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La insignia
26 de octubre del 2002


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Jaime Barba
La Insignia. El Salvador, octubre del 2002.


Matteo se va de regreso a Treviso (Italia) dentro de dos días y me pregunta que si voy a ir a la «Marcha Blanca» convocada por los trabajadores de la salud. Bueno, sí, le respondo, aunque no estoy seguro de que se trate de algo novedoso. La superabundancia de prácticas politiqueras en estos años de la posguerra me ha hecho desembocar en el estrecho sendero del escepticismo.

Quedamos a las 8.00 horas, pero Matteo me cuenta que fue imposible llegar a tiempo. Se vino en bus desde San Jacinto y el motorista no paraba nunca, no obstante que de forma educada, al principio, se lo solicitó. Después, al constatar que el energúmeno al volante no reaccionaba, tuvo que, a la manera guanaca, lanzar un poderoso grito en italiano que asustó al sujeto. Ese tipo de sonidos, me explica socarronamente, ha mucho tiempo que está globalizado. Sólo así pudo bajarse.

Mientras enrumbamos hacia el sector occidental de la ciudad buscando el punto de convocatoria que era en la plaza donde siempre ha estado El Salvador del Mundo (y desde hace unos meses el busto de Monseñor Romero), le platico acerca de lo qué sé de la crisis en el sistema de salud. Matteo, que es urbanista y hombre sensible a los problemas sociales, dice ah, no te creo, cómo así.... frente al desglose de argumentos que le aviento.

A pesar de que esta ciudad está configurada de una forma estrambótica y llena de tapones por todos lados o de desembocaduras a calles imposibles de transitar, encontramos un estacionamiento perfecto que nos queda cerca del lugar de convocatoria.

Cuando llegamos al punto de arranque constato que el ambiente es distendido, aunque no faltaban policías aquí y allá, vestidos de azul profundo y algunos con caras de malas personas; tengo que explicarle a Matteo que estos policías ya no son aquellos del tiempo de la guerra. Qué bueno, me responde mi amigo italiano. Nos metemos, pues, al bullicio de la «Marcha Blanca». Y hay rostros de mujeres y hombres jóvenes, tranquilos, diría hasta felices. Esto contrasta con la actitud prepotente y agresiva de los voceros oficiales (incluido el presidente Flores Pérez, claro) que a través de los medios de comunicación han querido descalificar los objetivos del empeño reivindicativo de los trabajadores de la salud. Es más, se ha afirmado que todas las acciones en torno a la crisis del sistema de salud forman parte de la campaña preelectoral del partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN. Qué torpeza de análisis. Como voy comentándole esas cosas a Matteo, me sorprendo haciendo gestos despectivos hacia los policías que acordonan la «Marcha Blanca».

De entrada me siento asombrado, pienso que esto que estoy viendo es distinto y le cuento a Matteo la sensación de desamparo que experimenté hace unos meses cuando se desveló en este mismo sitio el busto de Monseñor Romero; si habíamos en aquella ocasión, quitando religiosos, periodistas y músicos, doscientas personas, era mucho.

Comenzamos a caminar para atrás (al oriente, como si fuéramos hacia el Hospital Rosales) y se ve que no está tan rala la cosa. Y no es cierto, como ha querido decir más tarde uno de los medios (TV) torvos, que todos, campesinos y niños, andaban de blanco. Mienten, la gente sencilla que acompañaba la marcha iba con sus ropitas de siempre.

Le digo a Matteo que regresemos al lugar de la convocatoria para ver cómo va a ser la cuestión. Y qué cosas, no habíamos visto la punta de la marcha: nutrida y larga. Y es ahí cuando mi escepticismo comienza a arrear sus banderas. Esto es más grande de lo que me imaginaba, dígole sonriente a Matteo, y comenzamos a subir por el Paseo General Escalón, el sitio comercial exclusivo por antonomasia de San Salvador. Con nitidez veo que aquí está el primer atisbo de novedad. Se dijo que la marcha se iría por el sur buscando Casa Presidencial, ubicada en la zona de la iglesia de la Virgen de Guadalupe, y ya los antimotines y demás garroteros habían bloqueado el acceso a tan eximio sitio. Pero fue un buen timo, ja, ja, ja.

