Portada | Directorio | Buscador | Álbum | Redacción | Correo |
25 de octubre del 2002 |
Marcos Winocur
II. La utopía nuestra de cada día
"Parecía imposible, pero ha ocurrido. De repente el sol dejó de salir sobre el horizonte". Fue un comentario público de Fidel Castro a propósito de la caída de la URSS. Y bien, sol, adiós, los tercermundistas nos hemos quedado a oscuras. Con infinita paciencia buscamos velas y cerillos, a ver si algo podíamos iluminar. Pero no estábamos preparados y nos pusimos nerviosos, abrimos la cajita al revés y los cerillos fueron a parar al suelo. Pues, sí, la URSS podía estar llena de defectos y contradicciones -y lo estaba: más de lo que se creía- pero funcionaba como contrapeso frente a Estados Unidos. Pero... se acabó la bipolaridad y, por lo demás, una pregunta ha quedado flotando en el aire: ¿Hemos vivido un sueño, una utopía? Veamos si se puede aproximar una respuesta. En sentido estricto, utopía es la propuesta de un nuevo modelo de realidad, que ésta rechaza. "Tercos son los hechos", dijo alguien apodado El Moro. Precisamente, por realidad, o por hechos, me refiero a los obstáculos de todo tipo que impiden en definitiva la aplicación de una propuesta a futuro, y la convierten en utópica. Obstáculos puestos tanto por la naturaleza física o biológica, como por la sociedad vigente. Si se propone contradecir la ley de gravedad, irnos de viaje a las estrellas, o volvernos inmortales, mamacita Naturaleza dice "no" y rotula: "ciencia ficción". Si se propone contradecir el sistema social, los mayores obstáculos proceden de la resistencia ofrecida por las estructuras mentales dominantes, que dicen "no" y rotulan: "somos las guardianas de la identidad". Por el momento, así están las cosas. Hubo un tiempo en que las estructuras mentales se acompasaban a la realidad que les había dado origen, me refiero al feudalismo en el oriente de Europa; es el caso de Rusia durante siglos: el zarismo gobernaba, los campesinos trabajaban y las estructuras mentales se transmitían de generación en generación. Eran poderosas, más, mucho más de lo que después se pensó. Habían adquirido el don de la autonomía, nada de pedir permiso a la realidad para existir, no era su preocupación averiguar cuán feudal se conservaba ésta y cuán capitalista había pasado a ser con los años. A las estructuras mentales una cosa les importaba: que el orden social y político se perpetuara, enunciado que muchos reducían a un "la policía, los servicios de inteligencia y el ejército cuidan de nosotros". Hay que recordar que en la Rusia zarista, la servidumbre fue abolida en el último tercio del siglo XIX, y muchos ni se dieron por enterados. El país había ganado un sólido prestigio en occidente como el más atrasado de Europa. Así, en 1917 la realidad hacía agua por los cuatro costados y las estructuras mentales dominantes tomaban sol en las playas, nada les preocupaba. Entonces, surgió la revolución. Era el momento de proponer un modelo social alternativo. Pero dejemos mejor la palabra a Karl Marx y a Fernand Braudel. El primero dijo: "El peso de las generaciones muertas oprime el cerebro de las vivas". Y el segundo: "Las ideas son cárceles de larga duración". Creo que aquí podría terminar este artículo. Pero un maligno afán perfeccionista me lleva a continuarlo. Cabría tal vez examinar el cierre tan sorprendente de la experiencia soviética, en fin, una preguntita rondando las cabezas. ¿Por qué cayó la URSS? ¿Fue una utopía? Después de tres cuartos de siglo de experiencia socialista, se vino abajo como castillo de naipes, por no decir como calzón de puta. Las estructuras tradicionales, incluso de la época zarista, mezcladas con mentalidad de empresario barato y mafia al más puro estilo occidental, se hacían dueños de la Plaza Roja, resucitaban San Petersburgo en lugar de Leningrado. ¡Increíble! Y bien, a más de una década de haber ocurrido, la pregunta continúa