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16 de octubre del 2002 |
Christian Ferrer
La palabra «técnica» es una de las más complejas de la cultura humana, tan compleja como las palabras «justicia», «verdad», «dios», «bien» y «mal». Todo objeto tecnológico propone una pedagogía, un orden del mundo. El conocimiento de la actualidad depende de esta relación con la telefonía, los subterráneos, los entretenimientos y los símbolos del confort que acondicionen nuestros estuches domésticos a fin de resistir la presión del trabajo y la angustia metafísica.
Valiéndose de elementos tecnológicos de la vida cotidiana, Christian Ferrer recorre el pasaje del positivismo y el progreso sarmientino a las ontologías y políticas que conformaron la Argentina actual. Pérdidas, fantasías, advertencias y peligros de un país errático. Uno Tengo ante mi vista tres medallas conmemorativas forjadas en bronce. Fueron emitidas por el Estado Argentino entre 1908 y 1911 con el fin de celebrar la inauguración de diferentes obras públicas. En las medallas conmemorativas están congelados los relieves ideológicos de una época, y en su espejada sucesión se despliegan las etapas de la evolución de la imaginación tecnológica de un país. Son, además, sellos oficiales, picas clavadas en territorio virgen, la yerra con que el Estado Argentino se encumbraba sobre sus obras. No es posible contemplar estas medallas sin ánimo melancólico: ya no se emiten, ni tampoco se inician este tipo de esfuerzos hercúleos. Es preciso describirlas, sabiendo que podría haber recurrido a medallas que señalaran límites geográficos, pero hubiera llegado al mismo lugar. La primera de ellas anuncia el comienzo de las obras de la vía férrea que llevaría carga y pasajeros desde San Antonio, en el Golfo de San Matías de la Provincia de Buenos Aires, hasta Nahuel Huapi, en el sur del entonces Territorio Nacional del Neuquén. La concesión de la trocha estaba a nombre de los Ferrocarriles Patagónicos. El motivo de la medalla expone una figura femenina "art nouveau" coronada por un gorro frigio -emblema de la República- iluminando con una antorcha el camino de un largo tren. La locomotora lanza una clásica ristra de humo que se pierde a la vera de la Cordillera de Los Andes. Es marzo de 1910. En el reverso de la medalla se especifica que el Presidente era José Figueroa Alcorta, el Ministro de Obras Públicas Ezequiel Ramos Mexia, y el ingeniero en jefe del proyecto, Guido Jacobacci. Una segunda medalla, emitida en junio de 1911, nos muestra un barco a vapor navegando el Río Bermejo, límite fronterizo natural entre las actuales provincias de Chaco y Formosa, entonces territorios no del todo explorados y en los cuales los indígenas Matacos aún organizaban esporádicas rebeliones. La medalla celebra la ampliación de obras facilitadoras de la navegación, y en su motivo grabado se observa que en ambas orillas por donde el vapor hiende el río la vegetación tropical prospera. El presidente era Roque Sáenz Peña y el Ministro de Obras Públicas seguía siendo Ramos Mexia. La tercera medalla esta fechada el 15 de noviembre de 1908, día de la colocación de la piedra fundamental del "Asilo Colonia Nacional de Retardados", en el pueblo de Luján, a cien kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. El motivo de la medalla expone una construcción hospitalaria, suerte de establecimiento "modelo" y amable dispuesto a albergar personas afectadas por "anormalidades" de índole mental. Muy cerca, en el pueblo de Open Door, ya existía desde 1899 la Colonia Psiquiátrica Dr. Cabred, y asimismo, desde 1915, en Torres, a pocos kilómetros, la Colonia Montes de Oca. Sobre el mapa de la zona una escuadra positivista había trazado puntos de referencia. Apenas un cuarto de siglo había transcurrido desde la finalización de la Campaña al Desierto. En 1879, cuando las tropas al mando del General Julio Argentino Roca llegaron al Río Negro (nombre actual de la provincia donde está emplazado el puerto de San Antonio), parte de la Patagonia era aún poco conocida, al igual que la selva chaqueña, una de cuyas porciones sería llamada "El Impenetrable". Entre 1899 y 1904 se rubricaron los acuerdos que fijarían límites provisorios al territorio nacional, todos ellos arbitrados por distintos presidentes de los Estados Unidos y por el Rey de Inglaterra. Se diría que las tres medallas señalan hitos fronterizos tanto como puntos cardinales. Si el Estado trazaba un "camino de hierro" en el desierto patagónico y deslizaba