La «Marcha Blanca» da inicio y tratamos de darle alcance a la punta. Son las 9:30 horas y un sol benigno nos abraza. Las consignas van y vienen, que si Flores-escucha-el-pueblo- está-en-la-lucha. Matteo sonríe y a cada instante se da vuelta tratando de calcular la amplitud de la marcha. Lo imito y a medida que subimos por el Paseo General Escalón se puede apreciar el conjunto de la manifestación. Hay reparto de hojas volantes, y cuando un muchacho de blanco me entrega una le pregunto que cuánta gente será, no sé me dice, pero no somos tres pelones. Tiene razón. ¿Cinco mil?, interrogo a Matteo. No creo... (todas sus respuestas son en un español casi perfecto, y eso que recibió sólo un curso de español de dos meses antes de venir), no creo que sean tan pocos, aclara. Le tiro los cinco mil al muchacho de blanco, pero él prefiere echarme el rollo de la reivindicación del sector y de que hay que apoyar la lucha que libran y parar la absurda tentativa privatizadora gubernamental. Claro, le digo, y aprovecho para preguntarle por su quehacer. Es médico residente del Hospital Rosales y tras estrecharme fraternalmente la mano vuelve a integrarse a la marcha.

Aún no alcanzamos la punta de la marcha y ya hemos pasado de Almacenes Kismet. Estamos sudando y veo más policías en torno, también algunos del Cuerpo de Agentes Metropolitanos, CAM (policías municipales), y entre estos últimos el jefe de operaciones (un ex dirigente guerrillero) que se ve que ha llegado para ver, y a lo mejor recordar... Tiene una sonrisa amplia en su rostro. Púchica, digo, cómo son las cosas, cuando los del CAM van y a empellones y bastonazos desalojan a los vendedores ambulantes (mujeres en su mayoría) del centro de la ciudad, en el marco del equívoco plan de rescate del centro de la ciudad, no ostenta esa sonrisa. Lo vemos de reojo con Matteo y pasamos de largo.

Esquina opuesta a Almacenes Kismet se encuentra el edificio del Ministerio de Trabajo y allá en la parte alta el despacho del ministro, uno de los tristemente célebres voceros del gobierno en esta cuestión de la crisis de salud. Y entonces le cuento rápidamente a Matteo lo que expresó en la televisión uno de los médicos «rebeldes» que por mandato legal forma parte del Consejo Directivo del Instituto Salvadoreño del Seguro Social -núcleo duro institucional del sistema de salud del país-, decía el galeno que el Ministro de Trabajo en las sesiones ordinarias de ese organismo no permite la discusión de la abultada agenda del sistema de salud nacional, y frente a la insistencia de este médico indagando porqué, el ministro respondía casi al borde de los espumarajos: «porque lo digo yo». ¿Se creerá Napoleón? Termino de decir eso y alzo la cabeza y no sé si es mi imaginación o qué pero veo el bigotito tipo Javier Solís del ministro asomándose por una de las ventanas. Se lo comento a Matteo y me responde con una pregunta candorosa: ¿quién es Javier Solís? Me río a carcajada limpia y lo invito a seguir caminando porque quiero ver la marcha desde el redondel Masferrer.

Mientras seguimos subiendo, con las camisas empapadas de sudor, vemos que la gente de los locales comerciales sale a ver lo que viene. No alcanzo a escuchar opiniones, pero como se trata de empleados de comercio, adivino en sus rostros que disgusto no hay. También vemos, y se lo señalo a Matteo, que varios médicos de unos cincuenta y pico de años (¿cirujanos cardiovasculares?, ¿cirujanos plásticos?) están estacionando sus vehículos último modelo (no van con la proverbial bata blanca, la han dejado en el asiento) y, con cara de quiero ver, se dirigen hacia adonde viene la punta de la marcha.