pareciendo endemoniadamente difícil cuando a mi criterio la respuesta es endemoniadamente fácil: hubo un "no" masivo que sin falta debió ser atendido. Pero, "fácil" y todo, la cuestión desde luego no queda agotada. Es un tipo de respuesta que despierta otras preguntas. ¿Y por qué hubo ese rechazo del conjunto de la sociedad civil hacia el socialismo? Aquí debemos recurrir a la "larga duración" de Fernand Braudel. La naturaleza humana está sentada en el banquillo de los acusados. Se le brindó una serie de opciones de socialismos de filiación marxista, y a todas dijo "no". Desde la genocida de Pol Pot y su Jemer Rojo en Camboya, hasta la autogestionaria, antiestalinista, permisiva y de rostro humano de Tito en Yugoslavia. Y a todas, dijo "no". ¿Es abusivo concluir que la naturaleza humana optó contra la cooperación mutua y prefirió la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva? Pero no podemos echarle las culpas a la naturaleza humana cuando ésta no es fruto del pecado original sino resultado de la historia misma del hombre. La naturaleza humana es un relato de violencia, poder y explotación, actuante durante milenios al seno de sociedades fracturadas cuya lección invariable fue así resumida: "el hombre es el lobo del hombre". El acto reiterativo va creando las costumbres como identidad de la especie. Y ésta se vuelve naturaleza aprisionando al individuo. Fue Aristóteles quien señaló en frase no del todo comprendida: "La costumbre es una segunda naturaleza". De modo que llevamos puesta una doble naturaleza: la biológica y la costumbre. Heredamos la primera, adquirimos la segunda y luego también la heredamos por generaciones con tanto imperio como la biológica. Y bien, a medida que las tecnologías se fueron desarrollando, la selva y su león dejaron de ser problema y el hombre descubrió que su peor enemigo era... ¡el hombre mismo! Y desterrar esa convicción milenaria, no se logra de la noche a la mañana ni, al parecer, de unas décadas a otras. Hubo gran confianza en el fervor revolucionario, se vio a la gente, al gris y rutinario "hombre de la calle" de pronto transfigurarse, encontrar energías y capacidad de sacrificio, el gran ejemplo fue la gesta de los franceses del 89. Así, Marx pudo escribir: "la revolución es la locomotora de la Historia; en días se condensan años". La euforia, sin embargo va perdiendo fuerza y al tribuno fogoso de Dantón sucede la espada de Bonaparte. Y con frecuencia (fue patente en el ciclo 1917-91 de la URSS), se constata que las ancestrales estructuras mentales que se creían barridas para siempre sólo lo han sido de la superficie pero no se han ido: vestidas de racismo y genocidio, esperaban su oportunidad. Ocurrió en la tierra del mejor socialismo marxista, en Yugoslavia. Cuéntase -y la fábula ha sido recogida en el filme "Juego de lágrimas"- que una vez vino una terrible inundación y la sola manera de salvarse era cruzar de inmediato el río y arribar a la otra orilla. La ranita se dispuso a hacerlo cuando el escorpión le rogó que lo llevara montado a sus espaldas. Accedió finalmente la ranita y, a medio cruzar el río, el escorpión le clavó sus dos tenazas, condenando así a ambos a morir. ¿Por qué...? -alcanzó a articular la ranita. No pude resistir mi naturaleza, contestó el escorpión. Así, el hombre. Entonces, la pregunta que hice: ¿Es abusivo concluir que la naturaleza humana en la URSS y en otros países optó contra la cooperación mutua y prefirió la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva? Y otra pregunta: ¿Podía la condición proletaria "purificar" al hombre, librar con éxito la batalla contra las estructuras mentales ancestrales a partir del cambio en las relaciones sociales de producción? Desde luego, resulta imposible ignorar la convergencia de factores de orden coyuntural. Me refiero el rezagarse de la URSS en la carrera con EEUU, y especialmente en el rubro más sensible, el de los