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24 de octubre del 2002 |
Marcos Winocur
I. Introducción
Esto de las utopías... Alguna vez se llamaron los ideales, cuando lo importante era subrayar el valor desinteresado. Hoy, las utopías ponen el acento en otro aspecto, su valor terapéutico. Pero la distinción es insuficiente si no ubicamos los dos términos en su contexto discursivo. Ayer, la frase prototípica era: "permanecer fiel a los ideales (de juventud)", esto es, no metalizarse, que ese puro aliento durara toda la vida. Hoy, la frase prototípica es: "no me quiten mis utopías", no puedo sobrevivir a mis fracasos, déjenme soñar con lo que no fue como si hubiera sido, soy adicto a la utopía, convivo con ella como parte de mi locura, como droga sin efectos colaterales, como gran borrachera sin cruda a la vista, como sobrino adolescente de la noche a la mañana instalado en mi casa pues quedó solo el día que sus padres huyeron presas de pánico. Era su cumpleaños cuando armado de un cuchillo el adolescente les preguntó porqué le habían regalado un osito peluche y no la moto. Y qué bueno, haremos la experiencia de tenerlo con nosotros, la juventud, la, la, la. Ya ven, ya ven, convivo con la utopía por necesidad, por romper y no romper con la vida, para evadirme en un viaje por favor con retorno, no quiero ir más allá de nuestro más acá, en todo caso un par de tragos o una buena hierba ayudan, nada de sobredosis, un billete, joven, Villa Utopía ida y vuelta, en el primer horario, porfa. Porque las frustraciones son veneno. Sobresalir, sobresalir, es lo que busco. Eso mueve incluso a las figuras más puras, las que integran el santoral revolucionario. Tengo a la vista un párrafo de una carta escrita hace setenta y cinco años por un mártir de los trabajadores, Bartolomeo Vanzetti, quien, junto a su compañero Nicola Sacco, fueron ajusticiados en Estados Unidos por delitos que nunca cometieron. Cuatro meses antes de la ejecución, Bartolomeo escribe: "Si no hubiera sido por esto, pude haber vivido mi existencia entera hablando en las esquinas frente a hombres que me despreciaban." ¿Me equivoco si digo que la frase supone confesar la frustración de su vida como militante? Y la carta sigue: "Pude haber muerto sin que nadie supiera de mí, como un desconocido, un fracasado." ¿Me equivoco si digo que el horror es el anonimato? Y la carta sigue: "Ahora no somos un fracaso. Ésta es nuestra carrera y nuestro triunfo. Nunca en toda nuestra vida podríamos haber esperado emprender tal lucha por la tolerancia, por la justicia, por el entendimiento del hombre por el hombre, como lo hemos hecho ahora por accidente..." ¿Me equivoco si digo que di con un negocio consistente en sobresalir a cambio de mi sacrificio y que, cuando caí en cuenta, había recuperado la utopía, así, "por accidente"? Y la carta sigue: "La pérdida de nuestras vidas, las vidas de un buen zapatero y un pobre vendedor de pescado, todo. Ese último momento nos pertenece, esa agonía es nuestro triunfo." ¿Me equivoco si digo que la utopía recuperada consiste en brindarse a los demás y al futuro, afortunados de practicarla desde la cruz, allí donde lo individual se hace uno con la causa? ¿Me equivoco si digo que sin el aliciente personal la causa no va? ¿Quién se sacrifica por nada, así sea la recompensa mínima del reconocimiento dentro del círculo más cercano, la familia, los militantes, el trabajo o los amigos, así sea la recompensa máxima de alcanzar a vivir la realización del sueño? ¿Los ideales? Siguen vivos y se llaman utopías. No tanto el desinterés pero siempre la causa por la cual batirse, al mal tiempo buena cara. ¿Al mal tiempo? No te lo vas a creer. Durante cuarenta días y cuarenta noches diluvió sobre los marxistas del orbe y no hubo arca que los pusiera al abrigo. Quedaron hechos sopa. El nivel de las aguas cubrió el muro de Berlín, la estatua de Lenin y todo lo demás. En esas condiciones, alguien propuso mudarse al país del Nunca-Jamás de Peter Pan. Otro contestó que él, nada, de aquí no se movía. Y pasaron los cuarenta días con sus noches y el "quedantista", desde una cueva donde se había refugiado cerca de la cima de la montaña, piel y huesos por el ayuno, agua no le faltó, poco a poco fue asomando la nariz fuera de la cueva, vio que el sol había vuelto a brillar, y dijo: -Vamos a ver si se salvó algo del diluvio. (Citas de Bartolomeo Vanzetti tomadas de: Jim Cason y David Brooks, La Jornada, 24/08/02) |
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