Estamos cerca del restaurante Hunan -propiedad de un chino de China, no de Taiwán, y que no me explico cómo ha venido a dar aquí y no a Perú-, volvemos a ver hacia atrás y tanto Matteo como yo hacemos cara de qué barbaridad. Sólo atino a decirle que es un chingo de gente la que viene subiendo.¿Quince mil?, le pregunto a Matteo. Ya no sé, responde. Y entonces me cuenta que hace dos años estuvo en Roma en la más grande manifestación después de la segunda guerra mundial: tres millones de personas convergieron procedentes de distintos puntos de Italia. Me dice que fue increíble, todo se paralizó. Y qué curioso, no fue convocada ni por los «nuevos» socialdemócratas del antiguo Partido Comunista Italiano ni por los que se quedaron, después de la división, cargando con el pesado adjetivo (la Refundación Comunista), sino por el más codiciado de los sindicatos italianos. Yo sé, me aclara, frente a la dimensión de aquella concentración, que esto es El Salvador.

La marcha aún no llega al redondel Masferrer y ambos tenemos una sed horrible, así que nos metemos a un Burger King que está inmediato y pedimos un jugo de naranja. Descansamos unos segundos y empezamos a decantar lo que estamos viendo. Le doy antecedentes respecto al desdibujamiento, durante los últimos cinco años, de la movilización social de cuño transformativo, que primero fue abandonada a su suerte porque el FMLN se enredó en luchas intestinas y de nula proyección estratégica además de empeñarse a darle forma (sin mayores matices) a todo lo contrario que había sido hasta 1992, es decir, un partido electoral. Y el resultado está a la vista. Por un momento creí que hasta ahí llegaba la cosa.

Nuestro entusiasmo es grande, y es que no se respira un aire de confrontación, aunque sí de desafío. Y la cuestión no deja de ser interesante, porque institucionalmente hablando, por ejemplo, el FMLN, el errático partido político de izquierda, está entrampado en la Asamblea Legislativa con sus iniciativas dada su adelgazada bancada de diputados (después de la más reciente purga política). ¿De dónde va a sacar este partido fuerzas para gestar una línea de acción como la que están desplegando los trabajadores de la salud si tiene metida en la tierra la cabeza como avestruz?

Antes de salir me dice Matteo que él considera que la diferencia de lo que el ve es que el protagonismo de los médicos le ha dado un carácter especial a esta movilización y al despliegue reivindicativo en general. Y tiene razón. La pita se está rompiendo por la parte gruesa de la estructura social. Quienes dirigen este país deberían ponerse a pensar en esto, ¿o es que la almendra del «fantasma del comunismo» aún les atora la garganta?. Pero nos estamos poniendo solemnes, le expreso a mi amigo Matteo, mejor volvamos a la marcha.

Recién va llegando la punta de la marcha al redondel Masferrer. Los antimotines han bloqueado el acceso a la residencia presidencial que está como a unos doscientos metros al norte. Los ánimos se caldean y hay gritos e insultos para los policías que han bloqueado la calle. Y es ahí cuando me encuentro con un médico ex alumno de mi padre y que es de los dirigentes de todo este movimiento. Nos saludamos afectuosamente y empiezo a interrogarlo y a transmitirle mis impresiones. A esas alturas, lo que ha comenzado a pasar frente a nosotros es una multitudinaria marcha que va coreando toda clase de consignas como urgente-urgente-se-busca-presidente-que-sea-inteligente-y-que-no-joda-a-la-gente.

Un helicóptero sobrevuela a baja altura la marcha y los chiflidos e improperios no se hace esperar. La cosa se está calentando. Le pregunto al médico-dirigente que para adónde va la marcha y me dice que para ningún lado. Creen que estamos locos, que le vamos a ir a dejar un papel a Flores, sólo para que nos reciba un funcionario de tercera, no, vamos a estropear el tráfico aquí y saldremos por La Mascota y doblaremos para el lugar de partida. Pienso que es otro atisbo de que lo que estoy viendo es distinto, porque han considerado con frialdad las opciones que tienen. Esto es una demostración de fuerza, me afirma, no son patadas de ahogado. Me confiesa que la cantidad de personas asistentes sobrepasa todos los cálculos y que hace sólo cinco días planificaron la marcha.

Como estamos entrando en materia aprovecho para preguntarle si leyó lo que dijo hace unos días el ex dirigente guerrillero (fundador, en 1975, del Bloque Popular Revolucionario, la más grande organización popular de los últimos tiempos, y ahora flamante conductor del autoproclamado moderado Partido Movimiento Renovador), Facundo Guardado, respecto a que debía cesar el movimiento reivindicativo porque de lo contrario iban a llegar debilitados a la mesa de negociación con el gobierno. Su respuesta fue lacónica y contundente: «Pendejo». Eran como las once de la mañana y la cola de la marcha aún no pasaba frente a nosotros. Y más consignas. Y advertencias como de que había que tener buen comportamiento porque por ahí andaban infiltrados provocadores gubernamentales (del nefasto Organismo de Inteligencia del Estado) que buscaban pretextos para desnaturalizar la marcha, y a continuación de los megáfonos salía la consigna: el-que-no-salte-es-cuilio / el-que-no-salte-es-cuilio. Matteo me pide traducción de cuilio con los ojos y le respondo un poco a los gritos, porque todo mundo está lanzando consignas y a la vez saltando, que significa policía (antes, y ahora también).

El médico-dirigente me cuenta que, y para que lo escuchemos varios ya que se ha configurado un pequeño círculo de comentarios, que le acaban de comunicar que la policía había bloqueado accesos a San Salvador con buses de personas de otros sectores que venían a apoyar la «Marcha Blanca». Llega, al círculo que se ha formado, diversidad de personajes: una directiva del Colegio Médico que le dice al médico-dirigente que ya todo está listo para no sé qué, un señor como de sesenta años -y que no es trabajador de la salud- que a grito pelado proclama que si el gobierno no quiere escuchar pues que ahora sí hay capacidad de movilización para boicotear los Juegos Centroamericanos que se avecinan. Busco el rostro del médico-dirigente y me responde con una reposada calma: ese no es nuestro plan, pero como están orillando a la gente... La marcha sigue, pasa un Francisco Flores subido en un vehículo de carga, de saco y ostentando la banda presidencial, haciendo gesticulaciones y payasadas. Esto está divertido, pienso.

¿Y quién va a hablar cuando pare la marcha?, pregunto a mi interlocutor calificado. Que hablen todos, si esto es un movimiento amplio. Todo el que tenga que decir algo que lo diga. Y me comenta, para sellar su posición, que dicen que por allá abajo vienen los diputados del genuflexo y derechista Partido de Conciliación Nacional, pues que hablen si quieren. De lo que se trata es de sumar. Después de esta marcha, reflexiono, debería cambiar la situación, ¿o no?

Lo nuevo que esta «Marcha Blanca» deja entrever no es sólo su masividad; por cierto, se trata de una de las movilizaciones más amplias y espontáneas que ha habido desde los años ochenta del siglo XX (arriba de las quince mil personas). Lo medular es que está en desarrollo un proceso reivindicativo con varios escenarios: hay una huelga que cada día va estrechando el cerco (un día después de esta marcha, el 24 de octubre, hay cierre de clínicas privadas, por ejemplo); también está perfilándose ya la mesa de negociación, sin abandonar la huelga; después, tienen el debate en los medios de comunicación; además está el acceso directo a la Asamblea Legislativa y; finalmente, el recurso de la movilización de calle, ahora de carácter masivo y convergente con otros sectores. Lo otro importante es que en todo esto no está presente la iniciativa del FMLN, más bien este partido de izquierda ha quedado a la vera del camino y casi oigo que el viento arrastra la frase: «con la moneda que pagues, así te pagarán».

La marcha continúa, pero Matteo debe ir a no sé dónde para arreglar lo de su viaje a Treviso (Italia) y decidimos retirarnos de allí, no sin antes, casi al unísono, decirnos: ¡esto es un auténtico click!


SAN SALVADOR, 24 de 2002



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