armamentos. Son patéticos los esfuerzos de los gobernantes soviéticos para disuadir a EEUU de su proyecto "Guerra de las Galaxias", idea que se agita cuando el reinado de Ronald Reagan. La razón está clara, la URSS no tenía -ni tiene hoy Rusia- capacidad tecnológica para poner en marcha su réplica, ni para financiarla. Finalmente, Bush hijo ha puesto manos a la obra en EEUU. Pero, desde mucho antes, la impotencia de la URSS en este rubro que -nada menos- hace a la correlación de fuerzas, llevó a los líderes soviéticos a una especie de parálisis. El Breznev de los años setenta y el Gorbachov de los ochenta no pudieron viajar a la Luna después de que los estadounidenses lo hicieran en el 69, ni en definitiva frenar la carrera de armamentos. Y es curioso: mientras ésta pesa sobre los hombros del Estado socialista como recursos que no irán a los bolsillos del pueblo, para el Estado capitalista significa un elemento al cual echar mano cuando se trate de paliar las crisis de sobreproducción, siempre divisadas en el horizonte. Esta impotencia creó una mentalidad de derrota aprovechada por pueblos donde seguía siendo más fuerte el nacionalismo que las utopías socialistas, con curiosas reacciones. Ofrezco, proclamó unilateralmente Gorby -es decir, llevó el juego diplomático en esa dirección- la reunificación de las dos Alemanias a cambio de olvidar el proyecto "Guerra de las Galaxias". Silencio en la Casa Blanca. Propongo, levantó Gorby la oferta, además, incluir en el paquete la disolución unilateral del Pacto de Varsovia. Silencio en la Casa Blanca. Ofrezco, subió Gorby todavía más la oferta, dejar en libertad de acción a los llamados países satélites de Europa del Este, Polonia... Más bien digan -aquí la Casa Blanca rompió su silencio- que ya no los pueden controlar. Finalmente, se pagaron todos esos precios, uno sobre el otro, a cambio de... nada. Por otra parte, ligado a esto, se iba abriendo paso la idea de que podía canjearse la renuncia al socialismo por paz, es decir, el cese de la amenaza nuclear sobre las cabezas, el poder dormir sin la amenaza constante del holocausto, propia de los años de guerra fría. En fin, todo se fue sumando en la coyuntura de los años ochenta dando por resultado el colapso de 1991, cuando quedó claro que el perder los países aliados de Europa del Este no era suficiente. Es aquí donde entra a jugar Yeltsin, llevando los "vientos de libertad" mucho más lejos: los pueblos integrantes de la URSS que no quisieran continuar perteneciendo a ella, podían irse. Así, la URSS se desintegró y en su lugar quedó Rusia rodeada de nuevos países soberanos. Y sin embargo, a mi entender, los estudios se han mantenido a nivel coyuntural, barajando factores que hacen al "cuándo" pero no al "porqué". Éste, insisto, se encuentra en otro lado y lo hemos adelantado: los ciudadanos soviéticos y de otros países dijeron: "no". Es cierto que su desaire a las utopías socialistas fue de inmediato reemplazado por la adhesión a la utopía capitalista, y aquí los medios, la CIA y el Papa jugaron su papel. Pero ese "no" pronunciado cada vez más fuerte, partió de la gente que, después de décadas de vivir el socialismo de raíz marxista, lejos de convencerse, se había puesto en contra. ¿Por qué cayó la URSS? Intentar una respuesta nos lleva a tocar más de un tema. Estamos hablando ya no de la coyuntura que precipitó el colapso, sino de la condición necesaria para que éste sucediera. Puedo proponer los planes más perfectos para la vida futura pero si en definitiva la gente -los supuestos beneficiarios- dice "no", por los motivos que sean, la idea queda en utopía, no se realiza a pesar de ser factible. No es que no se pueda, no se quiere. Esa negativa generalizada fue a nuestro entender condición necesaria para el derrumbe, aunque no condición suficiente. Esto último quedó a cargo de los factores de orden coyuntural, algunos de los cuales hemos rápidamente