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21 de octubre del 2002 |
Eduardo Galeano
La dictadura militar de Chile había convertido en cárcel el estadio de fútbol, el Estadio Nacional. Miles de presos eran el público de un partido invisible. Sentados en las tribunas, esperaban que se decidiera su destino.
Un encapuchado recorría las gradas. Nadie le veía la cara; él veía las caras de todos. Esa mirada disparaba balas: el encapuchado, un socialista arrepentido, caminaba, se detenía y señalaba con el dedo. Los hombres por él marcados, que habían sido sus compañeros, marchaban a la tortura o iban al muere. Los soldados lo llevaban atado, con una soga al cuello.
-Ese encapuchado parece perro -decían los presos. |
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