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La insignia
19 de octubre del 2002


La región que somos


Guillermo Castro H.
La Insignia. Panamá, octubre del 2002.


En su ensayo La tierra vulnerable, Donald Worster propone una "historia planetaria", que aborde "la cambiante relación entre los seres humanos y el mundo natural" a la escala creada por la expansión de la economía-mundo europea desde el siglo XVI que, para mediados del XIX la había constituido en el centro del mercado mundial en torno al cual se organiza hoy la vida entera de nuestra especie. Es en el marco de una historia así planteada donde cabe ubicar el debate sobre el origen y el destino de una América como la que llamamos Latina, con sus 20,8 millones de kilómetros cuadrados, compartidos por más de treinta países, que albergan los desiertos más secos del mundo y áreas de grandes lluvias; tierras áridas sin vegetación y densa vegetación tropical húmeda; planicies inmensas y montañas macizas y abruptas; manglares y humedales y glaciares, la cadena montañosa más larga del mundo (los Andes, con 7 mil Km. de longitud), un territorio de relativa juventud y gran dinamismo geológico, y países como México, Colombia o Perú en los que cabe ubicar "casi todos los hábitats naturales encontrados en el mundo" (1).

Para la geógrafa panameña Ligia Herrera, tal diversidad de condiciones físicas sólo puede encontrar un criterio de unidad si se entiende al espacio latinoamericano como "un producto histórico... la naturaleza modificada por el trabajo del hombre, la naturaleza convertida en naturaleza social" (2). En esta perspectiva, América Latina constituye una región funcional, "esencialmente diversificada", en la que "la existencia de ambientes físicos adyacentes contrastantes permite una variedad de actividades complementarias" que se presenta como "una unidad en diversidad", cuyas partes "trabajan en conjunto y guardan cierta dependencia unas de otras ".

Esta "región de contrastes", agrega Herrera, se estructura a partir de la presencia de sociedades que comparten rasgos comunes de tipo cultural, y unas mismas relaciones de dependencia económica hacia un centro común, de lo que resulta que "en las condiciones actuales de la economía, la región no es más una realidad viva dotada de coherencia interna, sino que es definida, principalmente, desde el exterior". En esta perspectiva, América Latina se define como región histórica a partir de la temprana incorporación de sus territorios a la economía-mundo europea en calidad de espacio periférico -en lo cual lo diverso de su naturaleza, justamente, desempeña un papel de primer orden. En lo ambiental, además, su evolución subsiguiente ha incluido dos grandes rasgos fundamentales. El primero, se refiere a la redistribución y revalorización de los recursos naturales de la región en función de las demandas generadas desde metrópolis sucesivas, lo que explica el carácter especializado y discontinuo, pero siempre predatorio, de la explotación de los mismos. El segundo, a las severas dificultades que han enfrentado de las sociedades de la región para establecer por sí mismas los medios tecnológicos, los métodos de trabajo, las fuentes de energía, los procedimientos de disposición de los deshechos y, sobre todo, los propósitos asociados a esa explotación de sus recursos naturales.

Así, América Latina termina por presentarse como un conjunto de espacios conformados a lo largo de cinco siglos, que incluiría al menos:

-El espacio físico definido por la conquista y la colonización europea con el propósito primordial de asegurar fuentes de recursos naturales, mano de obra barata, mercados cautivos y bases de control geopolítico en el período inicial de expansión del mercado mundial y de despegue del desarrollo del capitalismo en el Norte de Europa.
-El espacio socio-económico que va siendo objeto de sucesivas organizaciones a partir del siglo XVI, en función de las pulsaciones de la demanda de recursos naturales y manos de obra que provienen de las economías hegemónicas en el sistema mundial.
-El espacio cultural gestado a partir de la interacción entre culturas indígenas, europeas, africanas y aun asiáticas, que da lugar a condiciones inéditas en cuanto a la multiplicidad de los sujetos, la diversidad de las prácticas culturales y la relativa rapidez de los procesos, en la conformación de identidades y mentalidades que llegan a ser nacionales a lo largo de cinco siglos.
-El espacio político en que, a partir del primer cuarto del siglo XIX, se constituye la primera comunidad de Estados nacionales dependientes en el seno de la entidad que para mediados del siglo XX llegaría a ser conocida como Tercer Mundo y, finalmente,
-El espacio ambiental que se expresa en los paisajes y problemas que van resultando del despliegue de una "economía de rapiña" subordinada en sus fines, sus procedimientos y sus relaciones de producción a las funciones que cumple la región en el mercado mundial.

La región que somos expresa en el espacio lo que hemos venido a ser a lo largo del tiempo. Para llegar a ella, debemos emprender aquel tipo de navegación "en los pleamares del tiempo que no es el sabio cabotaje a lo largo de las costas siempre a la vista", de que habla Fernand Braudel, evitando los peligros de "caer en las generalizaciones fáciles de una filosofía de la historia... de una historia que, más que reconocida o probada, ha sido imaginada...", y atentos siempre "a la realidad concreta, a los números, a los mapas, a las cronologías; en suma, a las verificaciones" (3). Esa navegación nos llevará a través de un archipiélago de momentos mal conocidos de nuestro pasado, cuyo conocimiento es imprescindible para llegar a ser dueños de nuestro futuro.


Notas

(1) Al respecto,por ejemplo, Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente / Ministerio de Obras Públicas de España: Medio Ambiente y Desarrollo en América Latina. Una visión evolutiva. Madrid, 1991, p. 27
(2)¿Es América Latina una región? Universidad de las Américas, A.C., International Lecture Series, Departamento de Estudios Internacionales, México, 1992.
(3) Braudel, Fernand: Las Civilizaciones Actuales. Estudios de historia económica y social. REI, México, p. 42.



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