mencionado, que apuraron y dieron remate al proceso. Ahí se inscriben los "aportes" estalinistas, pero tampoco convenció el modelo antiestalinista de Gorby en los años ochenta. Su intención manifiesta fue un socialismo antiautoritario pero la situación se le fue de las manos, hasta el punto de que Reagan, de visita a la URSS cuando ya no era presidente, pudo declarar: "yo no lo hubiera hecho mejor". En suma, de parte del pueblo ruso fue un repudio tanto a la línea dura de Stalin como a la línea blanda de Gorby. Así, la sonrisa se dibujó para los ciudadanos del Este cuando el sucesor Yeltsin abrió oficialmente las compuertas al capitalismo en los años noventa... satisfacción que poco duró, los ex soviéticos pudieron advertir hasta qué punto el modelo capitalista había sido maquillado por la propaganda occidental. Y bien, tan fuerte es la necesidad de autoengaño frente a la adversidad, que la gente está dispuesta a creer en las utopías, reemplazando unas por otras, las que considera fallidas por las nuevecitas y relumbrantes, aun cuando sepa que nada las garantiza. En ese sentido, tanto puede serlo una religión como una propuesta política. Tanto el cristianismo como el comunismo. La sociedad de las almas virtuosas alcanzadas por la salvación es tan igualitaria como la sociedad donde todo mundo es proletario, una en el Cielo y la otra en la Tierra, ambas nadando en la felicidad. En diferentes épocas y ciclos de la Historia, las utopías cristiana y comunista tuvieron la virtud de arrastrar tras de sí a las masas. Éstas marcharon a la reconquista del Santo Sepulcro y se llamaron Cruzadas, o bien, más modestamente, van hoy a rendir tributo pacífico y multitudinario a la virgen de Guadalupe todos los doce de diciembre en México. Así, la utopía religiosa en occidente. En cuanto a la comunista, contingentes formados por millones marcharon al frente cuando la "gran guerra patria" de la URSS, y tantos otros que asumieron la lucha de clases con el objetivo de dejar la bandera en manos del trabajador para que él, haciéndose de las riendas del Estado, operara la transición al comunismo. Los cristianos tuvieron sus catacumbas y sus mártires, acabando por ser poder en la misma Roma que tanto los combatiera. Desde entonces y por dos mil años, la influencia del Vaticano ha tenido sus oscilaciones, tendiendo hoy a una declinación (no confundir con el carisma personal de Juan Pablo II). Pero su ciclo milenario no se ha cerrado. En cambio, para el comunismo se cuenta una escasa centuria y media a partir, digamos, del "Manifiesto" de Marx y Engels al promediar el siglo XIX, hasta la caída de la URSS a fines del XX. Los mártires del comunismo fueron también incontables, hombres y mujeres que no vacilaron en dar lo mejor de sus vidas y luego sus vidas mismas en el mundo entero, en guerras, revoluciones y protesta social. Y que también conquistaron el poder. Frente a Roma, sin embargo, Moscú fue apenas un suspiro, si de duración se trata. De todos modos, la fe de un marxista no le ha ido en zaga a la de un cristiano, pagando cada una su precio. Esa creencia absoluta, en unos casos fe, en otros fanatismo, a veces sin poder distinguir una de otro, ha ido acompañada por razonamiento. Éste, bien que a la zaga de la fe, no por eso inútil. El marxismo recoge la idea de que los grandes ciclos históricos van marcando un desarrollo progresivo. Se pasa de las llamadas sociedades del tributo (modo de producción asiático) y del esclavismo a la organización feudal y de ésta a la sociedad capitalista. El progreso se marca naturalmente en el desarrollo de las tecnologías y en cómo la situación del explotado va mejorando. Esto último interesa especialmente al marxismo. Los subalternos no desaparecen del cuadro social pero cada vez la distribución de los bienes, en general, resulta más equitativa y también de los derechos que la sociedad les reconoce. Y esto ocurre porque, de época en época, hay