parte del personal del Ministerio, no faltaron quienes me informaran que habían sido sus autoridades quienes se habían negado a invitarme a participar del acto, seguramente porque no les parecen mis planteos acerca de la cuestión interétnica guatemalteca, lo cual percibí como un acto de discriminación etnocultural digno de ser llevado ante algún imparcial tribunal contra el racismo, si lo hubiera.

El acto inició con la conocida gravedad oficial de un locutor de garganta profunda, de esos que solían anunciar golpes de estado en cadena nacional hasta hace poco, quien nos recordó que el ministerio de marras es un ministerio de culturas (en plural) y que Asturias había estudiado mitos y leyendas americanas en "la soborna" (quiso decir la Sorbona. Yo esperé ansioso a que repitiera la palabra, esta vez como "la sobrona", pero desafortunadamente no lo hizo). Luego, las tres personas invitadas para presentar las ediciones críticas pasaron una por una a leer interesantes ensayos analíticos, y en este punto del programa recibí la grata sorpresa de que Marta Regina de Fahsen, a cuyo cargo estuvo la presentación de mi edición crítica de los Cuentos y leyendas, gentilmente informara a la concurrencia que yo me encontraba sentado entre el público, al hacer una muy atinada presentación de mi trabajo sobre el texto asturiano.

Acto seguido, la ministra, vestida con un espléndido traje indígena, nos ilustró, un poco a la manera de Walter Mercado, acerca de la carga espiritual de la fecha desplegando un profundo conocimiento zodiacal "maya", y caracterizó a los nacidos el 18 de octubre como emprendedores, francos y triunfadores, para proceder luego a hacer entrega de los libros a las presentadoras, quienes (un poco apenadas, creo, porque sabían que no les correspondía ese papel por no ser autoras de los mismos) los recibieron. La ministra dio por terminado el acto, invitándonos a leer las ediciones críticas, pero nadie tuvo oportunidad de ver los libros porque no estuvieron ni a la venta ni en exhibición. Fue una presentación de libros confiscados que contrastó en forma abismal con la hecha de los mismos en París y en Madrid no hace mucho.

El locutor de garganta profunda cerró entonces el acto diciendo con solemnidad casi religiosa: "Quiero despedirlos con una frase de un famoso pensador (no dijo quién), que afirmó: 'Más vale que nuestra licencia de conducir expire antes que nosotros', así que manejen con cuidado". La ministra y su séquito desaparecieron. Mientras la concurrencia devoraba mitades de sandwiches envueltos en grasientas servilletas de papel y bebía exiguos vasos de pepsicola apuñuscándose en un oscuro rincón del Palacio, algunos comentábamos que, exceptuando a las presentadoras de los textos, la frase del locutor de garganta profunda había sido lo más sesudo que se había dicho aquella tarde, y nos preguntábamos a cuál de todas las culturas representadas por el Ministerio correspondía adjudicarle la dimensión de aquel acto, en el que la memoria de Asturias no mereció ni siquiera un barato vino de honor.



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