muelles de madera en el Río Bermejo para que fueran embarcados los frutos del país, superponiendo en norte y sur marcas tecnológicas a las huellas militares de la ocupación, con el Asilo para Retardados de Luján también afirmaba su disposición y poder para hacerse cargo de los hijos no-adelantados de la nación: los enfermos de la mente, los que ya nunca entrarían en razón. No se trataba de argentinos o extranjeros dotados de mala voluntad, pero la magnitud positivista y progresista con la que el Estado Argentino medía y desplegaba sus límites no era capaz de asimilarlos de otro modo. La escolarización obligatoria podía hacer de un ignorante un argentino, según un anagrama posible; pero los locos eran ininvertibles. Luján, Torres y Open Door señalaban el punto cardinal cero, el vértice de un triángulo positivista destinado a condensar y aislar la locura estadística de la nación. Una utopía, la otra frontera a la que llegaba Argentina. Dos Juan Bautista Alberdi escribió en el siglo pasado: "el ferrocarril, que es la supresión del espacio, obra este portento mejor que todos los potentados de la tierra; el ferrocarril innova, reforma y cambia las cosas más difíciles. Ellos son a la vida local de nuestros territorios interiores lo que las grandes arterias a los extremos del cuerpo humano: manantial de vida". Domingo Faustino Sarmiento escribió en el siglo pasado: "el caballo ha ejercido la más destructora influencia en el atraso y barbarie que todavía nos alcanza. En el país de las distancias despobladas, en la democracia de los jinetes, el poder, el prestigio, la influencia, pertenecieron al más de a caballo. Y bien señores; el ferrocarril viene a poner término al reinado de los caballos, suprimiendo las distancias que le dieron su preponderancia; uniendo las poblaciones entre sí, por medios tan civilizadores como rápidos, y extendiendo la influencia de las grandes ciudades, con sus gustos refinados, con sus artes y sus hábitos de cultura, haciendo de la campaña suburbios hasta donde llegue una línea de riego, o se alcance a oír el rugido alegre de la locomotora, este caballo de la ciencia, del comercio, de las artes, del progreso y de la libertad. Los ferrocarriles han hecho más por el adelanto de los pueblos que las más profundas revoluciones políticas. El ferrocarril acabará por abolir las fronteras como ha concluido ya con el pasaporte y tantas otras trabas puestas al libre movimiento de los hombres. El vagón de ferrocarril es el nivelador de las diversas clases sociales". Tres Al norte de la línea San Antonio-Nahuel Huapi solía haber otra trocha, la del Ferrocarril del Sur, que se dirigía desde Bahía Blanca a la ciudad de Neuquén. Algunos documentos de la época referidos a esta línea férrea ofrecen un atisbo a la imagen que la clase dirigente de entonces quería para la Argentina. En octubre de 1896, el miembro informante de la Comisión de Obras Públicas de la Cámara de Diputados de la Nación defiende la incorporación de los futuros quinientos kilómetros de ferrocarril al acopio de miles de durmientes y rieles ya cicatrizados sobre el territorio. Decía el diputado Cantón: "Este ferrocarril incorporará varios miles de leguas a la gran causa de la civilización, abandonadas hoy a la más lamentable esterilidad" (...) "Este ferrocarril colonizador permitirá que en las solitarias y fértiles cuencas del Neuquén y el Limay, donde hasta ayer tan solo se oía el alarido estridente del salvaje, repercutan las armoniosas vibraciones del vapor" (...) "Por doquiera se extiendan líneas férreas, surgen en el acto, como por una especie de generación espontánea, numerosos centros de población con las múltiples manifestaciones de la actividad humana, cual si al depositarse los rieles en esta fecunda tierra argentina se convirtieran en maravillosas simientes, propias de la edad de hierro, que al germinar producen villas, pueblos y ciudades". Las palabras señaladas en itálica suponen ideales europeos. Tres años más tarde, el 1º de junio de 1899, el Presidente Julio Argentino Roca viajó hacia el pueblo que llevaba su nombre, Fuerte General Roca, a fin de inaugurar la línea férrea del sud. Una semana antes del evento se enviaron víveres destinados a satisfacer a los invitados, debidamente acondicionados en vagones frigoríficos. Se incluyó champagne y cigarros, y un servicio de mozos, uno cada cinco personas. En el tren especial viajaban Roca y algunos funcionarios y diputados, y también Guillermo White, presidente de la comisión local del FCS, y los señores Wibberley, Krabbé, Allen, Thurburn, Runciman, Munro, Cook, Drysdale, Galeay, Paton, Partridge y Loveday. Pero el tren jamás llegó a destino: el Río Negro se había desbordado, forzando a Roca a leer su discurso ante los invitados en medio del "desierto", en un paraje llamado Chimpay. Allí, el General Roca rememoró su antigua epopeya: "Para llegar a la confluencia del Limay con el Neuquén, la división a mis ordenes empleó cuarenta días de marcha continua, atravesando territorios de los cuales se tenían vagas nociones y que la imaginación popular poblaba de innumerables tribus guerreras y de pavorosos misterios" (...) "Justo es recordar en este gran día al soldado argentino que vivió en constante lucha con el salvaje y ha sido como el "pioneer" de nuestros progresos, en el espacio inmenso y cercado por la barbarie" (...) "En tales circunstancias el directorio del F.C.S. tendió los rieles de Bahía Blanca al Neuquén, con una celeridad sin ejemplo entre nosotros. Éste es un nuevo y hermoso testimonio de los beneficios que debe el país al capital y al genio emprendedor de los ingleses". Nuevamente: el encadenamiento de las palabras señaladas en itálica arrastra un protocolo de operaciones, el preámbulo ideológico de la imaginación técnica argentina. Si el desierto era vértigo natural, desperdicio en manos salvajes, y rival político, el hierro empalmado a la fe en el progreso clausuraría sus misterios. Luego, ya no habría indios sino enormes estancias; tampoco barbarie: "pioneers" inseminarían a la virgen. Medio siglo después, los ferrocarriles serían nacionalizados y estatizados. Y más tarde aún serían nuevamente privatizados. Y clausurados. También efecto tardío del darwinismo social que en medio del desierto fuera celebrado por Roca y sus invitados ingleses. Ya no hay trenes, hay redes informáticas. Pero es lo mismo; el impulso y el discurso poco han cambiado. El imaginario tecnológico actual de las elites dirigentes argentinas, de sus castas intelectuales, de sus gremios periodísticos y de sus opositores "al modelo" no se nutre tanto de la aspiración legítima a un mayor confort sino de la obsesión moral que ya hace mucho tiempo viene orientando a la autoestima local: la modernidad a toda costa, conseguida por las buenas, si es posible, y siguiendo un atajo de ser necesario. La generación del '80, Irigoyen, la Década Infame, Perón, Frondizi, Videla, Alfonsín y Menem han sido sucesivos abanderados que velaron junto a la pica que la modernidad tecnológica clavó en el Río de la Plata. Y los ramales por donde se desplegaron sus metas fueron hilados desde la plaza fuerte que es, además, el artefacto que mejor representaba a la idiosincrasia argentino-moderna: la Ciudad de Buenos Aires, fantasía eréctil, órgano eyaculatorio. Aquellas palabras oficiales en bastardilla están sexuadas, son seminales, machas, y revelan que en las fantasías eróticas del Estado argentino prospera el sadismo. Y el racismo. La violación, el ultraje, la inseminación artificial. La marca a hierro. Una cadena oculta vincula esta pasión por el doblegamiento del otro con el Penal de Usuhaía, y a éste con la Escuela de Mecánica de la Armada, donde carne argentina era tirada a la parrilla. Una pastoral tecnológica. Cuatro En 1939 se publica un ensayo de interpretación de la realidad argentina que es, también, uno de los más perdurables e incisivos. Ezequiel Martínez Estrada lo tituló La cabeza de Goliat. A lo largo de sus muchas páginas, sólo en una ocasión se incluyen palabras en idioma inglés. En el capítulo dedicado a la influencia de la radio sobre la escucha de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, Martínez Estrada menciona a los speakers without voice appeal. Tan rara excepción atrae al ojo lector. "Speakers", y no locutores, título profesional ahora habitual entre nosotros. En 1939, no había aún palabra en Argentina para un oficio novedoso, nacido apenas quince años antes y de procedencia extranjera. En la época, a los periodistas aún se los llamaba "reporters", a los programas radiofónicos "broadcastings", y al conductor del tranvía "motorman". Tres décadas antes, el sindicato de conductores de vehículos se llamaba "de Chauffeurs". En Brasil, para recurrir a un ejemplo equivalente, se editaba en los años '30 el periódico gremial O Trabalhador da Light, órgano de la Uniao dos Trabalhadores da Light. La empresa que proveía de electricidad a San Pablo se llamaba "Light", y los propios obreros reconocían a la "razón social" -la "marca" de la empresa- como astilla de una jerga técnica ajena al portugués hablado. En aquella década, como por arte de alquimia verbal y en el horno de la oralidad, el engarce popular aprisionaba y asimilaba a la incrustación lingüística en su propio círculo dúctil. Los ejemplos abundan, pero basta uno sólo: la marca de los aparatos rociadores matamoscas, de consumo popular, se llamaba "Fly". Los rociadores matapolillas eran de marca "Flit". Pronto comenzaría a aludirse a la imperiosidad de deshacerse de una persona molesta con la frase "echale flit". El chauffeur se transformó en "chofer", y los tranways rápidamente en "tranvías". Cuando apareció el trolleybus por las calles de Buenos Aires, pronto se lo conoció por "trolebús". Aún más, y a través de un derrape lingüístico despectivo, en el uso popular la palabra "trolebús" fue adosada a la figura del homosexual, aludiéndose a la obligación de subir y bajar por la puerta trasera del vehículo, de lo cual queda aún entre nosotros, y ya desvaneciéndose, una suerte de derivación apocopada: la voz "trolo". La introducción de una tecnología trae aparejado el uso de un neolenguaje que se corresponde al idioma técnico de procedencia y que es desconocido antes en la frontera a la que ha llegado su irradiación. Luego, este lenguaje se "localiza", e incluso se argotiza. La fuerza de un lenguaje reside en su capacidad de apropiarse del lenguaje técnico ajeno y en transformarlo en metáfora, remate de proverbio, torsión de la forma original, licuación lingüística. El bilingüismo actual, propio de la época de la "globalización", estaba entonces muy lejos de ser considerado un fenómeno geopolítico "natural". Por caso, el lunfardo, el argot del hampa o el cocoliche eran frutos naturales de la mezcla antropológica, de la conversación en bares, de los rumores y algarabías propias de la calle, de la inmigración, o de actividades de secta. La Argentina de los años '30 y '40 estaba siendo conmovida por metales calientes, fruto de una colada cultural en la que se licuaban los flujos inmigratorios, las creaciones culturales plebeyas, la cruza matrimonial de identidades diversas, la inmigración interior, la experiencia política de los obreros anarquistas y socialistas, y también la modernización de los ámbitos laborales, domésticos, tecnológicos y culturales. Ello no le restó fuerza al "lenguaje argentino", más bien lo energetizó. El uso del inglés en la Argentina actual es, en cambio, un efecto de la presión lingüística del orden político y económico del mundo. En especial, de su presión técnica. Light. Tranways. La empresa que comercializaba la electricidad en San Pablo ya no existe. Tampoco los tranvías en las calles de Buenos Aires. Otras combinaciones de capital las han sustituido, otras tecnologías circulatorias las han superado. Pero la introducción de una técnica no es inocente ni gratuita. La primera experiencia con luz eléctrica en Argentina ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, y en particular en el rectángulo de la Plaza de Mayo, centro de gravedad del poder estatal. Pero en Brasil no fue la capital de entonces, Río de Janeiro, la beneficiada, sino Manaos, de donde fluía el caucho, sustancia que lubricaba una zona entera de la economía mundial. Sin embargo, cuando se descubrieron otras fuentes de caucho más baratas, en Indonesia, las industrias extranjeras migraron, y Manaos, que llegó a ser una ciudad rica y orlada con un teatro fastuoso, languideció sin disfrutar, de allí en adelante, de la electricidad. Las marcas que deja la técnica son dolorosas, y a veces, imperceptiblemente imperecederas. Señales obligadas para compatriotas del futuro. Sucede cuando las instalaciones son demasiado costosas como para cambiarlas de signo: la "mano" de la circulación vial se invirtió en este país el 10 de junio de 1945 y desde entonces los automóviles tienen el volante al revés que en Inglaterra. Pero la dirección de tránsito en los ferrocarriles y los subterráneos continúa siendo por izquierda. Al igual que en las Islas Malvinas. Cinco El 17 de agosto de 1859 Domingo Faustino Sarmiento, quien sería Embajador en los Estados Unidos y Presidente de la Nación, inaugura las obras preparatorias del Ferrocarril que iría de Buenos Aires al entonces pueblo de San Fernando, cercano al delta del Tigre. En esa ocasión Sarmiento menciona al Río Bermejo, medio siglo antes de que fuera emitida la medalla conmemorativa: "No ha muchos días que se anunció la aparición a la altura de Corrientes de una angada de madera de cedro, la primera que desciende las aguas del Bermejo. Esa angada partida de Orán, será la precursora de millares que le sucederán, con sólo desmontar las orillas del río, desde que se encuentren puertos de fácil arribo a Buenos Aires, y esto solo se obtiene con la habilitación del de San Fernando, por medio de un ferrocarril que las traiga a las puertas de Buenos Aires; y estos resultados que parecen remotos, son de actual valor en cuanto a los productos del Paraguay, Corrientes, Santa Fé, y las costas fluviales de nuestro propio Estado, sin excluir las islas del Paraná, esa Venecia Rural que será para Buenos Aires, lo que Egipto para los pueblos antiguos, desde que su fertilidad, su belleza y su industria naciente, puedan por un ferrocarril, salvar la distancia que las separa del mercado, y ostentar sus encantos a los ojos de la población de Buenos Aires". Seis Los argentinos suelen evocar la historia de los últimos cincuenta años de un modo nostálgico aunque preciso, como si contemplaran un álbum de familia o revieran el video de casamiento. Pero la historia, incluso la experimentada por quienes aún están vivos, es laberíntica y opaca. Y el recuerdo es, demasiadas veces, interesado, o más bien, adaptable a las condiciones políticas y anímicas del presente rememorante. De tantos trayectos posibles del laberinto de los años '60, los argentinos que están ingresando al siglo XXI han congelado esa época en una postal cuyas actividades y personajes están coloreados en tono pastel. Tono que se degradará rápidamente en la siguiente y violenta década. En el retablo suele incluirse la epifanía cultural de la clase media, la experimentación en cuestiones de costumbres, el boom de la literatura latinoamericana, la creciente emancipación de los jóvenes de la tutela conservadora de sus familias, la alianza entre la teología de la liberación y el socialismo, el nuevo periodismo, la resistencia peronista, el despertar político de la clase media a la nueva izquierda en general y al castrismo en particular, los vanguardismos del Instituto Di Tella, el creciente desplazamiento del peronismo hacia su costado tercermundista, la construcción de la universidad moderna, el "Cordobazo". Todo verdadero. Y también falso. Los 60 fueron también años de modernización del aparataje tecnológico en los hogares de clase media, de aparición de oficios y profesiones encastrables a las nuevas facetas del mercado capitalista en este país (investigación de mercado, encuestas, personal técnico empapado de economicismo desarrollista, publicitarios, ejecutivos), de incipiente e impactante presencia en el espacio público de moda y modelos tanto como de canciones cantadas en idioma inglés, de emergencia de un vedette-system gestado en la programación televisiva, en fin, de emergencia de nuevos consumos culturales que irían preparando lentamente el actual acople de las actuales generaciones a la "cultura de la globalización". También, y por primera vez, se publican en los diarios avisos clasificados de orden laboral con el sonsonete imperativo: "se requiere idioma inglés", o bien "inglés imprescindible". De hecho, en 1962 se funda la primera empresa argentina de selección de personal gerencial especializado: "Executives". Siete Aire acondicionado, oficinas modernas, secretarias ejecutivas, coiffeurs, estereocombinados, computadoras, melenudos, automóviles poderosos, vida de club, grupos de rock nacional, snack bars, "beautiful people", decoración en acrílico, tarjetas de crédito, posters, piletas vinílicas, poufs, pistas de baile, conjuntos "beat", sociología científica, happenings, viajes psicodélicos, viajes al exterior, viajes a la luna. Gran parte de la imaginación técnica argentina contemporánea fue irradiada desde un semanario seminal de los años 60, la revista Primera Plana, dotada del discurso "modernizador" más influyente de la década, dirigido a hacer mella en ambientes económicos, culturales y políticos. De hecho, el periodismo argentino actual, en gran medida, aún se nutre de las innovaciones formales y culturales promocionadas por esa revista. Buena parte de los Jefes de Redacción de los principales diarios y revistas argentinas se iniciaron profesionalmente en ese semanario centrado en la política y la cultura, del cual se "tiraban" 60.000 ejemplares, y que impuso un nuevo estilo periodístico para nuevos lectores (cultos, "modernos", informados o "enterados", "inteligentes"), estilo que supuso una transformación del lenguaje periodístico, en complicidad con el lector. La revista buscaba esa complicidad, entre otras cosas, a través de ironías, jerga propia, juegos de palabras, terminología psicoanalítica y sociológica. La revista es impensable sin su creador, Jacobo Timmerman, quien había trabajado en la revista Qué, de ideología "desarrollista". La característica profesional de Timmerman era la audacia. La revista tenía una amplia capacidad para generar tendencias, modas y estilos de vida y de ese modo devino vocera de una nueva opinión pública, "moderna". Sus lectores abarcaban la nueva estructura gerencial del país, los estudiantes universitarios, los sectores de la cultura, en definitiva, un tipo de lector producto de la epifanía de la clase media porteña. La palabra "modernización" era el conjuro mágico del momento, una obsesión de la época tanto para las ideologías tradicionales de la Argentina como para las estructuras académicas, los artistas de vanguardia y los partidos de izquierda. En los años '60 se renovó el personal y las funciones de numerosos organismos estatales tanto como las modalidades de la "Investigación de Mercado" y la contratación de personal gerencial. No debería sorprender la numerosa publicidad de que disponía la revista. Había publicidades de Sony, Pentax, Paidós, Fiat, Ginebra Bols, Siam Di Tella, Pirelli, Kodak, IBM, ESSO y de muchísimas empresas argentinas y extranjeras. La revista se hizo famosa, o in-famosa, a posteriori, por apoyar el golpe de estado del general Onganía o, más bien, por preparar el ambiente psicológico que condujo hacia el golpe. Retrospectivamente, Jacobo Timmerman meditaba sobre lo hecho de esta manera: "Decir que yo apoyé un golpe, es cierto. Con todo, he cometido ese error. Pero en un contexto. Uno de los golpes era para derrocar a Illia, pero tampoco era sólo para derrocar a Illia. Era también para que los azules, la generación joven del ejército, trajeran un proyecto de modernización del país que parecía probable, mientras que Illia tenía al país inmovilizado y paralizado (...). Yo no apoyé el golpe contra Illia, no tenía nada contra él, nada a favor ni en contra. Yo apoyé que los azules, que habían dado una batalla contra la derecha del Ejército, para que esos jóvenes coroneles, brillantes, inteligentes, cultos, que tenían un proyecto moderno, pudieran sacar a este país del pantano en que lo tenía Illia" (entrevista a Jacobo Timmerman en Revista La Maga, 10 de junio de 1992). ¿Era la "modernización" un valor superior a la democracia en los años 60? Lectores cultos, incluso izquierdistas, podían absorber los relieves ideológicos de la modernización "técnica" pero no sus supuestos democráticos, menos aún el exigente fondo ético de raigambre socialista que es previo a cualquier consideración técnica o eficaz en política. Ocho El 10 de abril de 1930 dos gobernantes inauguran la conexión telefónica entre Argentina y Estados Unidos. El presidente norteamericano, Herbert Hoover, saluda primero y luego Hipólito Irigoyen lee en su discurso estas palabras: "acentúo mi convencimiento de que la uniformidad del pensar y el sentir humanos no ha de afianzarse tanto en los adelantos de las ciencias exactas y positivas, sino en los conceptos que, como inspiraciones celestiales, deben constituir la realidad de la vida. Los hombres deben de ser sagrados para los hombres y los pueblos sagrados para los pueblos, y en común concierto reconstruir la labor de los siglos sobre la base de una cultura y de una civilización más ideal, de más sólida confraternidad y más en armonía con los mandatos de la Divina Providencia". El desierto y la barbarie habían sido domeñados y mensurados hacía varias décadas. Era ahora la ciudad la que proponía urgencias al pensamiento. Y si el Chaco o la Patagonia son impensables sin el ingeniero de caminos o de vías férreas y sin el pionero, la ciudad requiere de centralitas telefónicas, subterráneos, entretenimientos y símbolos del confort que acondicionen los cientos de miles de estuches domésticos a fin de resistir la presión del trabajo y la angustia metafísica. Ya no eran el positivismo y el progreso las doctrinas movilizadoras de la nueva conformación étnico-espiritual de la Argentina, sino ontologías y políticas que no se evidenciaban aún por completo y que pronto se licuarían en poderosas modalidades de la imaginación y la protesta plebeyas. En el discurso de Irigoyen late una advertencia. También un peligro. |
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