un mayor fondo de bienes producidos aun cuando nunca lo suficientemente grande para beneficiar a todos. Y bien, dice Marx, con la revolución industrial del capitalismo ese paso se ha dado, en adelante nadie debe sufrir hambre, nadie debe continuar explotado, hay suficiente para todos por primera vez en la Historia. El cristianismo también recurre al razonamiento, plantea el paraíso como la justa recompensa a las acciones y pensamientos del hombre, cada uno juzgado individualmente. El hombre está dotado del libre albedrío, el cual lo hace responsable, sus actos e intenciones se definen por el bien o el mal, y según ellos responde. El juez supremo de los creyentes es Dios, para los comunistas es la Historia. Ya influido por un pensamiento de izquierda, es lo que proclama Fidel Castro ante el tribunal que lo juzga por el asalto al cuartel Moncada en Cuba: "La Historia me absolverá". De modo que el hombre está inmerso en la realidad, la hace objeto de conocimiento y la transforma a su medida, la cual varía con el paso del tiempo y pasa por el socialismo científico, el único históricamente válido, reiterarán después los partidos comunistas, el cual, agregarán, comienza con Marx y Engels. El primero llegó a escribir que "la humanidad en rigor sólo aspira a aquellas metas que puede alcanzar". Y en realidad, la humanidad lo hace con ésas y con las otras metas, las utópicas, ambas son sus amores y, si fallan, sus odios. Claro, siempre se podrá discutir: las cosas salieron mal, cometimos errores graves, todavía no estaban dadas las condiciones, etcétera. Es inevitable: para mantenerse firme en la larga, larguísima batalla por las metas que cree poder alcanzar y en cuyo camino es derrotado una y otra vez, el hombre sueña y sólo acaba de deslindar las metas posibles de las utópicas cuando las primeras se realizan y las segundas no. Es decir, en los hechos, en la vida misma, se ponen a prueba las empresas. Las religiones, utopías con creyentes en un más allá. El comunismo, utopía con creyentes en el más acá. Por su cuenta, "el hombre sin atributos" como diría el novelista Robert Musil, el "hombre de la calle", blindado ante las ideologías y muy atento a sus conveniencias personales, ha acertado en adherir a la revolución industrial, cuyas condiciones favorables fueron madurando con los siglos, hasta encontrar el mejor lugar en Inglaterra, siglo XVIII, abriendo de par en par las puertas al capitalismo. Ya en el siglo XX o, si se quiere, desde el último tercio del XIX, este hombre apuesta al boom tecnológico más que a la revolución social, esto es, se mantiene fiel y apegado al marco capitalista. Y así ha entrado al siglo XXI. Y bien, el siglo XXI con su cofre de maravillas. Lo abrimos y el sistema solar se nos ofrece a las expediciones como antes, en el siglo XV, el planeta se brindó a Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Magallanes, Sebastián El Cano. Vendrá entonces la subsecuente colonización del sistema solar, como ocurriera con el planeta. Y tantos otros pasos de gigante. El hombre hacedor de hombres u otros seres vivos. Las fuentes de energía renovables, la nuclear. El viaje a la Luna. Todo eso era visto como sueños y se ha probado que no lo son. Porque, mientras las cosas no sucedan, el hombre todos los proyectos formula, y tras el logro de todos se lanza. Uno de los sobresalientes ha sido la revolución industrial blandiendo la caldera a vapor y el boom tecnológico su continuidad, un astronauta que flota en la ingravidez. Así ha caminado el mundo en estos tres últimos siglos, a ritmo acelerado, más en función de la empiria que de las ideologías. Utopía, te odio y te quiero. Te odio porque contemporáneamente sólo has existido en la cabeza de los hombres, no en sus manos. Te quiero porque permaneces en la esperanza de una segunda oportunidad. Utopía, te odio y te quiero. |
|
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción |